¿Para qué sirve la ley Israel – Estado Judío?

Artículo Original.

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De acuerdo con la Oficina Centra de Estadísticas de Israel, en 2009, un 42% de los judíos israelíes se definían a sí mismos como seculares, y un 25% como no muy religiosos. El 33% restante se definían como observantes. Crédito por la imagen: Israel’s Central Bureau of Statistics / Haaretz.

El domingo 23 de noviembre el gabinete israelí, tras una ardua discusión, aprobó por 14 votos contra 6, un borrador que constituye el polémico anteproyecto de ley para formalmente – y acaso redundantemente – convertir a Israel en el Estado de la nación judía. La medida, ansiada y promovida por la derecha israelí, aún debe transitar por la Knesset, donde se esperan acalorados entredichos, y es muy posible que sufra modificaciones. Anticipando esto, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu cuenta con dos versiones del borrador, entre las cuales seguramente buscará presentar, a modo de síntesis, un punto medio balanceado. La más extrema – esbozada por Zeev Elkin (del partido Likud) – intenta abrogar al árabe como idioma oficial, y fomenta, ergo legitima, la construcción de asentamientos en los territorios disputados con los palestinos. La otra versión, más centrada – articulada por Ayelet Shaked (de Habait Hayeudi), Yariv Levin (de Likud) y Robert Iilatov (de Israel Beiteinu) – actúa como una carta magna que enuncia y recopila los principios emitidos por la declaración de independencia de 1948, y la ley del retorno de 1950. La decisión del gabinete israelí actúa como una luz verde que le da ahora autorización a la Knesset para determinar el desarrollo final de la ley en cuestión. Pero, ¿por qué es tan polémica?

Los medios internacionales en su cobertura del asunto han reportado una parte de la realidad bastante mal, y la otra bastante bien. Quien desconozca el funcionamiento de la política israelí y haya leído los diarios recientemente, tal vez supone erróneamente que el anteproyecto citado ya es ley. Para empezar, muchos títulos ya leían “el Gobierno israelí aprobó” – seguido por la ley de Israel Estado judío. En dónde sí han atinado es en la explicación de la controversia. Si bien uno podría argumentar que el anteproyecto, por lo menos en su corriente versión más centrada, no introduce cambios prácticos al porvenir cotidiano de la vida israelí, el hecho de que dicha legislación pase a formar parte del cuerpo jurídico del Estado refuerza a vista de muchos el carácter judío por sobre aquel democrático y republicano.

Lo relevante del anteproyecto es que asienta que la jurisprudencia israelí debe inspirarse en la ley judía (halajá), y que el Estado debe empeñarse en fomentar y preservar las prácticas y tradiciones judías. En otras palabras, fija reglas de juego inmutables de antemano que no hacen más que agrandar la brecha mental entre los judíos y los árabes israelíes. Argumentar que el Gobierno de Netanyahu busca segregar físicamente a los árabes de su propio país sería iluso y sobretodo difamatorio. No obstante, sí es cierto que la medida contribuye a rispar a la sociedad, pues antes que contribuir al debate, busca de antemano impartir la respuesta.

La discusión entre Israel como Estado judío y Estado democrático no es nueva, puesto que data de la fundación misma del país. El problema, hoy más latente que nunca, consiste en encontrar un equilibrio entre la esencia liberal y republicana de Israel – un país que, de acuerdo a David Ben-Gurión, debía de convertirse en el “faro de las naciones” – y entre el ethos judío del mismo. En este aspecto, pese a que Israel tiene muchas facetas que lo distinguen como un país occidental, este vívido debate entre lo profano y lo sagrado no es una de ellas. De hecho, a juzgar por los análisis que se reproducen en los medios europeos, y por las opiniones que pude colectar durante mis viajes, en vista de muchos parecería que el nacionalismo religioso israelí es un movimiento retrograda e incompatible con los postulados modernos. Allí pues las etiquetas que hablan de “fundamentalismo” judío.

Israel y Occidente

Para comprender el problema de fondo creo que es oportuno contrastar por un lado el sentido identitario que prevalece en los países occidentales, con aquel otro que fundamenta la mera exista de Israel; el mismo que hoy se busca codificar con el polémico anteproyecto de ley.

