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El 3 de agosto, cuatro días antes de la inauguración de Iván Duque Márquez, el flamante presidente de Colombia, el Gobierno del saliente Juan Manuel Santos reconoció a Palestina como Estado soberano. Como era de esperarse, mientras las autoridades palestinas festejaron el tanto diplomático, la decisión causó sorpresa y disgusto en Israel. Peculiarmente, la noticia solo trascendió por un comunicado de la misión palestina en Colombia, que citaba como fuente una nota enviada por la entonces canciller de Santos, María Ángela Holguín. Es decir, el reconocimiento se produjo de forma silenciosa, fuera del ámbito público; y sin mostrar Colombia expreso interés en que la novedad fuese comunicada de forma oficial a través de un comunicado propio.
Colombia suele ser considerada como el mejor aliado de Israel en América Latina. El propio Santos había confirmado en 2011 que su país no reconocería a Palestina “por una cuestión de principios”. En aquellos tiempos la idea de declarar un Estado Palestino ya comenzaba a ganar adherentes en la arena internacional. Un año después, la Asamblea General de la ONU aprobaba una resolución declarando a Palestina como Estado observador no-miembro, una decisión en la que Colombia se abstuvo de participar.
En vista de este sorpresivo giro de acontecimientos, cabe preguntarse qué ha cambiado, si es que en efecto la dirigencia colombiana cambió el rumbo.
De momento, todo parecería indicar que la decisión no responde a los intereses nacionales de Colombia. Dejando de lado la discusión acerca de los méritos o infortunios de reconocer a Palestina como un Estado autónomo, lo cierto es que la decisión colombiana se hizo por siniestra, y eso indudablemente la hace controversial. Santos tomó la iniciativa de forma privada y no participó de la misma al cuerpo diplomático. Quizás mas importante, no involucró al equipo entrante del Presidente Duque. En este sentido, la actuación de Santos recuerda al “regalo de despedida” que Barack Obama les hizo a los palestinos, castigando a Israel en el Consejo de Seguridad. El 23 de diciembre de 2016, antes de terminar su mandato, Obama instruyó que Estados Unidos se abstuviera por primera vez de escudar diplomáticamente a Israel. Sin el veto estadounidense, en la práctica Obama permitió que su país diera luz verde a una resolución que condenaba la política israelí en Cisjordania.
Colombia no tiene la misma relevancia que Estados Unidos en la escena internacional, pero así y todo pueden trazarse paralelos. En su momento la decisión de Obama dejó la impresión de que el demócrata quería truncar a la administración entrante de Donald Trump. Teniendo en cuenta el apego del actual inquilino de la Casa Blanca hacia el primer ministro Benjamín Netanyahu, Obama –que tenía pésimas relaciones con el líder israelí– expresó su frustración condenando a Israel en público. Por otro lado, aunque Santos no tiene fricción con Israel o con su liderazgo, quizás miraba con preocupación las propuestas de campaña de Duque.
El actual presidente colombiano es un conservador que muestra una disposición favorable hacia Israel. Durante una reunión con líderes evangélicos, Duque afirmó que no descartaría mover la embajada colombiana a Jerusalén, en línea con Estados Unidos, Guatemala, Honduras y Paraguay. No obstante, también expresó cautela, argumentando que habría que estudiar si el traslado de la sede diplomática traería riesgos al personal colombiano. Por esta razón, desde lo personal no creo que Santos haya estado sumamente preocupado por la cuestión de la embajada.
Santos estaría muchísimo más preocupado por su legado en virtud del acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Es sabido que el devenir de la paz no terminó de escribirse, y que el acuerdo presenta inconsistencias. Sin ir más lejos, el Estado y los excombatientes se acusan mutuamente de fallar en sus compromisos. Duque fue el candidato del expresidente Álvaro Uribe y participó de la campaña contra el acuerdo de paz.
Según la exministra Holguín, responsable por la nota enviada a la representación diplomática palestina, el reconocimiento tiene que ver con esta dinámica. En una entrevista televisiva afirmó que “mientras que no haya un reconocimiento al otro, muy difícilmente uno puede llegar a un acuerdo de paz y esa fue la enseñanza que tuvimos con el acuerdo con las FARC. Hay que tener un reconocimiento con la persona que uno tiene en frente o con el estado u organización para avanzar en la paz”.
Holguín aseguró también que Santos habría discutido la novedad con el presidente entrante, afirmando que este le habría dicho “siga adelante”. Agregó que tomar semejante decisión al final del mandato “facilita el tema”. Las palabras de la exministra sugieren que Santos quizás habría reconocido a Palestina como favor hacia Duque. Al haber gratificado a Palestina como Estado de forma sumaria, antes de acabar su mandato, Santos le ahorra a Duque el engorroso proceso de discutir Medio Oriente, ofreciéndole la excusa perfecta para escapar a sus compromisos de campaña, o bien desatender la presión de los influyentes grupos evangélicos (proisraelíes) en Colombia y América Latina
Pero si bien el nuevo canciller colombiano, Carlos Holmes Trujillo, confirmó que el presidente saliente le informó su decisión al presidente entrante, también dejó a entender que el reconocimiento a Palestina fue desprolijo, y que el Ministerio de Exteriores convocaría a los suyos para discutir y reevaluar la medida tomada por Santos. Trujillo afirmó que “para el Gobierno actual es prioritario mantener las relaciones de cooperación con sus aliados y amigos, y el compromiso de contribuir, como siempre lo ha hecho, a la paz y a la seguridad internacional”.
Ahora bien, aunque revertir la decisión caería muy bien en Israel, país que mantiene estrechos vínculos de cooperación con Colombia, también sería desprolijo desdecir a un presidente y dar marcha atrás con tanta facilidad. En esencia, aunque el reconocimiento emitido por Santos es improvisado e irresponsable desde un punto de vista institucional, en definitiva, no deja de ser legítimo. Por eso, habría que estudiar si suprimir lo hecho por Santos podría influir negativamente la credibilidad internacional de Colombia.
Gracias a su accionar, Santos pierde credibilidad en el plano doméstico, sobre todo en los cuadros políticos y diplomáticos que critican la ligereza con la que actuó. Sin embargo, y quizás aquí el quid de la cuestión, Santos paradójicamente gana credibilidad en el extranjero, especialmente en los foros internaciones. Siendo recipiente del premio nobel de la paz por el acuerdo con las FARC, el expresidente Santos podría estar pensando su inserción como influencer en la escena internacional. El galardón le da alto estatus y podría abrirle muchas puertas, desde cátedras en prestigiosas universidades a roles de liderazgo en organizaciones internacionales. Tal vez podría buscar establecer su propia fundación para promover la paz, como aquella establecida por el expremier británico Tony Blair.
El gesto de Santos hacia los palestinos será parte de su legado internacional, y en vista de observadores extranjeros será un plus en su currículo. Siendo Colombia un aliado tradicional de Israel, algunos dirán que Santos se muestra como un líder valiente e imparcial. Por ello, tiendo a creer que esta decisión tiene más que ver con los intereses personales del expresidente que con aquellos de Colombia como país.
De todos modos, cabe decir que la decisión no deja de tener carácter simbólico, y difícilmente vaya a destruir los buenos vínculos bilaterales entre Colombia e Israel. Si Duque decide no revertir la decisión la cosa no pasará a mayores. El disgusto israelí no se hará sentir en una disminución en los niveles comerciales, o en la disposición de Jerusalén de cooperar con Bogotá en materia de desarrollo y seguridad.