Colombia: las falencias del argumento anti-OTAN

Artículo Original.

A finales de mayo Colombia ingresó formalmente a la OTAN como «socio global», conviertiéndose en el primer país de América Latina en asociarse con la alianza del Atántico Norte. Este desarrollo es visto como un hito muy negativo por partidarios de izquierda y analistas con tendencia antiestadounidense. Sin embargo, sus argumentos presentan falencias importantes, y en ningún momento analizan cúales son los intereses nacionales del Estado colombiano. En la imágen, el presidente colombiano Juan Manuel Santos tiene la palabra durante  una visita a Alemania el 10 de mayo de 2018. Crédito por la imágen: Guido Kirchner / AFP.

El 25 de mayo el presidente colombiano Juan Manuel Santos anunció que Colombia ingresaba a la OTAN como “socio global”, convirtiéndose así (el 31 de mayo) en el primer país latinoamericano en asociarse a la alianza del Atlántico Norte. Esta noticia representa un desarrollo que previsiblemente divide las aguas entre partidarios de izquierda y de derecha. En efecto, mientras analistas con tendencia antiestadounidense ven este hito como negativo, la opinión conservadora aplaude la concreción de la asociación.

A raíz de este debate, es pertinente evaluar cada posición y analizar el impacto real, político y estratégico, que podría traer el vínculo entre Colombia y la OTAN. Para esto es necesario analizar el contexto detrás de los hechos, y, sucesivamente –dentro de lo posible– desprenderse de nociones y prejuicios ideológicos. A mi modo de ver las cosas, esto es algo que muchos críticos de izquierda que lamentan el anuncio de Santos no están en condiciones de hacer.

Colombia busca acercarse a Occidente

Para empezar, cabe destacar que los esfuerzos para que Colombia se asociara con la OTAN comenzaron hace más de una década de la mano del expresidente Álvaro Uribe. Durante los años 2000, el Gobierno de Colombia era una suerte de bastión conservador en medio de la ola populista que barrió América del Sur. Según el internacionalista Mauricio Jaramillo, citado por El Espectador, “la lógica era que el país estaba rodeado de enemigos y por eso era necesario buscar alianzas militares extrarregionales”, siendo la Venezuela de Hugo Chávez la principal amenaza. Es en este contexto que Uribe implementó el llamado Plan Colombia, mediante el cual Estados Unidos financió el entrenamiento de las fuerzas armadas colombianas a miras de derrotar a la guerrilla marxista, y poner coto al cultivo de cocaína en el país.

En 2013 los esfuerzos de Colombia por afianzar formalmente sus vínculos estratégicos con la alianza liderada por Estados Unidos cosecharon frutos. Personal de defensa colombiano comenzó a recibir entrenamiento en instalaciones de la OTAN en Italia y Alemania. Luego, en 2014, la Unión Europea levantó la visa Schengen para Colombia (y Perú). En 2015, la Armada colombiana participó en la operación de la OTAN contra la piratería marina en el Cuerno de África, abriendo paso a deliberaciones para que el país andino adquiriera el estatus de socio global. No menos importante, Colombia fue aceptada como miembro pleno en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) un día antes de formalizarse su vínculo con la OTAN. Estos sucesos representan la inserción de Colombia en Occidente, y en el llamado “club de los países ricos”, o bien –como se dice en Bogotá– “el club de las buenas prácticas”.

En suma, el punto cardinal a donde Bogotá apunta es el norte propiamente dicho. De allí que Colombia, junto con otros países con Gobiernos centristas y conservadores (Argentina, Chile, Brasil, Perú, Paraguay), vean a la UNASUR como un organismo ineficaz e irrelevante. Fue creado en 2004 por Ignacio Lula Da Silva, Chávez y Néstor Kirchner, y nació como una plataforma para desarrollar un espacio sudamericano integrado, con la idea de fomentar una visión estratégica intrarregional que mirase hacia el sur. La propuesta consistía en contrarrestar el peso de la Organización de los Estados Americanos (OEA) donde Estados Unidos tradicionalmente ejerce su influencia.

