Artículo Original.
¿Qué se siente ser embajador de Israel en Estados Unidos? En su reciente libro, Michael Oren, estadounidense naturalizado israelí, e historiador convertido en diplomático, narra sus experiencias, y da cuenta de los desafíos a los que tuvo que enfrentarse cómo embajador de Benjamín Netanyahu ante la administración de Barack Obama. En Ally: My Journey Across the American-Israeli Divide (que podría ser traducido como “Aliado: mi viaje a través de la brecha estadounidense israelí”) Oren explaya el camino que tuvo transitar para representar al Gobierno israelí en Estados Unidos.
El texto combina el relato autobiográfico del autor, y brinda sus apreciaciones sobre eventos claves que marcaron su estadía en Washington en calidad de ministro plenipotenciario. El libro ofrece una perspectiva abarcativa acerca del rol exigente al que se somete un embajador israelí en Estados Unidos. Quizás lo más interesante del libro estriba de las críticas del autor a las políticas de Obama para con Medio Oriente e Israel. Oren, quien nunca antes había servido como diplomático, fue embajador entre julio de 2009 y septiembre de 2013, y en su libro, a forma de crónica, da lugar a reflexiones que terminan en críticas rotundas al presidente norteamericano. Oren sirve en la actualidad como miembro de la Knesset (parlamento) por el nuevo partido Kulanu, formado por expartidarios del Likud, y su visión por lo pronto podría ser representativa de un espectro importante del establecimiento político israelí, por lo que merece ser analizada. Además, me permito agregar que en algún punto la misma es representativa de mi propio pensamiento.
Oren comienza Ally compartiendo su anhelo, desde pequeño, por servir como embajador israelí en Estados Unidos, para así contribuir en el fortalecimiento del vínculo entre ambas patrias. En este aspecto, la primera parte del libro está dedicada a cubrir todas aquellas experiencias que formarían el carácter del autor. Oren habla de su temprana fascinación por los pioneros judíos que estaban transformado el desierto en una tierra apta para el cultivo y el asentamiento. Luego cuenta como siendo voluntario decidió finalmente radicarse permanentemente en el Estado judío. Más adelante habla de sus experiencias en la Unión Soviética, donde intercedió informalmente como representante israelí ante la judería rusa, apelando al pretexto de ser un estudiante norteamericano para evadir (sin éxito) a la inteligencia de la superpotencia comunista. También cuenta su afán por convertirse en paracaidista, y cómo recién casado, participó en la guerra del Líbano de 1982.
A partir de entonces, Oren desarrollaría un interés en los asuntos de Medio Oriente, y se volcaría a la academia, eventualmente llegando a enseñar en prestigiosas universidades de Israel y Estados Unidos. Asimismo trabajaría para el Gobierno de Yitzhak Rabin, y sería asesor en cuestiones interreligiosas. Como académico, Oren publicó en 2002 Six days of War, (“Seis días de guerra”) uno de los mejores libros escritos sobre la guerra de los Seis Días, y en 2007 Power, Faith, and Fantasy (“Poder, Fe, y Fantasía”), un tomo que da cuenta del envolvimiento de Estados Unidos en Medio Oriente desde 1776 hasta el presente. Ambos libros son bestsellers, y exhiben a Oren como un historiador aplicado, que escribe tanto para expertos como para el público en general. Sumado a eso, entre otras cosas, entre 2006 y 2009 se desempeñó como oficial en la unidad de relaciones públicas del ejercidito israelí. Trabajando como portavoz, Oren tuvo que dar la cara por Israel durante la guerra de Líbano de 2006, y la guerra de Gaza de 2008-2009.
“Medios, medios, medios”
Es probable que Oren haya conseguido el puesto de embajador gracias a que, además de ser nativo estadounidense, contaba con un perfil académico, una semblanza afable, y experiencia previa como portavoz y comunicador. Según cuenta el exembajador, el consejo que recibió del primer ministro antes de asumir su posición fue “medios, medios, medios”. En efecto, así como pronto descubriría el autor, ser embajador israelí en Washington implica una monumental agenda mediática. Siempre había algo que hacer, y en poco tiempo, durante su estadía en Estados Unidos, Oren perdió peso, y su cabello pasó de gris a blanco. Recibía llamados tarde por la noche (en la mañana israelí) y debía hablar en público periódicamente, tal vez con una frecuencia muchísimo mayor que cualquiera de sus homólogos diplomáticos. Oren narra los desafíos de cual exigente tarea, y explica que gran parte de su tiempo se iba en brindar entrevistas, escribir columnas, y codearse con congresistas y personalidades influyentes de la escena norteamericana.
