¿Se reinsertará Estados Unidos otra vez en Irak?

Artículo Original.

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Tanques Abrams M1A1 y sus tripulaciones posan en noviembre de 2003 para una foto frente a las «Espadas de Qādisiyya», el arco de la victoria situado en Bagdad erigido por Sadam Husein en 1989 para conmemorar la supuesta victoria de Irak contra Irán en la guerra entre ambos países (1980-1988). Imagen de dominio público.

El prospecto de que Estados Unidos se reinserte en Irak para contrarrestar el avance del Estado Islámico (ISIS) ha generado un amplio debate entre profesionales de distintas ramas y procedencia. Mientras que existe mucha intriga acerca del futuro que le depara a Medio Oriente, la única certeza que puede apreciarse hoy es que tanto republicanos como demócratas arremeten contra la administración de Barack Obama – sea por su acción, o bien, inacción en su política para la región. Hasta la fecha, al momento de escribir, Obama solamente ha autorizado despachar 275 tropas para proteger su embajada en Bagdad, y desplegar aviones y drones para vuelos de reconocimiento sobre las posiciones del ISIS, medida que tal vez podría servir como antesala a una intervención armada aérea contra el grupo yihadista. Pero, ¿qué decidirá finalmente Obama?

El propósito de este artículo es analizar los condicionamientos principales y las opiniones más discutidas que podrían influenciar la política exterior norteamericana en el futuro previsible.

Los ciudadanos estadounidenses dicen no

 Desde América Latina, y en menor medida desde Europa también, se suele recibir con sospechas todo anuncio por el cual Estados Unidos se compromete a intervenir militarmente en algún lugar del mundo, sea por la razón que fuere. Para varios políticos y analistas reconocidos como progresistas o populistas, cualquier casus belli que Washington pudiera emplear para apelar a una “guerra justa” – para proteger la libertad o salvaguardar los derechos humanos de una población – queda automáticamente invalidado por los viejos y tradicionales prejuicios contra la potencia mundial. Sin entrar en detalles, dejando de lado los desaciertos de la política norteamericana en el pasado o el pensamiento ilusorio (whisful thinking) de muchos formadores de opinión, la realidad es que en términos estrictamente estratégicos Estados Unidos tiene poco para ganar de reinsertarse militarmente en el teatro iraquí y mucho para perder; cosa que afectaría especialmente negativamente la imagen de la administración Obama. La sentencia de que Estados Unidos siempre parece tener excusas para bombardear Irak en sus distintos formatos, provenga de quien provenga, es propia de una tribuna cooptada por panfletistas, y no es propia de un análisis serio.

Para empezar, el Gobierno estadounidense ha gastado más de 816 mil millones de dólares en acciones militares en Irak desde 2003, en una guerra cuyo costo de oportunidad se ha visto expresado en el detrimento del presupuesto destinado para la infraestructura interna, la educación y la salud pública entre otros fines. Dicho de otro modo, sostener la campaña iraquí le ha costado al contribuyente norteamericano importantes dólares que podrían haberse gastado para mejorar su calidad de vida. Debe no obstante decirse que Irak per ser no representa el principal agravante del presupuesto federal. Según un estudio, las principales causas del déficit presupuestario se deben a las torpezas en materia de política fiscal de la administración de George W. Bush y a la crisis económica del 2008. De todos modos lo que aquí importa es la percepción que tiene el público estadounidense sobre sus prioridades, y en esto no debería sorprender que las encuestas muestren una disposición cautelosa o negativa por parte de los ciudadanos a la hora de consentir con otra intervención armada. Según el Washington Post y ABC News, solo un 30 por ciento del país apoyaría enviar tropas a combatir los insurgentes suniitas en Irak. Para el Huffington Post, este número sería solamente de un 15%.

