Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 17/07/2016.
El fallido golpe de Estado que sacudió a Ankara y a Estambul dice mucho acerca de la coyuntura política de Turquía. Vista en perspectiva, la iniciativa de los militares sublevados no representa ninguna sorpresa. Las fuerzas armadas turcas se consideran a sí mismas las garantes de la estabilidad y el laicismo; y, en este sentido, tras experimentar cuatro golpes de Estado, la historia contemporánea de Turquía está marcada por una tensión permanente entre el aparato civil y el castrense. Ya en términos más concretos, las vicisitudes de Erogan en el escenario regional, su política perjudicialmente ambivalente en relación al Estado Islámico (ISIS), y la consecución de su agenda islamista en el plano doméstico, son factores que posiblemente expliquen parte de la motivación de los generales rebeldes.
Por lo que se pudo confirmar hasta ahora, aunque es muy temprano para dar con cifras definitivas, el intento de golpe se habría llevado la vida de alrededor de 200 personas, y habría dejado un saldo de 2800 heridos. Por lo visto, aparentemente las fuerzas armadas se habrían dividido en dos bandos. Si bien de momento no es posible precisar la extensión del movimiento rebelde, se puede conceder que los sublevados fueron una minoría, y que hubo elementos militares que se enfrentaron entre sí. Algunos analistas sugieren que los golpistas habrían buscado inspirar una revuelta mayor que al final no se concretó.
Turquía vive una situación crítica, y no está claro como seguirán desenvolviéndose los acontecimientos. Sin embargo, a partir de algunos hechos dados a conocer, pueden extraerse algunas conclusiones. En principio, si en efecto se corrobora que el golpe fracasó, debe concederse que Recep Tayyip Erdogan estará —de aquí en más— en una posición mucho más fuerte. Con el país en el borde de una crisis institucional, es de esperar que el tono autocrático del Gobierno se exacerbe a niveles sin precedentes.
En este punto cabe tener presente que a Erdogan se le conoce como “el sultán”. Gracias a su carisma y a su avidez política, Erdogan ha conseguido un alto grado de discrecionalidad unipersonal sobre los asuntos del país. En los últimos años impuso severas restricciones a la libertad de expresión, y su discurso confrontador polarizó la opinión pública. Por ello, amparándose en la existencia de conspiraciones en su contra, es plausible que el hombre fuerte de Turquía continúe concentrando poder en su figura. Tal como este lo expresó lacónicamente, el fallido golpe fue “un regalo de Dios”. En la práctica, le concederá las facultades extraordinarias para deshacerse de sus enemigos.
De momento pudieron confirmarse los siguientes datos. En la noche del viernes, tanques del ejército cortaron los puentes entre el lado europeo y el lado asiático de Estambul, y se acercaron al aeropuerto Atatürk. En Ankara, fueron bombardeados el parlamento y el cuartel de las fuerzas especiales de la policía, matando a 17 efectivos. Además, los cielos de estas ciudades habrían sido sobrevolados por cazas de combate leales al Gobierno y a la insurgencia. También se pudo confirmar que un helicóptero Sikorsky comando por los rebeldes fue derribado por un caza F-16. Los sublevados tomaron por la fuerza el canal gubernamental de TRT, el canal privado CNN Türk, el proveedor de televisión satelital Digitürk, y la redacción del diario Hürriyet. Quizás más dramático, entre otros hechos, pudo verificarse que civiles agredieron a los soldados golpistas. Incluso corre la voz de que algunos habrían sido degollados.
Más allá de estas eventualidades, a modo de aprendizaje, hay dos observaciones indisputadas. En primer lugar, parece que los golpistas malinterpretaron el ánimo de la sociedad en general. Si bien existe amplia insatisfacción con el Gobierno, la oposición no salió a alentar la destitución de los funcionarios públicos. Aunque el oficialismo, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), ganó las últimas elecciones con casi el 50% de los votos, la mitad restante no artículo expresiones masivas favorables al cambio de régimen. Hay quienes sugieren que este silencio se explica en la política de miedo que logró instaurar Erdogan. Otros hablan en cambio de un honesto consenso democrático, en repudio del circulo vicioso que existe entre Gobiernos civiles y militares.
