Artículo publicado originalmente en la revista AL-GHUBARÁ (No 16) a cargo de la Comunidad de Inteligencia y Seguridad Global (CISEG).
Al evocar organizaciones como el infame Estado Islámico (ISIS), Hezbollah, Al-Qaeda o Hamas, muchos de nosotros articulamos frases como “fundamentalismo islámico”, y palabras recurrentes como “terrorismo” y “extremismo”. Más allá de que dichos términos conllevan la carga valorativa que estos grupos probablemente merecen, es evidente que no toda plataforma islámica es igual, y que existen muchos matices dentro de la escala de radicalización. No todos los grupos musulmanes abogan por una yihad global, y no todos, por más conservadores, rechazan la idea de sufragio popular.
Con el auge de movimientos e insurgencias que pelean en nombre de Alah, son bastantes los periodistas que encuentran difícil dar con terminología acertada, o a lo sumo neutral, para reportar el accionar de los grupos que frecuentemente dominan titulares. Al caso, si el ISIS es yihadista y terrorista, ¿qué es entonces el Hamas palestino? Algunos políticos y formadores de opinión parecerían poner a estos ejemplos en el mismo cesto, utilizando los mismos rótulos para referirse a cada uno de ellos. Emplear esta terminología indistintamente crea impacto emocional, pero relativizar una cosa con la otra no contribuye a una discusión más acertada sobre el islam político.
A los efectos de dar con un lenguaje más apropiado, cada autor emplea algún sistema tipológico para clasificar a los grupos islámicos. Y aunque existen ríos de tinta sobre temas contemporáneos, hasta donde estoy enterado no existe consenso académico en virtud de categorizar organizaciones que son islámicas como políticas. He dedicado parte de mi actividad académica a estudiar este debate, y en mis columnas procuro balancear el lenguaje periodístico y cotidiano con el rigor escolástico necesario para no caer en relativizaciones terminológicas; que, a mi pesar, veo en algunos colegas.
En base a mi experiencia, y con la presunción de servir de guía a periodistas y a futuros autores, propongo un proceso fácil y rápido para poder llamar a las cosas por su nombre, y así distinguir entre distintas plataformas que se parecen, pero que no dejan de ser diferentes. Para ello es conveniente revisar el significado, no siempre claro, de las etiquetas discursivas más utilizadas para describir a grupos islámicos.
Salafismo
La palabra “salafismo” se emplea para referirse a la corriente islámica que busca un renacimiento religioso orientado en los principios prístinos del islam. “Salaf” significa ancestro en árabe, y el término es comúnmente empleado para etiquetar a ultraconservadores que prescriben comportamientos y políticas a la usanza de los tiempos de Mahoma. Sin embargo, el salafista no necesariamente es el arquetipo del terrorista que lucha por la guerra santa. Entre los llamados salafistas podemos encontrar pensadores “modernistas” o “progresistas” que ven al islam compatible con la Modernidad, con la ciencia, y con la facultad de la razón. Entienden que la fe musulmana es dinámica, y culpan a pensadores posteriores al Profeta por haber supuestamente osificado la religión en dogmas inflexibles.
En contraste, están por supuesto quienes interpretan “salafismo” a la inversa, asegurando que volver a los tiempos de la revelación implica rechazar de cuajo cualquier innovación que corrompa los valores y ordenanzas musulmanas. Estos salafistas “regresivos” aseguran que la fe viene degenerándose continuamente desde su punto original, y que solo una guerra contra los transgresores permitirá restaurar la religión a un estatuto más puro. No se trata solamente de batallar a los no musulmanes, pero sino también a aquellos que dicen ser parte de la comunidad de fieles, mas se comportan como herejes.
Como resultado de esta contraposición, “salafismo” se vuelve un término ambiguo. Teniendo en cuenta que se utiliza mucho más para presentar a los “regresivos” que a los “progresistas”, a los partidarios de esta última corriente no les gusta nada que los primeros hayan logrado hacerse con el monopolio del término a su imagen y semejanza. En efecto, como la palabra es tan relativa, cualquiera que piense que “el islam debe volver a ser lo que era antes” puede caer dentro de esta categoría.