Evidentemente – el lector de Ally descubre – los quehaceres de Oren reflejan la “relación especial” entre Estados Unidos e Israel. Si usted suscribe con la visión de Oren, (y en este punto la mía también) el vínculo entre ambos países resulta estratégico desde todo punto de vista. Se hace manifiesto en los valores compartidos, y en la alta capacidad de la inteligencia israelí a la hora de cooperar con su contraparte estadounidense.
Dada la naturaleza de la relación bilateral, está sobreentendido que el cargo de embajador israelí en Estados Unidos es una nominación política, que consiguientemente responde a la discreción del primer ministro antes que al criterio del Ministerio de Relaciones Exteriores. En su crónica, Oren revela que su patrón no era Avigdor Lieberman, entonces canciller, pero Netanyahu, quien hoy en día ocupa de facto la cartera de Exteriores. En este sentido, aunque Oren reconoce que apenas conocía a Netanyahu, su nombramiento radica del hecho que podía servirle al premier como asesor e informante, y presentar a la vez una imagen de moderación. Para Elliot Abrams, quien sirviera como asistente y consejero de Seguridad durante la administración de George W. Bush, la elección de Oren recayó precisamente en que dadas las circunstancias, con un Congreso con mayoría demócrata, en 2009 no era el momento para enviar a Washington a un embajador miembro del Likud. El partido de Netanyahu suele ser criticado por los progresistas como intransigente por su postura dura frente al proceso de paz. Por esta razón, habría decidido confiar en la reputación de Oren.
Como marca Elliot, con la excepción de Oren, los embajadores de Netanyahu han sido likudniks, y no es casual, por este motivo, que el sucesor de Oren, Ron Dermen, también nativo estadounidense, sea un hombre muy cercano a Netanyahu. Por otro lado, tal como marca Martin Indyk, exembajador estadounidense en Israel durante la administración de Bill Clinton, y enviado especial de Obama para las negociaciones israelí-palestinas entre 2013 y 2014, Oren no estaba al tanto de la mayoría de las cosas importantes. El mismo Oren reconoce que le era difícil llegar a los ministros del presidente Obama, y que no participaba de las reuniones cruciales – reservadas para el primer ministro y el ministro de Defensa. Siendo este el caso, creo plausible, así como sugiere Indyk, que la posición de Oren estuviera más que nada vinculada con el papel mediático que “Bibi”, el primer ministro, le asignara. Como embajador ante la principal potencia mundial, Oren comprendió de inmediato que tendría que trabajar día y noche para presentar Israel en la televisión, la radio, las universidades y en los periódicos.
“Nada de luz, nada de sorpresas”
Oren tiene una excelente prosa, y la narración acerca de sus experiencias resulta atrapante y enriquecedora. Pero más allá de esto, como adelantaba en las premisas, Ally ofrece la reflexión personal de Oren sobre la administración Obama. El argumento central es que el presidente demócrata, si bien no es un enemigo de Israel, es un aliado torpe, puesto que ha violado “las dos reglas sacrosantas” de la alianza. Ha roto el principio de “nada de luz, nada de sorpresas” – en inglés no daylight, no surprises. “Nada de luz” o no daylight, en jerga diplomática, significa que Estados Unidos no tiene por qué estar de acuerdo con todo lo que hace Israel, pero que nunca expresará su malestar en público. Luego, “nada de sorpresas”, implica que cada país consultará con el otro antes de llevar a cabo políticas que puedan afectar los intereses del otro. Si bien el exembajador concede que Obama ha ayudado a Israel en múltiples oportunidades, señala que le ha fallado a su aliado en los asuntos de la alta política, donde más se percibe su liderazgo. Sentenciando sin rodeos su opinión, en una columna para promocionar Ally, Oren escribió “Obama abandonó a Israel”. “Tanto Netanyahu como el presidente cometieron errores, pero solo uno [Obama] daño deliberadamente las relaciones entre Estados Unidos e Israel”.
