Okkupert: Rusia invade Noruega

Artículo publicado originalmente en BASTION DIGITAL el 17/02/2016.

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Okkupert (Occupied) es una atrapante serie noruega que plantea un escenario geopolítico convulsionado. En un futuro cercano, Rusia invade Noruega para quedarse con sus recursos petroleros en el Mar del Norte. Si bien muchos elementos políticos parecen exagerados , otros están bien fundamentados en las aversiones y miedos del presente. Crédito por la imagen: TV2,

La televisión noruega estrenó una serie tan atrapante e interesante que perfectamente podría competir con los thrillers de Estados Unidos. Se llama Okkupert, en inglés Occupied (o bien “Ocupados” en español) y es la producción audiovisual más cara de la historia del país escandinavo.

El argumento se desenvuelve en torno a una premisa polémica. Rusia hace una “invasión silenciosa” de Noruega, y lo hace con el visto bueno de la Unión Europea (UE). En un mundo convulsionado por la falta de petróleo, el crudo noruego se ha vuelto un recurso vitalmente estratégico. Todo comienza cuando Oslo se rehúsa a extraer más oro negro del mar del Norte. En base a argumentos medioambientes –la convicción de que el calentamiento global está destruyendo el mundo– el Gobierno verde (ecologista) noruego se rehúsa a ceder ante las presiones de los países europeos, desesperados por asegurarse su suministro energético.

Okkupert recoge la hipótesis de conflicto entre Rusia y Escandinavia, y muestra un escenario en un futuro cercano, que si bien es rebuscado, se compensa con una excelente realización. Por sus reseñas geopolíticas, la serie resultará especialmente interesante para cientistas políticos y espectadores con intereses afines. Sin arruinarle de antemano el programa a nadie, conviene destacar lo plausible y lo descabellado del argumento, como también explicar porque vale la pena verla.

Para empezar, las críticas más adversas advierten que su entramado político es implausible, y que, por lo tanto, a modo de escollo entre Noruega y Rusia, imparte miedo y desconfianza sin necesidad. Se da por entendido que Estados Unidos ya no es parte de la OTAN, y que Rusia, en cierta forma, ha tomado su lugar como “policía” global. También se establece que Medio Oriente está tan convulsionado por conflictos crónicos, que los tradicionales exportadores de petróleo ya no pueden proveer al mercado europeo. Asimismo, la serie plasma que el cambio climático está causando estragos. Ante esto los noruegos prefieren sacrificar su industria más rentable a los efectos de salvaguardar el medioambiente. Esta decisión, peleada por toda la Unión Europea, se ampara en el descubrimiento de una forma limpia y viable para explotar el torio con fines energéticos.

En el primer capítulo, el premier noruego, Jesper Berg (Henrik Mestad), es secuestrado brevemente por un contingente de fuerzas especiales rusas, y, en nombre de toda la UE, es obligado a retractar la política ambientalista antipetróleo que lo impulsó al Gobierno en primer lugar. A partir de ese momento, bajo el pretexto de asegurarse que la producción de crudo no se detenga, los rusos pasan a ocupar el país tras un golpe incruento, sin derramar sangre. Berg, un hombre carismático y hasta entonces resoluto, de repente es forzado a complacer las demandas impuestas por Moscú. Hace todo lo que está a su alcance por evitar un conflicto militar, y, en el proceso, se convierte en un títere de la embajadora rusa, la circunspecta Irina Sidorva (Ingeborga Dapkunaite).

Curiosamente, quizás más incoherente que la invasión rusa per se, es el hecho de que los europeos se mantienen inertes frente a las crecientes imposiciones de los ocupadores. Según se da a entender en la serie, los europeos delegan a Rusia la tarea de capturar las plataformas extractoras de petróleo. Sin embargo, los líderes occidentales no mueven un dedo cuando el Kremlin desplaza tropas de lleno en el país. Aunque el gabinete de Berg cede ante todas las demandas, Moscú encuentra la manera de justificar la ocupación, y evita pronunciarse acerca de cuándo será la retirada, si es que se planea una en lo absoluto.

