En Medio Oriente el garrote rinde más que la zanahoria: Líbano

Artículo Original.

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Una unidad especial (spetsnaz) soviética se prepara para una misión en Afganistán en 1988. En 1985 la unidad antiterrorista de la KGB, el Grupo Alfa (Spetsgruppa «A») condujo exitosamente una operación para liberar a tres diplomáticos rusos capturados en Beirut por Hezbollah. Los operativos combatieron terror con terror, y desde entonces ningún funcionario ruso ha sido secuestrado. Crédito por la imagen: Mijaíl Evstafiev.

Hace tiempo me tope por las redes sociales con una breve reseña sobre un hecho que sucedió en Líbano en septiembre de 1985, involucrando un duro operativo por parte de los servicios secretos rusos. Según lo constató el Jerusalem Post, en dicha ocasión militantes islámicos chiitas del Hezbollah secuestraron en Beirut a cuatro diplomáticos soviéticos para exigirle a Moscú que presionara al Gobierno sirio, que entonces ocupaba Líbano, para que este dejara de apoyar a militantes de izquierda adversos a la causa islámica de los secuestradores, siendo que estos grupos combatían entre sí en la ciudad de Trípoli. Cuando dos días más tarde el cuerpo de uno de los diplomáticos fue encontrado tirado en el campo de un estadio, la KGB se movilizó y en menos de cuatro semanas logró secuestrar y asesinar – según la versión original de los hechos – a un familiar de uno de los dirigentes de Hezbollah. Según esta versión, luego de haber sido castrado, su cuerpo habría sido cortado en pedazos y enviado a Hezbollah con una advertencia: a menos que los tres diplomáticos restantes sean liberados inmediatamente sanos y salvos, más parientes recibirán el mismo trato. A continuación los rehenes emergieron ilesos en la entrada de la embajada soviética en Beirut.

En línea con otros casos relacionados que han sido tratados en este medio (en base a las experiencias de Saddam Hussein, Muamar al-Gadafi y Hafez al-Assad), si hay una moraleja que aplica a esta historia es que en Medio Oriente el garrote rinde más que la zanahoria. La fuerza y la amenaza atada a su uso suele ser el suasorio más efectivo en el lenguaje político de la región. El caso del operativo soviético me llamó la atención precisamente por esta cuestión, y por eso me propuse corroborarlo con más información.

Primero que nada, para situar el escenario en contexto, es importante mencionar que durante la década de los ochenta Líbano era protagonista de todo tipo de siniestros políticos. Beirut en aquellos tiempos no era exactamente una París mediterránea en donde a usted le hubiese gustado morar, sobre todo si usted era turista occidental, diplomático, dirigente de alguna facción o periodista. Como resultado de la guerra civil libanesa, la intervención siria del país y la incursión israelí de 1982, entre 1975 y 1990 alrededor de 150.000 personas perdieron la vida. Para mediados de los ochenta, luego de una década de conflicto, el Gobierno del país de los cedros no tenía capacidad alguna para hacer frente a la tempestad de la violencia sectaria, y consecuentemente era incapaz de reestablecer el orden y la seguridad. En palabras de un analista, Líbano era bajo cualquier definición “el epicentro de la actividad terrorista”. Puesto por la CIA en 1987, Beirut se había convertido en “La Meca terrorista” del mundo; los atentados y los secuestros eran moneda corriente. Entre enero de 1982 y agosto de 1988 aproximadamente el 40 por ciento de los secuestros a extranjeros tuvo lugar en Líbano. En este período el poder de Hezbollah se consolidó sin trabas, y la agrupación jomenista entrenada por Irán fue responsable de 51 de 96 secuestros dirigidos contra norteamericanos, franceses, británicos, alemanes, sauditas, y rusos entre otras nacionalidades. Solamente en 1987 se registraron 50 ataques con choches bomba, con un saldo de 48 muertos, de modo que a esa altura podía inferirse con toda seguridad que Líbano no era para nada un lugar seguro.

