Diez años desde la segunda guerra del Líbano: las reflexiones del mando israelí

Artículo Original. Publicado también en la revista LINEA DIRECTA (de AURORA), número 7-8, julio-agosto 2016.

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Tropas israelíes cruzan la cerca que marca el límite entre Israel y Líbano, el 15 de agosto de 2006. En el décimo aniversario de la segunda guerra del Líbano, tres referentes del mando israelí de entonces compartieron sus reflexiones. Crédito por la imágen: Oded Bality / AP.

El 12 de julio marcó el décimo aniversario del comienzo de la segunda guerra del Líbano, entre Israel y el Hezbollah libanes. El conflicto duró cinco semanas, y fue precipitado por las operaciones de la milicia chiita que tomó acción contra el Estado judío. Luego de disparar cohetes hacia poblados israelíes cercanos a la frontera con Líbano, combatientes de Hezbollah interceptaron a una patrulla del ejército israelí, dejando un saldo de tres soldados muertos, y dos capturados (que serían posteriormente ejecutados). A partir de estos acontecimientos, se desencadenaría una guerra asimétrica entre un ejército convencional y una guerrilla iniciada en el terrorismo.

Israel bombardearía intensivamente los bastiones de Hezbollah, y luego desplegaría una invasión terrestre en el sur del Líbano, pero a costas de causar gran daño material y humano en territorio libanés. Por otro lado, los guerrilleros islamistas lanzarían cohetes contra Israel indiscriminadamente, y lo harían desde zonas residenciales; aprovechando, de este modo, la cobertura provista por la infraestructura civil para complicar las decisiones del mando israelí. En breves cuentas, el conflicto se llevó la vida de un número aproximado de 600 combatientes de Hezbollah, 1200 civiles libaneses, y 165 israelíes, 44 de ellos civiles.

A diez años de la guerra, un think tank israelí, The Institute for National Security Studies (INSS), convocó durante un evento, el último 14 de julio, a tres de los principales protagonistas del conflicto desde el lado hebreo: Amir Peretz, el entonces ministro de Defensa, Tzipi Livni, la entonces ministra de Exteriores, y Dan «Danny» Halutz, el entonces jefe de Estado Mayor. Dada la ocasión, resulta conveniente reproducir sus reflexiones acerca de lo ocurrido hace una década, como también sus perspectivas de cara al futuro.

Amir Peretz

Cuando estalló la guerra, Amir Peretz llevaba solo dos meses como ministro de Defensa. En su exposición, discutió que estas fueron semanas vertiginosas, en las cuales tuvo que enfrentarse a una multiplicidad de desafíos. Citó como evidencia el lanzamiento de cohetes desde Gaza, para los cuales todavía no existía el paraguas misilístico (Cúpula de Hierro) disponible en la actualidad, y se refirió también al secuestro del soldado Gilad Shalit, y a la violencia en Cisjordania. Circunstanciado con los desafíos por delante, Peretz, un ministro civil en la cartera de Seguridad, aseguró que apoyó llevar a cabo asesinatos selectivos de líderes terroristas, y mencionó el intento fallido contra Mohammed Deif, en ese momento uno de los líderes del ala militar de Hamas. Esta operación se produjo dos días antes de que comenzaran las hostilidades en Líbano, y, basándose en esta contextualización, Peretz alegó que “el sentimiento general [en julio de 2006] era que se había cruzado una línea roja; que nos enfrentábamos a una situación irracional, y que no la podíamos tolerar”.

El exministro de Defensa aseguró a los presentes que nadie en el gabinete tenía en claro cómo proceder frente a una situación que no tenía precedentes, puesto que Israel podría haberse enfrentado a dos frentes asimétricos en simultaneo. Además del desafío presentado por los cohetes lanzados por Hezbollah, cabía la posibilidad que Hamas hiciera lo propio desde el sur, agravando el panorama y poniendo a prueba las capacidades de las fuerzas armadas. Así y todo, Peretz testificó que todo el mando relevante de Israel participó en el proceso de toma de decisión, y que antes de responder a la provocación de Hezbollah, había tres opciones sobre la mesa.

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Amir Peretz, ministro de Defensa en la segunda guerra del Líbano, durante la conferencia del INSS, el 14 de julio de 2016. Crédito por la imagen: captura de pantalla / TAUWEBCAST.

