La Historia de la Yihad

Artículo Original.

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La pintura, realizada por Francisco de Paula Van Halen y expuesta en el Palacio del Senado español, representa la batalla de Las Navas de Tolosa. En 1212 los ejércitos cristianos derrotaron a las fuerzas almohades. La batalla marcaría un antes y un después en la Reconquista española. En su reciente libro José Javier Esparza trata esta cuestión, y aduce que para entender el extremismo islámico de hoy es necesario entender la historia y las batallas del islam.

En mi última visita a Buenos Aires fui a parar con un nuevo libro que parece haberse difundido bastante. El título llamó claramente mi atención. Se trata de Historia de la Yihad: catorce siglos de sangre en el nombre de Alá, escrito por José Javier Esparza. El autor es un periodista español dedicado a la divulgación histórica. No estando acostumbrado a trabajos de esta índole publicados por españoles, compré el libro para nutrirme de la opinión de un comentarista de Iberia.

El libro de Esparza está compuesto por capítulos que resultan muy fáciles de leer, y que proveen referencia, aunque muy por arriba, sobre los motores que movilizan la fuerza del belicismo religioso islámico. A mi criterio, aquellos con pocos o nulos conocimientos acerca de la historia del islam se beneficiarán con leer a Esparza. Es honesto, va al grano, e identifica correctamente la existencia de una pulsión destructiva en el islam, acaso uno de las principales contrariedades que están afectando a nuestros tiempos. Sin embargo, por otro lado, lectores más experimentados podrían considerar su simpleza un defecto que menoscaba su trabajo. En algún punto, siendo que el libro consta de 360 páginas, la historia que presenta Esparza es selectiva. Por ejemplo, se concentra más en su nativa España que en otras regiones, y decide “ahorrarle al lector detalles” –quizás indispensables para un repaso académico serio. Desde este lugar la obra no me convence. Creo que Esparza podría haberlo hecho mejor, quizás a expensas de alargar el libro en unas cien páginas. Bien, así y todo, cabe destacar que Historia de la Yihad tiene sus méritos a la hora de concientizar al lector promedio acerca del peligro que representa el extremismo islámico, y eso es lo que vale destacar a continuación.

Antes que nada, Esparza explica correctamente que en el islam no existe un sentido histórico de “progreso” propiamente dicho. En sus palabras, tradicionalmente hablando, el sentido islámico de la historia “puede definirse como un despliegue incesante de lo sagrado sobre el mundo en una suerte de presente permanente”. Consiguientemente “el islam se expande en perpetua lucha contra todo lo que no es islam”. Significa que “no hay mejora inherente a la marcha del tiempo”, pues el régimen islámico instaurado por Mahoma representa el orden humano más cercano a la perfección. Desde esta idiosincrasia, ciertamente la adoptada por los juristas, no existe un equivalente islámico a lo que en Occidente clasificamos, por ejemplo, como el Medioevo. No hay etapas o circunstancias históricas que justifiquen “innovación” en la religión. Por ello, “la historia es contada en perpetuo presente”, y pensadores musulmanes que vivieron hace siglos siguen influenciando el accionar de miles de personas en el presente.

En la primera parte del libro, Esparza se dedica a narrar los orígenes del islam. Concretamente, se detiene en esclarecer la naturaleza intrínsecamente política del credo. Como diría Bernard Lewis, dado que Mahoma fue su propio Constantino, su propio César, el islam se distingue de otras religiones por presentar un proyecto de unificación política en torno a la nueva revelación. En efecto, y como lo indica el español, el devenir del mundo islámico mostrará que la mano que sostiene la espada del poder no podrá aguantar sin la legitimidad y sentido de trascendencia que confiere la religión.

