El plan de paz de Netanyahu

Artículo Original – versión acotada publicada en AURORA el 14/10/14

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Benjamín Netanyahu presenta durante su discurso ante la Asamblea General, el lunes 29 de septiembre, una fotografía que muestra dos lanzadores de cohetes utilizados por Hamás situados en donde juegan o transitan tres niños gazatíes.

En su discurso ante la Asamblea General el lunes pasado, Benjamín Netanyahu sugirió que las condiciones estaban dadas para refrescar el proceso de paz. Pero dándole una vuelta de tuerca a la hoja de ruta, el premier israelí propuso cambiar la trama del argumento tradicional. En vez de priorizar una solución a la cuestión palestina, Netanyahu sostuvo que existe una oportunidad histórica para que los Estados árabes normalicen sus relaciones con Israel. Sugirió que a partir de intereses y desafíos en común, dicho acercamiento a su vez facilitaría la concreción final de un acuerdo sobre la prospectiva estatidad palestina.

Esta propuesta, lo que para mí ha sido una maniobra bastante lucida de su parte, merece ser contextualizada y analizada. Dejando por ahora de lado el desempeño especifico de Netanyahu en lo que respecta a las negociaciones con los palestinos, vale la pena preguntarse hasta qué punto podría ser posible un rapprochement entre Israel y sus vecinos árabes.

Sabiduría convencional

Desde que se inició el proceso de paz entre israelíes y palestinos a comienzos de los años 90, viene suponiéndose que un acuerdo definitivo entre Jerusalén y Ramala permitirá generar las condiciones necesarias para que los Estados árabes puedan empezar a dialogar abiertamente con Israel. Esta opinión ha tenido predicamento entre los actores regionales, y a partir de 2002 fue oficialmente adoptada por la Liga Árabe bajo el liderazgo saudita.

Convertida en propuesta, los Estados árabes (menos Siria) ofrecerían reconocimiento diplomático a Israel, a cambio de que éste cumpliera ciertas condiciones basadas en la fórmula de “tierra por paz”. A esto, en contraste, no hacían ninguna exigencia verídica a la representación palestina. En breve, mientras que a Israel se le exigían compromisos altísimos, incluyendo la retirada de los territorios capturados luego del 67, y la solución al problema de los refugiados palestinos (en los términos maximalistas defendidos por estos últimos), los mandatarios árabes no prescribían responsabilidad alguna substancial al liderazgo palestino.

Pensamiento lateral

Como cabía esperarse, los israelíes hasta el día de hoy han en su mayor parte rechazado la iniciativa. Si bien la mera formalización de dicha propuesta es un gran avance, en tanto reconoce que la única solución al conflicto debe ser pacífica, la realidad es que esta plantilla no concede a Israel la posibilidad de retrucar o negociar los puntos de cara a una solución diplomática general, y tampoco pide por el compromiso palestino de contener la violencia terrorista.

Desplazando la cuestión palestina del eje de la cuestión, Netanyahu espera atinar puntos en común con los Estados árabes, y sobre todo con Arabia Saudita, para poder eventualmente destrabar las negociaciones con los palestinos. El aval de la mayoría de los Estados de la Liga Árabe le daría a Israel más incentivos para flexibilizar sus políticas de seguridad, permitiendo mayores sacrificios territoriales. Por su parte, los palestinos tendrían algo más de presión para negociar y en conjunto alcanzar un acuerdo. Existen ciertos indicadores que dan sustento a esta conjetura.

Primero están los antecedentes que significaron los tratados de paz que firmó Israel con Egipto (1979) y con Jordania (1994), los cuales – se recordará – no trataron una solución definitiva a la cuestión palestina. De no existir estos acuerdos con sus vecinos, estoy convencido que Israel sería mucho más reticente a transferir plena autonomía a los palestinos, siendo el caso que su seguridad se vería potencialmente amenazada. El Estado judío no tendría garantías sobre lo que ocurría del otro lado de los controles fronterizos en Gaza o en Cisjordania, y tampoco tendría interlocutores con quien plasmar una agenda común contra las amenazas del terrorismo.

En contraposición, la dirigencia palestina solo tanteó reconocer a Israel una vez que la OLP se quedó sin los poderosos benefactores que siempre habían apoyado su causa armada. Esto ocurrió primero y principalmente cuando Yasir Arafat se quedó sin el apoyo incondicional soviético a finales de los 80, y luego más notoriamente, sin apoyo siquiera tras 1991. Luego, ese mismo año, Arafat se equivocó en apoyar a Sadam Husein antes que los kuwaitíes, y en consecuencia perdió su posición con los Estados de la península arábiga. Caída la Unión Soviética, sin armas, sin dinero, y sin sostén diplomático, la OLP tuvo que comprometerse a tranzar con Israel para gozar del buen visto norteamericano.