Una de las cosas más irrisorias de este caso ficticio es que el primer ministro noruego solo se comunica con el resto de la UE por intermedio de un burócrata de Bruselas. Es decir, no tiene contacto directo con su contraparte británica, el presidente francés o con el canciller alemán. Su intermediador es un francófono cínico y engreído (Hippolyte Girardot) sin nada de empatía por el apuro en el que se encuentra Berg. Como si fuera el presidente de la junta, el enviado da la impresión que la UE es un país unificado, y que, total de que siga exportando petróleo, el futuro de Noruega es insustancial para Londres, París o Berlín. Por supuesto, también es muy significativo que Estados Unidos se desentienda de la ofensiva rusa. En palabras del embajador norteamericano (ficticio) en Oslo (Nigel Whitmey), “la historia les enseñó a los estadounidenses a no meterse en los conflictos extranjeros sin contar con una estrategia”. En este sentido, el aislacionismo de la primera potencia mundial es ilógico, sobre todo si se lo ubica en un futuro cercano.

Desde otro punto de vista, estos atrevimientos creativos se justifican en que añaden suspenso a la trama. Las reuniones entre Berg y los representantes extranjeros son lacónicas, y dan lugar a la sensación de que Noruega está sola; que sus aliados la han abandonado a su suerte. El espectador siente entonces empatía por la nación que está siendo atropellada por un matón, sin que a nadie le importe un bledo. En paralelo, con el trascurso de los acontecimientos, el espectador es obligado a tomar partido por Berg o por sus detractores dispuestos a dar batalla. En efecto, el primer ministro se enfrenta a constantes dilemas que terminan distanciándolo de su esposa, de sus allegados, de su partido, y de la población en general. Para salvar a Noruega, simplemente no puede decir la verdad, y eso le cuesta su legitimidad. Visto como un hombre de convicciones, la intervención rusa lo obliga a cambiar. Debe hacer constantes malabares retóricos para calmar las ansiedades, y medir cuidadosamente sus palabras para no envalentonar a los rusos. En determinado momento, cuando la situación se vuelve insostenible, Berg comparte la que acaso es la reflexión más honesta, y mejor conectada con la realidad de la serie: “los rusos me tomaron por débil por mi perfil social demócrata”.

En este aspecto, según una encuesta de Gallup realizada en abril del año pasado, el 89% de los noruegos desaprueban el liderazgo ruso. El Pew Research Center hizo una encuesta similar el último agosto y encontró resultados similares en otros países occidentales, cosa que refleja la desconfianza catalizada a partir de la intervención rusa en Ucrania. En esta coyuntura, no sorprende que los Estados del norte y este de Europa se estén armando frente a la percepción de un oso ruso amenazante. Particularmente, en relación con 2015, Noruega aumentará este año el presupuesto de defensa en un 12%. Suecia y Finlandia, que no son miembros de la OTAN, están considerando su ingreso seriamente.

Aunque la tensión claramente no es aquella de la Guerra Fría, todo sugiere que las viejas aprensiones están volviendo a surgir. Esta es precisamente la razón por la cual Okkupert causo gran malestar entre los diplomáticos rusos en Noruega. De acuerdo con un comunicado de la embajada rusa en Oslo, “los creadores de la serie decidieron asustar a los espectadores noruegos con una amenaza no existente desde el este, rememorando las peores tradiciones de la Guerra Fría, como si se hubieran olvidado de la heroica contribución del ejército soviético en la liberación del norte de Noruega de sus ocupadores nazis”.

El creador de Okkupert, Jo Nesbo, uno de los autores más afamados de Noruega, concibió la idea original en 2008, antes de la ocupación rusa de Crimea. En una entrevista para The Guardian, Nesbo dice que la crisis en Ucrania muestra que las cosas dan miedo porque pueden cambiar muy rápido. “En Escandinavia tomamos todo por sentado. Esa es la lección de otros países. Tomemos Yugoslavia en los noventa –un país democrático en buen camino. A Slobodan Milosevic le llevó seis meses para llevarlo a la guerra civil”. Los rusos –dice Nesbo– “no le disparan realmente a la gente, solamente vienen y muestran que los que mandan son ellos”. A mi criterio, esto sintetiza la premisa de Okkupert a la perfección.