Cabe decir que el rótulo “progresista” no representa obligatoriamente al musulmán secular, ni mucho menos expresa simpatía por las causas libertarias. El término solamente cobra sentido cuando se lo utiliza para comprar posturas que aceptan y rechazan la realidad de la política moderna. Por eso, dejando de lado la identidad sunita del salafismo, a juzgar por el anhelo común de reconstruir una época dorada, la Hermandad Musulmana, Hamas, Hezbollah, o mismo la teocracia iraní se parecen en que representan vertientes “modernistas” del renacimiento islámico-político.
Aunque conservadores, estos actores ven utilidad en el sistema participativo moderno, incluyen a las mujeres en sus respectivos cuerpos, se organizan como movimientos de masas, se enfocan en los problemas nacionales, y no presentan una actitud abyecta a la ciencia o a la cultura local. En oposición, los partidarios de grupos como Al-Qaeda, el ISIS, o Al-Shabbaab son salafistas “regresivos”, pues rechazan tajantemente cualquier expresión cultural ajena a lo dispuesto por la religión. Además, se oponen rotundamente al ejercicio democrático por considerarlo ajeno al sistema de gobierno islámico. Su enfoque no es localista, pero global, y solo aprueban el uso de innovaciones modernas en la medida en que sean utilizadas para combatir a infieles por medio de una guerra santa o yihad.
Wahabismo
Dada esta encrucijada, creo más oportuno hablar de “wahabismo” a la hora de tratar con grupos de carácter regresivo. “Salafismo” y “wahabismo” se emplean regularmente como sinónimos, pero la realidad varía según a quien uno consulte. Para evitar ambigüedades, los wahabitas son por definición retrógrados en el sentido práctico de la palabra. Se valen en el pensamiento de Muhammad ibn Abd al-Wahhab, un clérigo-guerrero que lanzó una campaña de purificación religiosa en la península arábiga en el siglo XVII. Paradójicamente, la actual Arabia Saudita se consolidó en 1932 gracias a la beligerante campaña religiosa y militar de beduinos wahabitas. Y si bien durante la Guerra Fría los sauditas financiaron y propagaron las ideas wahabitas por el mundo, Riad hoy promueve la guerra contra el ISIS. Sin ir más lejos, Arabia Saudita representa una contradicción latente. Por un lado, el Estado se basa oficialmente en la doctrina wahabita, y, por otro, intenta desprenderse progresivamente de los excesos de la ortodoxia. En cualquier caso, hablar de un wahabismo moderado a razón de las reformas del príncipe Mohammad bin Salman es un oxímoron sumamente inoportuno.
Yihadismo
Hay doctos religiosos que aseguran que “yihadista” es aquel que guerrea consigo mismo para ser mejor persona en base a los preceptos del islam. En vista de las convenciones, el término no tiene mucha connotación de autosuperación, siendo utilizado en cambio para tratar con combatientes y militantes luchando una guerra santa contra los enemigos de su religión. Los académicos generalmente acuerdan una diferenciación entre una “yihad ofensiva” y otra “defensiva”, y esto se debe a que dicha distinción proviene de los yihadistas mismos. Estos conceptos se popularizaron cuando los muyahidines debatían que harían después de derrotar a la Unión Soviética en Afganistán. Estaban aquellos que pregonaban luchar contra gobernantes árabes seculares que corrompían a la comunidad de fieles, y estaban quienes pedían una guerra global contra toda fuerza que ultrajara a musulmanes, sin importar en donde se encuentren. Osama bin Laden pertenecía a este último grupo.
Si el campo de acción del yihadista es el mundo, entonces su enfoque es axiomáticamente “ofensivo”. Inversamente, si sus metas se limitan un objeto geográfico especifico, se concede que es “defensivo”. En rigor, no interesa quién comenzó las hostilidades. Sea de la estirpe que sea, el yihadista siempre asegurará que la yihad es un esfuerzo individual y colectivo para defender a la comunidad de las agresiones de quienes la corrompen, sean infieles, herejes, o falsos musulmanes.