De acuerdo con los testimonios que el New York Times pudo recoger por intermedio de la prensa rusa, los diplomáticos soviéticos secuestrados fueron retenidos durante un mes. Incomunicados y vendados, estos solo se percataron de la fatídica suerte de su compañero asesinado, Arkady Katkov, una vez que fueron liberados. Katlov habría sido asesinado luego de que recibiera un disparo en la pierna intentando escapar de sus captores. Según el medio ruso citado, el esfuerzo para liberar al personal capturado involucró “a un circulo amplio de organizaciones gubernamentales, políticas y religiosas del Líbano”. Sin embargo este comunicado bello y políticamente correcto no parece dar en el blanco. Para 1986 los norteamericanos ya estaban acostumbrados al clima hostil de las calles libanesas, y pese al mejor empeño de la Casa Blanca por asegurar la liberación de compatriotas capturados mediante la negociación y el dialogo, lo cierto es que aquellos 17 de 20 que no fueron ejecutados, tuvieron que soportar desde uno a cinco años de cautiverio hasta ser soltados. En efecto, como destacó un comentarista, lo que los rusos hicieron diferente al lado de sus contrapartes estadounidenses, fue que decidieron pasar a la acción.

Pese a que cultivaba relaciones con grupos terroristas, el Gobierno soviético descubrió que también podía ser objeto de la coacción y el chantaje de actores no estatales. Pero Rusia fue efectiva donde otros Estados fracasaron porque presentó a los secuestradores con la pavorosa prueba de que el terror puede operar desde ambos lados de la contienda.

John Giduck y Matthew Levitt explican que el operativo ruso fue ejecutado por el Grupo Alfa de la KGB, un equipo de élite creado en 1974 con el propósito de responder a los asaltos perpetrados por organizaciones terroristas. En aquel momento el secuestro de aviones, la captura de funcionarios y la toma de embajadas eran incidentes habituales a escala global. Esta unidad ganó notoriedad como una fuerza excelentemente entrenada y preparada, completando muchas misiones sin registrar bajas, y se trata del equipo que irrumpió el palacio presidencial afgano en diciembre de 1979, dando inicio a la ocupación soviética de Afganistán.

Siguiendo la crónica de Giduck, de los cuatro hombres que trabajaban en la embajada, dos de ellos eran agentes de la KGB. Al principio de la crisis el Gobierno ruso inculpó erróneamente a Yasir Arafat de haber autorizado los secuestros, y por extensión supuso que Arafat había traicionado a la Unión Soviética. Aun así, el presidente Mijaíl Gorbachov se habría tomado el asunto a pecho, y habría intentado persuadir a los sirios de condescender ante las demandas de los terroristas. No obstante el Grupo Alfa entró en acción tan pronto apareció muerto el cuerpo de Katkov, junto con una advertencia que leía que otro funcionario sería ejecutado en las próximas 24 horas si los secuestradores no obtenían lo que querían.

Según lo que relata Levitt, al llegar a Beirut los operativos del Grupo Alfa identificaron con la ayuda de informantes drusos cuáles eran los lugares frecuentados por los terroristas y cuáles eran sus círculos familiares. En este punto el autor indica que existen varias versiones sobre lo que sucedería después. En una de ellas los agentes secuestran a un pariente de un dirigente de Hezbollah, le cortan el oído, y lo envían a su familia. En otra, Alfa captura al hermano de uno de los secuestradores, le corta dos dedos, y se los envía al terrorista en sobres separados. En otra versión los operativos soviéticos secuestran a una docena de chiitas entre los cuales está el pariente de uno de los militantes. Similar a la versión descrita en las premisas de este artículo, ese pariente es castrado, sus testículos son colocados en su boca, y su cuerpo mutilado es enviado al cuartel del Hezbollah con un firme ultimátum; que detalla que de no ser liberados los rehenes, el resto de los once chiitas serán condenados a una suerte similar a la del pariente castrado. En la versión de Giduck, los comandos envían a Hezbollah los restos de cuatro colegas, y por si el mensaje no hubiese sido claro, los rusos amenazan con destruir todos los centros de operaciones de Hezbollah en Líbano.

La moraleja de la historia sigue igual sin importar cual de estas variantes sea cierta. A partir de esta brutal experiencia ningún grupo militante chiita se atrevería a molestar a los rusos. En suma, el terror se impuso al terror. En contraste con el estilo pacífico de los negociadores occidentales, los rusos entendieron demasiado bien como se debe negociar en un vecindario tan aguerrido.