Al-Sisi: ¿un nuevo Nasser?

Publicado originalmente por INFOBAE el 23/02/2015.

Un simpatizante de Abdel Fatah al-Sisi porta un afiche del actual líder egipcio junto con la foto de Gamal Abdel Nasser, el 24 de enero de 2014. Crédito por la imágen: Reuters / Amr Abdallah Dalsh.

Desde que Abdel Fattah al-Sisi asumiera la presidencia de Egipto en junio del año pasado, analistas y comentaristas de distintos medios han jugado con la comparación entre su figura y aquella de Gamal Abdel Nasser. ¿Se ajusta el perfil de al-Sisi, militar de carrera, con el del icónico populista de la Guerra Fría, también militar convertido en Jefe de Estado? Y si lo hace, ¿en qué sentido, y hasta qué punto?

El contraste, para empezar, es precisamente a lo que apostó al-Sisi cuando dio a conocer su intención de ser presidente. Para su campaña, el entonces ministro de Defensa montó pancartas y gigantografías con su imagen, mostrándolo en un tono robusto y al mismo tiempo simpático. Buscaba transmitir seguridad y a la vez carisma. Quería convertirse en la personificación de las fuerzas armadas, la institución más respetada de Egipto, y acaso transmitir el legado de uno de sus mayores exponentes históricos. Simpatizantes ayudarían en este cometido elevando fotografías de al-Sisi y Nasser lado a lado.

En una de sus primeras entrevistas televisadas, se le preguntó a al-Sisi si se veía a sí mismo como un nuevo Nasser. Respondió:

“Desería ser como Nasser. Nasser para los Egipcios no era solamente un retrato en las paredes, pero una foto y una voz tallada en sus corazones”.

Posiblemente el empeño de al-Sisi por cubrirse con el aura de Nasser tiene que ver con el clima de profunda polarización en la sociedad egipcia. En mayo del año pasado, al-Sisi ganó las elecciones con un arrasador 96 por ciento de los votos. No obstante solo el 47.5 por ciento de un padrón electoral de 53 millones de votantes se presentó en las urnas. Lo que sucedió fue que millones de personas, simpatizantes del Gobierno islamista del expresidente depuesto Mohamed Morsi, boicotearon las elecciones con su notoria ausencia.

Lo cierto es que en Egipto solo dos plataformas políticas lograron echar raíces con el tiempo; ninguna de ellas connaturalmente democrática en espíritu o en práctica. La primera es aquella inaugurada por el golpe castrense de 1952 que derrocó a la monarquía, llevando a Nasser a la prominencia. La segunda, la fórmula islamista de los Hermanos Musulmanes, fue y es vetada al día de hoy por los herederos de la primera. Al-Sisi accedió a la presidencia poniéndole punto final a la breve experiencia de los Hermanos Musulmanes en el poder. Estos solo perduraron un año en el palacio presidencial de Ittihadiya, entre junio de 2012 y julio de 2013, cuando Al-Sisi y los militares los mandaron a echar.

Al-Sisi ha buscado consolidar su poder llevando a cabo un fuerte esfuerzo para reprimir y desprestigiar a los sectores islamistas dentro y fuera de su país. Como punto favorable para la comparación, Nasser también se caracterizó por emplear la mano dura con los islamistas. Como punto en contra, lo hizo en virtud de motivos diferentes. Quien supo ser el conductor del socialismo árabe mantuvo relaciones cordiales con dirigentes islamistas, empleando sus conexiones para acrecentar legitimidad en su camino a la popularidad. Bien, este acuerdo fue progresivamente deteriorándose dadas las irreconciliables diferencias entre un estilo político secular y otro religioso. Al final, se rompió definitivamente luego de que un islamista intentara asesinar al presidente en Alejandría en 1954.

Nasser y al-Sisi se parecen en que ambos colisionaron con el islamismo, necesitando denostarlo para ensalzar su propia reputación y legitimidad. Pero al-Sisi, producto de las dinámicas recientes de la Primavera Árabe, ha dado un paso más allá haciendo de la lucha contra el islamismo y el wahabismo elementos de su política exterior. El presidente busca un mandato internacional para combatir al Estado Islámico (ISIS) en Libia, y le ha destruido el apoyo político a Hamás. Nasser por otra parte también persiguió posicionar a su país en la cresta de un esfuerzo internacional de espíritu cruzado, aunque con un enfoque diferente. Apoyó militarmente a facciones socialistas en el mundo árabe, sobretodo en Yemen, en contra de la influencia de las monarquías conservadoras.