 Los “realistas” dicen no

Existe en la academia lo que se conoce como la escuela realista de las relaciones internacionales. A pesar de sus variantes presentaciones, en general y a modo de simplificar, se puede establecer que los teóricos realistas suponen un mundo en donde los actores predominantes son los Estados. Conceden que cada Estado es un pistolero en potencia, y que como si de una película orientada en el Viejo Oeste (western) se tratara, existe una situación cuasi anárquica en donde el imperio de la ley no se ha cementado, y cada quien hace lo que mejor le plazca dentro de sus posibilidades. El sheriff puede poner a los malhechores tras las rejas, pero solo para que otro grupo de bandidos tomen su lugar. Siguiendo la analogía, Estados Unidos podría ser el sheriff global, pero su poder por más grande que sea no es suficiente como para augurar una pax americana internacional y duradera.

La premisa es que siempre habrán nuevos Estados intransigentes, nuevos terroristas y nuevos líderes que los patrocinarán, y que a fin de cuentas, solo podrá triunfar quien ostente la pistola (o el palo) más grande y logre retener dicho poder. Siguiendo este argumento, Estados Unidos puede tener intereses permanentes en Medio Oriente, pero no necesariamente amigos permanentes. El statu quo de hoy no necesariamente existirá mañana, o por lo menos no en tanto los actores más poderosos sean abatidos o seriamente fatigados por el accionar de terceros.

Para algunos autores, conque el Estado hegemónico (en este caso Estados Unidos) desenfunde su pistola alcanzaría en muchos casos para impartir miedo a sus oponentes, y así disuadirlos de cometer acciones indeseadas que contradigan las preferencias del primero. Luego están quienes dicen que esto no alcanza, y que es necesario que el sheriff sea el pistolero más rápido y que derribe (o por lo menos hiera) a sus enemigos para acumular más poder, y así dar una advertencia explícita a quienes planeasen en su contra. Otros sostienen que a veces una situación de tablas mexicanas puede ser beneficiosa, en la medida que argumentan que el equilibrio de poder, el miedo a una carrera armamentística, o la imposibilidad de que un actor pueda vencer al otro, son todas condiciones que pueden resultar en una cooperación beneficiosa para todas las partes.

Sin embargo, y a pesar de sus distintos matices, los realistas coinciden en que la prudencia, de ser contemplada por supuesto, es la principal virtud en existencia a la que los Estados pueden recurrir para moderar su uso de la fuerza, y consecuentemente evitar generar consecuencias indeseadas a futuro que puedan resultar perjudiciales para sus propios intereses.

En lo referido con Irak, un claro ejemplo de esto último ha sido el fortalecimiento de Irán en el vecindario, actor que desde la Revolución islámica de 1979 venía siendo contrarrestado por Sadam Husein (recuérdese la guerra Irán-Irak de 1980-1988). Por ello, la mayoría de las voces más resonantes del campo realista vienen oponiéndose a la intervención militar desde 2003. En aquella oportunidad aducían que a pesar de cuan reprochable y criminal pudiera haber sido Sadam Husein, tal déspota no tenía intención de atacar a Estados Unidos por el peligro que le supondría una retaliación aliada. No menos importante, y cómo ha probado ser el caso, los realistas advertían que no habría una estrategia de salida clara del país árabe, cosa que se ve expuesta hoy en día en la ambivalencia e indeterminación de la política exterior de Obama, quien a propósito, ahora envuelto en críticas bipartisanas, intenta responsabilizar a la administración Bush por haber pactado la retirada de las tropas de forma anticipada.

Por supuesto, cuando Obama era candidato a presidente era rentable en términos de capital político hablar de “traer a nuestros chicos a casa”, y una vez en el cargo cumplió lo prometido, y en diciembre de 2011 se retiraron los últimos soldados. Para ser justos con Obama, de la misma manera en que nadie podía haber anticipado el rápido desarrollo y la masificación de las protestas en el mundo árabe (desde que un joven tunecino se prendiera fuego a sí mismo en enero de 2011), nadie pudo tampoco prever el rápido crecimiento del ISIS. Pero su liderazgo en la crisis que se está desarrollando en Mesopotamia deja ciertamente mucho que desear.

