Artículo Original.
A razón del asesinato del fiscal Alberto Nisman, en el último tiempo se desarrolló un largo debate en Facebook entre Carlos Escudé y Natalio Steiner sobre lo sucedido, y más particularmente, sobre la actitud y el comportamiento de la dirigencia judía argentina. No acostumbro a prestarle atención a las discusiones criollas que suelen gestarse en las redes sociales, pues, para empezar, antes que traslucir contenido intelectual, contagian el espacio con chicanas, argumentos pobres y acusaciones mutuas. Sin embargo por alguna razón, tal vez por lo reiterativo del asunto, le terminé prestando atención para dilucidar la posición de cada parte.
Por un lado, Carlos Escudé, reconocido politólogo, investigador y docente, plantea una dura crítica a los judíos argentinos que arremeten contra el canciller Héctor Timerman, pidiendo su expulsión de la comunidad judía. Para Escudé se trata de “judíos malos”, porque desdoblan su religión con su nacionalidad, y no toleran que uno de los suyos se comporte de un modo que no agrada en Israel. Timerman, para Escudé, es constante con los intereses del Estado argentino, cuya identificación – gusten o no, insiste – es la prerrogativa del Gobierno, y no de la comunidad judía. De acuerdo con esta categoría, una en la cual yo estaría entrando por mi acérrima crítica contra el canciller, es aberrante que los judíos argentinos, y sobre todo sus líderes, tomen como propios los intereses del Gobierno israelí, o en suma intenten compatibilizarlos con aquellos que el Gobierno argentino supuestamente debería tener.
La discusión tomó sustancia cuando Natalio Steiner, periodista y docente, codirector del periódico judío Comunidades, escribió poco después de la muerte del fiscal peticionando por la destitución de Timerman de las instituciones judías. Steiner escribió en un artículo que “el mejor homenaje a Nisman debe empezar por la expulsión de Timerman de la comunidad. Ni un segundo más de convivencia con aquellos que pactaron con el mal para ocultar el mal de otros no menos malvados”. Este argumento se basa evidentemente en un juicio de valor sobre las decisiones políticas conducidas por el canciller. La mayoría de los partidos que competirán con los candidatos de Cristina Fernández de Kirchner, durante las elecciones de este año, han fustigado abiertamente la agenda exterior del Gobierno, y han abogado por derogar el memorando de entendimiento con Irán. Para muchos, y no solamente dentro de la comunidad judía, la misteriosa muerte del fiscal ha sido la gota que rebalsó el vaso, en tanto habría desvelado, siguiendo las declaraciones de Nisman, una confabulación entre funcionarios argentinos e iraníes para encubrir la causa AMIA, a cambio de réditos financieros para las campañas electorales del oficialismo, y algunas ventajas económicas para la Argentina.
El debate entre Escudé y Steiner no surgió precisamente con motivo de la controversia que despierta la política argentina. En sus entradas del Facebook, el primero, convertido al judaísmo desde 2008 (con el nombre de Najmán ben Abraham Avinu), no le recrimina a Steiner su despecho contra el canciller como represente argentino, pero lo reprocha y provoca por enfatizar la condición judía de Timerman en tándem con su responsabilidad como ministro. En otras palabras, Escudé reprende a Steiner y a quienes piensan como él, porque cuando se indigestan con los dichos y hechos de Timerman, el vómito viene provocado por lo asqueroso que les resulta que el canciller sea judío, y ergo lo acusan de ser un traidor contra la causa de su pueblo. De acuerdo con este planteo, más justificable sería si el enojo contra él se basara exclusivamente en un desencuentro de ideas entre ciudadanos, antes que nada argentinos, siendo peligroso ensalzar la faceta judía por sobre la nacional. Dice Escudé, que cuando los judíos creemos que “nos corresponde un derecho de veto frente a las políticas exteriores del Estado, creamos una amplia separación entre la Comunidad-judía-en-sí y el resto de la sociedad”. Agrega y enfatiza, en definitiva sintetizando su desazón, que “extorsionar a un ministro judío para que abandone la política del Estado, so pena de excomulgarlo, fue un gran retroceso en términos del proceso histórico de emancipación de los judíos. Es un error que, en el mediano plazo, sembrará antisemitismo”.