Por su socialismo y panarabismo, Nasser resultó un personaje antagónico para los reyes y jeques de Medio Oriente, que consideraban cual plataforma revolucionaria una amenaza directa al statu quo y a su posición entre los árabes. Al-Sisi en contramano ha encontrado aliados entre las monarquías árabes, que miran ahora con preocupación la gestación de movimientos islámicos dentro y fuera de sus fronteras. Téngase presente que por representar un bastión contra el islamismo, el Egipto de al-Sisi recibió el año pasado 10.6 mil millones de dólares de los pudientes Estados del Golfo.

Por supuesto, un punto de divergencia notorio pasa por el eje del conflicto árabe-israelí .Al-Sisi no expresa en público una retórica fulminante en contra de Israel, y de hecho prefiere evitar el tema. No obstante, con una agenda exterior antiislamista, y obligado por los compromisos del pasado y el presente con Washington, en este punto al-Sisi no refleja el legado de Nasser, mas sí el que construyera Anwar Sadat, (y que cuidara su sucesor, Hosni Mubarak). Nasser buscó unificar a su pueblo apelando a un pannacionalismo consumido por un discurso exasperadamente antiisraelí y anticolonialista. En 1956 nacionalizó el Canal de Suez, y supo sacar capital político –unidad– entre su pueblo, luego de la intervención militar tripartita (de Reino Unido, Francia e Israel) propuesta a abrir el canal al comercio internacional.

Nasser como Al-Sisi minimizaron el estatus del islam en la esencia nacional egipcia. Sin embargo, el último ha buscado fomentar la unidad haciendo énfasis en la situación de los cristianos. En un gesto de importante simbolismo, el presidente visitó una iglesia copta en nochebuena y dijo que los cristianos, discutiblemente los habitantes más antiguos de Egipto, son un pilar elemental de la nación. Evidentemente quedará por verse si el líder logra cosechar réditos políticos con su acercamiento a esta comunidad, la cual en los últimos tiempos ha sido devastada por el radicalismo islámico, y marginada de la atención del Estado. Si tiene éxito, y en efecto su Gobierno logra mejorar la situación de los coptos, al-Sisi habría contribuido en sanar una deuda pendiente de Egipto, sentando un importante precedente para el mundo árabe en general.

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En la imagen puede verse a Abdel Fattah al-Sisi dirigiéndose a una audiencia de clérigos islámicos en la Universidad de Al-Azhar en El Cairo, el 28 de diciembre de 2014. El subtitulo lee: «No pueden ver las cosas claramente cuando están encerrados (en esta ideología).» El presidente egipcio criticó los excesos del radicalismo islámico y llamó a todos los musulmanes a la introspección y la reforma religiosa. Captura de pantalla: MEMRI / Gatestone Institute.

En última instancia, quizás el punto más relevante en la comparación entre las dos figuras tiene que ver con el estilo de Gobierno ¿Es al-Sisi una continuación de la tradición autocrática de sus predecesores? ¿O realmente es un democrático? ¿Puede escapar de su investidura de militar y colocarse en la de un republicano? Su represión sobre manifestantes, la presión sobre periodistas, y su estilo de conducción en el presente, sugieren que es difícil cortar con el pasado. Por diestra o siniestra, el registro muestra que ambos líderes portan un perfil carismático, pero autocrático al fin.

Egipto ha sido históricamente gobernado por personalidades fuertes, con egos, complejos y estilos marcadamente unilaterales de conducción. Al-Sisi tiene en frente el desafío de convertirse en el eslabón de un Egipto en transición hacia un sistema con instituciones civiles funcionales. Sin embargo para ello debe reunir el consenso de una población profundamente divida.

El país del Nilo presenta problemas sistémicos de pobreza y desafíos crónicos frente al desempleo juvenil. Por esta razón, podría ser que solo éxitos en la asignatura económica resulten clave a la hora de sanar las brechas sociales. Solamente encaminando a su país al pleno empleo, formando instituciones y alcanzo estabilidad, podrá al-Sisi convertirse en un autócrata mucho más digno y memorable que Nasser.