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El reino jordano, una monarquía constitucional, ha cambiado su legislación para darle más poder al rey, Abdalá II, quien básicamente tendrá, a partir de ahora, la competencia de designar cargos políticos prominentes. Puede designar a su propio regente y al príncipe heredero sin necesidad de obtener consenso previo, o de pasar por las formalidades preestablecidas. Esta reforma viene a complementar una modificación de 2015, por la cual el soberano puede ahora designar y remover a los jefes militares y de inteligencia a discreción.
Hasta hace poco tiempo atrás, el rey, aunque retiene una influencia predominante sobre el cuerpo legislativo (que de por sí es conservador y realista), formalmente hablando solo podía nombrar al primer ministro. En teoría, las reformas van apuntadas a garantizar que los cargos clave no sean politizados. La idea defendida por la casa hachemita es que los cargos castrenses deben quedar ocupados por especialistas en base a sus méritos y experiencia, y no así en base a sus inclinaciones políticas.
Ahora bien, claramente el criterio para discernir entre quien es apto y quien no depende de la discrecionalidad del soberano, cosa que viene a realzar desde lo judicial las competencias del rey por sobre el parlamento. Siendo este el caso, es fácil entender porque la medida es vista como una traición al supuesto espíritu democrático de la Primavera Árabe. En 2011 el Abdalá había prometido un país más participativo, con espacio para la deliberación popular. Entonces, ¿qué ha cambiado?
Según Osama Al Sharif, un periodista jordano, su país estaría buscando copiar a Marruecos, en donde el rey retiene la potestad de designar los puestos clave, a la par que permite que los partidos políticos formen Gobiernos. Sinterizado por el primer ministro jordano, Faisal al-Fayez, la reforma es conveniente porque “un rey fuerte significa una Jordania fuerte”.
Esta victoria para la monarquía debe ser vista en función de los acontecimientos recientes que afectan a todo Medio Oriente. Las directrices que marca Abdalá responden primordialmente a consideraciones de seguridad, no de principios. De este modo, si en 2011 limitó su prerrogativa real para darle más beneficios al parlamento, lo hizo para escudarse del desgaste causado por las protestas masivas de las calles árabes. La Primavera Árabe también había llegado al reino. Consecuentemente, Abdalá se percató que, de no reformar el sistema, la situación de la casa real podría volverse bastante complicada. Aunque Abdalá difícilmente hubiera sido derrocado, tal como sucediera con algunos de los autócratas más longevos del vecindario, entendió que no podía asumir riesgos innecesarios.
Hoy el panorama es diferente. No hace falta ser un experto para caer en la cuenta que la Primavera Árabe trajo más daños que beneficios, y que los experimentos de reforma desestabilizaron la región. En vista del conflicto libio y sirio, el desamparo de los iraquíes, y el auge del yihadismo (entre otros factores), ha quedado en evidencia que la seguridad –el orden– es la mercancía más preciada.
Abdalá en este aspecto no es una figura controversial en Jordania, donde la población en general no cuestiona el rol de la monarquía. Al contrario, se concede que el rey mantiene al país unido, protegiéndolo de amenazas externas. Si antes el peligro del radicalismo islámico era percibido como algo más abstracto que concreto, con la llegada del Estado Islámico (ISIS) el yihadismo se ha convertido en una amenaza tangible; para la cual el rey maneja uno de los aparatos de inteligencia más respetados de Medio Oriente.
Los analistas coinciden que cuando los jordanos salen a protestar lo hacen no porque tengan quejas con el rey, sino porque tienen agravios económicos legítimos, reflejados en la grave situación económica del país. El desempleo es crónico, y el Estado ya no da abasto para sostener el inmenso esfuerzo humanitario que representan los 650 mil refugiados sirios en el país –cifra que representa casi el 10% de la población. Por esta razón, en contraste con lo que acontece en Turquía en relación con Recep Tayyip Erdogan, la jugada de Abdalá para acrecentar sus propias facultades no recibió el reproche generalizado de la oposición. Las calles de Amán tampoco fueron testigo de manifestaciones de índole política, como las que sacudieron en tiempos recientes a Estambul.