Según lo reflejado por los comentarios en Facebook, la opinión de Steiner resulta en que “los pueblos y las religiones tienen leyes que superan la finitud del hombre”, y que “ser judío es pertenecer a una nación particular que tiene en su esencia religiosa una característica única más allá del grado de observancia de sus miembros”. Para el periodista, la identidad judía, no en relación con la religión per se, mas sí con ciertos valores éticos y lazos de solidaridad, se antepone a la nacionalidad, sea cual fuere, en el sentido que toma a esta última como algo coyuntural, limitado; que no condiciona tanto al ser como lo hace la religión, la convención moral o la afiliación sectaria. Aunque esta palabra podría sonar inapropiada, en breve, la crítica de Steiner, un hombre observante de su fe, se alza contra Timerman y todos los judíos que se han enriquecido engatusándose con el kirchnerismo. Steiner considera que personajes de la pompa de Timerman, le han dado la espalda a principios ordenadores – religiosos si se quiere – que escapan al confinamiento de la nacionalidad, principalmente en este caso la búsqueda de la justicia. Siendo que minimiza la condición argentina del ser, Steiner pide la expulsión de Timerman de la comunidad judía por considerar al canciller un exponente de un comportamiento antijudío, que valga la redundancia, además de degenerar la política exterior argentina hacia “fines macabros”, perjudica la posición y seguridad de los judíos en el mundo.
Comprendo la posición de Escudé cuando alarmado, toma nota de los intentos de una comunidad minoritaria por adquirir cierta libertad de acción frente al Estado para interceder en el desenlace de la política exterior. El politólogo no se cansa de repetir, apalancándose de lo revelado por Wikileaks, que referentes de la oposición política argentina, y hasta también el propio fiscal Nisman, han acudido a la embajada estadounidense para afianzar sus aspiraciones. Por esta razón, Escudé, quien durante mucho tiempo fue agnóstico, aplica el escepticismo que supo desarrollar en su carrera al expediente Nisman. Reconociendo que las suyas eran solo conjeturas, sugirió que por haber tranzado con Washington, Nisman no era respetable, y que tal vez su asesino no fue Irán, sino el mismo Mossad israelí.
Sin rodeos, como adelanté al principio, para Escudé yo soy un “judío malo”. Mi opinión se acerca a la de Steiner en cuanto sigo desconcertado frente al comportamiento de Timerman, quien a mi criterio intenta demostrarse “bien” argentino y “poco” judío. Guiándome con el análisis que yo hago de la política argentina, me inclino a que Timerman se movió actuando por conveniencia personal antes que por una afinidad ideológica sincera con el Gobierno de turno. Timerman, como otros ministros, no encaja exactamente en el arquetipo del militante peronista, y esto es algo que los ultrakirchneristas no cesan de vociferar a sus espaldas. Mi desconcierto pasa porque el ministro judío en cuestión es una persona indudablemente letrada que goza de un colchón financiero respetable, y ante esta realidad, me cuesta creer que semejante personalidad decidiera arriesgar su carrera y reputación antagonizando con la opinión mayoritaria dentro de la colectividad judía, opuesta al acercamiento con Irán.
En su momento escribí que hay que tener coraje o bien ser bastante cobarde para negar las raíces propias, y que Timerman debería renunciar. Preso de la indignación del mes de Enero, creo haberme excedido en mis palabras, y sin embargo pienso de lo más pertinente que Timerman, culpable o no – juzgándolo como ciudadano y no como judío – debería dar un paso al costado como jefe de la diplomacia argentina. El polémico (y yo diría escandaloso) acuerdo con Irán ciertamente pasará a los anales de la historia argentina, y en tales circunstancias, no parecería adecuado, desde un punto de vista institucional, que el hombre continuase con su mandato.
Juzgando no obstante a Timerman como judío, donde no concuerdo con Steiner es que el ministro sea expulsado del seno comunitario forzosamente. Timerman haría bien en dimitir de las instituciones judías por su cuenta (y de hecho ya ha renunciado como socio de la AMIA), puesto que, me arriesgo a afirmar, no podrá pisar una asamblea de la colectividad sin causar alboroto entre sus tantos detractores. A lo sumo causará indiferencia, y ningún político con cierta apreciación por las encuestas se jugará su popularidad incluyendo a Timerman como compañero de fórmula. Aunque para consuelo o esperanza del canciller, la historia tendrá el último veredicto.
