Publicado originalmente en AURORA el 28/08/2014.
Si se intentara estudiar el conflicto israelí-palestino solamente a partir de un análisis estadístico de la cantidad de muertos en ambos bandos, se hace evidente que Israel es el perro fuerte de la cuadra; el matón del barrio, y que los palestinos son los perros pequeños, indefensos, frente al poderoso hostigamiento causado por el primero. En relación a la operación Margen Protector, cifras oficiales de Naciones Unidas y organismos palestinos arrojan cerca de 2000 palestinos muertos, entre los cuales cerca de un 80% serían civiles, niños incluidos. Por el lado israelí, se reportaron 64 soldados caídos, tres civiles muertos por cohetes lanzados por Hamás, y los civiles gazatíes representarían un 50%.
Por supuesto, en este sentido, si usted desconoce el contexto de los enfrentamientos y fija su atención exclusivamente en la aritmética de fatalidades, no es ilógico dar por sentado que Israel actuó de manera desproporcionada, aun si se parte de la base de que comenzó la incursión en defensa propia. Con independencia de si el porcentaje de civiles alcanzados por fuego israelí fue de un 80% o un 50%, el hecho de que perecieron miles de palestinos a cambio de menos de cien israelíes no cambia. Los medios de comunicación aplican este ejercicio por excelencia, y sea por lo limitado del espacio, la cantidad excesiva de palabras, o las falencias profesionales de la profesión periodística, los canales conceden que no hay tiempo para un desarrollo informativo (al cual yo agregaría académico) contundente.
Se dice que una imagen habla más que mil palabras, y en cierto modo, por algo no deja de ser cierto que a los ojos de muchísimas personas, la desproporción numérica, y la consiguiente idea de devastación o masacre, dicen por si solas más que largos y aburridos párrafos que no todo el mundo estaría dispuesto a leer, o bien, escuchar.
La desproporción habla de masacre
¿Pero ha actuado Israel de forma desproporcional? ¿Por qué resulta tan difícil de creer que sus fuerzas militares hicieron todo lo posible para minimizar la muerte de civiles? En una columna publicada recientemente, Idan Barir, israelí quien fuera comandante de artillería durante la Segunda Intifada, indica que por su masividad, es imposible dirigir el poder de fuego de los cañonazos de artillería con precisión certera. Argumenta pues, que a diferencia del francotirador, cuya técnica descansa en la precisión, la artillería fue concebida para causar un impacto extensivo en un radio alrededor de donde cayeran los proyectiles. Añade que las condiciones meteorológicas como la humedad y la dirección del viento pueden afectar seriamente la precisión, de modo que bajo ningún aspecto es posible garantizar dar en el blanco, especialmente dada la densidad poblacional de Gaza. Esta debe decirse es una crítica válida que merece un posterior debate, tal como ocurrió luego de que Israel utilizara fósforo blanco en la operación Plomo Fundido de diciembre de 2008 y enero de 2009.
Pero en todo caso es menester recordar que Israel es una democracia, y al final de cuentas, tal como ha ocurrido reiteradamente en el pasado, sus fuerzas armadas se ven obligadas a responder a comisiones investigativas que pueden ser muy críticas del desempeño castrense, creando instrucciones y reglas sobre los límites de la fuerza. Barir por ejemplo menciona que en junio de 2007, el procurador general israelí anunció que no se utilizaría más el fuego de artillería en Gaza, aunque quedará por verse la resolución final del asunto. Más en concreto, el año pasado las fuerzas de defensa israelíes se comprometieron abiertamente a cesar el uso del fósforo blanco para crear cortinas de humo. En este sentido, debe tenerse presente también que Richard Goldstone, el juez sudafricano (y judío) quien presidiera la comisión investigativa de la ONU que condenó duramente a Israel por Plomo Fundido, luego se rectificó, observando que al momento de presentar el reporte que lleva su nombre, las circunstancias no estaban del todo claras. Lo que es más, Goldstone congratuló a Israel por dedicar recursos significativos para investigar el comportamiento de sus fuerzas armadas durante el conflicto y criticó abiertamente a Hamás por no mover un dedo en relación a estudiar los alegatos de crímenes de guerra perpetrados entre sus filas. Como afirmaba el jurista en aquella oportunidad, “que comparativamente pocos israelíes hayan sido muertos por los atáqueles ilegales de cohetes y morteros desde Gaza, bajo ningún aspecto minimiza la criminalidad del acto.”
Si Israel tiene un número relativamente bajo de muertes al lado de Gaza, esto no solo se debe a la asimetría en las capacidades militares de los actores involucrados. La disparidad se debe sino a que mientras los israelíes utilizan un paraguas misilístico (Cúpula de Hierro) para proteger a los suyos, los milicianos de Hamás utilizan un paraguas de civiles para deliberadamente arriesgar la vida de los palestinos. De esta manera, los islamistas exponen a los oficiales israelíes a un dilema constante puesto por el hecho de que dar muerte a los terroristas, y destruir las instalaciones utilizadas para atacar su país, implica arriesgar la vida de no pocos inocentes, convencidos, extorsionados o forzados a permanecer en un lugar al cual se espera que sea bombardeado. Esto no hace otra cosa que nublar la línea divisoria entre combatientes y civiles.
Como ha recalcado el cientista político Martin Kramer, exclamar que la desproporción de muertos entre un lado y el otro automáticamente habla de la existencia de una masacre es absurdo. Los números por sí solos no dicen la verdad, y mucho menos si son tomados de forma descontextualizada, y no se consideran las circunstancias que explican el comportamiento de las partes.