Han pasado casi quince años desde la inauguración de la UNSAUR, y como establece Armando Montenegro, esta “demostró que servía mucho más a los personajes que la crearon que a los intereses de los pueblos de América Latina”. Pero dejando de lado el debate sobre los méritos y fracasos de cada una de estas figuras, es evidente que bajo las circunstancias actuales la visión de cooperación Sur-Sur está ideológicamente en decadencia sino bancarrota. Pese a ello, los partidarios de izquierda con tendencia populista se aferran a la idea de integración sudamericana, y observan el balance regional como un retroceso hacia la denominada era neoliberal de los años noventa.

En este sentido, según expone un analista, al haber reemplazado a la UNASUR por la OTAN, “Colombia decidió inclinarse por una alianza con una coalición militar que defiende intereses imperiales”. Este argumento se replica en muchas columnas, y en esencia viene a señalar que la orientación internacional de Bogotá abre las puertas a intereses siniestros; que buscan perpetuar la hegemonía o el imperialismo estadounidense sobre América Latina.

Los dos problemas fundamentales del argumento anti-OTAN

En mi opinión, a juzgar por lo que dicen diversos comentaristas que comparten este criterio antiestadounidense, dicha suposición presenta dos problemas fundamentales. Lo primero que le objeto a este argumento es que cae en una trampa maniquea propia del reduccionismo dogmático de las posiciones filototalitarias. A mi entender, los analistas internacionales deberían entretener la posibilidad de contemplar grises y matices, y deberían procurar evitar postulados formulados a partir de la ideología propia, y no así de los intereses de cada Estado. El reto de un analista consiste en medir e interpretar el comportamiento de los actores internacionales en función de múltiples variables que pesan sobre los tomadores de decisiones. En otras palabras, es más importante «lo que es» que «lo que (acaso) debería ser», al menos en términos de la ideología escogida por cada uno.

Muchos analistas que critican el ingreso de Colombia al plano estratégico de Occidente no evalúan cuales son los intereses nacionales del país. Al caso, tampoco se cuestionan por qué Manuel Santos, tildado de pacifista iluso y traidor por los partidarios de Uribe, fue quien asumió la asociación con la OTAN. No lo hacen porque su análisis tiende a obviar la situación de seguridad de Colombia, o en las amenazas que percibe el establecimiento político en general –como lo son el narcotráfico y la militarización de la sociedad venezolana. 

Lo que sí hacen los analistas críticos es señalar los defectos de la OTAN y lamentar sus últimas intervenciones en Medio Oriente, como así tambíen su expansión en Europa oriental. No obstante, estos escenarios, si bien importantes, difícilmente afecten los intereses primarios de Colombia. Estas críticas estarían más justificadas si se centraran en evaluar el desempeño de la OTAN, y no así sus objetivos o própositos en los distintos escenarios del globo. Un análisis basado en términos de performance podría ayudar a discenir que tanto podrían ayudar los miembros de la alianza a la hora de hacer frente a los problemas colombianos, como el narcotráfico y la guerrilla. Pero los artículos críticos no hacen más que defenestrar la razón de ser la alianza, evitando así evaluar su asociación con Colombia en base a los méritos o necesidades de este país.

Esto nos lleva al segundo problema de base que conlleva  esta idea de que la OTAN es imperialista. En tanto esta construcción no admita puntos intermedios, parecería que ser partidario de la alianza atlántica automáticamente lo convierte a uno en cómplice de conspiraciones viles. A mi modo de ver las cosas, el proyecto de integración latinoamericano ha fracaso precisamente por insistir en este tipo de inflexibilidades. Es por esta razón que la UNASUR no ha podido desprenderse de la sombra de sus fundadores, pues la idea de integración continúa estrechamente atada al legado y carisma de estas figuras.

Es decir, si de cooperación regional se trata, los partidarios de la izquierda latinoamericana no conciben un modelo por fuera del que proponen ellos, y en consecuencia no se atañen a las circunstancias y necesidades particulares de cada Estado, que bien podrían ser cambiantes.

