Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 24/10/2015; y en AURORA el 25/10/2015 bajo el título «El nuevo dilema de Erdogan ante el avance ruso».
Hace dos meses escribía que Recep Tayyip Erdogan tenía un dilema por delante. Con su popularidad en un bajo histórico, en aquella oportunidad discutía que para imponerse en las elecciones anticipadas (y generales) del primero de noviembre, el mandamás turco, en el poder desde hace más de una década, tenía que dar con un logro resonante en política exterior. Actuar o no actuar en Siria y en Irak – esa era la cuestión. Por ponerlo sucintamente, Ankara se opone al régimen de Bashar al-Assad porque representa una gran fuente de inestabilidad regional, y porque se supone el apéndice de Irán, al que Turquía quiere contrarrestar. Por otro lado, el Estado Islámico (ISIS) también representa un grave peligro, pero el Gobierno turco teme que una derrota yihadista signe una victoria kurda irreversible, poniendo a los kurdos un paso más cerca de su tan ansiada estatidad. En agosto este era el dilema de un Erdogan presionado domestica e internacionalmente por su ambigüedad y vacilación. Los analistas concedían al respecto que si el “sultán” turco quería asegurarse una mayoría parlamentaria en los comicios, necesitaba tomar una resolución contundente, y lo que es más difícil (considerando los riesgos), conseguir una victoria rápida que sea mediatizable y redituable en términos electorales.
Bien, ¿qué puede hacer el oficialismo turco, a poco más de una semana de las elecciones, para incrementar sus posibilidades? Indistintamente de lo que pase en los próximos días, lo más probable es que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), capitaneado por Erdogan, salga como la primera fuerza política del país. El problema pasa no obstante por el hecho de que Erdogan no quiere verse obligado a formar una coalición para poder gobernar, pues hasta ahora nunca ha tenido que negociar o conciliarse con sus contrincantes políticos. Para peor, ya no puede intervenir en Siria ni aunque quisiera, y de momento difícilmente pueda actuar en Irak. Vladimir Putin le ha ganado de antemano, y le ha cortado a los turcos la posibilidad de interponerse, en detrimento del prestigio de Turquía como actor regional. Consecuentemente, podríamos decir que Erdogan se enfrenta ahora a un nuevo dilema: ¿cómo proyectar poder? ¿Apuntar sus cañones al escenario doméstico o al campo de batalla externo? Por lo pronto la distinción entre uno y el otro parece haberse desvanecido del glosario político de los turcos. Y dispare a donde dispare, Erdogan arriesga con incendiar Turquía y sus alrededores.
Para poner la situación en contexto, hay varias razones por la cual el AKP viene perdiendo popularidad. Una de ellas es la economía. Afectada por una gestión que gastó demasiado y la pérdida de confianza del consumidor en los mercados, la economía turca está estancada. En tanto el desempleo y la inflación están en alza, el Gobierno mantiene una pugna con el Banco Central por la política monetaria. Otra razón es el detrimento de las instituciones y las garantías civiles en el país. Desde las protestas en la emblemática Plaza Taksim en 2013, un segmento importante de la oposición comparte una preocupación por los escándalos de corrupción que envuelven al Gobierno, y la mano de este en opacar la libertad de expresión, a la par que avanza en una agenda de islamización paulatina.
Por otro lado cabe destacar que a comienzos de 2013 se estableció una tregua entre Turquía y el Partido de los Trabajadores Kurdos (PPK). Paradójicamente, varios comentaristas políticos plantean que de no haber escalado el conflicto en Siria con el auge del ISIS, muchos kurdos quizás hubieran votado al AKP durante las últimas elecciones de junio. El proceso de reconciliación, aunque inconcluso, perfilaba a Erdogan como un líder interesado en poner fin a la contienda, y lo que es más, como alguien dispuesto a conceder mayores garantías a los kurdos como grupo cultural. Sin embargo, al estallar la violencia yihadista, y al negarse a apoyar a las milicias kurdas que combatían al ISIS, Erdogan y su primer ministro escudero, Ahmet Davutoglu, se distanciaron del sentimiento del electorado kurdo. El caso queda mejor ilustrado por la inacción turca durante el asedio de Kobane, desarrollado virtualmente a las puertas de Turquía, el cual enfrentó a los yihadistas contra las milicias de las Unidades de Protección Popular (YPG) que responden al Partido de la Unión Democrática (PYD) de los kurdos sirios.
Entre los analistas se conjetura que Erdogan esperaba sacar réditos con la tregua, principalmente a los efectos de ganarse al electorado kurdo, y poder seguir gobernado sin necesidad de pautar con otras fuerzas políticas. En palabras de Mustafa Akyol, un renombrado periodista y escritor de la escena local, “Erdogan le daría al movimiento kurdo lo que quería, y a cambió el movimiento kurdo le daría a Erdogan lo que él quería: apoyo vital en el parlamento para pasar una nueva constitución con un sistema presidencialista hecho a medida [de Erdogan]”.
Con la tregua devastada por los eventos del último año, que ponen a las milicias kurdas nuevamente en la mira de las fuerzas armadas turcas (antes que al ISIS), el electorado kurdo en Turquía se concentró en el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), una plataforma predominantemente kurda y socialista. Durante las últimas elecciones de junio, el HDP se hizo con el 13 por ciento de los votos, consignando la primera vez en la histórica turca en la que una fuerza kurda se hace con representantes en el parlamento, consiguiendo, por si fuera poco, 80 escaños. El AKP, que había obtenido 255 bancas, solo necesitaba 20 escaños más para formar la mayoría, y ergo gobernar cómodamente sin necesidad de pautar con las fuerzas de la oposición. Por esta razón, se concede que el ascenso casi meteórico del HDP, que se niega a votar a Erdogan como superpresidente a la usanza de un Putin o un Hugo Chávez, le ha restado al AKP votos indispensables.
