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El ataque terrorista en el aeropuerto Atatürk de Estambul, el pasado 29 de junio, pone nuevamente en evidencia la necesidad de reevaluar los métodos de la seguridad aeroportuaria alrededor del globo. En este aspecto, como disciplina, la seguridad aeroportuaria debe convertirse en una asignación prioritaria, que reclute tanto a especialistas como a mentes creativas.
Esta consideración es particularmente significativa. El aeropuerto Atatürk, el tercero en Europa en número de pasajeros, es considerado –por lo menos hasta recién– como uno de los aeropuertos más seguros del mundo, porque somete a los pasajeros a más controles. Estos incluyen chequeos a vehículos antes de que uno ingrese al predio de las terminales, y un puesto de control ni bien uno ingresa a las mismas. Así y todo, los creativos fueron los terroristas, quienes, tras asaltar el primer puesto de control, virtualmente desarticularon la capacidad de respuesta de todo el personal de seguridad.
Si hay algo que enseñan estas masacres, incluyendo aquella que tuvo lugar en Bruselas el 22 de marzo, es que más seguridad, más controles, y más oficiales, no necesariamente frustran atentados. Esta es la triste realidad que acecha a los pasajeros. Hacer una fila de veinte minutos en una terminal, por cosas de control rutinario, podría reducir la seguridad en el aeropuerto antes que preservarla. Cuanto más grande sea la concentración de gente, más difícil detectar a potenciales atacantes, y, en consecuencia, más plausible que un atentado se lleve la vida de más personas.
¿Cómo se puede entonces dar respuesta a este desafío? Por lo pronto, se debe innovar con profesionalismo, y estudiar de quienes conocen esta materia mejor que nadie.
Seguridad “rectangular” convencional
La seguridad en la mayoría de los aeropuertos podría diagramarse de forma rectangular. Este diagrama responde a la típica progresión de controles que el pasajero tiene que atravesar. Aunque en algunos sitios estos controles son más rigurosos que en otros, e incluyen puestos adicionales, el concepto es más o menos el mismo. Por ejemplo, siguiendo el caso de los aeropuertos estadounidenses y latinoamericanos, uno entra en una terminal, va a hacer el check-in, luego muestra el pasaporte, y recién ahí pasa por un control de seguridad. Más tarde se sube al avión.
En algunos aeropuertos, como en Estambul y en Moscú, uno tiene que pasar por un control mandatorio para ingresar a la terminal. Luego, a uno lo pueden revisar también antes de subirse al avión. Sin embargo, sin importar el número de controles, el concepto no varía en sus fundamentos. Se entiende que cuantas más sean las inspecciones, menor el riesgo; porque estas actúan como un filtro, el cual –eventualmente– detectará al pasajero irregular escondido entre los miles.
Este modelo presenta varias deficiencias y problemas. En primer lugar, hay muchos sitios en donde la seguridad es mínima, y otros en donde no hay control sobre lo que trascurre entre un único puesto de seguridad y las puertas o gates que conducen a los aviones. (Está el ridículo caso del aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires, en donde a uno lo revisan solo al salir –para ver que se trajo uno de afuera– mientras que se olvidan de revisarlo como corresponde al ingresar).
Un problema importante es que muchos aeropuertos sirven el doble propósito de ser terminales y centros comerciales al mismo tiempo. Uno puede ir tranquilamente a un aeropuerto y sentarse a comer, sin necesidad de pasar por ningún tipo de chequeo. En efecto, para sacar el máximo provecho a las instalaciones, muchos aeropuertos ofrecen espacios públicos abiertos con tiendas y negocios, antes y después de los controles pertinentes.
Luego, inherente a este modelo rectangular, está el problema de la falta de proactividad. Mediante esta aproximación, el personal de seguridad solo estaría en condiciones de detectar al terrorista en el momento en que este pasa por un control. Esto significa que el sujeto peligroso sería detectado in situ, entremedio de una muchedumbre de inocentes. Incluso si el personal de seguridad actúa rápida y valientemente, siempre existirá el riesgo de que el agresor pueda infligir daños a las personas que tiene a su alrededor. Por esta razón –paradójicamente– tal como lo indica Douglas Laird, un experto en la temática, los chequeos de seguridad también pueden hacer que los aeropuertos sean más inseguros. En este sentido, los cuellos de botella, con muchas personas haciendo cola para pasar de un puesto a otro, representan un blanco fácil.
Sin anhelos de justificar conjeturas contrafácticas, lo cierto es que, tanto en el ataque de Bruselas como en el ataque de Estambul, los terroristas llegaron en taxi. Comenzaron a actuar antes de pasar por los filtros rectangulares, tomando a todos por sorpresa, paralizando la capacidad de respuesta del personal supuestamente preparado para estas contingencias. Si los terroristas hubieran sido detectados de antemano, quizás la historia habría sido otra.
