Artículo publicado originalmente en POLÍTICAS Y PÚBLICAS el 26/02/2016.
Sobre Europa, Umberto Eco decía que fue un continente capaz de fusionar muchas identidades sin mezclarlas, y que así es como será su futuro. Un tema por demás interesante, trae polémicas discusiones sobre todo en torno a la cuestión los musulmanes en Europa. Las estadísticas, frívolas para algunos pero estadísticas al fin, muestran que la población musulmana en el Viejo Continente, hoy en día estimada en 44 millones (19 a 20 millones en la Unión Europea solamente) aumentará exponencialmente con el paso de las décadas, a tal punto que para el 2030 el 8% de los europeos serían musulmanes. En veinte años aparentemente en países como Austria, Bélgica, Francia y Suecia la comunidad islámica ascenderá al 10 por ciento, e iría en aumento con el paso del tiempo.
Los expertos argumentan que el islam es la religión con más crecimiento en el mundo, evangelizando en donde la Iglesia hace tiempo perdió influencia, y por una combinación de razones culturales y socioeconómicas, que van desde la religiosidad de los fieles, la falta de recursos en colectivos de inmigrantes, y la ausencia o desinterés en la educación sexual, puede decirse que los musulmanes tienen la tasa de natalidad más alta entre los europeos.
Para algunos comentaristas se trata de una bomba de tiempo contra la civilización occidental, y Europa está haciendo poco o nada para preservar su identidad en el largo plazo.
La razón por las que estos números suscitan miedo se hace aparente cuando el terrorismo islámico atenta contra las capitales europeas, y tragedias como la del semanario satírico parisino Charlie Hebdo se llevan la portada de todos los medios del mundo. Pero en el fondo existe un desasosiego más profundo que no solamente afecta a intelectuales, pero que también alcanza a un número cada vez más elevado de ciudadanos desinteresados en la política. El terrorismo es la punta de un iceberg que bajo la superficie esconde una complejidad de otras puntas igual de peligrosas.
Por ejemplo, está la cuestión de los barrios habitados predominantemente por musulmanes en donde la policía francesa o alemana no se atreve a entrar – las llamadas “no-go zones”. Dichas calles, antes que patrulladas por la policía estatal, son controladas por patrullas de la sharia, organizadas para impartir la moral y decretar el vicio por las buenas o por las malas. Entre otros puntos, luego está el tema de los matrimonios forzados, el asunto de los sermones antisistémicos y de carácter fundamentalista que se recitan en algunas mezquitas, la trama de la proliferación de cortes religiosas para el arreglo de controversias, y la polémica en torno al uso del velo en las escuelas públicas.
Estos hechos hablan de una severa crisis de identidad, y según marcan los expertos, se hace primordialmente observable en las comunidades de inmigrantes, generalmente procedentes del Magreb y Turquía. La crisis no se agudiza por el solo hecho de que el número de musulmanes va en constante aumento, pero más bien porque inmigrantes de segunda y tercera generación no se están integrando al consagrado sistema laico y a la cosmovisión secular que hoy por hoy caracteriza a la sociedad occidental. Lo cierto es que muchos musulmanes europeos se manifiestan en contra de que el Estado se interponga entre ellos y los ritos islámicos. Para los sectores que han quedado marginalizados socioeconómicamente, o que bien se han segregado por cuenta propia para preservar las costumbres y tradiciones, el Estado resulta una entidad arreligiosa como decadente.
No obstante, si bien muchos desconfían de las autoridades seculares, los sectores más fanatizados paradójicamente demandan mayores concesiones y prestaciones sociales. Este contrasentido, envuelto en el contexto de la percibida “islamización” de Europa, alimenta la retórica de los movimientos de derecha y extrema derecha que están comenzado a tomar impulso en el continente. Como dijeran hace pocos años líderes como Angela Merkel y David Cameron (no exactamente caracterizados por ser xenófobos paranoicos), “el multiculturalismo ha fallado”.
Para ser justos, ninguna mente templada puede negar que las primeras víctimas de esta discusión son los miles de musulmanes verídicamente integrados a la sociedad europea, quienes sucintamente se sienten estigmatizados por una mayoría que no los comprende, y que frecuentemente los reduce al terrorismo asesino de los fanáticos y fundamentalistas.
