Artículo Original.
Uno de los temas más llamativos en la política griega tiene que ver con la construcción de lo que vendría a ser la primera mezquita de Atenas propiamente dicha. En octubre, el parlamento heleno decidió por amplia mayoría acelerar el proyecto, y sería financiado con fondos públicos, por un costo cercano al millón de euros. Esto, acaso trivial en las capitales multiculturales de Europa, se ha convertido en motivo de discusión. El motivo es aparente cuando se considera que Atenas no posee una mezquita oficial desde hace más de 180 años, prácticamente desde que los griegos se independizaron de los otomanos en 1832.
El hecho de que no haya una “Gran Mezquita” en la ciudad, otra que el edificio de la antigua mezquita Tzistarakis, dice mucho acerca de la relación entre griegos y turcos, a quienes se asocia localmente con el islam. Si bien en la capital del país existen por lo menos tres mezquitas, recientemente legalizadas como tales, hay muchos centros religiosos de reunión clandestinos, algunos funcionando en estacionamientos. Se estima que Grecia alberga a cerca de 500.000 musulmanes, lo que equivaldría al 4,7% de la población. En Atenas, la población estaría ubicada entre los 130.000 y los 200.000.
Por esta razón, el hecho de que la comunidad musulmana pueda conseguir un centro religioso adecuado a sus necesidades no es algo menor. En rigor, el quid de la cuestión aparece al cuestionaros por qué esto no sucedió antes, dado que Grecia es un país moderno, y lo que es más, parte integral del mundo occidental. Por ello tengo la impresión de que el tema de la mezquita plantea un debate más amplio acerca del carácter identitario de los griegos, y los valores que estos quieren proyectar.
En principio, la razón por la que Atenas no tiene una mezquita formal está emparentada con el simbolismo negativo de los minaretes en la escena doméstica. El contexto lo provee la historia, y lo principal se desarrolla a partir de la decadencia bizantina, siendo que el Imperio otomano llegó a dominar el Peloponeso durante cuatro siglos. Atenas fue conquistada en 1458, cinco años después de la caída de Constantinopla, la actual Estambul. Sin embargo, no hace falta remontarse tan atrás para atestiguar la severidad de la aversión histórica.
Aprovechando el colapso otomano tras la Primera Guerra Mundial, en 1919 los griegos se movilizaron para reconquistar las ciudades bizantinas del pasado. De este modo, comenzando con el desembargo griego en Esmirna (Izmir), el ideario nostálgico del nacionalismo heleno llevó a una expedición armada presentada como un acto de reparación histórica. Sin embargo, para el fin de lo que sería denominada como la guerra por la independencia turca, tan profundo era el resentimiento entre griegos y turcos, que en 1923 se accedió a un intercambio poblacional sin precedentes. Mientras que el Gobierno de Ankara mandaba a desnaturalizar a la población cristiana ortodoxa de Anatolia, para que cruzara el Egeo, Atenas mandaba a los musulmanes de Grecia a “devolverse” a las tierras turcas. En el intercambio, aproximadamente dos millones de personas fueron desplazadas, bajo el supuesto de que la identidad religiosa primaba sobre la identidad étnica. Mas no todos los cristianos expulsados tenían origen griego, y no todos hablan el idioma. Análogamente, no todos los musulmanes expulsados eran turcos, o hablaban el idioma.
Bernard Lewis escribió que, incluso en la actualidad, en Turquía la palabra “turco” denota por convención al musulmán. En Grecia, dado el convulsionado registro con los otomanos, tiene lugar una lógica semejante. El nacionalismo griego nació en oposición a los turcos, y la religión ocupó un rol preponderante en marcar la distinción. Aunque los tiempos están cambiando, griego siempre fue el cristiano que busca inspiración en el arzobispado. Discutiblemente, el enfrentamiento está tan arraigado en las memorias colectivas de ambos pueblos, que las hostiles percepciones entre las partes ejercen una gran influencia hasta el día de hoy. Algunos sostienen (como Deniz Bölükbasi y Pierre Oberling) que esto aplica especialmente a Grecia, ya que, a diferencia de Turquía, los helenos no sufrieron una transformación importante; un quiebre con el pasado, como sí sucediera en la experiencia del Estado sucesor del Imperio otomano. El argumento consiste en que mientras los griegos aún se aferran a ideales maximalistas, el kemalismo permitió que los turcos “enterraran sus agravios”, para “dedicar todas sus energías al desarrollo nacional dentro de las fronteras actuales”.
Pero está hipótesis requiere mayor profundización a raíz de acontecimientos más recientes. En primer lugar, cabe tener presente que en 1974 Turquía invadió Chipre cuando percibió que esta podía alinearse plenamente con Grecia, pese a los deseos de la importante minoría turco-chipriota. Gracias a la acción militar, Ankara frustró el anhelo griego de asegurar predominio sobre el Egeo, otorgándole a la minoría turca una entidad política, representada por Chipre del Norte. La operación despertó las peores pasiones en ambos bandos, reflejadas por las violaciones a los derechos humanos cometidas por todos los beligerantes. No obstante, el argumento de que Turquía se ha transformado debe ser revisado especialmente a partir de los cambios regresivos introducidos por Recep Tayyip Erdogan. Hoy en día Ankara insiste mucho más en la cuestión de las minorías de origen turco, y, en efecto, promueve un revisionismo histórico en línea con los viejos anhelos otomanistas.