Algunos “neocon” dicen sí

En el slang político estadounidense, el termino neocon se utiliza para denominar a los neo-conservadores: republicanos devotos que se alzaron a lo más alto de la escena pública durante la presidencia de George W. Bush, siendo al mismo tiempo los principales impulsores ideológicos de la invasión contra Irak en 2003. Suele otorgarse que los llamados neocon representan el eslabón que une a los conservadores tradicionales con los halcones que están dispuestos a ir un paso más lejos para impulsar una misión civilizadora en otras partes del mundo.

El típico prejuicio hacia ellos dispara contra su visión dicotómica y hasta religiosa del mundo entre los chicos buenos y los chicos malos, y su resolución firme en utilizar la fuerza militar para impulsar los intereses norteamericanos en el extranjero. La llamada “Doctrina Bush” es descrita de forma similar, dado que la misma se ha caracterizado por un sentimiento de superioridad sino obligación moral para que Estados Unidos actuase con o sin el consentimiento internacional en distintos asuntos de política exterior – siendo la guerra contra el terror (y la intervención en Irak) el más ilustre ejemplo. Dicho de otro modo, en la era Bush el unilateralismo podía despender del multilateralismo, debido a que descansaba en el supuesto que la excepcionalidad militar y moral norteamericana confería la obligación de actuar y liderar.

En contrapartida, la visión realista sugiere que el ISIS no existiría hoy si los neoconservadores no hubieran conducido a Estados Unidos a Irak (en 2003) en primer lugar, y que las intervenciones norteamericanas en Medio Oriente vienen siendo más contraproducentes que productivas.

Stephen Walt y Barry P. Rosen, dos de los principales exponentes de esta corriente, piden por una estrategia de desconexión o contención (restraint) que despeje el paso para que las partes resuelvan sus problemas por cuenta propia. En vez que fatigarse y gastar tesoro en proposiciones fútiles, las cuales Washington no podrá resolver, en síntesis sería mejor distanciarse y reservar las intervenciones para casos de verídica y corroborarle necesidad, que afecten los intereses de seguridad inmediatos de Estados Unidos. Walt insiste que pese a esto, su país podría perseguir intervenciones humanitarias muy restringidas, siempre y cuando se limiten al envió de material estrictamente humanitario para socorrer a las minorías religiosas expuestas a la hambruna. Vladimir Putin no podría estar más de acuerdo.

Eliot A. Cohen, impulsor de la invasión de 2003 y consejero del Departamento de Estado entre 2007 y 2009, sostiene en cambio que Obama “no puede aceptar la guerra por lo que es”, de modo que no puede amasar el coraje para tomar los pasos necesarios en aras de frenar el avance de los extremistas islámicos. Esto es, no tiene las cualidades de liderazgo que su cargo le demanda para asumir un mayor compromiso militar. De modo similar, reconocidos autores dentro del ámbito neoconservador como Frederick W. Kagan y William Kristol señalan que enviar tropas a Irak es la única manera de persuadir a los árabes sunitas de que cuentan con una alternativa a unirse a grupos extremistas. Sostienen que la intervención es la única forma plausible para estabilizar a las fuerzas de seguridad iraquíes, y asimismo poner coto a la influencia iraní en la zona. Tal vez más notorio fue el llamado de Richard Perry, acérrimo conservador que gobierna Texas desde el año 2000, a “dejar todas las opciones abiertas”, instando a una respuesta más agresiva de Estados Unidos frente al avance del ISIS.

En contraste con la versión de los hechos provista por la escuela realista, para la visión neoconservadora más inflexible el pecado original no fue la guerra iniciada en 2003, sino la debilidad de Obama al efectivizar el retiro de las tropas del país árabe, a lo que debe sumarse la indecisión del presidente, como por ejemplo, en la postergación de la ahora casi indefinida “línea roja” impuesta al régimen sirio, y la relativa débil respuesta norteamericana a la ofensiva rusa en Crimea.