Esta reflexión apunta a que la situación en el mundo no es inmutable, de modo que el análisis internacional no puede quedar supeditado a teorías, y mucho menos a cosmovisiones doctrinarias. Por ello, para criticar a Santos por llevar a Colombia más cerca de la OTAN habría que juzgar el rol que esta puede cumplir en la región sudamericana. No sirve la mera oposición ideológica hacia la arquitectura de seguridad occidental.

El análisis de Alberto Hutschenreuter

El análisis más desarrollado que encontré hasta ahora criticando la inserción de Colombia en el marco de la OTAN fue escrito por el analista argentino  Alberto Hutschenreuter. A diferencia de una múltiplicidad de columunistas, el autor evita una exposición cargada de ideología y sentimientos antiestadounidenses. Pero aunque Hutschenreuter escribe oraciones bien artículadas, al final de cuentas termina reflejando los vicios recién detallado. Aplica un análisis sobre la base de la teoría realista de las relaciones internacionales, pero sacrifica un balance práctico o circunstancial aplicado a la realidad colombiana.

Hutschenreuter concede que el estatus de “socio global” parte de una decisión soberana, y sin embargo también entiende que Colombia está condenada –por la teoría realista de las relaciones internacionales– a ser parte del “Mare Nostrum” estadounidense. El analista reconoce que fue Bogotá, y no así Washington (o Bruselas, donde está la sede de la OTAN), la capital que impulsó este vínculo estratégico, y al mismo tiempo parece sugerir que Colombia está obligada a plegarse a la voluntad de la primera potencia mundial, ya que, por su geografía, “no tiene posibilidades geopolíticas autónomas”.

Entonces, ¿cómo resuelve el autor la contradicción? Podría haberlo intentado aceptando que la realidad internacional es compleja, y que por lo pronto las causas detrás del ascenso de Colombia como “socio global” vienen dadas por distintas variables. Sin dudas, algunas de las mismas son el poderío estadounidense y la afinidad que tiene Washington con los círculos políticos y castrenses colombianos. Pero el análisis de Hutschenreuter no fija su punto de partida en Colombia, mas en las ofensas que los estadounidenses cometeieron contra Moscú gracias a su “convicción estratégica” rúsofoba.

Si bien el análisis es válido como argumento para estudiar y debatir las consecuencias aparejadas a la expansión de la OTAN, en este caso no nos dice nada acerca de la realidad colombiana.

Captura de pantalla de YouTube.

El autor sugiere que la asociación de Colombia con la OTAN invitará la agresión del terrorismo yihadista, que mirará a los colombianos como cómplices de las embestidas occidentales en Medio Oriente. Esto lleva a Hutschenreuter a afirmar que la OTAN no mejorará la inserción internacional de Colombia, sino que más bien la hace vulnerable frente a actores transnacionales. Finalmente, asegura que deja al país menos herramientas para oponerse al apetito de las potencias occidentales por recursos naturales, abriendo la puerta a una mayor influencia imperialista en la región.

En rigor, Hutschenreuter parte de la suposición de que la OTAN es un ente pensado para perpetuar la hegemonía de Occidente sobre el mundo, y no hace un juicio de valor más complejo, diferenciando entre los intereses de cada una de sus partes. Donde él y otros fallan es en ver más allá de la realidad militar de la alianza atlántica, en tanto no pueden escapar a la cosmovisión polarizadora propia de la Guerra Fría. Existen debates en el seno de la OTAN, y no todos los Estados miembros comparten los mismos criterios en seguridad y defensa.

En ningún lugar Hutschenreuter hace énfasis en la situación de Bogotá vis-à-vis el proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejercito Nacional de Liberación (ELN), el narcotráfico en su contexto más amplio, o bien en lo que representa tener a Venezuela como vecino. Quienes sostienen argumentos similares no piensan en oportunidades, y no ven realidades más allá de sus suposiciones de base.

