Artículo Original.
La crisis del Golfo que enfrenta principalmente a sauditas y qataríes no tiene precedentes en Medio Oriente. La embestida diplomática contra el pequeño emirato lleva más de una semana, y de momento no hay indicios de que vaya a solucionarse en lo inmediato. En una entrevista me preguntaron si existe la hipótesis de conflicto armado entre Arabia Saudita y Qatar. Me inclino a pensar que este escenario está descartado por varias razones, las cuales me propongo discutir.
Ahora bien, para comprender la crisis es necesario explayar algunas consideraciones. Por lo pronto, si bien el catalizador de la crisis es debatido, existe consenso absoluto en cuanto a la discordia que produce la política exterior de Qatar. En la coyuntura de los conflictos sectarios que transcurren en la región, Doha mantiene una orientación opuesta a los intereses del bloque sunita mayoritario. Mientras Qatar invierte en soft power (poder blando) para posicionarse entre las masas árabes, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto apuestan por mantener la estabilidad frente al embate de proposiciones populistas (islamistas), y contener la influencia de Irán.
Cabe preguntarse entonces hasta qué punto es plausible que Qatar modifique su doctrina en función de acoplarse a la presión de sus vecinos asediantes. No menos importante, cabe notar que, si bien el país podría terminar cediendo, al largo plazo es plausible que la crisis revitalice el sentir nacional qatarí. Es decir, podría profundizar la conciencia de grupo, distanciando psicológicamente a los qataríes del resto de la península arábiga.
La política exterior independiente de Qatar: quedar bien con todos
Para empezar, es evidente que el comienzo de la crisis, el 5 de junio, está relacionado con la visita de Donald Trump a Riad, el 20 de mayo. Allí, más allá de las notorias contradicciones retóricas que lo caracterizan, el presidente estadounidense apoyó públicamente la postura saudita. En lo que representa una muestra de pragmatismo, Trump le anunció al mundo que Estados Unidos no le soltaría la mano a ningún dirigente aliado. Marcando distancia con su predecesor, aseguró que los juicios valorativos no tendrán lugar en su política exterior, priorizando en cambio intereses estratégicos comunes. En esencia, Trump vino a reafirmar su compromiso para con la casa saudita y sus socios, dejando por sentado que Washington respaldará sus iniciativas. Aquí coincido con Paulo Botta cuando sostiene que los sauditas “interpretaron el apoyo inequívoco de Estados Unidos como un cheque en blanco” para reafirmar su liderazgo.
En vista de Arabia Saudita, el pequeño Qatar representa un gran estorbo por dos cuestiones fundamentales. Por lo adelantado anteriormente, su política exterior contradice las directrices de Riad secundadas por Abu Dhabi. La historia se remonta a 1995, cuando Hamad bin Khalifa Al-Thani derrocó a su padre para tomar posesión del emirato. El soberano, que dimitió en 2013 en favor de su hijo Tamim (el actual emir) modificó el rumbo del país, removiendo a Qatar del opacado sitio que ocupaba en la sombra de Arabia Saudita. A partir de entonces, Doha adoptó una política independiente en sus tratos con otros actores, invirtiendo seriamente en consolidar su lugar bajo el sol.
Para exponenciar el desarrollo económico, Hamad bin Khalifa incrementó la explotación de hidrocarburos en el yacimiento de North Dome que comparte con Irán (allí conocido como South Pars), enfatizando la producción de gas natural licuado (GNL). Empero, para diversificar la renta, Hamad estableció el Qatar Investment Authority, un fondo soberano de inversión dedicado a depositar en el extranjero el multimillonario excedente proveniente de la venta de recursos energéticos. Como resultado, la impronta de Qatar se ve en clubs de futbol, aeropuertos, aerolíneas, bancos, y empresas en todo el globo.
Hamad también fue el visionario detrás del establecimiento de Al Jazeera en 1996, que permitió potencializar las inversiones qataríes. Con esto en mente, para estar en sintonía con la vox populi del mundo árabe, Al Jazeera adoptó una línea editorial condescendiente con la Hermandad Musulmana y los movimientos de protesta que sacudieron la región tras la llamada Primavera Árabe. En este sentido, Al Jazeera presenta dos caras contrarias, reflejando una contradicción inherente a la sociedad qatarí, partida entre lo tradicional y lo moderno. Como dijera Fouad Ajami, la versión en árabe “aviva las llamas de la indignación musulmana”, retratando favorablemente actos contra las minorías cristianas en Medio Oriente y contra Estados Unidos y sus aliados. Al mismo tiempo, la edición angloparlante de la cadena se vende como progresista, liberal y cosmopolita.