Tablas mexicanas y cooperación con Irán

Suele decirse que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, y en política internacional dicha máxima ha probado tener valor a lo largo de la historia. Muchos dirían que no ha perdido vigencia en lo absoluto. ¿Pero es así con Irán? ¿Se aliará Estados Unidos con Irán – declarado enemigo público desde 1979 – en función de detener a los bárbaros que asechan a las puertas? Lo que es más, deseoso de tal posibilidad, el Gobierno de Bashar al-Asad ha comunicado que estaría dispuesto a trabajar en conjunto con los norteamericanos. ¿Es viable un escenario de cooperación? ¿Podrán ser destrabadas las relaciones entre ambos bandos a partir de la entrada de un enemigo común como lo es el ISIS?

Por lo excepcional de las circunstancias, ha quedado en evidencia que tanto Washington como Teherán tienen un interés mutuo en estabilizar la región. Para Irán, el statu cuo de ayer es preferible a la incertidumbre de hoy, y circulan rumores que indican que el ayatolá Jameneí podría flexibilizar la política nuclear iraní a cambio de concesiones. La situación en efecto se les escapó de las manos tanto a los oficiales norteamericanos como a los funcionarios iraníes, y hoy varias voces piden por una cooperación, que indeseada, alegan que termina siendo necesaria. El mismo Secretario de Estado John Kerry afirmó, en relación al prospecto de acercamiento con Irán, que “no descartaría nada que podría ser constructivo para proveer estabilidad verdadera”.

El almirante retirado James G. Stavridis, quien fuera Comandante Supremo de la OTAN entre 2009 y 2013, discute en una columna que el escenario presenta una oportunidad propicia para forzar a Irán a la mesa de negociación. Confiado en el carácter relativamente secular del presidente Hasan Rouhani, Stavridis cree que existe una posibilidad de llegar a una détente en función de encontrar un grado de convergencia entre los intereses de ambos países en Irak. El exmilitar sostiene además que tal acercamiento podría potencialmente conducir a ambas partes a dialogar en áreas de interés mutuo, como la lucha contra la piratería marítima en el Cuerno de África, la lucha contra el tráfico de drogas y narcóticos provenientes de Asia Central; pudiendo tales incentivos disuadir a Irán de continuar con su programa nuclear. Casi por extensión, Immanuel Wallerstein, reconocido intelectual neomarxista, sugiere que del mismo modo en que la visita de Richard Nixon a Mao Zedong en 1972 realineó fundamentalmente las relaciones entre ambos países, a la luz de la amenaza común que representa el ISIS, lo mismo podría ocurrir entre Irán y Arabia Saudita, que según plantea Wallerstein tendrían más para ganar si cooperasen en pos de la estabilidad de la región.

Desde otra mirada, David Peyman, consejero legal en relación a las sanciones impuestas a Irán, debate que aunque Irán puede actuar de forma racional y que por ende puede prestarse a cooperar, lo que al final del día funciona con los iraníes son los palos y no las zanahorias, de modo que según defiende, este es el momento para incrementar las sanciones. Recomienda que Irán sea presentado con una opción: o elige por la supervivencia del régimen o por conservar su programa nuclear.

Desde lo personal me inclino ante esta última opinión, dado el caso que Teherán necesita desesperadamente aliviar la situación económica del país para no solamente calmar los ánimos domésticos, sino también para cubrirse de la amenaza del ISIS.

Lo que podemos esperar

Habiendo sido presentados los principales ejes del debate, me da la impresión que todo apunta a que Estados Unidos no intervendrá militarmente en la región, o por lo menos no de modo directo, o no en una escala significativa que pueda hacer por sí sola la diferencia. Por lo visto, la mayoría del público estadounidense está cansado y tiene una percepción cautelosa sino negativa de las campañas de intervención. Obama si bien ya ha conseguido su segundo mandato, ciertamente no desea poner más en riesgo en su popularidad, cual se encuentra en su bajo más pronunciado desde que asumiera por primera vez en 2009 (el 52 por ciento de su país desaprueba su gestión).