Por otro lado, es interesante reflexionar que, vista la historia en perspectiva, las inquietudes y ansiedades de los llamados “islamófobos” hacen eco de miedos pasados, que eventualmente terminaron realizándose. ¿Se dirige Europa hacia una arabización del continente? Honestamente no hay razón para descartar la tesis de raíz como opción impensada. Por detrás de las estadísticas, independientemente de si prueben ser falibles o verídicas, lo cabal es que Europa ya a travesó una crisis identitaria y religiosa radical cuando al cabo de pocos siglos el cristianismo arrasó con el paganismo, cuando la nueva moral quebró los viejos valores, y cuando la establecida institución eclesiástica puso patas para arriba a la civilización clásica.
Esta noción llevó a tres intelectuales notables, como lo son Giovanni Sartori, Slavoj Zizek y Carlos Escudé, a opinar sobre el tema. Aunque se sitúan en bancas diferentes dentro del espectro político, sus conclusiones (como las mías) son remarcablemente similares.
En una entrevista para ABC de España, Sartori, posiblemente el politólogo más prestigioso en vida, opinó que “estamos en manos de políticos ignorantes, que no conocen la Historia ni tienen cultura”, pues “solo se preocupan por conservar su sillón […] escuchando la opinión del contrario y pensando en qué respuesta darle”. “No hay líderes ni hombres de Estado y así nos va: la Unión Europea es un edificio mal construido y se está derrumbando. La situación se hace más desastrosa porque algunos han creído que se podían integrar los inmigrantes musulmanes, y eso es imposible”. Por si no fuese lo suficientemente directo, también expresó que: “Occidente y sus valores están en peligro”.
Para Sartori el desastre empezó con el exceso de tolerancia que signó –valga la redundancia– tolerar lo intolerable. Para el renombrado politólogo de 92 años, Europa está renegando de su propia cultura, y atina en remarcar que las diferencias entre Occidente y el mundo islámico son insalvables. Mientras que el primero se funda en la democracia, en el principio de soberanía popular, el segundo se funda en la voluntad de Alá. En base a esto, Sartori es inflexible: “A quienes no están dispuestos a aceptar nuestras normas, se les debe colocar en la frontera para que se marchen a su casa”.
Cuando el entrevistador le indica a Sartori que, aunque él es considerado un liberal progresista, sus ideas le pueden valer fuertes críticas desde los sectores de la izquierda, el politólogo italiano contestó: “La izquierda ha perdido su ideología. Utilizan la palabra de multiculturalismo como una nueva ideología, porque la vieja ha muerto. Pero no tienen ni idea. No saben lo que es el islam. Son unos ignorantes. A mí no me importa la derecha o la izquierda, sino el sentido común”.
Las declaraciones de Sartori son en algún punto paradigmáticas, particularmente porque Slavoj Zizek dijo algo orientado en la misma dirección. Zizek es uno de los filósofos más extrovertidos y radicales de nuestros tiempos. Psicoanalista esloveno, se ha convertido en una suerte de rock star entre los movimientos de protesta izquierdistas. Al caso del islam en Europa, lo curioso es que Zizek, en una entrevista para Der Spiegel, comentó que “la tolerancia no es una solución”.
“Lo que necesitamos es lo que los alemanes llaman una Leitkultur, una cultura más alta que guía y regula la forma en la que las subculturas interactúan. El multiculturalismo, con su respeto mutuo por las sensibilidades de los otros, ya no funciona cuando alcanza esta etapa en donde es imposible de sostenerse. Los musulmanes devotos encuentran imposible tolerar nuestras imágenes blasfemas y nuestro humor irrespetuoso, que constituye una parte de nuestra libertad. Pero Occidente, con sus prácticas liberales, también encuentra a los casamientos forzados, o a la segregación de la mujer, que son parte de la vida musulmana, intolerables. Por eso, yo, como un izquierdista, argumento que necesitamos crear nuestra propia cultura líder”
Para Zizek, esta cultura líder, en el marco europeo, es la universalidad de la Ilustración; los principios que se emanan de ella. Por eso sugiere que no alcanza con tolerar las diferencias, sino que hay experimentar la propia identidad como algo contingente, que se transforma sobre la autodeterminación de los individuos. El islam, en principio, escapa a estos fundamentos, y es allí donde Zizek se percata de un problema. Para él, la mayor amenaza para Europa es precisamente su inercia, “su retirada a una cultura de apatía y relativismo general”.