En función de estos casos, por el rol que ocupa Arabia Saudita en la región, con una combinación de palos y zanahorias, la principal monarquía del Golfo podría tomar un rol activo para llevar a israelíes y palestinos a negociaciones fructíferas.

El rol de Arabia Saudita

La muerte de Anwar Sadat en 1981, asesinado por un islamista radical por haber firmado la paz con Israel, puso de manifiesto el rol subyacentemente religioso que en vista de muchos tiene el conflicto árabe israelí. Aunque no sea el único motivo de pugna, lo cierto es que la religión ocupa un papel preponderante en la política árabe de todos los días. Esto es tal, que todos los dirigentes árabes –Mahmud Abás incluido – hacen constantes referencias al islam. Tal como lo decía Fouad Ajami, el islam “es un símbolo seguro y distante”, al cual todos los dirigentes podían apelar para cubrirse con una semblanza de “súper-legitimidad”.

Tomando el fatídico precedente de Sadat, el año pasado le pedí a un funcionario de la cancillería israelí que se explayara sobre el papel de la opinión islámica en los líderes árabes. Es decir, sobre el impacto o condicionamiento que la opinión religiosa podría ejercer sobre los dirigentes árabes en general que estarían dispuestos a firmar la paz con Israel. Me contestó diciéndome que circulaba el rumor en Jerusalén que, durante las negociaciones de paz de Camp David del año 2000, en el momento cúspide de las mismas, estando Ehud Barak y Bill Clinton presentes, Yasir Arafat se habría retirado para telefonear a los sauditas. Mas como los custodios de la Meca y Medina le habrían dicho que no, Arafat se habría rehusado a ceder y poner fin así al conflicto.

Aunque no he podido confirmar esta anécdota por otras fuentes, creo que la historia tiene bastante sentido, incluso si no fuera llegar a ser cierta. Habiéndose los grupos islamistas y radicales proliferado como lo han hecho en la región, todo líder árabe tiene seguro presente que pactar con Israel puede representarle una clara amenaza a su seguridad y a la de su familia.

El mismo razonamiento podría ser aplicado a Israel, pero no exactamente. Pese al asesinato de Isaac Rabin en 1995 a manos de un extremista, la sociedad israelí ha experimentado desde entonces una cierta sensibilización respecto a semejante crimen. Muchos activistas religiosos que comparaban a Rabin con los nazis salieron a las calles a expresar su vergüenza. Aún más importante, el Estado israelí puso tras las rejas al perpetrador. Además, debe tenerse presente que la Knesset proscribió ya en 1994 al partido extremista (judío) Kach, etiquetándolo de terrorista.

Sopesando estas medidas, creo que es certero afirmar que el riesgo de que un premier israelí se sienta inhibido a firmar la paz, por miedo a lo que le podría pasar a su integridad física, podría ser mucho menor que aquel que puedan poseer las autoridades palestinas; que poco o nada hacen para restringir las actividades de los grupos radicales.

Por estas razones, tiendo a pensar que ningún acuerdo sincero con los palestinos puede excluir la mediación saudita. Su participación contrarrestaría la influencia que ostenta Irán en el vecindario, y le daría a la dirigencia palestina una justificación religiosa de peso con la cual acreditarse al regresar a Ramala. Utilizando esta carta, los funcionarios de Al-Fatah podrían disputar la legitimidad religiosa de sus rivales ideológicos, primordialmente el Hamás.

Arabia Saudita podría facilitar las negociaciones, empero no por altruismo, sino porque existen incentivos e intereses creados que podrían atraer al reino a una hipotética y de momento secreta mesa con los israelíes.

Intereses comunes

Tal como lo mencionó Netanyahu en su discurso, existen en la actualidad intereses comunes entre Israel y sus vecinos árabes, principalmente en lo referido a contrarrestar la influencia iraní y en cuidar la estabilidad de la región. La llamada Primavera Árabe se ha convertido en una pesadilla para la mayoría de los gobernantes árabes que retienen su poder. La marea de cambios ha traído consigo pues un rol protagónico para los grupos islámicos, todos ellos inclinados a cambiar drásticamente la situación geopolítica presente.

Pasando por las ramas de la Hermandad Musulmana hasta los activistas del Estado Islámico, estos grupos representan una fuente de subversión que desafía de un modo u otro el statu quo. Aunque su alcance se ha visto de momento limitado a la luz de los acontecimientos recientes, lo cierto es que existe un caldo de cultivo que propicia el desarrollo de células islamistas alrededor de Medio Oriente.

