Artículo publicado originalmente en INFOBAE el 07/07/2016.
El 14 de julio marcará el primer aniversario del polémico acuerdo nuclear con Irán, el llamado Plan de Acción Conjunto y Completo, o JCPOA por sus siglas en inglés. A razón de la ocasión, durante un evento organizado el 21 de junio en Tel Aviv, diversos expertos discutieron el estado del acuerdo, y lo que puede esperarse de Irán de aquí a futuro. Los expertos, convocados por The Institute for National Security Studies (INSS), un think tank israelí, compartieron valiosas reflexiones que merecen ser difundidas y debatidas.
En primera instancia, si bien hubo opiniones divergentes en relación a la conveniencia de tener un acuerdo formal con Irán, los expertos convinieron que lo hecho, hecho está, y que, por consiguiente, no hay vuelta atrás. En este sentido, todos los oradores –profesores universitarios, especialistas en las cuestiones nucleares, y en el tráfico de armas– consensuaron que el principal desafío de cara a los próximos diez años es controlar a Irán. Más importante todavía, acentuaron que es necesario perfeccionar un mecanismo de coacción para castigar al régimen islámico en el caso de que este trasgreda lo acordado. Asimismo, nadie puso en tela de juicio que Irán se convertirá, gracias a la quita de sanciones, en uno de los principales actores económicos de Medio Oriente.
Entre las exposiciones, se destacaron los siguientes argumentos.
Gideon Frank, exdirector de la Comisión de Energía Atómica de Israel (IAEC), se circunscribe a la posición que es posible tener un contrato efectivo con un violador implacable. Para él, las aspiraciones de Irán de conseguir la bomba no desaparecerán, y esto seguirá siendo un problema latente en el futuro previsible. Esto será especialmente cierto en la medida que otros países de la región opten por seguir el ejemplo persa, y decidan enriquecer uranio para alcanzar la equidad estratégica. Sin embargo, para este especialista, como los reactores “pacíficos” de Irán necesitan combustible, el cual debe ser importado, una forma de controlar al régimen es condicionar las ventas del material necesario para la fisión nuclear a inspecciones.
Aun así, Frank asume que Irán intentará violar sus compromisos. Por ello, argumenta que el principal desafió del JCPOA consiste en detectar las violaciones a tiempo, y poder montar medidas coercitivas para corregir las violaciones de inmediato. Mientras que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) sería responsable por dicha detección, el Consejo de Seguridad sería el encargado de reforzar el acuerdo por medio de la coacción. En este aspecto, reportes recientes sugieren que Teherán ha estado ocultando el lado más sucio de su trabajo atómico, a la expectativa de continuarlo en el futuro.
Frank supone que es necesario invertir más en el aspecto proactivo de este binomio. Por eso, sugiere que, para detectar las actividades clandestinas con suficiente antelación, los Estados deben recolectar inteligencia y compartirla debidamente entre las agencias internacionales. Aunque reconoce que es más fácil decirlo que hacerlo, Frank insiste en que esto es esencial. Señala, por ejemplo, que el 80% de los intentos de Irán por encubrir sus maniobras turbias fracasaron porque fueron detectados a tiempo. Para mantener a los ayatolas a raya, es necesario asegurar el acceso por parte de inspectores y expertos a los sitios polémicos, y los funcionarios persas deben saber que habrá consecuencias negativas si impiden o demoran el paso. En suma, aunque no hay que hacerse ilusiones, tampoco hay motivo para desesperar.
Para Kelsey Davenport, experta en proliferación nuclear, el acuerdo está funcionando. Lo induce a partir del dato que el Irán de Mahmoud Ahmadineyad enriquecía uranio al 20%, mientras que el de hoy ve su programa severamente restringido. Para esta analista estadounidense, lo más importante del acuerdo es que establece un mecanismo intrusivo, con legitimidad internacional, para verificar que lo acordado sea respetado; y por más que no es perfecto, es mejor que nada. No obstante, lo que incentivará a Irán a cumplir no serán los garrotes, pero más bien las zanahorias.
Andrea Berger, experta en proliferación nuclear por el Royal United Services Institute for Defence and Security Studies (RUSI), expuso un argumento parecido, y lo conectó con un estudio de caso de Corea del Sur. Explicó que Seúl está interesado en llevar inversiones millonarias a Irán, con el propósito transversal de desalentar los vínculos entre Teherán y Pyongyang. En líneas generales, si los funcionarios iraníes se percatan que los nexos comerciales con Corea del Sur tienen mayor utilidad que los vínculos militares con Corea del Norte, entonces quedará en evidencia que la zanahoria económica tiene mucho potencial a la hora de afectar los cálculos de la política exterior iraní.