¿Oportunidades para Colombia?

A mi criterio personal, ser socio de la OTAN es un estatus que ofrece ciertos privilegios. En conjunción con su ingreso a la OCDE, la participación de Colombia en la alianza atlántica señala la inserción del país como actor en los foros internacionales más relevantes. Desde este punto de vista, la OTAN es un foro que presenta matices como cualquier otro marco de cooperación. Más allá de que Estados Unidos tiene la mayor influencia, no todas las directrices necesariamente provinenen del Péntagono. En este aspecto, la OTAN le ofrece al Estado colombiano acceso a circulos importantes en Europa.

Colombia mira hacia el norte porque ninguno de sus vecinos está en condiciones o cuenta con la voluntad política para ensayar un nuevo arquetipo de seguridad colectiva latinoamericana. Se entiende que en las circunstanciales actuales estos mecanismos están paralizados por contradicciones y por la falta de políticas de Estado duraderas en muchos países. Venezuela es el caso paradigmático, pues muestra el doble-estándar de los Gobiernos de izquierda a la hora de denunciar atropellos institucionales o golpes de Estado, que en teoría deberían ser condenados por los actores del continente como una ofensa hacia todos.

En definitiva existe una falta de criterio unificado sobre las cosas que constituyen una amenaza para la seguridad colectiva, de modo que estos criterios suelen quedar atados a posiciones ideológicas, y no así a intereses más estables.

Con este trasfondo en la región, creo que Colombia podría llegar a beneficiarse de la experiencia de la OTAN a los efectos de lidiar con el posconflicto (con FARC). Mal que mal, pese a sus errores debatibles, los países miembros de la alianza cuentan con amplia trayectoria tratando con guerras asimétricas, y con las secuelas que dejan los conflictos bélicos.  Colombia podrá entrenar a sus fuerzas armadas bajo la capacitación de expertos occidentales sin necesidad de comprometerse a participar de la defensa de los miembros de la OTAN propiamente dichos.

Tiendo a pensar que los países de la alianza, antes que ver en Colombia un puntapié para perpetuar hegemonía o extraer recursos, entienden que las fuerzas armadas del país andino también tienen experiencia para transmitir. Notoriamente, cuentan con experiencia valiosa que podría ayudar a combatir a las organizaciones transnacionales del narcotráfico.  Por otro lado, la asociación de Colombia con la OTAN no se habría producído si sus partes no creyeran que el comportamiento de la primera se mantendrá estable. Efectivamente, las consultoras de riesgo político aseguran que Colombia no tendrá los vaivenes dramáticos que suelen acontecer en otros países con cada cambio de Gobierno.

También vale recalcar que el acuerdo con la OTAN no contempla la instalación de bases extranjeras en territorio colombiano. Por esta razón, las protestas de Bolivia o Venezuela carecen de sustento práctico. Además, si Estados Unidos quisiera invadir cualquiera de estos países no necesita la aquiescencia de Colombia. No obstante, la afinidad con la OTAN sí postula una advertencia contra la república bolivariana, la cual ha hecho del rearme y la militarización ciudadana una filosofía política.

Finalmente, desde el punto de vista económico, es probable que la participación en el organismo sume cierta credibilidad a los mercados financieros colombianos. La asociación con la OTAN actuaría como una etiqueta propia de una buena marca, en el sentido de que le estaría diciendo a los inversores que el país no se plegará hacia las fórmulas de izquierda populista que causan tanta aversión en el mundo empresarial. Esta impresión estaría impulsada aún más por el ingreso de Colombia en la OCDE.

Estudiar el impacto de la asociación entre Colombia y la OTAN llevará tiempo, y los mayores resultados solo estarán a la vista en el mediano y largo plazo. Mientras tanto, son necesarios análisis detallados y estructurados. Ahora bien, en simultaneo es necesario desacreditar los estudios que no hacen más que repetir doctrinas ideológicas, desconectadas de la realidad circunstancial y particular que enfrenta Colombia.