Venezuela: Nicolás Maduro está siendo apartado del mando por los cuadros más duros

Artículo Original. Publicado también en POLÍTICAS Y PÚBLICAS el 10/03/2017, en INFOBAE el 13/03/2016, y en RUNRUNES ek 13/03/2016.

El presidente Nicolás Maduro con el vicepresidente Tareck El Aissami el 15 de enero de 2017. Maduro está siendo diligentemente apartado del mando por los elementos más duros del bloque chavista. En este sentido, los últimos desarrollos políticos en el país sugieren que Venezuela se mueve hacia una dictadura propiamente formalizada como régimen comunista. Crédito por la imagen: Juan Barreto / AFP.

La situación socioeconómica en Venezuela empeora cada día. La inflación se aproxima rápidamente al 1000 por ciento anual y persiste una escasez generalizada de alimentos y medicamentos. Además, los experimentos económicos del Gobierno continúan demostrando que el remedio bolivariano es el peor flagelo concebible para el país. En diciembre, Nicolas Maduro implementó una desmonetización súbita a los efectos de frenar la inflación. Aunque anunció nuevos billetes de mayor denominación, estos tardaron más de un mes en llegar, y, así todo, su circulación es limitada. Esta decisión desembocó en saqueos y una agudización de la ya agobiante escasez de productos básicos. Para colmo, mientras existe un flujo constante de venezolanos intentando cruzar a Colombia, Maduró anunció que son los colombianos quienes emigran en busca de mejores condiciones de vida.

Hay varias aristas desde donde puede abordarse la convulsionada situación en Venezuela. No obstante, Maduro resulta la cara visible del problema bajo cualquier aproximación. Al fin y al cabo, el hombre que habla con pajaritos que interceden por Hugo Chávez es el heredero del comandante, y lleva la voz cantante de la revolución. Dada la coyuntura, no sorprende que la popularidad del presidente se ha desplomado por el piso; menos del 10 por ciento de la población apoyaría su gestión. Más interesante todavía resulta el hecho de que la propia conducción del Partido Socialista (PSUV) no permanece inerte frente a esta percepción. Mientras la situación continúa deteriorándose, hay indicios de que Maduro está siendo diligentemente apartado del mando por los elementos más duros del bloque chavista. En este sentido, los últimos desarrollos políticos en el país sugieren que Venezuela se mueve hacia una dictadura propiamente formalizada como régimen comunista.

Para empezar, dejando de lado la nominal existencia de un sistema democrático, el poder ejecutivo gobierna unilateralmente gracias al llamado “decreto de emergencia económica”, que le permite a Maduro saltearse el debido proceso deliberativo que requiere la división de poderes. Aunque el poder legislativo nunca ratificó las facultades extraordinarias, Maduro gobernó todo 2016 amenazando con la “autodisolución” de la Asamblea Nacional, controlada por la oposición tras las elecciones de diciembre de 2015. Evidentemente, la emergencia económica solo se decretó cuando el PSUV perdió, y tras sucesivas renovaciones sin soporte parlamentario, el decreto continúa siendo utilizado por el Gobierno como pretexto (constitucional apócrifo) para seguir mandando.

Sin embargo, más allá de la retórica de barricada, detrás de bambalinas, las internas en el chavismo podrían servir de inspiración para una serie más dramática que la famosa House of Cards. Al caso, desde hace tiempo se conjetura que Diosdado Cabello es el verdadero hombre fuerte de Venezuela. Como lo adelantaba un analista en 2015, se trata del “gran maestro de los títeres”, y como tal, puede sacrificar a Maduro para reemplazarlo con otro escogido por él. No por poco, la imagen icónica de Cabello “con el mazo (garrote)” es bastante sugestiva sobre su carácter. Es sospechado de ser el máximo capo del Cartel de los Soles que agrupa a militares y agentes corruptos de las fuerzas armadas. Por esta razón, es muy plausible que a Cabello le siente mejor dictar desde atrás que estar bajo el punto de mira como líder de iure.

