Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 07/01/2018.
El 28 de diciembre comenzó una ola de protestas antigubernamentales en Irán. Con estas movilizaciones de trasfondo, comentaristas y analistas continúan discutiendo el prospecto de una “Primavera Persa”, instaurando así el interrogante acerca de la estabilidad del régimen islamista. La respuesta naturalmente depende de una serie de variables relacionadas con lo que se denomina riesgo político. En concreto, en este caso la estabilidad del Gobierno depende del prospecto de que las protestas ganen o pierdan fuerza, y de las decisiones que las autoridades tomen para lidiar con ellas.
Otra variable fundamental tiene que ver con la naturaleza misma de las manifestaciones. Están quienes indican que los disturbios responden a agravios esencialmente económicos, y otros que aseguran que lo que se protesta es la identidad política del sistema gubernamental. Por lo pronto, si el observador se inclina por la primera posición, en teoría las cosas serían más fácil de estabilizarse mediante una serie de decisiones políticas. Por otro lado, si el grueso de los manifestantes se opone a la naturaleza represiva del régimen islámico en general, entonces cabe suponer que los agravios en verdad trascienden los problemas del corto plazo; y que como demostraron las protestas en las calles árabes años atrás, existe el riesgo de que el temblor termine por tumbar a los dirigentes.
Desde lo personal, si bien opino que las protestas podrían incrementar en el corto plazo, creo que estas eventualmente disminuirán, perderán impulso, y no presentarán una amenaza a la estabilidad.
El catalizador de las protestas fue la filtración de un documento con el presupuesto propuesto por el Gobierno. A la par que supuestamente llama a recortar los gastos sociales, aumentar impuestos y el precio del combustible, el documento también pone de manifiesto el gasto multimillonario destinado a financiar el aparato militar y el aparato ideológico del régimen, desde luego envueltos en combatir una guerra sectaria a lo largo y ancho todo Medio Oriente. En este aspecto, las manifestaciones antigubernamentales pueden ser interpretadas como representativas del descontento popular por la lenta expansión de la economía. Pese a que el país ha crecido desde que firmara con las potencias el acuerdo por su programa nuclear en julio de 2015, existe un desfasaje entre las expectativas de crecimiento y el bolsillo del iraní promedio. Por ejemplo, aunque se estima que la economía crecerá un 4% en 2018, entre octubre y noviembre el índice de inflación subió en casi un punto, y ahora se sitúa cerca del 10% anual. Según lo resume un informe del Banco Mundial, aunque la economía se recuperó fuertemente en 2016, las inversiones extranjeras no se materializaron, el desempleo aumenta (actualmente al orden del 12.6%), y el sistema bancario iraní aún no se integró plenamente al sistema global.
En breve, en Irán se percibe que los beneficios de la renta petrolera solo llegan al Gobierno, y más precisamente a la casta dirigente clerical que maneja los asuntos de Estado. Todos los analistas coinciden en que las protestas reflejan descontento frente a las prioridades presupuestarias del régimen islamista. Se invierte más en las campañas bélicas en Medio Oriente que en mejorar la situación interna del país. En todo caso no se gestionan los recursos correctamente. Pero a partir de aquí los análisis se vuelven divergentes en cuanto al objetivo ulterior de los manifestantes.
El caso de la ciudad Mashhad, la segunda en términos de importancia y donde comenzaron las protestas, es bastante representativo de esta realidad. Además de ser el lugar de nacimiento del “líder supremo” Alí Jamenei, es considerada un foco de conservadurismo en el noroeste del país. Allí se lo vio al notorio ayatola de línea dura Ahmad Alamolhoda jugar un rol clave en fogonear las revueltas. Alamolhoda es uno de los principales críticos del presidente Hassan Rohani, y reciente sus gestos de apertura social. Los partidarios de Alamolhoda que gritaron “muerte al dictador Rouhani” no necesariamente están en contra de las políticas de Teherán en la región, sino más bien en los problemas de índole económica, y acaso la excesiva secularización de la sociedad. Bien, por otro lado, en Mashhad también se escucharon eslóganes llamando a abandonar Palestina, Gaza y Líbano en favor de “entregar la vida solo por Irán”.
