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Este jueves se anunció que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) encabezada por Mahmud Abbas reordenaría el gabinete de Gobierno, moviendo a ministros de una posición a la otra, reafirmando en el proceso la existencia de dos entidades contrapuestas en la política palestina. Abbas, líder del tradicional partido Al-Fatah, conduce un Gobierno palestino internacionalmente legitimado con sede en Ramala. Por contramano, en la Franja de Gaza existe un Gobierno que no responde a Abbas, y que es controlado por el grupo islamista Hamás. Antagónicas entre sí, ambas facciones políticas intentaron reconciliarse en reiteradas oportunidades, mas nunca lograron consignar una agenda en común, y consecuentemente nunca pudo establecerse un verdadero Gobierno de unidad. Un mes atrás, Abbas canceló el último acuerdo en una serie de experimentos por gestar fraternidad entre dos grupos que han probado ser mutuamente fratricidas el uno con el otro.
Ante el anuncio de la reestructuración del gabinete de Abbas, Hamás protestó alegando que la medida era inconstitucional, y que se hacía sin el consenso de la población; representando un golpe en el pacto de unidad. Previsibles, estos comentarios no son en sí una noticia. Lo relevante en cambio es que Abás parece estar nuevamente barajando sus cartas para regir más cómodo con ministros a los que pueda poner en su regazo. En este sentido, hace tiempo se sospecha que Abás se estaba quitando de encima a su primer ministro, Rami Hamdallah, un tecnócrata con un carácter incompatible con el populismo de su patrón.
En rigor, la posición de primer ministro palestino es más simbólica que funcional. Fue creada en 2003 durante la Segunda Intifada frente a la negativa de Estados Unidos e Israel a negociar con Arafat. Dado su aislamiento, con la creciente dificultad para sostener las riendas de la política local y proyectar respeto en el marco internacional, Arafat le encomendó a Abbas asistirlo, inaugurándole a su compañero la posición de premier. Se trata de una suerte de posición subrogante que depende directamente de la discrecionalidad del presidente. El primer ministro no es electo por voto popular o siquiera por el parlamento, sino que es escogido a dedo por el presidente, quien funcionalmente domina todas las funciones del poder ejecutivo. En otras palabras, tanto en la teoría como en la práctica, el requisito para ser primer ministro – y sobrevivir en el cargo – consiste en ser leal al jefe, y capaz de cumplir órdenes sin mayor trascendencia.
Algunos comentaristas sugieren que el octogenario líder, sucesor de Yasir Arafat, tiene recelo de los tecnócratas; sobre todo cuando estos se empeñan por contrariarlo. Pese a su tono moderado, Abbas comparte algo de la iniciativa política de su antecesor, y tiene muy presente que los intereses de la nación se expresan mejor en las líneas que contempla su partido. En términos brutos, todo se remite a la supervivencia del régimen. En vista de las circunstancias, los requerimientos de la política, frecuentemente cortoplacistas, son más importantes que el desarrollo a largo plazo.
Rami Hamdallah no es una figura popular. Es un académico formado en universidades inglesas donde estudio lingüística. Recibió prominencia entre élites por su labor como educador y administrador de una casa de estudios (Universidad Nacional An-Najah), la cual renovó y expandió considerablemente. Novato en la política, en junio de 2013 Hamdallah se acopló a las filas de Abbas, pero inmediatamente aparecieron problemas. A 18 días de asumir el cargo presentó su renuncia, solo para retrotraerse pocas semanas después. Lo cierto es que al provenir de coyunturas diferentes, su relación con Abbas será cordial, pero no existe un entendimiento sincero, siendo este un motivo de especulación y análisis durante los últimos dos años.
Si hubiera elecciones, hoy solo el 3 por ciento de los palestinos lo votaría para presidente. Así y todo, a Hamdallah la etiqueta de moderado le sienta realmente bien, y por lo pronto tendría las competencias profesionales necesarias para desarrollar las instituciones palestinas, gravemente socavadas por la corrupción crónica de la vieja guardia. Por sintetizar su carácter, puesto por un académico de la Universidad McGill familiarizado con él, “Rami es un pragmatista y un solucionador de problemas; y es un hombre de gran humildad”. Como hombre de letras, el perfil de Hamdallah a lo sumo lo enaltece como un candidato apto para sentarse a negociar con los israelíes y deliberar con los actores internacionales. Bien, paradójicamente, quizás esta misma razón explique la poca circulación que tiene su nombre entre los palestinos. Históricamente, en la calle palestina ha cotizado mejor aquel cabecilla graduado de algún centro soviético, climatizado en la refriega contra Israel, que el literato o economista, educado en el extranjero e inexperimentado en materia de guerra o intifada.
En los últimos meses vino discutiéndose la posibilidad de que Hamdallah estuviera por renunciar al cargo, y por lo menos según lo reportado por los medios, su desvinculación podría ser inminente. Para empezar, ya en 2013 algunos comentaristas argumentaban que, de por sí, el lingüista no tenía chance; y que sería irrealista suponer que pudiera tener algún tipo de palanca en el Gobierno palestino. Expuesto lacónicamente por Barak Ravid de Haaretz, la de Hamdallah era desde el principio “una misión suicida”. Puesto así, Hamdallah no tenía oportunidad de trazar un programa paralelo por fuera de la demagogia de su jefe, quien asiduamente recurre a manifestaciones para asentar un mensaje populista y construir su propia leyenda. Como advertía Barry Rubin, dada la intensa rivalidad por el poder en la escena palestina, “los lideres tienden a evitar una peligrosa moderación”. “Ofrecer compromisos o concesiones, actuar demasiado amigablemente con los Estados Unidos, condenar el terrorismo, y buscar acallar la incitación, [son todas medidas] que pueden resultar en la ira de numerosos militantes bien armados”. Este es el predicamento de Abbas, pero no el de hombres con el currículo de Hamdallah.
Si se llegase a confirmar su dimisión, Hamdallah no sería el primer tecnócrata en caer disminuido frente a la presencia de Abbas. Su nombramiento fue el resultado de la renuncia de Salam Fayad, un economista formado en Estados Unidos, altamente respetado en círculos occidentales como israelíes. Apodado por Shimon Peres como el “Ben Gurión palestino”, Fayad insistía en el desarrollo de las instituciones locales y su foco no estaba en las internas faccionarias. Similar a Hamdallah, algunos ya insistían que su campaña era una crónica de un fracaso anunciado. Se dice que Abbas se dedicó a ponerle palos en la rueda, convenientemente culpándolo por la desaceleración económica de los territorios palestinos. Concretamente, luego de seis años de servicio (entre 2007 y 2013), Abbas se lo sacó de encima.
Es un hecho consensuado que las nominaciones de Fayad y Hamdallah respondían ante todo a la estrategia de Abbas por cultivar una buena imagen en las capitales occidentales. A diferencia del anciano cabecilla, Fayad y Hamdallah cuentan con credenciales irreprochables, saben desenvolverse en espacios culturales, y saben hablar inglés – haciendo de ellos intermediadores idóneos para tomar gestiones diplomáticas y recaudar fondos en los distintos foros. No obstante, más allá de la capacidad que estos hombres podrían haber articulado, volviendo a las premisas, en definitiva su posición ya estaba condicionada de antemano por Abbas. Dicho sea de paso, el heredero de Arafat no ha llamado a elecciones desde que tomara posesión de la presidencia en 2005. Lleva diez años gobernando, y no tiene sucesor a la vista.