La íconica imágen de Diosdado Cabello, el hombre fuerte del chavismo, sujetando el mazo para “darle” a los opositores. Captura de pantalla.

Si este fuera el caso, las sanciones del Departamento del Tesoro estadounidense contra el recientemente nombrado vicepresidente Tareck El Aissami –por sus presuntos vínculos con el narcotráfico– demuestran la sapiencia política de Cabello, quien hasta ahora viene eludiendo condena. ¿Para qué exponerse al escrutinio público cuando en negocios y política hay mayor libertad de acción detrás del estrado ejecutivo? El Aissami es por ello el plausible reemplazo de Maduro. Joven y energético, El Aissami aparenta mayor intelecto político, siendo naturalmente “más presidenciable” que “el San Nicolás sin barba y con bigote”. Por otra parte, desde la óptica oficialista más férrea como pragmática, los lazos de El Aissami con Irán lo convierten en un activo capitalizable. Luego del retroceso electoral de las plataformas izquierdistas en toda Latinoamérica, a Venezuela le quedan pocos amigos que le presten un salvavidas. Pero dado que Irán se está fortaleciendo tras la quita de sanciones, quizás en los pasillos del poder se presume que el eje Caracas-Teherán puede ser reactivado.

El Aissami supone ser el escogido de Cabello para suplantar a Maduro y garantizar la supervivencia del régimen. Tan pronto como fue designado vicepresidente a principios de enero, este caballero que se autodenomina “radicalmente chavista” asumió la tarea de perseguir a la oposición mediante el servicio secreto venezolano, el SEBIN. En este aspecto, el arresto del diputado Gilber Caro ilustra el asedio al que están sometidos los detractores del chavismo. Aunque en teoría tiene inmunidad parlamentaria, Caro quedó detenido clandestinamente el 11 de enero, y ni siquiera recibió juicio o condena formal. Así y todo, El Aissemi anunció en público que a Caro lo agarron infraganti con armas y explosivos –versión que ninguna fuente independiente ha podido constatar–. Otro ejemplo notable que refleja una purga de opositores es la detención del general retirado Raúl Baduel, exchavista caído en desgracia cuando hace diez años se opuso a la reforma constitucional propuesta por Chávez. En este contexto, el 7 de febrero se dieron a conocer nuevas restricciones gubernamentales para sofocar a la oposición. Los partidos deberán ahora renovar sus registros. So pena de no ser legitimados, las plataformas opositoras tienen tiempo hasta abril para recolectar suficientes firmas para poder participar en las elecciones regionales que deberían celebrarse este año.

El indicio más fuerte que sugiere que El Aissami está serruchándole el piso a Maduro se desprende del decreto presidencial del 25 de enero. El documento le traspasa al flamante vicepresidente catorce funciones ejecutivas, dándole potestad sobre cuestiones presupuestarias y ministeriales de alto nivel. Paralelamente, para que el hijo ñoqui del presidente cobre un sueldo y aprenda algo de política de la mano de El Aissami, Nicolás “Junior” quedó designado como “Director General de la Dirección General de las Delaciones a Instrucciones Presidenciales de la Vicepresidencia de la República”; un cargo inane que le asegura al veinteañero una mensualidad, y cierto tutelaje de cara a su prospectivo futuro como fiel revolucionario en funciones.

