Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 30/05/2022.
El 13 de mayo el presidente turco Recep Tayyip Erdogan aseveró que no respaldará a Suecia y Finlandia en sus aplicaciones para ingresar a la OTAN. Teniendo presente que los miembros de la alianza atlántica deben aprobar a los candidatos por unanimidad, la postura de Erdogan le reporta a Turquía una influencia desproporcionada en la geopolítica occidental. El caso muestra las controversias que pueden suscitarse dentro de arquitecturas de seguridad multinacionales, donde no todo miembro comparte las mismas prioridades o intereses.
Si bien Erdogan les pidió a suecos y finlandeses no molestarse en tratar de convencerle, los expertos consultados por la prensa internacional sugieren que Turquía buscará capitalizar el embrollo y vender su voto caro. Según esta hipótesis, Ankara podría autorizar la expansión de la OTAN a cambio de beneficios estratégicos y asistencia económica. Si esto fuera cierto, Turquía se convertiría en un caso de estudio interesante para analistas y estrategas. Reflejaría cómo una potencia intermedia —ni muy fuerte ni débil— puede forzar la voluntad de actores más pesados. Continuar leyendo «El chantaje geopolítico de Turquía»
Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 02/02/2022.
Cuando Rusia ocupó el Donbass y anexó Crimea en 2014, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski propusieron finlandizar Ucrania, adscribiéndole la geopolítica sui generis de Finlandia. La idea consiste en valorizar retrospectivamente el acomodo del país nórdico durante la Guerra Fría: a las puertas de la Unión Soviética, pero no obstante (medidamente) democrático. Pese a la inexorable fuerza gravitatoria de Rusia, los finlandeses conservaron su independencia gracias a su resiliencia y juiciosa neutralidad. No participaron de iniciativas occidentales y no se incorporaron a la OTAN, permitiéndose así escapar a las imposiciones regionales del Kremlin como el Pacto de Varsovia.
¿Podría un esquema comparable tener lugar en la Ucrania contemporánea? Si bien la pulseada por las estepas ucranianas no necesariamente vaya a terminar en una guerra abierta o a gran escala, las tensiones entre la Rusia postsoviética y Estados Unidos nunca fueron tan álgidas como ahora. Dado que las vicisitudes geopolíticas son cuestiones a largo plazo, las controversias que hoy llenan los titulares de diarios no se resolverán del todo con negociaciones puntuales. Lo que se necesita, en cambio, es un entendimiento más amplio entre los actores principales; acaso una estrategia para derogar conflictos y dar con un modus vivendi permanente entre Rusia y Occidente. Continuar leyendo «La Finlandización de Ucrania»
Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 24/10/2016.
Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia nunca han estado tan mal en la era postsoviética. La tensión es tal, que, evocando los acontecimientos de la Guerra Fría, políticos, especialistas y militares han puesto el interrogante en la hipotética premisa de una guerra nuclear. La discusión se refiere a la plausibilidad de una tercera hecatombe global suscitada, entre otras cosas, a partir de la contrariedad que mantiene Rusia y el bloque occidental con respecto a Siria. Moscú ha dejado en claro que su intervención en el Levante no estará sujeta a ninguna negociación inquisitiva, la cual busque restringir o limitar el alcance de la influencia rusa en Medio Oriente. Por otro lado, Washington observa con preocupación que está perdiendo su capacidad de disuasión, puesta a prueba por una Rusia envalentonada, que responde más agresivamente a la interposición norteamericana en sus asuntos.
El solo hecho de que un escenario de guerra abierta sea tomado en serio dice bastante acerca de lo volátil de la situación. Como en las relaciones internacionales la percepción ocupa un papel central, hay quienes dirían que –si llegase a ocurrir algún día– semejante conflicto será el resultado de una profecía autocumplida, pues se concede que, con el tiempo, los prejuicios y las palabras hostiles embrollan la percepción que los países tienen el uno hacia el otro. Por eso, cuando Estados Unidos dice que Rusia comete crímenes de guerra en Alepo, los rusos perciben hipocresía, y ante todo una excusa para minar la consecución de sus intereses legítimos. En respuesta, el Kremlin expresa su malestar con amenazas, y más precisamente con la carta nuclear. Pero como lo muestra este caso, las armas suelen hablar mucho más que las palabras, especialmente cuando las primeras son lo suficientemente potentes como para hacer valer las bravatas verbales.
Luego de haberse ocupado de modernizar el arsenal de la otrora superpotencia, Vladimir Putin revivió la vieja usanza soviética de negociar con una pistola sobre la mesa. Esta diplomacia caliente consiste en desplazar las fichas sobre el tablero, creando la impresión de que la dirigencia rusa tiene menos aversión al riesgo que sus contrapartes en Occidente. Por esta razón, una percepción desacertada puede desencadenar decisiones erradas, y arrojar consecuencias fatídicas. Pese a la exhortación de moderación y templanza, las escaladas militares son una constante histórica, que devienen justamente de la capacidad de los líderes por interpretar –correcta o irreflexivamente– la voluntad de terceros actores en el teatro de la alta política. Ahora bien, este augurio pesimista no necesariamente se verificará en el presente. Aunque la tensión geopolítica entre Estados Unidos y Rusia subsistirá como eje de las discusiones, la guerra abierta perfectamente puede ser evitada, siempre y cuando los decisores juzguen correctamente las intenciones de sus adversarios. Continuar leyendo «La diplomacia caliente de Rusia: las armas hablan más que las palabras»