Esto incide por supuesto negativamente en la influencia que el campo neoconservador puede amasar. La mitad de la ciudadanía norteamericana (un 53 por ciento según una encuesta reciente de Gallup) no puede perdonarle a los neoconservadores sus fatídicos desaciertos en la cuestión iraquí. Y parte importante de la otra mitad posiblemente se este rehusando a entretener el pensamiento que todo ha sido en vano, o que al menos los beneficios no han superado a los costos.

Según mi análisis personal, considero que los hechos dan sustento a tal pesimismo. Después de todo, tras deponer a Sadam Husein, no se encontraron armas de destrucción masiva, y la intervención no fue fácil ni rápida, sino todo lo contrario. Ahora parece una obviedad que los neoconservadores erraron abismalmente al pronosticar, y venderle a su pueblo, que la misión militar norteamericana llevaría a la construcción de un Estado democrático viable en Irak. El Irak de posguerra no es la Alemania o el Japón de posguerra, y dados allí tantos fracasos, en la actualidad el haber suscrito públicamente a la invasión diez años atrás es algo mal visto. Es como portar una mancha negra en el currículo, la cual algunos quieren limpiar expiando sus culpas. No por poco, Kagan y Kristol apelan en su artículo al sentido de urgencia del lector, urgiendo que este no es el momento para echar culpas sobre las decisiones del pasado.

Por otro lado, soy escéptico a que Washington siga la receta de los internacionalistas de la realpolitik y modifique de un soplido su política exterior. Es impensable suponer que Estados Unidos se abstenga de involucrarse en una región que la mayoría de los analistas y militares considera crucial para sus intereses estratégicos, siendo su estabilidad primordial para preservar la seguridad nacional norteamericana.

Sin embargo los realistas presentan cuestionamientos muy válidos, y si bien sus recomendaciones no se llevarán a cabo íntegramente, sí creo que uno de sus puntos será acatado en función de evitar una intromisión que termine beneficiando a Irán. Este es justamente el lugar donde concilian los distanciados realistas con algunos pensadores neoconservadores. Ambos campos seguramente coincidan en que a Estados Unidos no le es conveniente llevar a cabo políticas que puedan ser interpretadas como tomar partido por un lado u otro del conflicto sectario que está aconteciendo entre sunitas y chiitas.

Académicos neoconservadores como Michael Doran y Max Boot sostienen que no existe interés estratégico en cooperar con Irán, puesto que tal maniobra no haría más que incrementar la influencia de la república islámica (chiita) en los asuntos medioorientales, poniendo a Estados Unidos en ridículo, demostrándole a sus aliados sunitas (como Arabia Saudita, Turquía y los Emiratos Árabes) que Washington no es digno de confianza. Para sumar sustancia al debate, para estos neoconservadores el pecado original que sembró la semilla del ISIS no fue ni la guerra de 2003 ni tampoco la inoperancia de la administración Obama, tanto como habría sido la asistencia que Irán le habría prestado a los yihadistas sunitas en el pasado, acaso aplicando otra vez “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Con justa razón, dados sus antecedentes y conexiones con grupos terroristas, Irán no sería un socio confiable, y un acercamiento podría tener impactos muy negativos para la proyección estadounidense en la región. En cambio, los autores proponen desarrollar una coalición con los aliados tradicionales, y canalizar los esfuerzos en operaciones encubiertas para entrenar y armar a los rebeldes no yihadistas (fundamentalistas).

Exanalista de la CIA, Kenneth M. Pollack desarrolla la idea planteada por Doran y Boot, insistiendo en que el Pentágono y los servicios de inteligencia deben hacer gala de su vasta experiencia y capacidades de alcance global, y enviar fuerzas especiales a Irak para así llevar a cabo operaciones secretas contra los terroristas, recolectar información, y aconsejar a las fuerzas oficiales iraquíes y kurdas. Sin dejar de reconocer los riesgos y la eventualidad de que dichas maniobras fracasen, estos analistas escriben que vale la pena el intento. Afirman que en todo caso, actuar de forma indirecta por el intermedio de grupos terceros es la mejor alternativa para hacer frente a la crisis de Medio Oriente.