La primera opción, favorecida por el entonces jefe del Mossad, el ya fallecido Meir Dagan, consistía en considerar a Hezbollah como una organización subordinada a Siria (por no decir Irán), por lo cual sería lícito atacar objetivos sirios. La segunda opción, propuesta por Danny Halutz, apuntaba a responsabilizar al Gobierno libanés por la crisis, y por su fracaso en poner coto al arrebato de Hezbollah. Por último, la tercera opción, aquella que apoyó Peretz y que finalmente prevalió, sugería concentrar el fuego en los terroristas. Dado que el Gobierno libanés no ostentaba el monopolio de la fuerza, no dejaba de ser cierto que, al final del día, Beirut era responsable por el accionar de facciones armadas dentro de su territorio. Sin embargo, Peretz insistió en que penalizar significativamente al país de los cedros por el accionar de la milicia chiita le traería a Israel oprobio innecesario en la arena internacional, uniendo –como sucede en pocas excepciones– a los radicales musulmanes con los cristianos.

Más allá de las reacciones internacionales, la guerra en el Líbano fue duramente criticada en Israel. La principal crítica sostiene que las fuerzas armadas no estaban lo suficientemente preparadas y entrenadas para una segunda conflagración de carácter asimétrico. Expresado sintéticamente por Amos Harel de Haaretz, “las operaciones de Israel se vieron afectadas por la escasa preparación de las fuerzas de defensa, que habían cortado los gastos de entrenamiento, dedicando la mayoría de sus recursos, en años anteriores, a combatir el terrorismo palestino”.

Peretz se defendió de las críticas alegando que, al momento de asumir –que es virtualmente cuando comenzó la guerra– había heredado un problema que no podía cambiarse de un día para el otro. Aunque afirmó que toma responsabilidad por sus actos, señaló que sus decisiones se basaron en la necesidad de reafirmar la fortaleza y el aguante de las fuerzas armadas. Por este motivo, expuso que, en contraste con el entonces primer ministro Ehud Olmert, fue partidario de una operación terrestre inmediata, a los efectos de demostrarle al mundo que Israel no era débil, y que estaba determinado a actuar en pos de su defensa. Pese a las dificultades, para él había que actuar sí o sí.

Siendo que Peretz era un civil en las botas de soldado, muchas de las criticas apuntan directamente contra su desenvolvimiento en el cargo. A esto contestó que, justamente por no tener una carrera militar, su formación como funcionario civil le permitió “ver detalles y variables que un general que piensa que se las sabe todas no puede ver”, obviándose las preguntas difíciles. Al mismo tiempo, quizás contradiciendo el modo en que presentó su determinación inicial, concedió que tomar decisiones que afectaron la vida de tantas personas no fue fácil.

En este punto hizo mención al dilema que se presenta recurrentemente en el mando castrense. Sobredicho en una pregunta, ¿hasta qué punto puede Israel soportar el embate de cohetes contra sus civiles, sabiendo que frenar dicha embestida implica la muerte de árabes inocentes? Peretz contestó optando por atacar los puntos de lanzamiento de Hezbollah, y sostuvo que los suyos evaluaron un costo de entre 100 y 500 civiles libaneses. “Estoy entre los partidarios de la paz, pero no tolero una situación en donde el enemigo manipula civiles para sus propios fines y nosotros no hacemos nada al respecto. Ahí es cuando decidimos llevar a cabo ataques aéreos. Sabíamos que el frente doméstico sufriría, pero no teníamos que tener miedo a actuar, porque caso contrario Hezbollah explotaría nuestra indecisión”.

Ahora bien, a juzgar por las palabras de Peretz, en base al dilema mencionado recién, Hezbollah también supo explotar las decisiones de Israel. El exministro asegura que la guerra podría haber terminado quince días antes, pero que el desafortunado incidente de Qana dificultó una salida diplomática al conflicto. La fuerza área había bombardeado un edificio residencial de cuatro plantas utilizado por combatientes de Hezbollah, provocando la muerte de 27 civiles. Los informes exageraron el número de víctimas, y la opinión internacional se movilizó contra Israel.

Rememorando su rol, Peretz le insistió a la audiencia que había que actuar, porque no era concebible entonces, y no es concebible ahora, que el mando castrense le presente planes militares al mando político, y que estos no puedan ser efectuados en la inmediatez, cuando sea necesario. En este aspecto, justificando su visto bueno a la intervención terrestre, aseveró que el poder aéreo por sí solo no alcanza. Este recurso, si bien afloja la resistencia del enemigo, agota su propia efectividad a medida que se repite perpetuamente, reduciendo así su impacto físico y psicológico sobre el adversario. Por ello, plasmando una reflexión de cara al futuro, para Peretz es importante que el ejército demuestre que puede maniobrar, y coordinar con todas las ramas del aparato defensivo.

Acerca de su legado, el exministro dijo que está satisfecho porque durante su gestión se logró entreverar una doctrina pasiva de defensa, mediante refugios antibombas, con una doctrina activa. Y, en tanto la guerra cumplió el propósito de confirmar el poder de disuasión de Israel, Peretz opina que el Estado tiene que invertir más en cuidar, entrenar y capacitar a los soldados, que deben tener prioridad a cualquier disputa de índole política.