El islam es por definición un proyecto de “sumisión”, de cohesión, que busca impartir el Gobierno de Dios sobre la Tierra, no circunscribiéndose a ninguna etnia, pueblo, o frontera hecha por el hombre. Como resultado, en el anhelo de alcanzar el ideario islámico –la utopía donde todos los hombres son musulmanes– existe una legitimación constante de la violencia política que a su vez retroalimenta la violencia religiosa. De allí se obtiene el origen de la yihad. Para absolver a los hombres de toda responsabilidad, la concepción estática de la historia en el islam facilita la creencia de que “no es el hombre quien combate, sino Alá”. En este sentido Esparza está totalmente en lo cierto en destacar que eventualmente se impondría en la tradición una visión completamente antitética con la noción de libre albedrío. El hombre piadoso en el islam no es independiente. Más bien, es un instrumento utilizado por los cielos para impartir la voluntad divina.

Esparza también identifica correctamente la preocupación de los alfaquíes por el eterno prospecto de división y discordia (fitna) entre los fieles. Esto sería patente a lo largo de la historia del mundo musulmán, y, causalmente, tendría mucho que ver con la gestación del fundamentalismo islámico contemporáneo. El autor asienta que todas las escuelas clásicas de pensamiento (madhab) dentro del islam sunita (hanafí, malikí, shafií, hanbalí) aseveran la importancia de la aspiración político-religiosa de conquista, y que su razón de ser no estriba en discusiones espirituales, sino en debates de orden jurídico, es decir, cuál es el procedimiento para aplicar las prescripciones de la fe a cada aspecto particular de la vida cotidiana, desde la familia, la administración, y la guerra. Haciendo un repaso muy general, Esparza observa que el Islam (con mayúscula, el mundo musulmán), si no estuvo fragmentado en distintas unidades políticas, siempre tenía la pesadumbre de pugnas fratricidas por el poder. En este contexto, el periodista español sugiere que los alfaquíes y los juristas ortodoxos, como guardianes respetados de la fe, primaron en la disputa por la legitimidad, impartiendo el sentido tradicional, y frecuentemente belicista, que adquiriría la religión hacia las innovaciones consideras impuras, ajenas, o propias de los infieles.

A modo referencial, Esparza hace bien en introducir al lector inexperimentado a personajes determinantes como Ahmad ibn Hanbal, Ibn Taymiyya, Ibn Abd al-Wahhab y Sayid Qutb. Todos ellos serán figuras referenciales del extremismo islámico. Con ellos, nota el autor, la yihad adquiere una nueva tonalidad más peligrosa. En líneas generales, señala que estos pensadores caen en la realización de que no solamente los no musulmanes ponen en juego el futuro de la escena islámica, pero más importante aún, están aquellos que dicen ser musulmanes, pero que carecen en sus quehaceres del rigor que la fe exige. En otras palabras, la discordia también aparece cuando hay “ignorantes paganos” camuflados en el seno de la comunidad, haciéndose pasar por musulmanes. A partir de estas figuras, sus seguidores crearán movimientos que buscan, hasta el día de hoy, purgar a la comunidad musulmana de “influencias pérfidas”.

Desde lo personal, en mi opinión el valor del libro reside en mostrar que actores como Al-Qaeda o el Estado Islámico (ISIS) no son una simple novedad contemporánea. Lejos de eso, en concordancia con la idiosincrasia ahistórica a la que hacía mención recién, Esparza muestra que el pensamiento extremista ha sido una constante en el correr de los siglos. Lo que es más, esclarece sin rodeos la verdad incómoda que pocos intelectuales están dispuestos a reconocer; que la inclinación guerrera, léase la yihad, es un producto 100% musulmán. Si de historia se trata, la yihad nunca estuvo relegada a una simple minoría marginada –como opinan algunos comentaristas iletrados en el tema. Esto se ve en el sobrevenir de dinastías que se acusaban de “no islamizar lo suficiente”, de no conquistar lo suficiente en nombre de Dios.

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El autor con una copia de su último libro. Crédito por la imagen: EFE.