En respuesta, el Gobierno ha convertido la campaña política en un “nosotros” contra “ellos”. Conscientes de que el voto kurdo está perdido, Erdogan y Davutoglu apuntan ahora a ganarse al electorado más jingoísta, asociado con el Partido de Acción Nacionalista (MHP). Como resultado, los voceros del Gobierno han salido a despotricar contra los occidentales, contra los kurdos, contra los izquierdistas, y contra toda fuente percibida por los sectores más duros como adversas a los intereses nacionales, con la notoria excepción de los rusos (véase más adelante). Erdogan notoriamente llamó a los turcos a votar por candidatos “domésticos”, lo que se lee, “no voten a los kurdos, no voten al HDP”. Con relación al ataque terrorista del 10 de octubre, el más terrible hasta la fecha en la historia turca (con 102 fatalidades confirmadas), aunque la evidencia sugiere que los responsables fueron dos suicidas con nexos al ISIS, el Gobierno insistió en vincular al PPK en el trágico asunto.
A propósito de este último grupo, el PPK es designado como una organización terrorista, y se reconoce que está bien afincada en territorio anatolio, motivo por el cual los sucesivos Gobiernos turcos vienen combatiéndola desde hace tres décadas. De allí estriba la reticencia de Ankara a combatir al ISIS. En vista de sus funcionarios, el yihadismo es una amenaza secundaria al lado de las milicias kurdas, expresas en su deseo por conseguir autodeterminación para los suyos. Con semejante clima convulsionado, lo cierto es que el oficialismo turco ha añadido leña al fuego, poniendo discursivamente a todos los kurdos en la misma bolsa, apelando a caracterizaciones de otredad maniqueas bastante peligrosas. En un discurso reciente, Erdogan expusó lo siguiente: “Digo abiertamente que el PKK, el PYD, y el YPG no son organizaciones diferentes al ISIS. Todas son organizaciones terroristas con sangre en sus manos que amenazan nuestra existencia. Quienquiera que se exprese de un modo acorde con el patrón insensible de cualquiera de estas organizaciones es condescendiente con sus actos de terrorismo puro». En este sentido, el HDP, sospechado de tener vínculos con el PKK, en el examen del oficialismo también entra en la lista terrorista.
Fuera como fuera, la intromisión rusa en Siria descartó por completo la opción de una intervención militar turca en contra de Assad. De este modo, el Gobierno turco, que conjeturó que su ambivalencia era estratégica a los efectos de posicionar a Turquía como un game-changer, como un jugador de peso en el tablero, se ha quedado ahora sin posibilidad de arriesgar una movida ofensiva, que podría poner al país en un curso de colición con Rusia. Por ello, Erdogan y compañía ya no pueden utilizar la carta castrense para ganar votos, apelando al “baño de sangre” de Assad, y al terrorismo proveniente desde los rincones del vecindario. Al caso, Turquía, que en los foros internacionales abogaba por una Siria sin Assad, peticionaba por una zona de exclusión área en el norte sirio. Evidentemente, con los cazas rusos surcando los cielos al servicio del dictador damasceno, esta posibilidad ha quedado completamente anulada.
De acuerdo con Metin Gurcan, experto turco en cuestiones castrenses, la tajante incorporación de Rusia a la ecuación siria le representa al AKP una pérdida en términos domésticos. “Quizás por primera vez, las élites del AKP se quedaron sin poder recurrir a su hábito de utilizar la política exterior como una herramienta para hacer política doméstica”. Aquí vale recalcar que un mes antes de que Moscú movilizara su músculo en Medio Oriente, Erdogan afirmó que Putin “ya no cree que Rusia debería apoyar a Assad hasta el final”. Hoy, comprensiblemente desde el ángulo de la política, Erdogan omite referirse a los rusos en sus alocuciones. Con su accionar, Putin ha humillado indirectamente al presidente turco, pinchándolo en donde más le duele: su imagen de hombre fuerte.
En concreto, imposibilitado a jugar la carta exterior atada al ejercicio del poder duro, Erdogan ha entremezclado lo domestico con lo externo. Podría decirse que está desesperado. Según lo estiman las encuestadoras, los resultados electorales del primero de noviembre serían muy similares a aquellos registrados en junio. En consecuencia, el AKP recibiría nuevamente alrededor del 40 por ciento de los votos, y el HDP cerca del 12. Por todo esto, el nuevo dilema al que se enfrenta Erdogan se traduce en rigor como una apuesta explosiva: ¿cómo ganar las elecciones con una mayoría parlamentaria, sin arriesgar, en el proceso, gestar las condiciones para una tensión generalizada en todo el país? Dado el historial de violencia terrorista y sectaria de la región, y en efecto dentro de Turquía también, la posibilidad de una insurgencia kurda dentro de Anatolia no es una posibilidad sacada de los pelos.
A juzgar por sus declaraciones, parece ser que Erdogan apostó todas sus fichas en conseguir la mayoría a como dé lugar. No obstante, si los comicios confirman el resultado de las elecciones de junio, y el AKP no puede conformar una mayoría, Turquía podría verse envuelta en una severa parálisis gubernamental, agravada por el resquebrajamiento social fogoneado por el actual Gobierno.