Dónde las protestas realmente alcanzaron el nivel de movilización antisistema (es decir antigobierno y antirepública islámica) es en las provincias habitadas por importantes minorías, que consistentemente denuncian el maltrato de las autoridades. No sorprende entonces que los kurdos se hayan movilizado en Kermanshah y Sanandaj al este del país, donde predomina esta etnia. Asimismo, no es casual que algunas de las protestas más violentas tuvieran lugar en la provincia sureña de Juzestán, considerada prácticamente una región árabe. Allí, en la capital de Ahvaz, los eslóganes leen “quemar las instituciones del ocupante persa”. Para las minorías la reciente ola de protestas presenta una oportunidad para llamar la atención, indistintamente de los problemas económicos o de índole geopolítica, y es probable que la violencia recrudezca en aquellos sitios donde las tensiones sectarias continúan siendo asuntos pendientes.
Los medios de comunicación han buscado el punto de comparación entre estas protestas y aquellas registradas en 2009, luego de que Mahmud Ahmadineyad ganara una elección controversial. Evidentemente hay parecidos, pero también diferencias significativas. Por un lado, en lo que a similitudes concierne, podría decirse que mucha gente se siente sofocada por la presión económica y el yugo que la teocracia supone sobre una sociedad tan avanzada, culta y desarrollada como la iraní. Además, la percepción de corrupción desenfrenada, el desempleo y la malversación de fondos públicos no ayuda a la narrativa del Gobierno. En cierta medida, estos son problemas crónicos que preceden la presidencia de Rouhani, y hacen a las mismas características del sistema iraní, fundamentando en el liderazgo clerical. Por otro lado, a diferencia de 2009, las protestas que inauguraron 2018 no están lideradas por las juventudes cosmopolitas de Teherán. Más bien, tienen en lugar en sitios relativamente periféricos
Por lo dicho con anterioridad, grupos con intereses contrapuestos se sumaron a las protestas en función de perseguir intereses específicos; que por descontado, no necesariamente coinciden en las cosas importantes. Una cosa es protestar por la desazón que produce la gestión de Rouhani, otra muy diferente es protestar por el hartazgo que puede producir el régimen islamista en general. Esta distinción explica la importancia de evaluar hasta qué punto las protestas se arraigan en los problemas económicos, y hasta dónde se enmarcan en posiciones antisistémicas, algunas de ellas posiblemente liberales. Estados Unidos e Israel plantean que las protestas se integran mayormente en esta última dimensión. No obstante, lo cierto es que es muy difícil dar por sentada la dirección de las movilizaciones. No existe un movimiento de protesta, existen varios: uno reformista, uno conservador, y otro abiertamente antijomeinista. A esto hay que sumar los matices sectarios.
Así y todo, pese a esta diversidad, a veces se hace difícil distinguir quién es quién entre la multitud. Esto sucede en parte gracias al apagón mediático que rige sobre Irán. Asimismo, en algún punto quien protesta por la economía también protesta por la política. Como suele acontecer en cualquier país que depende excesivamente de la renta petrolera, mientras el sector privado representa una pequeña fracción de la economía, los amigos del poder y el Estado controlan casi todo lo demás mediante empresas públicas y semiprivadas.
Este análisis apunta a que las protestas, al ser muy variadas, muy difícilmente vayan a tumbar al Gobierno, y mucho menos al régimen islámico imperante. Las protestas no vienen organizadas por un liderazgo unificado, y por ende son más factibles a perder potencia con el paso de las semanas. Como no son parte de una revuelta planificada que se remite a una misma consigna, suponen ser más fáciles de contener o contrarrestar con manifestaciones progubernamentales. A lo sumo, tal como expresa Karim Sadjadpour, un activista por los derechos humanos en Irán y profesor en Georgetown, “en 1979 los iraníes experimentaron una revolución sin democracia; hoy aspiran a una democracia sin revolución”. La falta de organización y la falta de una visión unificadora se contrastan con la voluntad del régimen islamista por utilizar la fuerza para mantener las cosas como son. Como lo expone un reporte de la firma Max Security en donde trabajo, “a los manifestantes los une lo que no quieren, y no así lo que realmente quieren”.