A partir del ataque en Bélgica, el aeropuerto de Bruselas ya no permite que los pasajeros se bajen del auto a la entrada de las terminales. Ahora deben estacionar en un área cercana, donde algunos vehículos son revisados, y de ahí deben caminar hasta su destino. Allí –siguiendo el ejemplo ruso y turco– serán controlados antes de ingresar a la terminal. No obstante, cabe preguntarse qué tan efectivo es este sistema. El atentado de Estambul demostró lo rápido que todo puede venirse abajo con un ataque frontal. Aunque ciertamente es mejor que haya más tiempo entre que el pasajero se baja del auto y llega hasta la terminal, o entre que pasa un control y sube al avión, se necesita algo más.
Seguridad “circular” israelí
A razón del atentado en el aeropuerto de Bruselas, discutía en una columna que los aeropuertos del mundo tenían que “israelizarse” para reducir el riesgo de futuros ataques. Esta premisa se centra en un diagrama de seguridad circular y concéntrico, y se basa en una medida polémica pero efectiva, que prejuzga a los pasajeros según su nacionalidad, origen y destino, o si viaja solo o acompañado. Se trata de la técnica de perfil racial o profiling. En términos prácticos, implica que el personal de seguridad se fija en algunos más que en otros, sometiéndolos a controles más engorrosos que al resto de los pasajeros.
Si bien se alega que aceptar está práctica implica institucionalizar un discurso racista o discriminatorio, los expertos en seguridad aseguran que este es el método más útil para detectar potenciales amenazas. No se trata solamente en fijarse en si el pasajero es musulmán, si es morocho, o si está desarreglado, sino más bien de estudiar sus gestos faciales, y su lenguaje corporal. Por ello, la clave de la doctrina israelí consiste en vigilar con especial atención a una pequeña minoría entre los pasajeros, que, por alguna razón u otra, ha despertado sospecha. Como sugiere Pini Schiff, exjefe de seguridad en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv, no es eficiente gastar tiempo, tecnología y recursos en revisar al 99.9% de los pasajeros. Más bien, la clave reside en detectar al terrorista dentro del 0.1% restante.
Aquí yace una clara diferencia de paradigma. En tanto se concede convencionalmente que todos los pasajeros tienen que ser tratados del mismo modo, y que, la única manera de disuadir a los terroristas es con más puestos y controles de seguridad, la experiencia israelí determina otra cosa. Establece que revisar a todo el mundo es ineficiente, y que, en el abordaje de la seguridad, no se trata tanto de la cantidad (de policías y controles), pero más bien de la calidad (de los empleados entrenados).
Asimismo, los israelíes no solamente lo miran a uno a la entrada del aeropuerto. La llegada también cuenta, porque se entiende que es importante prevenir contra potenciales amenazas futuras. Esta es una consideración especialmente relevante en la actualidad, sobre todo cuando las agencias de seguridad están advirtiendo contra el prospecto de que haya yihadistas reingresando a Europa por vía aérea.
A diferencia de lo que se aplica en el resto del mundo, el modelo israelí concibe que la mejor manera de preservar la seguridad en los aeropuertos es mediante ojos yuxtapuestos, que actúan como círculos concéntricos para cubrir y recubrir todo lo que pasa en las terminales y en sus afueras. Antes que esperar a que un potencial terrorista llegue a una fila –por lo visto un filtro inefectivo– los oficiales israelíes prefieren apoyarse en el profiling para detectar perfiles sospechosos de forma proactiva.
Ilustrando, en relación a lo que pasó en Turquía, la seguridad israelí se hubiera preguntado, ¿qué hacen estos individuos tan abrigados cuando hace tanto calor?, e inmediatamente hubieran emitido una alerta. Esta técnica también se aplica con interrogadores aptamente entrenados. Como si fueran Tim Roth en la serie Lie To Me, los agentes de seguridad hacen simples preguntas, y analizan las respuestas verbales y faciales de los pasajeros. En la medida que estos avanzan hacia el próximo “rectángulo” de control, hay ojos que siguen mirándolos. Cual filtro, los interrogadores pegan etiquetas en los pasaportes de los pasajeros, antes de que hagan el check-in con la aerolínea. Estos stickers llevan consigo un código, el cual le indica al próximo agente qué tan peligroso podría llegar a ser el pasajero.
En general, se dice que mucha de la seguridad en los aeropuertos es puro teatro, para dar la impresión de que uno está seguro. Gran parte del personal ni siquiera recibe entrenamiento especial, y mucho menos cuenta con experiencia en combate. La mayoría de los aeropuertos no se interesa por evaluar o poner a prueba al personal, y termina delegando la seguridad en compañías privadas. En contraste, el modelo israelí demanda soldados entrenados y la puesta en marcha de simulacros para prepararse frente a eventualidades funestas.
Por supuesto, del mismo modo en que el Titanic es inhundible hasta que se hunde, ningún método de seguridad concebible es infalible. Aun así, en función de su larga trayectoria en la materia, Israel ofrece un método alternativo que podría ser imitado. En todo caso, es momento de replantearse la seguridad aeroportuaria, con profesionalismo, creatividad, y compromiso.
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