Saliendo de África del Norte, Mesopotamia y el Levante, sería poco plausible que los grupos islamistas lograsen consolidar bases o nichos fuertes en los países de la península arábiga. Sin embargo, las millonarias monarquías, con la excepción de Qatar, están vigorosamente preocupadas por la situación actual. Los sauditas, quienes otrora fueran los grandes exportadores y financistas del wahabismo yihadista, ahora lideran un esfuerzo en contra de tal corriente; priorizando la estabilidad antes que cualquier ideología o rama política del islam.

Como todos los revolucionarios que comienzan con la idea de esparcir su doctrina por doquier y terminan contentándose con consolidarla en casa, congelando los ideales por una cosmovisión pragmática del mundo, la dirigencia saudita solo quiere ahora asegurar su propia posición y la de sus aliados.

Comentaristas como Juan Cole y David Hearst han tildado la actitud de los sauditas como “macartismo” árabe. Con el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), la nación que ostenta el liderazgo del islam sunita ha comenzado una dura campaña contra todo tipo de grupo islámico con aspiraciones políticas, tildando a todos ellos de terroristas. En este sentido, los enemigos ideológicos del establishment saudita, en términos de realpolitik, son los mismos enemigos que amenazan a Israel.

Todos estos Estados persiguen la estabilidad de los territorios palestinos en detrimento de grupos como Hamás y la yihad islámica. También buscan el debilitamiento de Hezbollah (respaldado por Irán) en el Líbano, y el fortalecimiento del Gobierno militar que manda Egipto. En conjunto, Arabia Saudita y los EAU invirtieron – de acuerdo con Hearst – $32 billones de dólares para fortalecer la economía egipcia, y así fortalecer al régimen de sus enemigos internos.

Divide y vencerás; toda crisis es una oportunidad

En un artículo de opinión publicado en The New York Times, Ron Prosor, embajador de Israel ante las Naciones Unidas, llamó a Qatar el “Club Med” de los terroristas. Dicha afirmación hoy en día podría ser compartida sin ningún inconveniente por sus homólogos sauditas y emiratíes. En efecto, Qatar se ha distanciado fundamentalmente de sus vecinos porque ha abrazado una política exterior contraria. En algún punto, ha incluso reemplazado a Arabia Saudita como el principal benefactor internacional del extremismo islámico, aportando cientos de millones de dólares a las arcas de Hamas y grupos afiliados con Al-Qaeda en Siria.

Qatar está intentando comprar su lugar en Medio Oriente, y para ello, además de hacer uso de su billetera sin fondo, está empleando el poder blando (soft power) que le confieren las emisiones de Al-Jazeera. Sus noticiarios cubrieron de forma favorable la pugna de los protestantes tunecinos, sirios y egipcios con el poder desde el inicio de las revueltas en 2011, y hoy en día revindican las intenciones de los grupos islámicos prohibidos. Como resultado, los analistas coinciden que, con su cadena de noticias, el pequeño reino petrolero ha amasado una importante influencia entre los sectores populares de la escena árabe.

Desde que empezara a buscar la prominencia regional hace una década, Qatar se ha confabulado con muchos de los actores paraestatales que hoy operan en Medio Oriente. Sin embargo también se ha querido encaminar en paralelo hacia un rol de negociador desinteresado. Esto que bien podría ser el colmo de los dobles raseros, es no obstante una alta ofensa contra los intereses del resto de las monarquías árabes, sobre todo Arabia Saudita y los EAU. Véase que en marzo de este año, estos países más Bahréin retiraron a sus embajadores de Doha en protesta por sus desacatos a la política arábiga común. Luego, para contrarrestar la influencia islamista respaldada por Qatar, los EAU apoyaron en julio la creación de un “Consejo Musulmán de Ancianos”. Este ente defiende la tradición de observancia al mandatario, bajo la base argumentativa clásica que todo es preferible, incluso la tiranía, antes que la anarquía en la que resulta la violencia fratricida.

A mi juicio, las controversias entre Qatar y el resto de las monarquías arábigas podrían incentivar a Arabia Saudita ha reencaminar sus esfuerzos diplomáticos en la región. Para contrarrestar a Doha, Riad podría relanzar su propia campaña, para ello – entre otras cosas – reflotando el plan de 2002. Por estos motivos, tal como apuntó Netanyahu en su discurso, creo que los altibajos de la Primavera Árabe podrían dar paso a una oportunidad historia.

Dada la armonía de intereses entre árabes e israelíes, de así disponerlo, Arabia Saudita podría pasar a tener un rol más activo en las futuras negociaciones sobre la cuestión palestina. Netanyahu por su parte ha dejado en claro que estaría dispuesto a dar su beneplácito a tal intervención, y confirmó que llevaría el tema a su reunión con Barack Obama. Sin más que agregar, se trata de una estrategia innovadora que merece una mayor profundización.