¿Podría Siria reconocer a Israel?

Artículo publicado originalmente en FOREIGN AFFAIRS LATINOAMÉRICA el 11/02/2016.

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De reunirse determinadas condiciones que alterarían fundamentalmente el balance geopolítico de Medio Oriente, Siria podría reconocer a Israel. Sería una maniobra del régimen sirio para recuperar legitimidad perdida. Crédito por la imagen: crossed-flag-pins.com

Hace un par de semanas se gestó una hipótesis en mi mente. Pese a que podría ser el argumento de una novela de Tom Clancy y aunque hoy no se ajusta a la realidad, creo que podría llegar a ocurrir en el futuro: ¿qué pasaría si Siria reconociera a Israel para que Bashar al-Assad pueda recuperar la legitimidad internacional que requiere para seguir al mando? ¿Podría Damasco renunciar a su alianza con Irán y firmar la paz con Jerusalén? Dicho cálculo estratégico ciertamente traería dividendos con las potencias occidentales porque demostraría o, mejor dicho, convertiría. a Siria en un actor que promueve la estabilidad en una región perturbada por tantas dolencias y flagelos. De este modo, Assad recuperaría legitimidad en el seno de la comunidad internacional. Analizar este escenario, por inverosímil que pueda parecer, es vital para entender lo que sucede en el Medio Oriente.

Para empezar, el Medio Oriente ha quedado marcado como el campo de lo impredecible, la Primavera Árabe y las guerras engendradas por ella dan cuenta de ello. En este sentido, los cimientos que mantienen en pie a los regímenes de la región tienen más grietas que las que cualquiera hubiera imaginado tan solo pocos años atrás. Por otro lado, más allá del presente contexto, si hay algo patente es que la prioridad de los autócratas de la región —ya sean reyes o líderes revolucionarios— siempre ha sido salvaguardar su existencia. Cualquier principio se flexibiliza o directamente se quiebra cuando lo que está en juego es la propia supervivencia. Por este motivo, Assad no solo se bate por asegurar la continuidad de su señorío, sino que también busca preservar su pellejo: la meta de la oposición, en cualquiera de sus formas, es arrastrar su cuerpo desnudo por las calles damascenas.

En general, los analistas coinciden en que esta es una hipótesis rebuscada que difícilmente puede darse, incluso aunque Rusia, el otro benefactor de Siria, apoye el acercamiento. Efraim Inbar, director del Begin-Sadat Center for Strategic Studies, argumenta que los rusos no tienen nada que ganar en una mediación y que, en todo caso, Assad depende demasiado de Irán y de Hezbollah —su apoderado armado— como para tomar una decisión independiente. Por otro lado Michael Horowitz, analista de la consultora Levantine Group, defiende que un acercamiento entre Siria e Israel está fuera de la mesa, incluso con presión rusa, opinión que comparte con Julián Schvindlerman, analista argentino, quien piensa que Rusia difícilmente podría jugar un papel constructivo. En total acuerdo, Daniel Pipes, director del Middle East Forum, cree que Vladimir Putin es un matón que consigue lo que quiere afirmando su voluntad, de modo que no tiene interés en perfilarse como pacificador. Finalmente, hablando específicamente sobre Rusia, Magda Leichtová, de la Universidad de Bohemia Occidental en República Checa, asegura que Siria responderá a los intereses de Moscú en tanto esta contrabalancee la influencia estadounidense y turca en la región.

Ya es evidente que Siria no puede y no quiere, acercarse a Israel. Sin embargo, como lo he argumentado, nada descarta que este acercamiento pueda darse en un futuro cercano. Para que esto suceda, hay algunas condiciones que necesariamente deben acontecer para hacer dicho escenario algo plausible.

En primera instancia, debe finalizar la guerra civil siria con un desenlace relativamente favorable a la familia Assad. Queda más que claro que el Estado Islámico debe ser completamente desbaratado, aunque el yihadismo nunca será del todo erradicado. En la terminología de la ciencia política clásica, el Estado sirio debe recuperar el monopolio del  uso legítimo de la fuerza sobre todo su territorio. Los rebeldes, sean de la caña que sean, deben ser dispersados y el ejército sirio debe salir triunfante.

Fouad Ajami, quien fuera un renombrado experto en el Medio Oriente, decía que, con el clan Assad, Siria se destacaba por su capacidad de cometer “travesuras”. Léase por eso, apoyar a grupos terroristas, y exportar factores de inestabilidad. Patrocinó terroristas para arremeter contra árabes como israelíes, intervino militarmente Líbano durante casi treinta años y se enredó con los ayatolas iraníes. Hoy Siria ya no exporta inestabilidad, sino que la importa. Es decir, para que el Gobierno sirio considere acercarse a Israel, las condiciones deben permitir que el régimen decida consagrar, de una vez por todas, el principio de estabilidad.

