Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 16/10/2017.
En línea con las promesas de su campaña presidencial, Donald Trump anunció que pretende desmantelar el acuerdo nuclear con Irán negociado por su predecesor. El llamado Plan de Acción Conjunto y Completo, o JCPOA por sus siglas en inglés, fue alcanzado en abril de 2015 tras intensos esfuerzos diplomáticos por parte de la Unión Europea y la administración de Barack Obama. Dos años más tarde, la convención entre políticos y analistas indica que el acuerdo está funcionando, en tanto Irán no está enriqueciendo uranio o trabajando en pos de desarrollar capacidades nucleares bélicas. Las declaraciones de Trump se producen en esta coyuntura, y no por poco levantan polémica en la comunidad internacional. Se interpretan como desafortunadas, acaso caprichosas, y se teme que la actitud valentona del magnate termine por empoderar a los elementos más duros del régimen iraní. Por lo pronto, el departamento del Tesoro designó a la Guardia Revolucionaria (IRGC) como terrorista, abriendo la posibilidad de sanciones y perjuicios económicos contra la organización.
El presidente estadounidense le pidió al Congreso que “arregle” el acuerdo. Es decir, que redacte propuestas para solucionar las numerosas deficiencias que presenta el JCPOA, mediante legislación que contemple aplicar sanciones para contrarrestar presuntas violaciones por parte de Irán. Más allá de la cuestión nuclear propiamente dicha, a Trump le preocupa el hecho de que el acuerdo no contemple el tráfico de armas desde y hacia Irán, el financiamiento hacia milicias armadas, o el desarrollo de misiles balísticos intercontinentales (ICBM). En vista de ello, Trump sugirió que si el Congreso no logra presentar propuestas suficientemente persuasivas como para contrarrestar las deficiencias del acuerdo, entonces él utilizará su discreción ejecutiva para desechar el trato. La idea parece provenir de la recomendación de Benjamín Netanyahu. En septiembre, durante su último discurso en las Naciones Unidas, el premier israelí dijo “fix it or nix it” (o lo arreglan o lo borran).
¿Está actuando debidamente la Casa Blanca? Tiendo a pensar que dejando de lado los exabruptos del presidente, sus declaraciones podrían representar una buena jugada para añadir presión a los iraníes, limitando su capacidad para causar problemas en Medio Oriente. Creo que esto es plausible sin la necesidad de que Estados Unidos anuncie su retirada del acuerdo. No obstante, así como advierten muchos analistas, la jugada podría salir mal. Pero también soy escéptico frente a la posibilidad de que Teherán decida desentenderse del trato, por lo menos en el corto plazo. El JCPOA le ha reportado a Irán inconmensurables beneficios económicos, reintegrando al país a los mercados mundiales.
El argumento de que la amenaza de Trump refuerza a los halcones persas que buscan la confrontación me parece un tanto exagerado. Los jomenistas devotos detestan a Estados Unidos como país, y entienden que sin importar quien sea presidente, los estadounidenses están condenados a enemistar con Irán. En este sentido, lo cierto es que el JCPOA es mucho más beneficioso para los iraníes que para los países occidentales que avalaron su realización. Mientras que para Teherán el acuerdo es la única vía para rehabilitar su economía e industria, para los políticos estadounidenses y europeos el trato representó otra cosa. En esencia, abrir la posibilidad de negocios multimillonarios, que antes estaban prohibidos. Esto a costas de postergar un embrollo gigante, que seguramente heredarán las próximas gestiones, que tendrán que lidiar con las aspiraciones de la república islámica a como dé lugar. Según lo muestra la postura común europea, crítica de la administración Trump, es evidente que tras largos años de negociaciones, el bloque prefiere mantener el rumbo, especialmente luego de que sus Estados miembro afianzarán sus intereses económicos en Irán mediante grandes inversiones en el país.
A mi modo de ver las cosas, el JCPOA representa prácticamente una cuestión existencial para Teherán. Si bien la supervivencia del régimen no está necesariamente atada al bienestar económico de la nación, sus aspiraciones de hegemonía regional sí lo están. Por esto no sorprende que el presidente persa, Hassan Rouhani, haya afirmado que su país no se retirará del acuerdo pese a las “acusaciones sin sentido” de su contraparte norteamericana. Precisamente, en estos momentos a Irán le conviene subirse a la ola de críticas europeas y retratar a Trump como a un cowbow arrogante que pone en juego la estabilidad internacional. Sin embargo, creo que lo que algunos comunicadores no entienden es que el juego de la IRGC apunta al largo plazo. Como lo expresó sucintamente Robert Satloff, “el único gasto que hizo Irán a cambio de una ganancia estratégica enorme es la postergación de sus ambiciones nucleares”. En este sentido, si hoy en día Irán viene respetando el acuerdo, es porque necesita el repunte económico, y la reputación de ser potencia. Cuando la proliferación nuclear vuelva a la lista de prioridades, a los jomenistas les sería relativamente sencillo violar o dar por terminado el acuerdo.
Establecido este punto, creo que las acciones de Trump tienen el potencial de rectificar algunas de las falencias del JCPOA. Por descontado, es difícil saber hasta qué punto esto ocurrirá (si es que sucede en lo absoluto), y habrá que esperar hasta analizar la resolución del Congreso norteamericano, que tiene sesenta días para proponer legislación que contemple sanciones inmediatas (asumiendo que Trump declare a Teherán en desacato). Según lo estipulado previamente, la Casa Blanca debe certificar que Irán esté cumpliendo cada noventa días, de modo que Trump podría postergar sus “líneas rojas”, y utilizar sus palabras a modo de garrote de coacción. Paradójicamente, es llamativo que pese a su carácter arrogante, Trump haya decidido compartir con el Congreso la carga de supervisar un asunto tan importante en la política exterior. Aunque sugirió que podría tomar una decisión unipersonal más tarde, no es probable que Trump ignore la voluntad de los congresistas.
En términos de posicionamiento diplomático, no queda duda que, con este accionar, Estados Unidos se desentiende de la Unión Europea, y para bien o para mal queda aislado. Esta es la opinión en boga entre los comentaristas de los medios internacionales. Dicho lacónicamente por un corresponsal de la Deutsche Welle, “America First. America Alone” (Estados Unidos Primero, Estados Unidos Solo). En contraste, las palabras de Trump son muy bien recibidas en la coalición de petromonarquías lideradas por Arabia Saudita, que le recriminan a Washington no hacer lo suficiente para mantener a los iraníes a raya.
No es mi intención rescatar el lado estratega que Trump pueda tener dentro, o detenerme en sus competencias para ejercer el liderazgo. Dejando de lado estas cuestiones, el polémico mandatario ha lanzado una ofensiva que dañará a Irán. Con o sin acuerdo, la presión económica sobre la IRGC posiblemente inhiba a muchas instituciones financieras a tomar depósitos de fuentes iraníes bien conectadas. En cierta forma, esto es lo que ocurrió con Hezbollah en Líbano, luego de que Washington le impusiera sanciones al grupo chiita. Cabe reconocer que Irán podría interpretar estas acciones como motivo suficiente para renegar de lo acordado, y volcarse nuevamente a la proliferación nuclear. Quizás en algún lado de su inconsciente esto es precisamente lo que quiere Trump. Pero creo que un análisis más cauto concede que existe posibilidad de que la jugada en cuestión salga bien. A mediano plazo, tal vez esta presión revigorizada lleve a una renegociación del acuerdo que resulte en un arreglo más favorable en lo que respecta a seguridad. Mientras tanto, Estados Unidos le recuerda a Irán que no tiene pase libre para contrariar sus intereses.