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Imagen promocional de la serie. A la izquierda, el primer ministro Jesper Berg (Henrik Mestad). A la derecha, el guardaespaldas Hans Martin Djupvik (Eldar Skar). Crédito: TV2.

Más allá de la ficción, hay que decir que la serie examina una faceta universal de la experiencia humana. Tantea la reacción de la población que se encuentra bajo dominio extranjero. Por ejemplo, pese a que el líder noruego quiere cooperar a toda costa para evitar el derramamiento de sangre, elementos dentro de su Gobierno se inclinan por una movilización militar en virtud del derecho a la defensa.

Otro personaje que en este aspecto merece atención es Hans Martin Djupvik (Eldar Skar). Un guardaespaldas intrépido, pronto se ve inmiscuido en el medio del embrollo como intermediario entre el Gobierno noruego y la embajada rusa. Eventualmente, su buena voluntad se ve opacada por sospechas dobles de colaboración encubierta con el bando contrario. Los rusos desconfían de él, y los suyos también. También está Thomas Eriksen (Vegar Hoel), un periodista osado determinado a desenmascarar el tutelaje ruso sobre el Gobierno democráticamente electo. Luego, entre otros protagonistas, está la esposa de Thomas, Bente (Ane Dahl Torp), quien administra un restaurante que, de no ser por la afluente clientela rusa, quebraría. De este modo, los personajes de Okkupert experimentan distintas disyuntivas. Es como si la serie pusiera al espectador a prueba: “¿Tu qué harías en esta situación?”. Dejando de lado lo polémico del planteo geopolítico exagerado o rebuscado, creo que la manera en la que se abarca esta pregunta –estas vicisitudes humanas– es una de las cosas más brillantes y meritorias de la serie.

Finalmente, otra razón por la que mirar Okkupert vale mucho la pena tiene que ver con el retrato honesto que hace de Noruega. Este es uno de los países con mayor ingreso per cápita en el mundo, y el primero en términos de desarrollo humano. Esto es, reúne condiciones de ensueño para una buena calidad de vida: excelentes servicios públicos, excelente calidad educativa, bajísimo nivel de desempleo, equidad de género, igualdad de oportunidades, etc.

Pocas veces he visto una película o una serie de la misma caña con tantos personajes femeninos. En la serie, comenzando por la embajadora rusa, las mujeres ocupan cargos importantes. Son juezas, políticas, policías, y soldadas. También hay diversas escenas que dan cuenta de la importancia que tienen las instituciones en el país. Este es el punto que Berg se muestra más reacio a sacrificar, como censurar la prensa independiente (aunque sea crítica del Gobierno), y saltearse la Justicia (aunque sus procedimientos impacienten a los ocupadores rusos).

En suma, Okkupert (en lo que es su primera temporada) no decepciona, y atrapará a los amantes de los thrillers políticos. Aunque el argumento puede caer descabellado, esta preocupación pasa a un segundo plano rápidamente gracias a la adrenalina de la acción. El hecho de que la serie no gravite alrededor de un solo protagonista también contribuye a balancear la superficialidad de la trama geopolítica. Las reacciones humanas son lo que más valen, y el paisaje nórdico ofrece, para variar, un cambio bienvenido a tantas obras de ficción situadas en Estados Unidos.

Aunque la serie no se estrenó en América Latina, se puede mirar de forma legal a través de Netflix en su versión estadounidense. Solo es necesario utilizar una aplicación que permita entrar a internet como si uno estuviera situado en otro país. Una de las más conocidas (y gratuitas) se llama “Hola”, y se descarga como una extensión para los navegadores. Con ella, uno puede explorar contenido no disponible en los pagos latinoamericanos, sacando más provecho de la suscripción al popular proveedor de streaming. Eso sí, de momento la serie solo cuenta con subtítulos en inglés, de modo que el idioma puede llegar a ser una barrera.