Por su parte, Carlos Escudé, politólogo argentino destacado, compartió conmigo las ideas que expondrá en su próximo libro, Neomodernismo, una filosofía de las jerarquías (Lumiere 2016). En síntesis, Escudé también llega al mismo puerto. Sus conclusiones son similares, y apuntan al fracaso del multiculturalismo. Justamente, coincide en que este relativismo general del que habla Zizek atenta contra el sentido común del que habla Sartori.
De este modo, Escudé sentencia que “la incompatibilidad entre Occidente y el extremismo islamista queda ilustrada por el hecho de que, mientras Occidente intenta vivir según los valores de la Ilustración, el islam fundamentalista supone que Alá debe gobernar sobre los hombres, los fieles, señorear sobre los infieles, y los varones regir sobre las mujeres. Para el extremismo islamista, todo orden alternativo subvierte el mandato divino y debe ser oportunamente derrocado. Por consiguiente, este tipo de islam es incompatible con las sociedades occidentales y debe ser desterrado. Por una trágica vuelta de tuerca, la intolerancia islamista inevitablemente engendra la intolerancia de Occidente hacia el fundamentalismo islamista. De lo contrario, Occidente estaría abdicando de su lugar en el mundo, condenando a la humanidad a una inaceptable regresión”.
A la luz del siglo XXI, lo cierto es que hay aspectos del islam que denotan el letargo de una ansiada reforma religiosa. En términos generales, en el siglo XXI ninguna religión resulta tan militante, y sus convenciones y significantes tan politizados como ocurre en el islam. ¿Por qué? Esta es la pregunta que vengo tratando en muchos de mis artículos. En definitiva, es la madre de todas las preguntas para comprender las distancias entre Occidente y el mundo islámico.
Esta pregunta ordenadora podría ser planteada también mediante otro disparador. Lo que nos importa no es el dato de que el islam es la religión que más crece en números en la actualidad, pero que es la religión que menos crece en términos de innovación intelectual, filosófica y científica. Sobre la religión instaurada por Mahoma pesa la acusación –a mi criterio cierta– que a lo largo de su desarrollo histórico no ha sabido distinguir entre lo que es de Dios y lo que es del César, y que por ende tampoco ha sabido construir instituciones representativas ajenas al poder religioso, generalmente acompañado por el poder político.
Soy de la opinión de que para comprender el presente es menester mirar al pasado. Los pueblos no solo son lo que comen, mas son lo que piensan, lo que creen, y los edificios imaginados que logran transmitir de generación en generación. Estas construcciones mentales no se rompen de la noche a la mañana, sino que requieren del trabajo de generaciones de ingenieros y albañiles que al momento de derribar una estructura ya están planeando la siguiente, y así sucesivamente. Sin embargo, allí incluso siempre están los arqueólogos para recordarnos que, así como las mezquitas fueron construidas sobre iglesias más antiguas, las iglesias a su vez fueron construidas sobre templos y pilares más viejos.
El notorio erudito escoses del islam, Montgomery W. Watt decía esto mismo cuando afirmaba que “la base intelectual de una comunidad religiosa retiene algo de todo su pasado– de sus respuestas a las situaciones variantes a través de las cuales se definió a sí misma”. Bernard Lewis, posiblemente uno de los hombres más cultos en la materia aún en vida, también tiene esto en claro. Dice, lisa y llanamente, que “las razones que explican la reacción brusca de los musulmanes con muchos de los elementos del mundo moderno serán evidentes a partir de los contrastes entre la historia y la experiencia cristiana y musulmana”.
Hago mía la frase de otro gran intelectual británico, Edward H. Carr, quien dijo que “la función de la Historia es estimular una más profunda comprensión tanto del pasado como del presente por su comparación recíproca”. Eso es exactamente el ejercicio que los europeos deben hacer para salir de su inercia.