Vistas las cosas desde esta perspectiva, Hamas y Hezbollah serían grupos yihadistas “defensivos”, pues excluyendo atentados o actividades extrarregionales, centran la violencia y sus campañas militares en el Levante. Asimismo, tal como el fascismo es un fenómeno moderno, estos grupos no dejan de ser “modernistas” o “progresistas” que se adaptan a las circunstancias del presente. En comparación, el ISIS y Al-Qaeda, obviando diferencias en dogma y estrategia, comparten rasgos “ofensivos”, pues se empeñan en una “yihad global” con distinto grado de eficiencia.
Islamismo
El término islamista es quizás el más bastardeado, y se emplea con indiferencia de los criterios mencionados recién. Muy recurrentemente se habla de islamismo como si fuera el capítulo musulmán de la experiencia totalitaria, y es utilizado a menudo por los defensores de la libertad para arengar contra toda plataforma integrista o poco tolerante frente al disenso religioso. Se hace difícil despolitizar este constructo porque su significado está precisamente atado a la política. “Islamismo” no es más que otra forma de hablar de “islam político”, y no debe confundirse como sinónimo de islam, cosa que ocurre gracias al paralelo entre cristiano y cristianismo.
Por lo expresado hasta aquí, cualquiera que piense que el islam debe jugar un rol en la política es en realidad un islamista, de modo que el término oscurece más de lo que aclara. Se puede ser islamista y ser violento, pacífico, retrógrada, o también centrado y en cierta manera moderado.
En lo personal, dado el uso corriente del término, considero que la expresión queda mejor encuadrada para tratar con grupos que pertenecen a la categoría “modernista” o “progresista” del espectro presentado. Autores influyentes como John Esposito, Gilles Keppel o Olivier Roy exponen ideas contrapuestas, y sin embargo acuerdan que los “islamistas” demuestran ejercitar la política en el sentido moderno de la expresión, haciendo de la sociedad civil el objeto de su esfuerzo, atañéndose a una realidad inmediata, y delimitada por una coyuntura específica. Los “fundamentalistas”, o mejor dicho salafistas de corte regresivo (sino wahabitas), opinan por el contrario que la noción de una sociedad que participa en la política es un concepto irrelevante en el islam. En esencia, como el soberano desprende enteramente su soberanía de Dios, al regente de turno nada debería importarle lo que piense la gente común.
El islamista es el salafista “progresista” que decide ejecutar sus ideas y llevarlas al plano del juego o sistema político moderno. Algunos aseguran que grupos como la Hermandad Musulmana poseen potencial para adecuarse a posturas liberales como si se tratara del equivalente islámico de la democracia cristiana. Otros sostienen que su fórmula se traduce en “un hombre, un voto, una vez”, lo que implica que solo utilizan la democracia para llegar al poder, y así desarticular el sistema desde dentro a su favor. Sin importar el desenlace de este debate, los islamistas buscan concretamente consolidar poder de “abajo hacia arriba”, ya que entienden que sin apoyo popular la propagación de sus ideas no será posible, indistintamente de si emplean métodos violentos o no. Por el contrario, dado que los grupos insurgentes inspirados en el wahabismo rechazan todo sistema de pensamiento heredado de la Modernidad, buscan imponerse de “arriba hacia abajo”, casi siempre sembrando el miedo en las zonas donde gobiernan.
Los términos importan
Doctos en ley islámica suelen acusar a sus contrapartes occidentales de tener prejuicios orientalistas, y otros alegan que sus críticos tienen una visión de algodón de azúcar de su propia religión. Los periodistas se nutren de opiniones variadas, y entrevistan a exponentes en polos opuestos. Pero el tiempo televisivo es muy caro, y el espacio gráfico muy reducido como para entrar en tecnicismos y especificases.
A mi modo de ver las cosas, los debates sobre temas que involucran a los grupos islámicos casi siempre terminan en relativizaciones poco constructivas, que generan más dudas que certidumbres. Es necesario emplear términos más concretos, reconociendo que existen distintos matices y escalas de grises dentro de todo movimiento. A lo sumo, sería pertinente preguntarles a expositores qué exactamente quieren decir cuando hablan de “yihadismo”, “islamismo”, “fundamentalismo”, o cualquiera de sus variantes recurrentes.