Escudé no le perdona a Steiner ser (y estas son las etiquetas que Escudé usa) un hombre de derecha y un ultrasionista, y concluye, comunicando elocuentemente que Steiner será expulsado de su lista de amigos, que el periodista “es un enemigo del pueblo argentino”. Luego de tanto alarde me resulta algo irónico que el politólogo caiga en el mismo recurso contra el cual tanto advierte – el desdoblamiento de la identidad, y la polarización entre el ser bueno y el malo: el “judío bueno” opuesto al “judío malo”; y ahora el “buen argentino” contra el “argentino malo”.
Mi crítica hacía Escudé consiste en que embiste contra una realidad histórica aparente, y lo que es más, contra una de las características de las democracias pluralistas. El intelectual sin dudas tiene razón cuando afirma que al adquirir autonomía geopolítica frente al Estado, “una minoría contribuye a generar condiciones de adversidad que se traducen en sentimientos de antipatía por parte de la población general”. Este no es el caso exclusivo de los judíos, y es algo que se repite a través del tiempo y a lo largo de las latitudes entre distintas minorías que persiguen sus intereses intercediendo en la política, o bien buscando benefactores en el exterior. Por este motivo, prominentes pensadores del liberalismo han reconocido la universalidad de este fenómeno, y antes que buscar ponerle coto a algo inevitable, se esmeraron en concebir métodos para que cada grupo de interés, incluidas desde luego las minorías, pudieran acaparar espacio del foro y competir ordenadamente por la atención de la ciudadanía. Para poner un ejemplo atinado, daría la impresión que el razonamiento de Escudé atacaría a la comunidad armenia, que se entromete con la política exterior, cuando se manifiesta y hace lobby contra Turquía por su negacionismo del genocidio armenio. ¿Qué sucedería si un diplomático de origen armenio instara por aumentar los vínculos con Estambul? Si uno parte de una premisa realista, es necio pensar que esa persona no será duramente criticada por sus correligionarios o por la colectividad o grupo cultural del cual procede.
¿Se puede entonces ser judío y ser funcionario argentino? Escudé plantea esta pregunta y la utiliza para señalar que el argumento de Steiner imposibilitaría que un judío se forme como un servidor público, patriota, y desapegado de los intereses de Israel. No estoy de acuerdo, pero creo que esta consideración depende de la concepción que uno tenga sobre el significado de ser argentino. Léase con esto, ¿qué valores comprende la argentinidad? ¿Qué concepto o interpretación del orden mundial establece como propio? No existe una sola respuesta, y sobre esta cuestión los políticos e intelectuales han debatido por largo rato; ¿es Argentina parte de Occidente, o responde en cambio a dinámicas diferentes, relacionadas con América Latina? En contraste, por ejemplo, los norteamericanos han consensuado y reclaman para sí un modo de vida (way of life) que engloba ciertos valores liberales, los cuales, según los conservadores, deberían ser rectores morales de la política exterior. El razonamiento de Steiner corre en esta dirección. Timerman, para él, más allá de que en términos estrictamente legales se comportó conforme a las reglas, habría cometido un gran atropello contra la moral, lo que a su entender atenta contra la esencia judía, y contra el verdadero espíritu argentino, suponiéndolo, en este caso, Occidental, y similar al de países como Israel y Estados Unidos.
Para cerrar, creo que en última instancia el debate Escudé – Steiner se reduce en algún punto a la disyuntiva entre una cosmovisión positivista y otra iusnaturalista. Escudé muestra un espíritu positivista en la medida que se atañe a los principios plasmados en las fuentes del derecho argentino, y antepone la preservación de la soberanía argentina frente a cualquier reclamo sectario, religioso o faccionario, de modo que felicita a Timerman por no dejar que las preferencias del grueso de la dirigencia judía minimicen sus responsabilidades como funcionario. Steiner, en la otra esquina, se presenta con una sazón iusnaturalista, y es movido por una doctrina ética que reclama derechos y responsabilidades para el judío, considerando esta identidad anterior y más trascendental que la condición argentina. Llevando esta lógica un paso más lejos, lo que Timerman habría hecho al ser partícipe del acuerdo con Irán, si se conceden como ciertas las acusaciones de Nisman, constituye una afrenta contra la dignidad y los valores más ensalzados de la civilización occidental, con la cual Steiner identifica al judaísmo.
Lo seguro es que el debate continuará, aunque espero que lo haga por canales más formales y apropiados, lo que permitirá desplegar mayor cantidad de opiniones.