En Occidente la querella entre los derechos nacionales y los derechos religiosos fue resuelta hace mucho tiempo con el devenir de la Edad Moderna. A lo largo del siglo XIX los europeos y sus descendientes en las Américas dieron forma a entidades políticas que rompieron con la histórica supremacía de la Iglesia sobre los asuntos públicos, proyectando sistemas de gobierno que privaban al clero eclesiástico de sus privilegios, y eventualmente de su discrecionalidad formal en la política. Como término geopolítico, la palabra Occidente da cuenta de esta transformación. Cuando antiguamente se hablaba de Cristiandad, se utilizaba el término para designar a la comunidad de entidades cristianas, así moldeadas por el común apego (en el oeste) al obispo de Roma. Hoy resulta anticuado hablar de Cristiandad porque no solamente los europeos han perdido gran parte de su religiosidad, sino porque sus entidades políticas ya no se distinguen así mismas bajo lemas cristianos. Los países del Viejo Continente serán culturalmente cristianos, pero ya no son abiertamente cristianos, y la religión no ocupa un papel protagónico en la escena cívica.

En Israel la religión no tiene un rol avasallante en la escena pública, pero no por ello deja de ser determinante. Tal vez el mejor ejemplo que da cuenta de ello es el registro de población, el cual no contempla la existencia de una nacionalidad “israelí”, sino más bien da a entender que la identidad viene dada por la condición religiosa o étnica. De este modo, se puede ser árabe israelí, druso israelí, pero no israelí a secas. Similarmente, no existe en el país una institución de matrimonio civil, de modo que las parejas se ven obligadas a casarse por ministros religiosos con los recados que estos impartan, a menos que decidan casarse en el extranjero. Uno de estos recados, por ejemplo, impartido por la ley judía, establece que una mujer no puede volverse a casar antes de los 90 días desde su divorcio.

Aunque no están físicamente segregados en base a su condición, y aunque todos gozan de los mismos derechos y garantías, en la nomenclatura legal los ciudadanos israelíes en algún punto son discriminados de antemano. Esta práctica es un resabio de la administración otomana, que dividía a sus habitantes en función de sus afiliaciones sectarias. El anteproyecto de ley lo que haría es perpetuar esta distinción, y sin embargo, siendo que Israel no tiene una constitución, frente a controversias, al final del día sería competencia de los jueces interpretar su alcance, caso por caso.

Volviendo a Occidente, dejando la religión de lado, los europeos y sus descendientes americanos pasaron a concebir un sentido de identidad basado en la común pertenencia a un Estado nación, una construcción positivista que dicho sea de paso, proveyó los cimientos del movimiento sionista. El movimiento que fundara Theodor Herzl se nutría del mismo anhelo romántico de nacionalidad que introdujeron los franceses, rusos y alemanes, y lo hizo en gran medida como respuesta a estos últimos – que como es entendido, menospreciaban al judío como un ser errante ajeno al espíritu de la nación. Luego de la Segunda Guerra Mundial, los europeos pasaron a concebir un sentido de pertenencia basado en la creencia de una superidentidad común, construida sobre la base de los tal llamados valores judeocristianos y la integración regional. Podría decirse que con la aparición de la Unión Europea, los europeos, otrora nacionalistas empedernidos, comenzaron a celebrar la diversidad en sus países. Esta realidad hace que la Europa de hoy se asemeje un poco a Estados Unidos, en función de abrazar la multiculturalidad como algo propio, y no ajeno, del sentir nacional.

Si Israel se jacta de ser una democracia a la manera occidental, el principio por el cual otorga nacionalidad parece incompatible con el sentir contemporáneo. Para ser claros, Israel es tan crisol de razas, o meltingpot, como lo son otros países construidos a partir de la inmigración. Israel será el Estado judío, pero no haría falta aclarar que judíos los hay de todo tipo, de todo lugar, y de toda costumbre. Sin embargo el problema aparece a la hora de definir legalmente quien es judío, y por consecuencia, quien tiene derecho a convertirse en cuidando israelí desde el primer momento en que se baja del avión y aterriza en Tel Aviv. A falta de consenso y de un criterio legal, quién es judío y quién no queda a discreción de las autoridades religiosas. En esencia, no se trata de cuán judía sea su vida, es decir, de cuanto conserve usted la religión, sino de una cuestión sanguínea que se transmite únicamente por vientre materno. Si su padre es judío mas no así su madre, podrá inmigrar a Israel pero no será considerado judío. Aunque usted domine el hebreo perfectamente, haya estudiado en una escuela judía, conserve una dieta kosher, y asista a los servicios religiosos todos los viernes, a los ojos del Estado usted no será judío, por lo que deberá convertirse bajo la supervisión del rabinato ortodoxo para sí serlo.

