Artículo publicado originalmente en FOREIGN AFFAIRS LATINOAMÉRICA el 25/04/2016.
Jordania se enfrenta a una crisis de refugiados agraviada por las serias falencias económicas del país. Los recursos del reino hachemita no dan abasto para sostener al creciente esfuerzo humanitario, el cual debe ocuparse de un estimado cercano a 650 mil personas. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la llegada de tantas personas, sobretodo de Siria, está poniendo a prueba la ya limitada capacidad del Estado para absorber a tantos habitantes. Para un país con 6.459 millones de habitantes, el flujo de refugiados representa cerca de un 10% de la población, y todo indica que la cifra seguirá en aumento. Según algunas estimaciones extraoficiales, el número real habría superado el millón de refugiados.
Ya en febrero, este panorama llevó al rey Abdalá II a anunciar que su país se encuentra en el punto de ebullición, y que “tarde o temprano la presa va a reventar”. Según el monarca, el 25% del presupuesto del Estado se ocupa en la cuestión de los refugiados. En este aspecto, Amán pide desesperadamente mayor asistencia internacional para responder a semejante desafío. Los analistas opinan que el gran caudal de refugiados podría desestabilizar el país, en la medida que los recién llegados se insertan en las comunidades urbanas, dando pie a la percepción de que los migrantes se llevan los trabajos y los recursos del Estado. ¿Están justificadas entonces las palabras del rey?
Se concede que los refugiados tienen una presencia muy visible en el seno de la sociedad jordana, ya que, en efecto, muchísimos de ellos se han trasladado a las áreas urbanas. Se dice que la ola migratoria produjo un aumento en el precio de los alquileres, y que, por lo dicho, ha puesto al límite la capacidad de los servicios públicos. El resultado –sacado de las páginas de un manual de sociología– podría materializarse en resentimiento social, y en la alienación del colectivo de refugiados. Además, haciendo que la presente crisis sea más punzante aún, está el hecho de que los refugiados no volverán a Siria en el tiempo previsible. Independientemente de la calidad de la recepción jordana, los desposeídos sirios llegaron para quedarse, y el Estado hachemita tendrá que ocuparse de ellos de un modo u otro.
Por fuera de las consideraciones regionales, lo cierto es que los acontecimientos se desenvuelven en una coyuntura económica muy desfavorable para el reino. El 42% de la población empleada trabaja para el Estado, lo que, de acuerdo con funcionarios jordanos, genera poco margen para el emprendimiento privado y la innovación. En este sentido, desde lo tradicional, la monarquía jordana, instalada en un país delineado por Gran Bretaña, ha apostado por mantener la estabilidad promoviéndose como garante de la seguridad humana de la población. Esto significa que el Estado adoptó un modelo de bienestar, fuertemente basado en el acceso al empleo público, del cual es muy difícil salir.
Las costumbres conservadoras representan otro estorbo para el crecimiento económico. Tal como lo indica Aaron Magid, las mujeres constituyen solamente el 13% de la fuerza laboral. Por otro lado, en un país cuya edad media se ubica en los 22 años, el desempleo afecta a casi el 29% de los jóvenes. Sin ir más lejos, la deuda pública alcanza el 90% del producto bruto interno. Esta realidad pone de relieve que Jordania podría ser más inestable de lo que se piensa. Es sabido que el reino posee uno de los aparatos de seguridad mejor entrenados y más efectivos de la región, y que incluso el rey ve sus prerrogativas limitadas por el establecimiento castrense. Bien, así y todo, es incierto hasta qué punto las fuerzas de seguridad puedan ser inmunes a las crecientes amenazas devenidas del tumulto económico, y el conflicto sectario en la región.
En ciertos aspectos, Jordania es un caso aparte en Medio Oriente. Aunque es considerado uno de los países políticamente más cerrados del vecindario árabe (en lo que a participación ciudadana respecta), la casa real se las ha arreglado para evitar las tensiones violentas que sacudieron a otros países. Abdalá adoptó una vía pacífica para lidiar con la oposición, ofreciendo una relativa apertura hacia su gente, sorteando así resquemores que podrían haber catalizado eventos violentos. Notoriamente, por ejemplo, el movimiento islamista jordano es visto como una “excepción”, en el sentido que su mensaje no es antisistémico u antimonárquico. No obstante, aun en este aspecto, hay que recordar que Medio Oriente imparte que es un error dar las cosas por sentadas y por inalterables.
Para los analistas, la gran pregunta consiste en plantear si acaso es posible que Amán presencie, en el corto o mediano plazo, su propio momento de plaza Tahrir. De momento semejante movilización a gran escala es improbable, pero es de esperar que, de fallar en el proyecto de integración, el caudal de refugiados pueda alterar el balance en el territorio. Debe tenerse presente que si los palestinos (que residen en el país) representan la principal base de apoyo al islamismo jordano, la masa de refugiados desencantados podía convertirse en un grupo tan o más proclive a escuchar mensajes subversivos.
Para dar con un panorama más detallado de la situación, consulté al Doctor Zaid Eyadat de la Universidad de Amán. Según este politólogo, desde la óptica económica, el escenario es realmente agobiante porque la comunidad internacional no está cumpliendo su obligación con Jordania, y, efectivamente, para él esto significa una potencial amenaza a la seguridad.
En función del historial subversivo de contingentes palestinos dentro del país, le pregunté a Eyadat si es posible comparar al flujo de refugiados con los acontecimientos referidos como Septiembre Negro. Este término se relaciona con el conflicto fratricida que amenazó la continuidad de la monarquía jordana en 1970. De acuerdo con el experto, dicho contraste no merece ser considerado seriamente. A diferencia de lo acontecido en los setenta –en su opinión– “el asunto en cuestión trata primero y sobretodo de recursos. La falta de recursos y la inestabilidad económica socavan la seguridad humana y crean un ambiente que conduce al conflicto y a la violencia. El Gobierno jordano no quiere llegar a ese punto. A esta altura cualquier movilización no será política, sino social”.
Sobre los refugiados, Eyadat opina que la disposición de los jordanos hacia los recién llegados ha sido mucho menos desfavorable que aquella mostrada por los europeos. Si bien reconoce que hay problemas serios, hasta la fecha no ha observado acusaciones graves en materia criminal en contra de los sirios. Tal como lo asegura el politólogo, lo cabal es que Jordania se enfrenta a un reto inmenso que requerirá una solución pensada para el mediano y largo plazo.
Por último, Eyadat vocaliza la complicación del país al afirmar que es insensato hablar o especular acerca de la integración de los refugiados a la sociedad. Dado su déficit y sus deficiencias en materia de infraestructura, Jordania no está en condiciones de acoger permanentemente a los refugiados, y evidentemente no quiere dar esa impresión. Sin embargo, es en simultaneo patente que las víctimas del conflicto en Siria tampoco están en condiciones de desplazarse a otra parte. Dicho esto, desde su lugar el académico es realista: “Si Europa quiere detener el flujo de refugiados hacia ella, debe extender su ayuda hacia los países que los albergan”.