Davenport y Berger creen que la multiplicidad de contratos comerciales sumamente redituables, especialmente con Europa, convencerá a la vanguardia revolucionaria chiita que sus intereses están mejor cuidados sin la bomba. Para esto, apuntan a que el sector privado tiene un rol positivo que cumplir, y que generar interdependencia económica entre Irán y el mundo reduce el riesgo de que este opte por la vía atómica.
Valery Lincy, directora del proyecto Iran Watch que se ocupa de monitorear el plan nuclear iraní, es más escéptica que Davenport y Berger. Para ella, si bien es cierto que el JCPOA ha arrojado resultados positivos, existe incertidumbre en relación con el qué pasará si Irán comienza a desentenderse de lo acordado. Dicho de otro modo, el mecanismo de coerción no ha sido probado todavía, y es uno de los pilares del arreglo. Por esta razón, Lincy opina que es muy temprano para determinar si el plan de la administración Obama está funcionando o no, pues el acuerdo está en una etapa de prueba.
De todos modos, siendo que las sanciones han sido levantadas, y que Irán tiene muchísimo que ganar económicamente, Lincy sostiene que es improbable que el cuestionado país decida trasgredir al corto plazo. Empero, reconoce que el cálculo del régimen podría cambiar una vez que este haya reconstruido sus finanzas, y recogido suficientes beneficios comerciales. En resumen, para esta analista, el acuerdo se reduce a una apuesta: a la larga podría salir muy bien, o muy mal. Por eso, para mitigar el riesgo, la comunidad internacional tiene que ocuparse activamente del asunto.
Emily Landau, una de las voces más influyentes en lo concerniente a seguridad y en proliferación de armamento, concuerda con esta aproximación. Sin embargo, recalca que la principal debilidad del acuerdo es que tiene fecha de caducidad. Para ella, esto juega muy a favor de los iraníes. Tras trabajar nueve años para alcanzar un arreglo con Teherán, Occidente no está dispuesto a permitir que el JCPA se caiga. Por este motivo, Landau discute que, paradójicamente, Irán tiene tanta capacidad de disuasión como las potencias occidentales. En tanto no exista voluntad política en Paris, Washington, Londres y Berlín, Teherán sabrá explotar las turbaciones occidentales, amenazando con retirarse del acuerdo cuando esta postura le sea conveniente. Cabe recordar que, según el JCPA (artículos 26 y 37), Irán podría retirarse del acuerdo si vuelven a imponerse sanciones, más allá de que estas estén justificadas.
Para esta especialista, de acontecer lo recién mencionado, la comunidad internacional estará en una posición muy desventajosa para contener a Irán. Si al grupo de los P5+1 le llevó casi una década ponerse de acuerdo en disuadir a Irán, se pregunta qué tan rápido es plausible que las mismas concuerden volver a castigarlo, y volver a imponerle sanciones. En fin, sintetizado, Landau teme que en diez años la comunidad internacional no esté en una posición de contrariar a un Irán mucho más fuerte y desarrollado, el cual podría optar por seguir adelante con su nuclearización.
En base a la aproximación que hace Mark Dubowitz, experto en la cuestión iraní, y consultor del Gobierno estadounidense, lo que convenció a los regentes islámicos de que era necesario pactar con las potencias fue la crítica situación de la economía persa. Alega que Irán estaba a pocos meses del colapso total, y que esto, sumado a la preocupación de que gane sustancia una revuelta popular (algo experimentado tras las protestas de 2009), influyó a los ayatolas a tirar la toalla, aunque sea momentáneamente.
Si para Landau Irán utiliza a su favor la percepción occidental de que el acuerdo es débil, Dubowitz complementa esta mirada arguyendo que, firmando lo que firmaron, las potencias desperdiciaron su palanca. Dubowitz cree que, hasta la firma del acuerdo, el P5+1 tenía la inmensa ventaja de contar con una carta fuertísima en su mazo diplomático. Se refiere a que las potencias podían alimentar la percepción, en la mesa de negociaciones, que el cambio de régimen vendrá por cuenta del propio pueblo iraní. Los negociadores de esta bancada podían aprovecharse de los miedos islamistas, e insistir, a partir del pobre estado de las arcas persas, que solo un compromiso riguroso a la no nuclearización podía garantizar la continuidad del régimen. En cambio, al acordar un documento ambivalente, las potencias se resignaron a aceptar una fecha de expiración sin sentido para todo lo consensuado, y lo que es peor, la posibilidad de que Irán se retire del acuerdo, amparándose en lo estipulado legalmente por el mismo. En efecto, Dubowitz entiende que Estados Unidos –como el principal engranaje funcional del JCPA– perfectamente podría haber presionado por mejores términos.