Oren explica que ni bien asumió como embajador, se tomó muy enserio la tarea de investigar al presidente norteamericano, leer sus trabajos, libros, estudiar su vida, sus discursos, y explorar su personalidad. En sus palabras, el “Obama 101” (lo que en español sería el “abc” de Obama) le ayudó a pronosticar el comportamiento del líder, y predecir sus políticas para Medio Oriente antes de que estallen las grandes convulsiones más actuales. Obama, concluye Oren, está ideológicamente empecinado a reconstruir la relación entre Occidente y el Islam a como dé lugar. Esto posiblemente tenga que ver, aduce polémicamente, con complejos de rechazo experimentados durante su infancia. Sin ir más lejos, el caso es que Oren sugiere haber pronosticado acertadamente que Obama buscaría convertirse en el puente entre Occidente y el Islam, el mundo musulmán – a expensas de Israel.
La mayoría de los comentaristas que han escrito sobre su último libro desmienten la evaluación de Oren. Desde lo personal me da la impresión que el exembajador exagera al acusar al presidente de violar, casi por cuenta propia, la supuesta doctrina infalible de “nada de luz, nada de sorpresas”. Primero, claramente no tiene razón en acusar enfáticamente a Obama de haber violado el aparente acuerdo histórico, tomando por sorpresa a Israel. Aunque la relación entre Netanyahu y Obama es mala, no es la primera vez que Washington y Jerusalén disienten en público y reciben las acciones del otro por sorpresa.
Discutiblemente, Menachem Begin e Yitzhak Shamir probaron ser tanta molestia para Jimmy Carter y George H. W. Bush como Netanyahu para Obama. En rigor, los encontronazos por declaraciones u acciones sorpresa han sido característicos de la relación bilateral durante décadas. Por ejemplo, en 1969 la administración de Richard Nixon enfureció a Golda Meir – una laborista – cuando anunció, sin consultar, que Israel debía ceder territorios para obtener paz sin previo acuerdo definitivo con los árabes, con la sola garantía del Consejo de Seguridad. En 1975, Gerard Ford estaba “loco como el infierno” frente a la supuesta intransigencia de Yitzak Rabin – otro laborista – que no cedía frente a la presión de la Casa Blanca. Ford le pedía a Israel que se retirara del Sinaí, aunque no hubiese alcanzado un acuerdo con Egipto. Gracias a esta situación, por algunos meses Estados Unidos anuncio que “reevaluaba” su relación con Israel. En 1981 Menachem Begin irritó a la administración de Ronald Reagan cuando mandó a destruir el reactor nuclear de Sadam Husein en Osirak, con cazas estadounidenses recién entregados a Israel. Por otro lado, luego fue Reagan quien en 1982 crispó a Begin, cuando sorprendió a los israelíes pidiendo por una solución negociada al estatus de Jerusalén, abriendo espacio para negociaciones con los palestinos. Luego, en 2001, George W. Bush, pese a su entendimiento con Ariel Sharon, sorprendió a los israelíes recomendado la pronta formación de un Estado palestino. Entre otros, como hecho simbólico, más recientemente, en 2010, el ministerio de Interior israelí anunció la construcción de hogares en Jerusalén oriental mientras el vicepresidente Joe Biden se encontraba de visita en el país.
En líneas generales, como concluía Yaacov Bar-Siman-Tov en su evaluación de la “relación especial”, la química personal entre los líderes estadunidenses e israelíes suele decir mucho del tenor del vínculo bilateral. Así y todo, se entiende que Estados Unidos, en tándem con la comunidad internacional, no reconoce como legales los asentamientos israelíes en Cisjordania, incluyendo aquellos ubicados en la banda oriental de Jerusalén. Siendo este el caso, los embates públicos vinculados con la cuestión de los asentamientos son frecuentes, habiendo “luz” y “sorpresas” atribuibles a ambos Estados. Oren establece que “el presidente [Obama] alteró 40 años de política estadounidense endorsando las líneas de 1967 con intercambios de tierra”, y no sorprendentemente, esta oración es el epicentro de la polémica.
El exembajador no obstante podría tener algo de razón en cuanto a la regla de “no luz” durante la gestión Obama. Como la relación del presidente con el premier israelí es pésima, no deja de ser cierto que en los últimos años han habido demasiados intercambios públicos, que sin duda perjudican la relación. En contraste con Obama, de acuerdo con Elliot Abrams, aunque George W. Bush también criticó a Israel en público, en un balance se mantuvo firme detrás de su aliado cuando casi todo el mundo criticaba su accionar. Abrams expresa que Bush entendió que minimizar las ocasiones de “luz” con Israel maximizaría su apalancamiento sobre este. Evitando dar lugar a la impresión de que había brechas entre ambos Gobiernos en las cuestiones palestinas, Bush esperaba una respuesta más favorable por parte de los israelíes. Esta es la opinión de Oren, y es la razón detrás de su crítica más elemental a Obama. Dejando de lado las exageraciones que tildan al inquilino de la Casa Blanca como un presidente sin pudor, con la acusación de que se llevó por delante cuatro décadas de amistosa relación, considero que en este punto Oren tiene razón. Los israelíes responden a Obama con escepticismo, pesimismo, y cautela, porque el presidente no entiende sus problemas, y no brinda garantías tangibles para incentivar al Gobierno de Netanyahu a hacer concesiones.