Tzipi Livni

La dirigente israelí llevaba medio año como ministra de Exteriores cuando comenzó la guerra. En su alocución, expuso puntos similares a los presentados por Peretz, pero remarcó la importancia de comprender que existe una batalla constante por la legitimidad política, que acaso los halcones de la escena bélica minimizan.

En primer lugar, coincidió en que el mensaje del ejército era demostrar “que tenemos la capacidad de aplastarte, y que no vacilaremos en utilizar nuestras capacidades”. No obstante, también enfatizó que “no existe perspectiva militar sin perspectiva política”. Al caso, sugirió que las palabras duras tienen que estar acompañadas de políticas bien pensadas, que reconozcan realidades, empezando por el hecho de que la seguridad del Estado no está ni estará asegurada en lo inmediato. Manifestó que conquistar y ocupar territorio, para salvaguardar la seguridad, ya no es políticamente sustentable porque trae más problemas que beneficios. También criticó a Naftali Bennett y a políticos derechistas de su tipo, por venderle a la gente que todo se arregla con una solución militar y, en esencia, con más poder.

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Tzipi Livni, ministra de Exteriores durante la segunda guerra del Líbano, en la conferencia del INSS, el 14 de julio de 2016. Crédito por la imagen: captura de pantalla / TAUWEBCAST.

Livni dio a entender que la fuerza militar es esencial, pero que el campo terrorista está dividido entre pragmáticos y radicales. Los primeros, aunque de moderados no tienen nada, entienden las dinámicas internacionales, y comprenden la importancia de cosechar legitimidad en los ojos del mundo. Por esta razón, sugirió que Israel debe actuar con cierto grado de precaución para no facilitarle (indirectamente) a los terroristas la simpatía internacional. Israel tiene que comprender que, para este propósito –para negar la propaganda que articulan los terroristas pragmáticos– el rol del político es tan importante como el del militar.

El concepto de victoria difiere entre las partes. Para la sociedad israelí, el resultado de la segunda guerra en Líbano es ambivalente y motivo de fuertes críticas. Es decir, no se percibe como una victoria propiamente dicha. En oposición, para Hezbollah la guerra fue una victoria por el simple hecho de que la organización logró sobrevivir. Sus integrantes instauraron la idea de que la milicia logró aguantar y sobreponerse a la poderosa ofensiva de Israel. Sin importar el estado de desolación, el terrorista “hace el símbolo de la ‘V de victoria’ frente a las cámaras…y ya ganó. Hace eso en la televisión, sin importar la destrucción a su alrededor”.

Livni remarcó que las opciones presentadas por Peretz traían a colación implicancias políticas diferentes, con rumbos diferentes. Como en ese entonces Hezbollah no era parte del Gobierno libanés, descartó de inmediato la posibilidad de castigar al mismo como si fuera cómplice del terror. Y bien, aunque combatir a un grupo terrorista no es lo mismo que combatir a un Estado, Livni sostuvo que en la guerra uno tiene que tener cuidado con no socavar o quebrantar los símbolos del Estado. Dijo, por ejemplo, que cuando le tocó ser ministra de Justicia durante la operación Margen Protector, tuvo que consultar con juristas si era permisible atacar los símbolos nacionales palestinos, y que la respuesta fue no.

Con este argumento en mano, Livni enfatizó que la respuesta de Israel fue adecuada a las circunstancias, y que este hizo todo lo posible para mostrar que la guerra era contra Hezbollah y no contra el Líbano per se. Por ello, precisamente por las consideraciones políticas de las que hizo mención, y para evitar dar sustento a la noción de que Israel quería arremeter contra el país en su conjunto, Livni marcó que se opuso a buscar el asesinato de Hassan Nasrallah, el cabecilla principal del grupo chiita. Dada su influencia en la política libanesa, su asesinato, aunque positivo desde la óptica militar, hubiera erosionado la legitimidad del esfuerzo defensivo israelí, y le hubiera conferido credibilidad a la propaganda del grupo terrorista.

En términos prácticos, no tenía sentido responsabilizar a Beirut por una situación que no podía controlar. El ejército libanés no se animaba a contradecir a Hezbollah asentándose en el sur. En base a esto, parte del argumento diplomático que Livni esgrimió durante su período fue la necesidad de traer fuerzas internacionales robustas para preservar la estabilidad en la frontera.