Es aquí que, para mostrar este punto, Esparza basa gran parte de su argumento en la experiencia de la península Ibérica, poniendo el acento en los almorávides (siglos XI-XII) y en los almohades (siglos XII-XIII). Estamos hablando de dos dinastías movilizadas por fervor religioso que a los estándares de hoy se vuelven semejantes en comportamiento a los grupos yihadistas. No obstante, este es el punto donde la historia del autor se vuelve selectiva. Considerando que utiliza aproximadamente 100 páginas para enmarcar la historia de la España musulmana, creo que podría haber dedicado más páginas a la experiencia in situ del mundo árabe. En este aspecto, más allá de que se proveen referencias correctamente articuladas, el libro carece de sustancia en relación a los acontecimientos históricos en otras partes. Me refiero a un compendio de “detalles” que añadiría mayor peso explicativo a la tesis del autor, que, dicho sea de paso, me identifica a mi también. Para quien estuviera interesado en profundizar el tema desde la misma postura editorial, recomiendo Islamic Imperialism: A History por Efraim Karsh. Es una obra más académica, pensada para un lector más experimentado en el tema.

El otro problema que presenta Historia de la Yihad es la confusión terminológica entre fundamentalismo e islamismo. Si bien a primera vista ambos vocablos parecen aludir a lo mismo, diría que se está formando un consenso entre los académicos que distingue al uno del otro. Si se coteja que grupos como Al-Qaeda y el ISIS critican a la Hermandad Musulmana por buscar islamizar “desde abajo hacia arriba”, participando de elecciones ajenas a lo estipulado en el Corán, todas las agrupaciones que dependen de ella como el Hamás palestino no son “fundamentalistas”, o al menos no en el mismo sentido que las dos primeras. Es decir, al existir grupos más fundamentalistas que otros, el adjetivo de fundamentalista se vuelve académicamente impreciso y consecuentemente resulta poco conveniente.

Por esta razón, cada vez hay más autores que deciden evitar el término, al encontrarlo confuso y simplista. De modo que mientras “islamismo” es empleado para describir a los grupos que ostentan plataformas políticas islámicas integradas al sistema político, se vuelve más difícil consensuar una palabra precisa para catalogar a los grupos que se rehúsan a participar en sistemas concebidos por fuera de la ley islámica. Desde luego, desde el lenguaje rutinario, estos últimos grupos serían los “más fundamentalistas”.

El problema se le presenta a Esparza cuando describe el régimen teocrático de Irán. Al caso, véase que el autor establece que, “desde el punto de vista estrictamente fundamentalista, la República Islámica de Irán no deja de ser un tanto ‘progresista’”. Para un académico esto es un sinsentido, que en todo caso se soluciona con hacer un mejor uso de los términos. Algo similar ocurre cuando el autor habla de salafismo como sinónimo de fundamentalismo. El salafismo, según desde donde se lo mire, puede ser un movimiento de renacimiento islámico orientado a retrotraer a la comunidad a las formas y maneras del siglo VII, o bien, en su corriente liberal occidentalizada, poner a la comunidad al corriente con las formas y maneras del siglo XXI.

Ahora bien, haciendo un balance, Historia de la Yihad es una lectura amena para el lector de paso, y desde el vamos establece una gran verdad: “el propio islam ha generado una visión de la religión donde el recurso a la violencia halla legitimidad santa. Esto es así desde sus origines y no ha dejado de estar presente jamás en toda la historia de la religión musulmana”. Interesantemente, Esparza acuña el término “yihad de los pobres” para referirse a los acontecimientos de la Modernidad y el presente, cuando los yihadistas ya no responden a Estados poderosos, pero a señores que se mueven en el campo de lo paraestatal. Sin embargo, aunque esta definición podría darle a la causa yihadista una connotación libertadora o redentora, el autor da a entender a la perfección que no todo extremista es el subproducto de la pobreza, el capitalismo o la opresión occidental, entre tantos otros agravios citados por los círculos de izquierda.

Dado que el trabajo apunta a divulgar historia entre un público general, no académico, me permito concluir diciendo que la monta del trabajo se debe medir no tanto en su rigurosidad metodológica o terminológica, sino más bien en que identifica una verdad que pocos se animan a trasmitir por miedo al establecimiento de lo políticamente correcto. Identifica a la yihad como un patrón recurrente en la historia musulmana, y decisivamente aclara que son los musulmanes quienes deben hacerle frente a semejante interpretación abyecta de la religión. Solo así será el islam compatible con la sociedad plural y global de la contemporaneidad.