Esta postura vendría a ser una suerte de síntesis entre lo propuesto por los llamados realistas y lo pretendido por los halcones neoconservadores. Obama estaría permitiendo que el trabajo sucio lo realicen proxies – agentes terceros – que le ahorren el dolor de cabeza que implica comprometer militarmente a su país de forma directa con un conflicto que parece nunca acabar. Desde mi lugar, a simple vista no creo que esta opción sea del todo realizable. En primera instancia porque el trabajo de los consultores y expertos militares norteamericanos sería muy difícil de mantener en secreto durante mucho tiempo, especialmente si esta labor incluye proveer armamento y suministros a los rebeldes, los cuales podrían terminar cayendo en las manos equivocadas.

Luego, creo que eventualmente el solo registro o conexión con la Casa Blanca desprestigiaría a los supuestos rebeldes moderados, haciendo más fácil la labor de reclutamiento de los yihadistas. Además, si la operación en efecto fracasara, existe siempre el peligro que se filtren importantes detalles logísticos que pongan en riesgo la seguridad de Estados Unidos, sin hablar del desvelo que produciría la captura de agentes encubiertos por parte de los elementos radicales. Pollack reconoce estos riesgos, y en última instancia esta opción requerirá un análisis profundo de coste-beneficio que seguramente ya está siendo preparado o ya ha sido presentado para informar al comandante en jefe.

El agravante aquí es que lejos de tratarse de una operación encubierta concreta, en un teatro de operaciones tan volátil y amplio como lo es la zona contralada por el ISIS, Estados Unidos se estaría insertando en un esfuerzo que le demandaría por lo menos un par de años para su completa realización. Conociendo al presidente, no me extrañaría que le transfiera el problema a la administración siguiente, aunque podría estar equivocado.

De momento, lo más probable es que Obama se limite a aprobar ataques aéreos específicos para mantener a raya a los yihadistas y cerciorarse que no crucen ciertas “líneas rojas” que amenacen agudamente la seguridad de las minorías religiosas perseguidas y la seguridad de los principales aliados de Estados Unidos, principalmente la entidad autónoma del Kurdistán iraquí y Jordania. Este es el único lugar en donde el público norteamericano se muestra más flexible.

Si bien la mayoría se opone a una intervención directa, debe ser rescatado que, según las encuestas de opinión mencionadas con anterioridad, los conciudadanos de Obama son más proclives a aprobarle lanzar ataques aéreos siempre y cuando no se envíen tropas. Para el Washington Post y ABC News un 45 por ciento de la población concede tal acción, y para el Huffington Post un 44 por ciento – aunque claro, como lo muestran los números, el país se mantiene incluso allí dividido.

Finalmente, y como se ha hecho mención, debemos tener presente que la política exterior de la administración Obama para Medio Oriente no viene siendo del todo concisa y mucho menos firme. Ya el año pasado Kofi Anan opinaba (como muchos otros también) que era demasiado tarde para una intervención extranjera en Siria, y lo cierto es que los idas y vueltas de la Casa Blanca en la materia debilitaron la proyección de poder del presidente. Lo mismo se vio reflejado con la doctrina de “liderar desde atrás” que adoptó su Gobierno durante la campaña área de la OTAN en Libia en 2011, absteniéndose a involucrar de lleno a la fuerza área estadounidense, invitando a otros miembros de la alianza atlántica a realizar el trabajo duro. Con este antecedente, no creo que hoy por hoy los Estados europeos se decidan a bombardear al ISIS por su cuenta, especialmente tomando en cuenta que esto supondría invitar a los yihadistas belgas, franceses, ingleses y alemanes a practicar el terrorismo en casa a modo de represalia.

Tal indeterminación y falta de liderazgo le está jugando una mala pasada a la diplomacia norteamericana, y es una señal que indica que es poco probable que desde el Despacho Oval se emitan órdenes para actuar en Irak de manera contundente. Por todo lo dicho, solamente otro 9/11 podría llevar a otra coalición internacional a asentar tropas por un término indefinido.