Los regentes de la casa Al-Thani tienen en claro que en política internacional el poder duro no es el único medio que cuenta. En base a esta noción, Doha viene poniendo sus desorbitantes rentas al servicio de comprar influencia, y así construir poder blando. En términos concretos, esto se traduce en una política exterior independiente, que pretende fomentar la noción de Qatar como la Suiza de Medio Oriente. No obstante, el quid de la cuestión radica en que el país quiere quedar bien con todos, intentando reconciliar (infructuosamente) posiciones irreconciliables. Como establece Yossi Shain, “Qatar ha tratado de ser la versión híbrida ejemplar entre la modernidad y el islamismo, pero se ha inclinado más y más en el radicalismo”.
Intereses estratégicos contrapuestos
Envueltos en una guerra subsidiaria (o proxy) contra Irán en Siria y en Yemen, y preocupados por el prospecto de insurgencias armadas o revueltas populares, los países encabezados por Arabia Saudita no pueden aceptar el doble juego qatarí. Se trata de un país que habla con los regentes de ambos bandos de la contienda fría entre sunitas y chiitas, y que sin embargo también quiere resonancia con las masas marginalizadas de los procesos políticos. Esta contradicción es la fuente de controversia diplomática más aparente.
La controversia se ve muy bien en el ámbito energético; más precisamente en el campo geopolítico. Por un lado, Qatar está “obligado por la geografía” a cooperar con Teherán en base a la explotación de hidrocarburos. Bien, por otro lado, también tiene obligaciones con los miembros sunitas del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC). Esta posición implica una política que llama a la conciliación por sobre el conflicto, pero que no termina de convencer o satisfacer a ninguna de las partes involucradas. En 2005 Qatar impuso un moratorio al crecimiento del North Dome, absteniéndose de satisfacer completamente la creciente demanda regional, particularmente en los países del Golfo. En tanto Qatar se aseguraba fijar el precio del GNL en un punto óptimo, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos accedían al gas natural a precios más elevados. Interesantemente, en abril de este año Qatar anunció que levantaba el moratorio para permitir un incremento en la producción al orden del 10%. Aun así, la medida coincidió con una decisión análoga por parte de Irán, que también anunció la expansión de su lado del yacimiento, ahora que su economía –luego del polémico acuerdo nuclear– está abierta al mundo. Esto es intolerable para los sauditas.
¿Hipótesis de conflicto armado?
Volviendo a las premisas, considero que la situación en el Golfo no escalará en dirección a un conflicto armado. Aunque desde la óptica de Qatar las restricciones constituyen un claro casus belli, este no podría tomar acción militar sin poner en jaque Doha. El país no tiene profundidad territorial y no cuenta con un extenso desierto entre la capital y la frontera saudita. Además, un conflicto podría destapar una guerra abierta entre Irán y Arabia Saudita. Cualquier tipo de acción militar podría suscitar divisiones insalvables entre las partes de cualquiera de los dos bandos; y cabe recalcar que tanto qataríes como sauditas dependen de Estados Unidos para su seguridad.
Qatar construyó hace años la base estadounidense de Al Udeid, por la cual no le cobra a Washington renta, bajo la premisa realista de que el favor norteamericano es la mejor garantía de supervivencia a la que puede aferrarse la monarquía. Por otra parte, en vista de limitar o contrarrestar la influencia saudita, Qatar también buscó el favor de Turquía, que compite por el liderazgo del escenario sunita. En concreto, en abril de 2016 Ankara fue favorecida con una base militar en Qatar, la primera en su tipo fuera de territorio turco. A razón de la presente crisis, el parlamento turco aprobó enviar entre 3000 y 5000 soldados para proteger a su aliado. Fuentes en Ankara indican que, de ser necesario, esta presencia será reforzada con navíos y cazas de combate.
Dado el embargo de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, Qatar depende de Omán (que no se ha sumado a la ofensiva diplomática) para zafar del bloqueo y transportar el GNL al mercado asiático. En este punto, si Riad moviera sus fichas para bloquear completamente las vías marítimas, seguramente se ganaría la aprehensión de los principales clientes de Qatar que dependen de sus hidrocarburos, incluyendo Corea del Sur, China, India, Singapur y Japón. Además, a pesar de la crisis, Qatar sigue exportando GNL a los Émiratos Árabes Unidos a través del gasoducto Dolphin.
En suma, es poco probable que los sauditas apreten más el nudo sobre la economía qatarí.
¿Cederá Qatar ante las presiones?
