El 3 de enero Estados Unidos sentó un duro golpe a Irán. Mediante un ataque quirúrgico se destruyó el convoy en el que viajaba el comandante Qasem Soleimani y una comitiva castrense, justo en las afueras del aeropuerto de Bagdad. Este hecho, acaso no distante del magnicidio, puso de manifiesto la crítica y endeble situación de Medio Oriente, dejando entrever la posibilidad de una escalada o incluso un conflicto abierto entre iraníes y estadounidenses.El atentado contra Soleimani y compañía no es una simple afronta. Así como sostienen sus críticos domésticos, el presidente Donald Trump rompió con todo “protocolo” al sancionar la operación. Si bien Estados Unidos e Irán venían llevando a cabo una guerra indirecta mediante grupos intermediarios (proxies), no se encontraban –propiamente dicho– en pie de guerra. En lo inmediato, el gran interrogante que tiene en vilo al mundo es qué pasará de aquí en más. Particularmente, si habrá otra guerra en el Golfo.
Por lo pronto, de estallar una conflagración abierta, esta sería una guerra que Estados Unidos pelearía, pero no una empezada por Trump. El asesinato de Soleimani responde a una sucesión de provocaciones que hasta ahora no habían tenido respuesta. Washington culpa a Irán de haber orquestado una serie de ataques en 2019: contra buques petroleros en mayo, contra un dron de vigilancia estadounidense en junio, y contra dos instalaciones petroleras sauditas en septiembre. Estos incidentes ya evidenciaban el deterioro de la situación regional.
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