La segunda lección que puede ser extraída estriba en el multitudinario apoyo que recibió Erdogan. En esencia, quedó en evidencia que “el sultán” puede apelar fácilmente a sus partidarios para socorrerlo. Cuando el líder convocó al pueblo a salir a las calles, a eso de las diez y media de la noche, muchedumbres comenzaron a rebasar las posiciones de los militares rebeldes. En los estudios de CNN Türk se escucharon forcejeos y gritos, y eventualmente los civiles lograron contener a los militares. Desde las mezquitas, los imanes hicieron eco del llamado del presidente, e instaron a los fieles a congregarse en defensa del Gobierno. En el griterío, y entre la multitud congregada en Estambul, se escucharon consignas islámicas, incluyendo “Allahu akbar” (Dios es grande).
Para cuando Erdogan aterrizó en el aeropuerto Atatürk, a eso de las cuatro de la mañana, se hizo evidente que el Gobierno había soportado el embate. Esto se debió no en poca medida a la resistencia civil. Los partidarios de Erdogan demostraron constituir una fuerza de choque masiva, la cual ciertamente obstaculizará el prospecto de otro intento de golpe. Luego de esta experiencia, análogamente a lo que ocurrió en Venezuela luego del golpe fallido de 2002, Erdogan, como hiciera Hugo Chávez, podría llamar a su gente a las calles con más frecuencia, quizás para contrarrestar marchas opositoras.
Asimismo, por lo adelantado anteriormente, los acontecimientos del viernes seguramente traerán secuelas graves, principalmente en lo referido a las tensiones sociales, y a la acentuación del estilo autocrático con el que se maneja la democracia más desarrollada y competente del mundo islámico. Por lo pronto se puede hablar de un “contragolpe”. Se están produciendo arrestos y los procedimientos judiciales corrientes han quedado suspendidos.
Para comprender la situación en Turquía, es necesario tener presente que la condición populista y filoislamista de Erdogan es motivo de inquietud en el escalafón militar. En este aspecto, Erdogan, que manda desde 2003, hizo lo que ningún líder civil pudo: enfrentarse y contradecir al aparato castrense y salir impune.
Como precedente, entre 2007 y 2014 el Gobierno persiguió a cientos de militares acusados de haber confabulado para derrocar a Erdogan (casos Ergenekon y Balyoz). Según lo alegado entonces por el Gobierno, los rebeldes pretendían hacer autoatentados para justificar una situación de emergencia, por ejemplo, mediante la destrucción parcial o completa de mezquitas históricas. La evidencia presentada contra ellos incluyó documentos digitales de dudosa credibilidad, por lo que muchos de los acusados fueron eventualmente absueltos de todos los cargos. Lo cierto es que, si antes era imposible criticar al ejército, pero sí al Gobierno, ahora la lógica funciona a la inversa. Solo basta con hacer un chiste con la imagen del cuestionado sultán para meterse en problemas con la justicia.
Estas consideraciones refuerzan el pronóstico de un Erdogan más autoritario, y más proclive a buscar conspiraciones en su contra. El Gobierno ya le echa la culpa al movimiento internacional y religioso Hizmet, liderado por Fethullah Gulen, un clérigo islamista exiliado en Estados Unidos. Gulen, por su labor educativa y social a lo largo de cuatro décadas, ha cosechado una influencia enorme en Turquía, a tal punto que Erdogan se ha referido a su red como “un Estado paralelo”. Pese a que el Hizmet era aliado del AKP, a partir de 2013 las divisiones se hicieron insostenibles, y hoy hay una “guerra abierta” entre dichas plataformas. Aunque la primera no está abocada a la política propiamente dicha, y es más liberal que la otra, ambas se basan en un discurso islámico que, con la creciente polarización del país, están condenados a competir por predominio. Siendo que los partidarios de Gulen lograron ocupar puestos en el poder judicial, la policía y en el aparato de inteligencia, Erdogan viene impulsando una purga de los funcionarios que le son presuntamente desleales.
Por último, los partidarios del presidente no son los únicos que denuncian conspiraciones. La mala ejecución del plan golpista ha dado lugar a especulaciones en las redes sociales, donde algunos conjeturan que la intentona fue el teatro que Erdogan necesitaba para terminar de consolidar su poder. Así y todo, este tipo de aseveraciones ridículas dan con la conclusión adecuada. Erdogan no gestó su autogolpe, pero ciertamente buscará sacar provecho de las circunstancias, castigar a la oposición, y purgar al ejército de oficiales desleales.