Acerca de su legado, la exministra explicó que la resolución 1701 del Consejo de Seguridad que dio cierre a la contienda fue el resultado de la diplomacia israelí, siendo la primera vez que Israel formula proposiciones para los estadounidenses y los europeos, incluyendo la propuesta de fortalecer el mandato de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (UNIFIL), la misión de cascos azules encargada con la tarea de monitorear el cese de hostilidades en la frontera entre Líbano e Israel. Amparándose en su experiencia, y de cara al futuro, Livni insistió en lo importante que es percatarse qué pasa del otro lado, y mirar las cosas con una perspectiva más amplia que la castrense.

Danny Halutz

Halutz llevaba un año como jefe de Estado Mayor cuando comenzó la guerra. Un hombre de carrera militar en la aviación, comenzó su intervención afirmando la necesidad de actuar con fuerza y determinación. Había que demostrarle a Hezbollah que la respuesta sería mucho más dura que la esperada. Esta sería la única manera en la que Israel podría recuperar su poder de disuasión. En este sentido, justificó porqué votó por la opción número dos, esto es, por atacar al Gobierno libanés.

Halutz aseguró que, de haber actuado contra Líbano como país, Israel hubiera logrado una victoria más trascendental a los efectos de disuadir futuras agresiones. Incluso cuando esta opción podría, muy posiblemente, traerle a Israel mucha reprobación en los foros internacionales, Halutz insistió que “cuando se trata de la seguridad nacional de Israel, nosotros somos los que decidimos lo que está en nuestro mejor interés”. El reproche de Estados Unidos tampoco sería un condicionante, en tanto esta no habría sido la primera vez en la que los israelíes y estadounidenses disienten. Citó el caso de Osirak, el reactor nuclear de Saddam Hussein, que Israel bombardeó en 1981 a costas de soportar la desaprobación y condena de Washington.

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Dan «Danny» Halutz, jefe del Estado Mayor durante la segunda guerra del Líbano, en la conferencia del INSS, el 14 de julio de 2016. Crédito por la imagen: captura de pantalla / TAUWEBCAST.

Según constató, a pesar de las insuficiencias del ejército por falta de entrenamiento, el aparato militar israelí estaba preparado para combatir a Hezbollah; a tal punto, que “nadie habría imaginado que habría diez años de silencio”. Halutz aseveró que fue partidario de terminar la política de contención, y pasar a un plano ofensivo decisivo. “En la campaña del Sinaí conseguimos once años. Espero que Hezbollah pueda aguantar un poquito más. Pero también tenemos que tener presente que esto lo conseguimos a un alto precio en sangre. No podemos olvidarnos de esto”.

En respuesta a las críticas, el exmilitar afirmó que la guerra fue, y seguirá siendo, un tema altamente cargado de emociones e intereses políticos, que no van conectados con los resultados reales en el terreno. Pese al éxito estratégico, a los ojos del público, tal como sucediera en las campañas en Gaza, la guerra quedó apegada a una imagen de fracaso. “En la presente era de cinismo político, en donde la verdad es solamente una de otras opciones, la profundidad de la discusión es la longevidad del artículo o la entrevista en la radio o en la televisión. Tenemos que preguntarnos si es así como queremos comportarnos. Las discusiones sobre las guerras israelíes se llevan a cabo con impaciencia, y se piensa todo en el corto plazo. Para muchos de nosotros [los militares] esto es difícil de digerir”.

Por lo dicho, Halutz sostuvo que la sociedad israelí tiene que aprender a debatir más objetivamente, y advirtió contra el oportunismo político. Remarcó que los soldados no pueden caer víctimas de los altercados de los parlamentarios, y que el Estado debe priorizar el bienestar del músculo militar, pues podrían suceder peores escenarios en el futuro. Particularmente interesante, aseguró que “para nosotros una pérdida es cualquier situación en donde no ganemos por knockout. La última vez que pasó esto fue en la guerra de los Seis Días”. Lo que es más, dijo que la única vara relevante para medir el éxito o el fracaso de una campaña contra un enemigo como Hezbollah tiene dos componentes. Primero, hay que analizar si se cumplieron los objetivos de la guerra tal como fueron planteados al inicio. Luego, hay que preguntarse si se creó disuasión, y cuánto durará está, lo que es decir que tan efectiva será en postergar el próximo conflicto.

En relación con lo anterior, ya haciendo mención de su legado, Halutz impartió que el público debe reconocer que los escenarios gloriosos, como aquel de la victoria total luego de la guerra de 1967, ya no son plausibles en el mundo de hoy. En este punto dijo coincidir con Livni. Advirtió contra los políticos que auguran victorias imponentes, prometiendo entre otras cosas ofensivas terrestres inmensas, cuando esta retórica solo crea ansiedad y expectativas ambivalentes, en detrimento de una evaluación objetiva de las capacidades de las fuerzas armadas.