Artículo Original.
El Estado Islámico (ISIS) es una de las sensaciones mediáticas del momento. Mire como se lo mire, y desde donde se lo mire, se hace presente en la prensa, en las conversaciones de todos los días, y en el imaginario popular. Se sabe que es la organización terrorista más peligrosa, y que escenifica niveles pavorosos de violencia. Sus ambiciones de purgar Medio Oriente, sino todo el mundo, de apóstatas, infieles y detractores son tan grandes, que, en comparación, incluso Al-Qaeda parece menguarse. El ISIS ha logrado consagrar su infamia rápidamente, y a la par, conforme lo planteado por muchos periodistas, no todos especialistas, se ha establecido el mito que esta entidad no es islámica. Se dice que el ISIS, dado que no representa a todos los musulmanes, no es en sí musulmán; y – que básicamente – se trata de un cuerpo terrorista antitético con los valores del islam.
Ejemplificando, esto es lo que argumenta Marcelo Cantelmi, jefe de política internacional del diario Clarín, cuando, en función de que le conviene decir, les explica a sus lectores que las enseñanzas reales del islam y aquellas del ISIS son dos cosas totalmente alejadas. Desde luego no puede decirse que el ente terrorista sea representativo de todos los musulmanes, pero, ¿acaso eso lo hace menos “islámico”? En este espacio quiero responderle al renombrado periodista. Mi propósito parte de la base que Cantelmi es un formador de opinión muy respetado, y en vista de esta realidad, lamento que desconozca la raíz fehacientemente musulmana del grupo en cuestión. En palabras de un colega, como analista, lo que Cantelmi ofrece en este caso es una mirada conformista, que no hace más que pagar un peaje de corrección política. Por así decirlo, escribe una columna que le podría sentar bien a cualquiera, sin instar controversia, pero, causalmente, tampoco respuestas.
En su columna “El mito del Islam en la amenaza terrorista del ISIS”, publicada el último 27 de noviembre, el periodista argentino comienza presentando un pantallazo general acerca de la discordia entre los principales actores internacionales. Sugiere que en tanto los jugadores globales no se pongan de acuerdo, más lejos estaremos de ver solucionado el flagelo del yihadismo. Bien, a juzgar por sus palabras, incluidos unos tweets adicionales (este y este), me da la impresión que Cantelmi opina que el ISIS se explica en términos dictados por las potencias. Es decir, como él escribe, “hay una batalla terrenal y el ISIS es parte de ella”, de modo que su creación se remitiría a las disyuntivas que se suceden sobre el gran tablero geopolítico que es Medio Oriente. Más allá de esta discusión, lo que aquí importa es la reflexión que extrae Cantelmi de sus conclusiones. En este sentido, si el ISIS responde más a un embate territorial que a uno estrictamente religioso (entre sunitas y chitas, extremistas y moderados), entonces este ente no es más que otra pieza en el gran juego de estrategia de las potencias dominantes. Si esta fuera en efecto la visión del autor, por mi parte me pronuncio muy en desacuerdo. Hay dos cosas fundamentales que parece que no entendió.
Número uno. Cantelmi sugiere que el interés del ISIS es terrenal porque se propone romper con el statu quo que beneficia a las monarquías árabes. En una línea, “el ISIS tiene intereses bien pedestres, pero revolea la religión islámica como principio y fin último de su acción”. O sea, esta entidad utiliza la religión a modo de sumarse legitimación, pero en definitiva quiere hacerse con territorio y derrocar a esta suerte de Ancien Régime de autocracias pedantes. Aunque atractivo, y de fácil explicación, lo cierto es que el racionamiento es engañoso.
Cantelmi dice que el ISIS busca “convertirse en un sujeto inevitable en cualquier negociación sobre el mapa”. El ISIS, es cierto, busca reconocimiento, porque toda su lucha parte de la base de ser autenticado como la voz universal y supremacista de la divinidad. Su narrativa insiste en que contiende por el liderazgo, la admiración, y el saneamiento espiritual de todos los musulmanes del mundo. No obstante, el ISIS no es un Estado propiamente dicho, al menos no en el sentido moderno de la expresión. Esto se ve en que para ellos el Estado no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para ejecutar la sharia, la ley islámica, en su interpretación rígida y literal. Paradójicamente, algo que diferencia a los yihadistas del califa al-Baghdadi de otras agrupaciones militantes, es que estos imprecan a aquellos que ven en el ISIS un interés terrenal.
Al-Qaeda compartía la misma utopía de un califato mundial, pero entendía, o mejor dicho, razonaba, que semejante empresa tomaría mucho tiempo – siendo un trabajo de generaciones. Al caso, los talibanes instauraron un Estado propio sobre Afganistán, un Emirato islámico, que entre 1996 y 2001 buscó consolidarse regionalmente. Este fue formalmente reconocido solo por Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Pakistán, y aunque llegó a buscar el reconocimiento de las Naciones Unidas, su meta siempre se traslució en servir de punto de partida para un despertar islámico mundial. El ISIS en contraste lo quiere todo ya. Por ponerlo en jerga marxista, no le interesa consolidar la revolución en un país a la vez, de modo que no tiene interés en las tramas geopolíticas, o en mediar palabra en los foros internacionales. Para ellos ningún Estado moderno puede servir como constructo de un sistema internacional. Ambos conceptos antagonizan con su dogmática y abyecta cosmovisión de la realidad.