Aquí es donde muchos judíos seculares se sienten incomodos con la faceta judía del país. La identidad judía viene dada por una cuestión sanguínea que desconoce arbitrariamente la devoción religiosa que un individuo, tal vez nacido de padre judío y de madre cristiana, pueda sentir y reclamar para sí. Definir quién es judío es una asignatura inconclusa, la cual por lo pronto el anteproyecto de ley no intenta solucionar. Análogamente, aunque las minorías no judías del país hablan perfecto hebreo y ya son parte de la cultura israelí desde todo punto de vista, por lo discutido anteriormente, no se podría culpar a los cristianos, musulmanes o drusos por sentirse disminuidos, por sentir que a los ojos del Estado no son ciudadanos originarios o de primera. Lo que el anteproyecto deja en claro, es que el Estado de Israel es judío, no israelí.

Por esta razón Israel ha sido catalogado como una “etnocracia” y una “judeocracia” por algunos israelíes.

Ley contraproducente e innecesaria

Varias figuras como Yair Lapid, ministro de Finanzas, TzipiLivni, ministra de Justicia, y Moshe Arens, ex ministro de Exteriores y de Defensa, han expresado su rechazo a la propuesta. Por lo mencionado anteriormente, arguyen que de ser aprobada, la ley tendrá un impacto negativo en la ciudadanía, siendo que dará la impresión que los habitantes no judíos, muchos de los cuales ocupan cargos públicos y participan del ejército, no son valiosos para el Estado.

Contrario al escenario que describen algunos medios, de ser aprobada, la ley no segregará a los no judíos de la función pública, pero no por ello se debe minimizar el impacto psicológico que esta podría tener. Y la pregunta fundamental es, ¿para qué?

Netanyahu justificó la propuesta enmarcándola como una respuesta a los elementos domésticos y externos que ponen en tela de juicio la identidad judía de Israel. En el plano doméstico, los partidos árabes han expresado que no se sienten identificados con los símbolos judíos. Sumado esto a los viejos temores de que los árabes el día de mañana sean una mayoría, la derecha se siente obliga a dejar más que claro que el carácter judío de Israel es irrevocable, y lo será también en futuro. En el plano externo, en tanto se espera que cada vez sean más los parlamentos que instan a sus Gobiernos a reconocer un Estado palestino, la posición de Netanyahu es clara. Desde que asumiera su segundo mandato como primer ministro en 2009, Bibi – como le dicen en Israel – ha dejado en claro que un acuerdo con los palestinos debía incluir el reconocimiento formal de Israel como Estado judío; algo que equivaldría a que los palestinos reconocieran la narrativa y la autodeterminación judía. El anteproyecto de ley no escapa a esta lógica, que en rigor tiene mucho de sentido.

Para que exista una paz verídica, en su máxima expresión entre palestinos e israelíes, esto solo se logrará si los primeros reconocen validez en la narrativa sionista. Los israelíes en esta materia ya han reconocido la legitimidad del reclamo palestino .No obstante, en las circunstancias actuales, es prácticamente imposible que un líder palestino logre prevalecer si se expresa a favor del reconocimiento de Israel como Estado judío. De modo que, en otras palabras, lo que el gobierno israelí intenta es resaltar el componente judío para que cuando los palestinos firmen algo con Israel, lo estén haciendo, ahora literalmente y sin ambivalencias, con el Estado judío.

Lo cierto es que este anteproyecto de ley recibe la atención que recibe porque lleva consigo un mensaje transcendental. Por descontado, el anteproyecto afecta las sensibilidades de los israelíes no judíos, mas también de israelíes seculares que son judíos. Por otro lado, aunque difícilmente pueda fogonear el elevadísimo odio y recelo del mundo árabe contra Israel, en un sentido amplio, de ser aprobada, la ley podría afectar la percepción de otros países en virtud de la inclusión de Israel en el club occidental.

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