El gran interrogante es qué pasará de cara al futuro. Por lo discutido anteriormente, es muy plausible que las demandas sauditas se centren en los siguientes puntos: abrir Al Jazeera a la participación de capitales extranjeros para alterar su línea editorial, o bien reestructurar el canal a los efectos de alcanzar el mismo propósito; reducir los vínculos con Irán y aumentar la producción de GNL, dándole al bloque del GCC cierto grado de peyorativa sobre la explotación de hidrocarburos en el North Dome; y adoptar la línea saudita y cortar lazos con organizaciones como la Hermandad Musulmana y Hamás. Este último punto es acaso el más fácil de aceptar, en tanto Qatar ya ha expulsado a la representación del grupo palestino de Doha.
El punto más difícil de negociar posiblemente sea la cuestión energética como estratégica. En la medida que Arabia Saudita insista en inmiscuirse en lo concerniente a los hidrocarburos, Qatar verá su soberanía coartada, y tendrá un margen mucho más limitado a la hora de tratar con Irán en función del yacimiento que ambos países comparten. Sobre esta consideración, Recep Tayyip Erdogan ha dejado en claro que sus fuerzas armadas defenderán la independencia qatarí. Además de contrabalancear a Arabia Saudita, Turquía tiene intereses estratégicos a largo plazo centrados en los hidrocarburos. Ankara busca desde hace años la construcción de un gasoducto para llevar las exportaciones qataríes desde el Golfo a Europa atravesando Turquía. Si bien este proyecto es irrealista en la actualidad, es una aspiración que seguramente pesa sobre la mente de los decisores turcos.
Adicionalmente, Qatar está efectivamente obligado por la geografía a mantener una relación con Irán. No se trata de una preferencia como más bien de una necesidad vital, basada en la tenencia compartida de North Dome. Resignar soberanía en esta materia convertiría a Qatar en un Estado cliente de Arabia Saudita, acabando con las dos décadas en las que el país se mantuvo independiente. Por esta razón, cabe la posibilidad de que el emir Tamim Al-Thani opte por afianzar vínculos con Turquía y con Irán, quienes envían alimentos a diario desde que empezó la crisis. En este aspecto, varios analistas advierten que la embestida diplomática podría salir mal, forzando a Qatar a acercarse a los rivales de Arabia Saudita.
Tal como leía un artículo publicado en 2015 en The National de Abu Dhabi, “la identidad nacional frecuentemente se forja en tiempos difíciles”. Qatar es un país que no termina de caracterizar su esencia, y debate a diario sentimientos contradictorios entre el apego por la tradicional cultura de la península arábiga, el legado wahabita, y la modernidad, que viene de la mano con la prosperidad económica y la penetración cultural occidental. (Esta es precisamente la contradicción lingüística entre la edición árabe y anglosajona de Al Jazeera.) Tomando en cuenta la coyuntura de hostilidad hacia el emirato, el tiempo dirá cómo está experiencia impacta en el debate nacional. Por ello, el resquemor hacia los vecinos árabes quizás facilite la profundización de vínculos con persas y turcos, reforzando la conciencia nacional de los qataríes por fuera de la asabiyyah (solidaridad de grupo) con el resto de los árabes.
Sin embargo, lo cierto es que independientemente de la asistencia exterior, Qatar no podrá sostenerse indefinidamente sin llegar a un acuerdo con sus rivales. Por eso, la otra posibilidad es que Doha ceda ante las presiones, y alcance un arreglo satisfactorio con Riad. Algunos observadores sugieren que la misma supervivencia política de Tamim Al-Thani depende ello. Si el bloqueo logra ahogar la economía qatarí por un tiempo determinado, a punto tal que la escasez de alimentos de pie a manifestaciones y desorden público, entonces miembros de la familia real podrían abandonar a Tamim, y pactar con los sauditas para reemplazarlo, destrabando la situación. Aunque de momento Tamim puede apoyarse en el ejército y en la asistencia turca e iraní, estos elementos no necesariamente le aseguran conservar su trono. De este modo, cuanto más dure la crisis, habrá más probabilidad de intrigas en la casa real contra el soberano.
Estas consideraciones son elementales para comprender la actual crisis y las dinámicas de poder que tienen lugar en el Golfo. Seguramente los próximos días y semanas sean determinantes, y queda por verse cómo intercederá Estados Unidos. No obstante, cabe suponer que cuando la misma sea resuelta, la tensión entre Doha y Riad no desaparecerá por completo. Dado el desarrollo de los hechos, lo más probable es que las rivalidades continúen en el futuro previsible.