Suponiendo hipotéticamente que el ISIS logra alcanzar sus metas inmediatas y hacerse con Medio Oriente, ¿establecería negociaciones con los actores de la región? La respuesta es no. A lo sumo, de haber negociaciones, estas se harían de forma encubierta sobre la base de que solamente se arreglarían treguas (hudnāt), concebidas de antemano para ser anuladas. Para ser claros, al Estado Islámico no le interesa ser el peón de ninguna potencia. Es un movimiento movido por una pulsión autodestructiva que eventualmente lo llevará a implosionar.
Visto como movimiento milenarista, el ISIS encuentra inspiración en las primeras conquistas islámicas, y se comporta como los primeros musulmanes. A esto se le suma el hecho que los yihadistas del ISIS no prestan cuidado a la hora de excomulgar a otros musulmanes, en una práctica (takfiri) peligrosamente delicada desde el punto de vista teológico; y que, en términos de asentar la otredad del enemigo, convierte a todo opositor en un blanco virtual. Este comportamiento no se entiende desde una lógica terrenal o práctica. Lisa y llanamente, se explica en la atracción religiosa de una perenne guerra santa que nunca termina. Cuando un enmascarado decapita a un infiel o a un apóstata clamando “Allahu akbar” (Dios es Grande), lo hace por motivos religiosos.
Número dos. ¿Es consiguientemente el Estado Islámico “islámico”? Cantelmi dice que no, en base a lo que leyó en un artículo de internet. Según lo que expone, la religión es una fachada que oculta la ansiedad y el resquemor que genera la opresión presente en los países musulmanes, cuyos Gobiernos son generalmente apoyados por Occidente. Dicho esto, desde mi lugar, opino que es deshonesto minimizar el rol de la religión. Cualquier observador decente se percatará que lo que hace el ISIS no solo se hace en nombre de Alá, sino que en general, su comportamiento se constata en la metodología registrada en los albores del islam. Vale tenerse presente que en los tiempos inmediatos a la revelación, en el siglo VII, los árabes subyugaron en medio siglo más territorios que los romanos en tres. Léase con esto: el islam no llegó a Medio Oriente de forma pacífica. Cantelmi, sin embargo, suscribe con la opinión de que en diez años de batalla, Mahoma exponenció sus dominios a un costo aproximado de solamente mil vidas. Bastante llamativo que un periodista de exteriores acceda a esta alucinación. Peor, contrastando al ISIS con en el supuesto ejemplo del Profeta, Cantelmi sugiere que como en 2014 los siervos de al-Baghdadi mataron a 25 mil personas, el grupo es menos islámico. Esto es decir que masacre e islam son palabras mutualmente excluyentes. El periodista claramente se olvidó que en los tiempos cercanos a la muerte de Mahoma, los primeros califas, aquellos “bien guiados” que sirven de guía al ISIS, no derrotaron a los sasánidas (persas) y a los bizantinos gracias a la superioridad de sus creencias. La paz fue consecuencia de la espada.
Cantelmi cita que el ISIS no es islámico porque mientras para “esta banda asesinar a sus prisioneros es una rutina”, “Mahoma mató a solo dos y liberó a 6347”. Este recuento religioso no se correlaciona con lo que ocurrió históricamente. Lo cierto es que los primeros musulmanes dieron muerte a muchos de sus cautivos, incluyendo mercaderes y judíos inocentes. En cualquier caso, si de religión se trata, el Corán resulta bastante ambivalente. En la medida que sus capítulos (surwar) fueron revelados de modo progresivo, cada uno se ajusta a la realidad que en su momento resultaba más conveniente a los efectos de expandir el islam.
Consecuentemente, aunque hay versos misericordiosos, tenemos versos como el 8:67 que dice: “No es propio que un profeta tome prisioneros antes de haber batallado intensamente en la tierra” – esto último también traducido como “antes de haber causado estragos en la tierra”. O como el verso 47:4-5 que establece: “Cuando os enfrentéis en combate a los que se empeñan en negar la verdad, golpeadles en el cuello hasta derrotarles por completo, y luego apretad sus ligaduras; pero después dejadlos en libertad, bien como un gesto de gracia o mediante rescate, hasta que la guerra deponga sus cargas”. Demás está decir que los yihadistas contemporáneos, inspirados en la interpretación de la escuela más rígida del sunismo, el hanbalismo, interpretan estos versos del modo más violento plausible. No obstante eso no los hace menos islámicos que sus contrapartes moderadas, que insisten en definir a la yihad (a raíz de una interprtación sufista) por su carácter de batalla interior contra los instintos carnales.
Para dar profundidad a su argumento, Cantelmi cita que solo 190 versos de 6346 invocan el concepto de guerra santa… ¿Y? Suele decirse que solo una minoría de los alemanes era nazi. Según estiman los analistas, entre un 5 y un 10% de los musulmanes tiene opiniones que bordan un fanatismo belicoso. Incluso suponiendo que la cifra es exagerada, y que solo 1% de los 1.6 mil millones de musulmanes en el mundo es extremista, aún estaríamos hablando de 16 millones de yihadistas en potencia. ¿Qué tiene que ver entonces que solo una minoría de versos fomente la yihad? Como periodista y analista, cabría de esperar que Cantelmi abordara los fenómenos en cuestión desde una perspectiva más amplia, y ciertamente menos obtusa.
El Estado Islámico encuentra cabida en una interpretación tradicional y rígida del islam, que a falta de una verdadera reforma religiosa, nunca fue descartada. Si la misma queda descabellada a la sazón de nuestra época moderna es otra cosa. Pero eso no hace al ISIS menos islámico. Puesto por Bernard Haykel de la Universidad de Princeton, en suma, los musulmanes que insisten en lo contrario, tienen típicamente “una visión de algodón de azúcar de su propia religión”, que reniega de lo que esta, en perspectiva, requería histórica y legalmente.