Por otra parte, Dubowitz planteó que Estados Unidos no se ha mostrado severo en relación al tráfico de armas tradicionales desde y hacia Irán; y que tampoco objetó lo suficiente el apoyo de Teherán a grupos armados como Hezbollah. Además, Washington no actuó para poner coto al desarrollo, por parte de Irán, de misiles balísticos intercontinentales (los llamados ICBM por sus siglas en inglés), que complican el panorama regional. En este aspecto, el analista dice que los iraníes son creativos, y que se adaptan rápido para encontrarle la vuelta a las sanciones. Por eso, en definitiva, Dubowitz concluye que el próximo inquilino de la Casa Blanca debe encontrar la manera de recuperar la palanca perdida. Esto puede lograrse mediante la amenaza de volver a aplicar sanciones, pero de forma unilateral, a los efectos de persuadir a Irán a que no trasgreda o compre tiempo en la arena internacional. No obstante, en línea con lo concordado por todos los exponentes, Dubowitz asegura que la intimidación económica irá perdiendo seriedad a medida que Irán se vaya consolidando como potencia regional.
Hablando de las implicancias regionales, Carlo Masala, profesor de la Universidad Bundeswehr de Múnich, comentó que Medio Oriente se dirige a una situación bipolar, entre la potencia emergente que es Irán, y el eje sunita liderado por Arabia Saudita. Contemplando este pronóstico, el académico señala que el conflicto en la región se medirá en los términos de esta guerra fría, y que Estados Unidos, carente de una estrategia para lidiar con la conflagración sectaria contemporánea, deberá rediseñar su política para retrasar la influencia iraní. Bien, tampoco debe permitir la existencia de un hegemón en el mundo árabe, y Washington debe tener presente que los sauditas tampoco son confiables, sobre todo por el nefasto papel que estos vienen jugando financiando el wahabismo alrededor del mundo.
Masala y Dubowitz desconfían del argumento “liberal” expuesto por Davenport y Berger, y adoptan en su lugar una postura “realista”. Descreen que Europa tenga la voluntad política de ocuparse activamente de la cuestión iraní, enfatizando que la prioridad de los europeos son los negocios. Por ende, según este testimonio, cuanto más comercio exista entre Irán y la Unión Europea, mayor serán las posibilidades de los lobbies europeos de boicotear la política de coacción a la economía persa. Acaso prueba de ello, Masala citó el caso de la política europea vis-à-vis Rusia, la cual, luego de tres años de sanciones económicas, está empezando a flexibilizarse, en tanto reconoce que negocios son negocios, y que la posición rusa no cambiará en el corto a mediano plazo.
Hablándole a una audiencia primordialmente israelí, Masala extendió la conjetura sobre el comportamiento europeo, y afirmó que Europa no se interesará por el devenir de Medio Oriente, a menos que toque de cerca sus intereses. El profesor alemán descarta que el concepto de Occidente siga vigente, y lo define como una noción artificial de la Guerra Fría. En otras palabras, Europa occidental, en materia ideológica o identitaria, siente que no le debe lealtad a nada, y eso incluye a Israel.
En un tono más optimista, Meir Litvak, profesor de la Universidad de Tel Aviv, recordó que a Irán no le está yendo bien en el vecindario, y que, pese a que ha asegurado su influencia, no ha podido expandirla hacia áreas nuevas. En este punto, Litvak piensa que Estados Unidos debe concederle respeto a Irán como actor internacional de peso, pero nunca como un hegemón. Así y todo, avala la interpretación de Dubowitz y Masala, afirmando que, si Occidente se va política y estratégicamente de Medio Oriente, Medio Oriente volverá al Occidente, y que el impacto de un involucramiento tardío será mucho peor.
Por último, Amos Yadlin, exgeneral de división de las Fuerzas Armadas de Israel, remarcó que un Irán armado con la bomba sería una amenaza existencial para su país. Pero mientras no lo sea, Israel será la potencia más fuerte de Medio Oriente; una que debe querellarse diplomáticamente con sus aliados para evitar que la comunidad internacional se olvide del problema. Yadlin, un expiloto de combate que participó de la operación que destruyó el reactor nuclear de Saddam Hussein en 1981, cree que Israel debería revisar las consecuencias del JCPOA año a año, asumiendo, realísticamente, que Irán podría desentenderse del acuerdo, y que por lo pronto la situación será más adversa dentro de diez años. En conclusión, el acuerdo, por su condición endeble, no quita la posibilidad de que haya una intervención militar en el futuro.
En todo caso, tal como exhiben los expertos y analistas, lo cierto es que el acuerdo con Irán seguirá siendo motivo de polémica y preocupación.