Obama y Medio Oriente
En su interpretación del famoso discurso de El Cairo de 2009, Oren concluye que Obama “identificaba los intereses norteamericanos con los palestinos”, y que consecuentemente, dicha postura llevó a su administración a una postura inflexible con Israel, demandándole concesiones, sin pedirle a los palestinos nada a cambio. Ilustrando el punto, entre algunos ejemplos, Oren se muestra incrédulo frente a las declaraciones públicas de Obama. En ocasión del terremoto que devastó Haití en 2010, Oren se muestra molesto por la aparente omisión intencionada de Israel entre los países citados por el presidente como ejemplos de naciones solidarias. Israel, aunque no fue congratulado por Obama, fue de hecho el primer país en enviar una delegación de rescatistas y profesionales para ayudar a los damnificados. En otra oportunidad, haciendo referencia a la guerra de Gaza de 2014, Oren vuelve a lamentar los dichos de Obama. El presidente criticó a Israel por no estar a la altura de sus propios valores morales, y se refirió a las pérdidas palestinas como “atroces” (en inglés appalling) – un término que antes había utilizado para caracterizar las masacres cometidas por Muamar Gadafi. En cambio, para criticar a Hamás, Obama sentenció nada más que el grupo islamista había sido “extraordinariamente irresponsable” – como si Hamás, dada su meta de destruir a Israel, pudiera actuar responsablemente en lo absoluto.
El exembajador considera que la administración Obama no ha sido justa con Netanyahu, y que no ha sabido apreciar los gestos israelíes. En detrimento de la confianza mutua, de acuerdo con el autor, Obama no supo interpretar correctamente el congelamiento que “Bibi” decretó en 2009, luego de asumir, para detener la construcción de casas en los asentamientos por diez meses. Era la primera vez que Israel se comprometía a un congelamiento, esperando que fuese un estímulo hacia los palestinos. Y sin embargo, continúa el autor, pese al enorme capital político invertido por el primer ministro, y los millones de shekels que el moratorio le costó al Gobierno en términos de demandas jurídicas, la administración Obama “nunca dijo una palabra positiva acerca del Gobierno democráticamente electo de Israel”. Cuando en 2010 la opinión mundial se tornó en contra del Estado hebreo por el incidente de la embarcación turca MV Mavi Marmara, Obama presionó a Netanyahu para que este se disculpara con Recep Tayip Erdogan, el mandatario turco. Netanyahu tuvo que humillarse, todo para rédito de Erdogan, sin ningún reconocimiento de la Casa Blanca.
Estimo en este punto que Oren tiene toda la razón. La administración Obama desde el comienzo se tornó obsesiva con la cuestión de los asentamientos, condicionando la postura estadounidense a las concesiones israelíes, y – así como lo dice el autor – “si el presidente [George W.] Bush demandó que los palestinos renunciaran al terrorismo y abrazaran la democracia antes de recibir la paz, la nueva administración esperaba que Israel hiciera la primera jugada”. Mientras Obama alababa al líder teocrático y supremo de Irán en su correspondencia, todo su displacer apuntaba a un ministro electo democráticamente, y proveniente de un país aliado.
Obama no respetó los acuerdos alcanzados por su predecesor, y los agravios resultantes del cambio en la política estadounidense han probado desalentar la posibilidad de paz. En la correspondencia entre Bush y Sharon, ambos líderes acordaban que Israel no construiría nuevos asentamientos, limitándose a dar cabida al crecimiento poblacional en los ya existentes. Con las garantías de Estados Unidos, Sharon, quien una vez impulsara el movimiento de colonización, emprendió el riesgo que significó la retirada unilateral israelí de Gaza en 2005. Puesto por Abrams, en la era Bush Israel acordó con Estados Unidos que los asentamientos crecerían en población, mas no así en territorio, de modo que la llamada hoja de ruta para la paz no cambiaría. Bien, el equipo de Obama no reconoció “ningún acuerdo informal u oral” con Israel.