Otros acontecimientos también revelan que Maduro está siendo apartado del mando. Con la bochornosa política fiscal virtualmente en manos del presidente, el 22 de enero Ricardo Sanguino (alias “el Látigo”) fue designado presidente del Banco Central, en reemplazo del sumiso Nelson Merentes. Gracias a sus “latigazos” chavistas, Sanguino se ha hecho un nombre como una de las figuras fuertes del PSUV, y su nombramiento podría limitar las peyorativas del presidente. Por otra parte, el 20 de febrero se dio por iniciado el llamado “Plan Carabobo 2017-2021”, planteado para llevar a cabo “la reorganización política y estratégica de las bases del PSUV”. Según los propios dichos de Maduro, la medida apunta a que el politburó asuma “las riendas morales, teóricas, políticas y organizativas para una nueva etapa del Partido”. Según lo que puede inferirse a partir del documento oficial del plan, la estructura partidaria ponderará mayor poder para los regentes que mandan detrás del telón, en claro detrimento de Maduro. Eufemismos de lado, el Plan Carabobo es la operación para formalizar la transición de Venezuela hacia un régimen unipartidista. Con el anuncio se pretende fortalecer al llamado ‘comando antigole” contra la oposición, e intensificar el adoctrinamiento ideológico en las escuelas. Luego, en una muestra de fraseología oficialista habitual, el documento llama a adoptar un nuevo “gobierno de calle” para “ganar la paz social”.

Por primera vez desde la muerte de Chávez hace cuatro años, el PSUV parece en proceso de reorganización interna, y los cuadros duros están tomando más protagonismo sobre el devenir de Venezuela. Para la nomenklatura, compuesta por las vicepresidencias regionales del partido, se trata de una cuestión de supervivencia; con el país a punto de hundirse, evidentemente Maduro no es buen capitán para mantener el barco a flote. El comandante se equivocó cuando designó sucesor a Maduro, y ahora su rebaño quiere otro pastor. En todo caso, la promoción de dirigentes férreos signa más calamidades para la oposición, y una sentencia definitiva contra la libertad de expresión.

No es ninguna novedad que la retórica del régimen es reminiscente de los sistemas totalitarios, entremezclando discursivamente la lucha o causa ideológica con términos como “amor” y “poder popular”. Sin embargo, desde enero viene a incorporarse el llamado “carnet de la patria”, una herramienta china de control social, implementada para exacerbar el paternalismo y la obediencia al Gobierno. Mientras que el hambre constituye probablemente la principal amenaza a la estabilidad en Venezuela, el PSUV se propone apaciguar la tormenta repartiendo dádivas entre quienes se porten bien, y acaten públicamente su amor por Chávez y compañía. Paralelamente, tampoco es noticia que el ejecutivo tiene control completo sobre el poder judicial. Pero remarcando la tendencia recién expuesta, el nuevo presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno, es un expolicia sospechado de asesinato. Podría decirse que Moreno preside el virtual tribunal de la Inquisición bolivariana, y su papel está confinado a hacer el ejemplo con quien alce la voz contra la revolución. Por poner una analogía pertinente al siglo XX, Moreno tiene el potencial de ser lo que Roland Freisler fue al nazismo, o lo que Andréi Vyshinski fue al estalinismo – un matón sadista en toga de juez.

Lo cierto es que la evidencia demuestra que Venezuela es una dictadura. Esto se ve incluso en los discursos oficialistas. El Gobierno ya no retrotrae su legitimidad al voto popular, pero más bien a “la unión cívico-militar” que supuestamente combate a los pitiyanquis burgueses. La buena noticia es que a los comunistas caviar se les acabaron los petrodólares para comprar amistades por América Latina. No obstante, la condena contra el régimen aún dista de ser contundente. En la coyuntura política latinoamericana, parecería que cuando el dictador en cuestión es un profeso derechista el oprobio es universal. Pero cuando se habla de una dictadura de izquierda, la cosa es más relativa, y cada quien tiene su punto de vista. Por descontado, la realidad puede interpretarse de diversas maneras y cada quien tiene derecho a una opinión. Eso sí, está fácticamente comprobado que en Venezuela la única postura que vale es la que dice el Gobierno, ya que a uno lo pueden meter preso por protestar o expresar opiniones disidentes en público. Por eso, mientras los representantes de la región deliberan cómo tratar con Maduro, su posible sucesor y su círculo cercano, Venezuela se formaliza como una dictadura soviética.

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