En segundo lugar, sería necesario que Siria rompiese relaciones con Irán, lo cual es menos  descabellado de lo que parece. Suponiendo que se da la primera condición y que en añadidura las potencias occidentales le ofrecen al régimen suficientes incentivos, entones Assad, quien no es exactamente el tipo más religioso del vecindario, podría sacrificar su relación con la teocracia de Teherán. Aunado a esto, en el Medio Oriente lo que cuenta es la fuerza bruta, no las buenas intenciones. Con esto en mente, hay que tener en cuenta que incluso si Assad sale invicto y permanece en el poder, el régimen aún sería disminuido por las potencias occidentales, que más o menos concuerdan en que Assad tiene que irse. Para reactivar la economía, atraer inversiones y ganar legitimidad a nivel internacional, el autócrata sirio tendría que probar su relevancia. Quizás para estos efectos, aproximarse a Israel sería el as bajo la manga.

De hecho, esta no sería la primera vez que un Estado árabe cambia de aliados y termina negociando con Israel. El precedente de Egipto bajo Anwar Sadat sirve para ilustrar el caso. Además, hace pocos días se dio a conocer que Sudán estaría interesado en normalizar sus relaciones con el Estado hebreo. Jartum se está alejando del eje de Irán y, según se plantea, mejorar las relaciones con Israel podría crear un mejor entendimiento con Estados Unidos, con todos los beneficios que eso traería consigo.

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Una fotografía de Bashar al-Assad quemándose en 2012 Yarmuk. Crédito por la imagen: Reuters.

Pactar con Israel no es bien visto en la región árabe. De hecho, desde que Hafez al-Assad —el padre de Bashar— tomara el poder en 1970, su régimen utilizó la excusa de la guerra permanente con Israel para justificar cualquier problema interno. El combate contra el enemigo sionista era el arma propagandística del gobierno para perfilar a Hafez, fallecido en el 2000, como el nuevo caudillo del mundo árabe después de Gamal Abdel Nasser. No hace falta decir que Muammar el Gadafi en Libia y Saddam Hussein en Irak jugaban la misma carta. Pese a esta histórica negativa, Bashar no es su padre y no es un comandante militar imbuido en asuntos bélicos. Él es un oftalmólogo educado en Londres que compra canciones por iTunes con un gusto musical bastante europeizado. Lo cierto es que la guerra civil ha fulminado su estatura en el mundo sunita, de modo que, por lo menos entre los círculos radicales, no puede caer más bajo.

Sin embargo, tal como argumentan los analistas, Siria es demasiado dependiente de Irán y Assad difícilmente pueda contrariar esta situación. Por ello, podríamos añadir a la fórmula una tercera condición que haría más viable este cambio de rumbo: la vaga posibilidad de que se dé un cambio de régimen en Irán. Debemos recordar que ninguna agencia de inteligencia pudo predecir la revolución de 1979 ni tampoco las revoluciones de 2011. Desde este punto de vista, no es posible descartar —aunque tampoco afirmar— la posibilidad de que se produzcan protestas masivas que amenacen el establecimiento clerical. Las protestas de 2009, movilizadas a partir de las sospechas de fraude electoral, son una prueba de que el régimen puede ser tan endeble a las marchas masivas como los demás Gobiernos de la región. Si por alguna razón llegara un nuevo jefe político a Irán que cambiara el tono islamista por otro secular, Siria se vería en serios problemas.

Este tipo de ajustes ya han ocurrido previamente. Cuando cayó la Unión Soviética, Siria aparentó moderación para quedar bien con Washington. A cambio de favorecer simbólicamente la Operación Tormenta del Desierto en 1990, el país recibió 2000 millones de dólares y se le permitió seguir ocupando Líbano. Cuando Saddam Hussein fue derrocado en 2003 Gadafi anunció el fin de sus ambiciones nucleares por temor a ser la siguiente víctima. Desde entonces, y hasta  2011, el excéntrico dictador libio sería recibido por mandatarios europeos y por representantes de intereses petroleros.

Suponiendo que las tres condiciones se cumplen, la realidad geopolítica de Medio Oriente sería muy distinta a la que presenciamos hoy. Dejado a su suerte, el régimen de Assad podría buscar acomodarse nuevamente en la comunidad internacional y un pacto con Israel podría auspiciar un buen rumbo. En el pasado, aunque nunca arrojaron frutos, se produjeron negociaciones entre Jerusalén y Damasco con mediación internacional. Sin embargo, existen barreras psicológicas y disputas territoriales que no son para nada fáciles de superar.

Haciendo un balance, nadie puede hacer futurología, salvo por la contemplación hipotética de escenarios. Si Siria tuviera que firmar la paz con Israel en el futuro cercano, en 10 o en 15 años, creo que solamente tendría la capacidad de hacerlo si se reúnen estas condiciones. Tal vez Rusia podría capitalizar semejante apertura, perfilándose como un mediador natural, junto con Estados Unidos, de la paz regional. Pese a todo, hay una observación que prevalece sobre las demás: Siria es la clave para pacificar el Medio Oriente.