Comparto con Oren en que esto ha impactado negativamente el proceso. Como expresa el autor, “la coalición de centroderecha de Israel ya no tenía una válvula de seguridad para paliar a su electorado colono. Y ningún Gobierno israelí – de derecha o izquierda – podría haber parado legalmente la construcción en la capital del país”. En suma, continua Oren más adelante, “las nuevas políticas de Estados Unidos fijaron condiciones para el dialogo que Israel nunca podría cumplir, y que los palestinos no podrían ignorar”. Mahmud Abás se metería al bolsillo todas las concesiones israelíes sin comprometerse al proceso. Si el liderazgo palestino rechazó las ofertas que Ehud Barak y Ehud Olmert hicieron en el 2000 y en el 2008 respectivamente, ¿qué más podría conseguir Abás?
Oren está en lo correcto cuando sostiene que una nueva ronda de negociaciones terminaría en la nada, porque no habría manera que los israelíes le ofrecieran a Abás más de lo que ya habían ofrecido, sobre todo en tanto Obama fuera inflexible y desatento con ellos. Los palestinos por ende tampoco cuentan con incentivos para arriesgar capital político en negociaciones que podrían terminar en fracaso. Sin garantías, y presionado por Washington a tomar concesiones que ningún Gobierno haría, Netanyahu no cuenta con el soporte como para persuadir a su coalición a seguir las instrucciones del presidente, y lo cierto es que a este le quedan muy pocos días de gestión. Según lo antes explicado, la mala relación entre el presidente y el primer ministro parece haber augurado un círculo vicioso de antagonismo, que repercutió en mayores demandas hacia Israel, y a su vez en el tono de confrontación de Netanyahu. Sin ningún esfuerzo por parte del equipo del líder demócrata por puentear las diferencias mediante intermediarios, el premier eventualmente habría llegado a la conclusión de que no sería posible conformar a Obama, de modo que lo mejor sería “sobrevivir” a su presidencia.
Oren asume honestamente que como embajador tuvo que mentir, afirmando siempre sin falta que las relaciones eran buenas, cuando en realidad no lo eran. Citando un viejo dicho, Oren dice “un embajador es un hombre de virtud enviado al extranjero para mentir por su país”. Siguiendo estas líneas, nada puso más incómodo a Oren como sostener en público que todo andaba generalmente bien mientras Obama negociaba en secreto con los ayatolás de Irán, a espaldas de Israel.
Elliot Abrams critica a Oren por no esperar hasta el 2017 para publicar su libro, cuando el clima estuviera más tranquilo y Obama estuviera fuera de la Casa Blanca. Es indudable que tiene razón, pues la temprana publicación de Ally – según el exembajador necesaria para advertir sobre el peligroso acuerdo de Estados Unidos con Irán – le ha restado al autor credibilidad, y paradójicamente podría haber sumado al malestar en las relaciones bilaterales. Dan Shapiro, embajador estadounidense en Israel, dijo que Oren “era un embajador en el pasado, pero ahora es un político y un autor que vende libros. A veces un embajador tiene un punto de vista limitado sobre los esfuerzos en marcha. Lo que escribió no refleja la verdad”. Por otro lado, publicado en 2015, Ally pone a los judíos estadounidenses, y especialmente a los demócratas, en una situación incómoda, instando, aunque sea indirectamente, a que estos tomen partido por Israel contrariando al Gobierno estadounidense.
Oren efectivamente podría haberse evitado el aluvión de críticas publicando el libro después. Moshe Kahlon, ministro de Finanzas y líder del partido Kulanu que Oren ahora integra, salió a distanciarse de su colega por sus críticas a la administración Obama. Kahlon podría opinar igual que Oren, pero entiende que como político en ejercicio debe mantener el grado de autocensura que su cargo le requiere.
Haciendo un recuento general, Oren erra en su evaluación acerca del entendimiento entre Israel y Estados Unidos, y culpa a la administración Obama por desfases que se han repetido a lo largo de la historia en las relaciones bilaterales entre ambos países. Existe “luz”, y han existido “sorpresas”. No obstante, donde Oren más acierta es en su lectura del presidente. Obama no entiende, en palabras del autor, que la seguridad en Medio Oriente “es en gran medida un producto de las impresiones. En un región infame por su sol implacable, la luz del día es abrasadora. Alumbrando las brechas en las posiciones políticas, la administración [Obama] proyecta una sombra sobre el poder de disuasión de Israel”.