En suma, parecía que tanto griegos como turcos mantienen una antipatía arraigada. Si bien las generalizaciones nunca dicen toda la verdad, no son pocos los observadores que indican que ambos pueblos miran con sospecha a los extranjeros. En Grecia los sentimientos xenofóbos se hicieron peculiarmente visibles luego de la crisis de la eurozona. En Turquía, estos se hicieron más visibles con el auge del populismo. En todo caso, encuestas realizadas a griegos como a turcos parecen corroborar la tendencia.
Este análisis da cuenta de lo significativo de la mezquita que será construida en Atenas. Siendo que el nacionalismo griego está arraigado en la religión, en Grecia no existe una separación formalizada entre Iglesia y Estado. El cristianismo ortodoxo está resguardado constitucionalmente como la “religión prevalente”, y el rito religioso ocupa un papel central en los asuntos del país. Es por todo esto que el arzobispado griego está opuesto a la mezquita (y más aún en la coyuntura de la presente crisis de refugiados sirios). Para religiosos como tradicionalistas, la idea de la mezquita genera resquemor, pues simboliza una derrota nacional. Una encuesta de 2007 (la más reciente que puede obtener) indicaría –siempre y cuando se presuma como válida– que la mitad de los atenienses está en contra del proyecto. Desde luego, está es la postura explicita de los sectores más duros, que acusan a los parlamentarios centristas de engatusarse con “el enemigo”. De hecho, el último 4 de noviembre, las autoridades tuvieron que sacar por la fuerza a un grupo de protestantes derechistas que ocupaba el sitio donde, según lo pautado, la mezquita será construida.
Es evidente que el Gobierno presidido por Alexis Tsipras pretende hacer un medido corte con el pasado, y mover al país hacia un consenso algo más secular. En particular, fue el primer dirigente en evitar una procesión ortodoxa al momento de asumir la jefatura de Gobierno el año pasado. Esto le ha traído problemas con el establecimiento religioso. En este sentido, es importante tener en cuenta que la propuesta de la mezquita pasó gracias al predominio que tienen izquierdistas y liberales en el parlamento griego. Aunque la propuesta venía debatiéndose desde hace por lo menos diez años, el tema vino posponiéndose precisamente por la polémica suscitada entre los sectores conservadores. Esto implica que el consenso podría ser más frágil de lo que se cree, especialmente si se observan las cosas en perspectiva. Quienes defienden la propuesta aseguran que la mezquita le permitirá a los musulmanes griegos practicar su religión de un modo legítimo y seguro, minimizando la posibilidad de que estos caigan en la radicalización. En contraste, los detractores aseguran que con la mezquita ocurrirá precisamente lo que se quiere evitar.
Fuera de estas suposiciones, lamentablemente no puede dar con indicadores actualizados que revelen la postura de los griegos corrientes. Sin embargo, creo muy plausible que muchos estarían en contra, aunque no lo dirían en público, por miedo a ser catalogados como xenófobos. La relevancia de esta actitud quedó en evidencia tras el estrepitoso fracaso de las encuestas por predecir el Brexit, el “no” en el referéndum de Colombia, o la victoria de Donald Trump. Al caso, los politólogos y comentaristas están descubriendo que mucha gente no se sincera acerca de sus creencias políticas hasta el momento de enfrentarse a la boleta electoral.
La mezquita en sí no presenta ningún peligro, pero construirla implica derrumbar una potente barrera psicológica, y no todos están preparados para el desafío. Quedará por verse entonces como se desarrollan los eventos, y cómo se perfilarán los griegos ante el embate que le presenta la multiculturalidad al establecimiento religioso al cual están acostumbrados. Desde lo personal no me creo capacitado para intentar predecir lo que terminará pasando. Creo que la Iglesia griega podría salir perdiendo, pero creo que también podría salir ganando. Todo depende de cómo evolucionen las cosas en los próximos años, tanto local como regionalmente hablando. Mientras tanto, no me sorprendería que la construcción de la mezquita se vea demorada indefinidamente. Por otro lado, lo contrarío podría ocurrir, rompiendo así con la falta de voluntad política que tanto trunco a la comunidad musulmana.
Lo cabal es que en torno a la mezquita existe una discusión más profunda sobre lo que significa ser griego. Aunque el liderazgo del país debe tomar una decisión, difícilmente pueda dejar a todos satisfechos. Lo que es más, en algún punto la ciudadanía tendrá que expedirse a favor o en contra del camino marcado por sus dirigentes. Que tanto trascenderá la cuestión de la mezquita en la política griega aún está por verse.