Dresden y Tokio
La cobertura de los medios informativos sobre lo acontecido en Gaza fomenta la bien establecida opinión de que Israel encubiertamente persigue la intención de castigar colectivamente a los palestinos por haber electo a Hamás. El corolario radical de esta postura, repite el mito del Naqba (la tragedia palestina) – de que los líderes israelíes quieren la expulsión o eliminación sistemática del pueblo palestino para así tomar posesión de sus tierras para acrecentar territorialmente el Estado judío. De seguirse alguna de esta posturas, la conclusión irreversible sería la muerte de inocentes palestinos no es un daño colateral, sino todo lo contrario, justamente, el resultado deseado. Varias voces recalcan que la actuación de Israel tiene un paralelo con el bombardeo de las ciudades alemanas y japonesas durante la Segunda Guerra Mundial por parte de los norteamericanos y británicos, cuando la intención era desmoralizar el esfuerzo bélico del eje, castigando a sus civiles por las elecciones de sus líderes. Israel – dicen – estaría haciendo lo mismo.
Ahora bien, la pregunta obvia que uno debe hacerse frente a esta situación es simple. ¿Por qué Israel no ha obliterado Gaza si esa es su intención? Es decir, ¿por qué las fuerzas israelíes se molestan siquiera en arrojar panfletos desde el aire y realizar llamados telefónicos para advertir a los residentes de un edificio que pronto será atacado? ¿Por qué permitirle a Hamás la ventaja de alocar rápidamente su armamento en otro lugar y no atacar sorpresivamente para obtener un pronto resultado y acabar con la amenaza? ¿Cómo es que – si el establishment sionista persigue la aniquilación o expulsión de los palestinos – el Estado no sigue las recomendaciones de los extremistas domésticos? En otras palabras, ¿por qué Israel no “nivela” o “peina” a Gaza directamente a escombros?
Algunos comentaristas y políticos que despotrican contra Israel no utilizan la misma vara para medir el comportamiento de otros Estados envueltos en conflictos asimétricos propios; y si lo hacen, pueden llegar a ser muy selectivos en función de los intereses de una agenda particular. Países como Venezuela y Cuba acostumbran a condenar enérgicamente a Israel, Estados Unidos y Colombia cuando luchan contra terroristas y milicianos paraestatales, pero callan y consecuentemente otorgan su beneplácito cuando países como Sri Lanka y Rusia son implicados por alegados crímenes de guerra contra los chechenos y los tamiles respectivamente. Israel se defiende del terrorismo, autoconteniéndose de volver a ocupar Gaza, esforzándose por evitar dañar a civiles, y de todas formas es y será siendo genocida para no pocas personas.
Calidad, no cantidad
Criticar duramente a las fuerzas armadas israelíes por su desempeño en la última como en el resto de sus operaciones en Gaza es válido. Los mismos israelíes lo hacen, porque es un lícito ejercicio propio de una sociedad libre y democrática. No soy un experto militar, pero seguramente existan maneras por ser perfeccionadas en las cuales las fuerzas de defensa israelíes podrían reducir el número de muertes civiles de volverse a repetir un conflicto similar en el futuro.
Hace tiempo viene discutiéndose que el uso de drones no tripulados permite minimizar el problema que estriba de la imprecisión del fuego de artillería antes mencionado. En la medida en que los drones permiten ataques de precisión quirúrgica, y sus misiles pueden ser desviados en el instante que se detecta la entrada de no combatientes al radio de la explosión, las fuerzas israelíes pueden ser más eficaces al velar por la preservación de vidas inocentes durante una situación de conflicto. En efecto, los drones posibilitaron el asesinato selectivo de objetivos selectivos, eso es, combatientes y líderes de Hamás, y el reconocimiento de sus túneles e instalaciones encubiertas. Hoy parece bastante claro que ya existe una tendencia a reemplazar paulatinamente las fuerzas convencionales tripuladas por vehículos controlados a distancia.
Pero a todo esto hay una clara y fundamental diferencia entre criticar el accionar de Israel en Gaza y criticar la misma existencia de dicho Estado. Los números por si solos desprovistos de la coyuntura o el contexto muy fácilmente se prestan serviciales a quienes articulan la falacia de que, como Israel comete masacres, crímenes de guerra reflejados en el número de fatalidades civiles, entonces el Estado judío no tiene legitimidad para existir. Dicha postura repite – si Israel comete crímenes de guerras, y tantas muertes produce, entonces la región estaría mejor sin su presencia. El absurdo se acerca en demasía al antisemitismo, por lo que hay que saber reconocer la importante distinción entre criticar al gobierno de turno o al ejército, y bastardear encubiertamente la misma existencia de tales instituciones.
La guerra que Israel viene emprendiendo en Gaza no es una guerra contra los palestinos, es contra Hamás. Pero al reverso, la guerra que Hamás emprende no es contra objetivos militares delimitados, sino contra el grueso de la población israelí – por su mera condición de israelí.
El gran desafío que tienen los juristas internacionales y los Estados por delante es consensuar un régimen de normas para enmendar el derecho internacional humanitario para que pueda aplicarse de forma realista a los conflictos que no necesariamente involucran a dos Estados entre sí. Para Israel existen reglas de juego exigidas internacionalmente por la práctica consuetudinaria, las mismas cuales para Hamás, un grupo que no tiene control formal de un Estado, pocos actores se molestan en exigir. Evidentemente la calidad no puede estar subyugada a la cantidad.