Un mundo liderado por Corbyn y Trump

Artículo publicado originalmente en BASTION DIGITAL el 08/10/2015.

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Con Jeremy Corbyn (derecha) a la cabeza del partido laborista británico, y Donald Trump (izquierda) posicionándose como candidato republicano, vale preguntarse qué podría suceder si ambos terminan comandando el destino de sus respectivos países. Crédito por la foto: Slaven Vlasic (Trump) / Gus Campbell (Corbyn) / newsthump.com (edición).

Imagínese por un momento la siguiente la situación. Corre el año 2020, y Jeremy Corbyn, sin entrar en detalles, además de haber logrado imbuir al laborismo británico con su liderazgo, más impresionantemente todavía, se ha impuesto en los comicios generales, convirtiéndose en primer ministro tras una década de gobierno conservador. Paralelamente, al otro lado del Atlántico, el presidente republicano Donald Trump aguarda confiado la reelección, puesto que su gestión, al grano y sin rodeos, ha sido bien recibida por un amplio margen del electorado estadounidense.

Si bien a estas alturas este escenario parece inverosímil, lo cierto es que ambas figuras están acaparando la atención. Corbyn, es cierto, pese a ser un reaccionario de la izquierda idealista, se ha alzado al mando del partido laborista, rompiendo, al menos desde la abstracción teoríca, con la moderación centrista de sus predecesores. Trump, por otra parte, es una estrella mediática en ascenso, y está ganando lugar en las encuestas de opinión, a tal punto que al partido republicano no le ha quedado otra que tomárselo muy enserio. Pero a juzgar por sus ideas y carácter, ambos referentes aparentarían ser eventos mutuamente excluyentes. Uno parecería ser la perfecta antítesis del otro; y puesto de esta manera, siguiendo la situación hipotética planteada, de momento vale preguntarse qué sucedería si por algún motivo u otro ambos terminan capitaneando el destino de sus respectivos países.

¿Puede imaginarse a Trump de pie en compañía Corbyn? ¿Puede acaso visualizar a Corbyn compartiendo una conferencia de prensa con Trump? Algunos colegas dirían que esta sería una imagen grotesca. En efecto, si se trata de antagonismo anglosajón, no hace falta que estos hombres asuman la jefatura para probarse irreconciliables el uno con el otro. Sus hábitos presentes lo dicen todo.

Mientras que el magnate estadounidense es un populista derechista, el socialista inglés tiene el historial de un activista, y es considerado “rebelde” por muchos que militan en su misma plataforma. Para sus críticos más duros, Corbyn es un idealista empedernido que predica desde una burbuja. Si no es un retrograda, es una reliquia ideológica de la Guerra Fría. Trump, en cambio, es acusado por sus detractores de ser un jingoísta racista, xenófobo, megalomaníaco y altanero. Al anunciar su candidatura a presidente, vociferó un discurso negativamente cargado contra los inmigrantes y los latinos en Estados Unidos. En clara disconformidad, Corbyn dijo por su parte que los británicos deben regocijarse por el alto número de inmigrantes que enriquecen su sociedad.

Corbyn se rehúsa a cantar el himno británico (God Save the Queen) porque no cree en la monarquía, y Trump es reticente a aceptar la idea de que un presidente pueda ser musulmán y buen estadounidense. Cual republicano, Trump se describe como una persona “muy militarista” y busca venderse como un tipo “duro”. Corbyn, cual socialista de barricada, es antimilitarista, y piensa que “la Unión Europea y la OTAN se han convertido en los instrumentos de la política de Estados Unidos en Europa”. Trump endorsó la campaña de Benjamín Netanyahu, y Corbyn pidió “parar de armar a Israel”. El inglés elogiaba a Hugo Chávez, y por razones evidentes, sería de esperar que el estadounidense vilipendiará a todo el artefacto chavista. Como dato alegórico de tal contraste, si al millonario le encanta el filete, al socialista, que es vegetariano, la ensalada.

En su jerga de todos los días, “el Che Guevara Corbyn” habla en términos de los que tienen y aquellos que no tienen, los ricos contra los pobres, y los grandes contra los desposeídos. “El Donald”, en cambio, acostumbra a hablar en términos de “ganadores” y “perdedores”, y cree que tener talento y aptitud para los negocios es crítico para administrar debidamente a un país. Trump es proteccionista, y piensa que los impuestos elevados están causando que el empresariado invierta y contrate personal en el exterior antes que en su país. Entre sus propuestas para “hacer grande a Estados Unidos otra vez”, hace énfasis en una quita generalizada de impuestos a la clase media, como así mismo a las empresas, para que precisamente puedan contratar más trabajadores localmente.

Si Trump se propone generar riqueza, su virtual antagonista británico se propone redistribuirla. Trump quiere bajar el límite de duda pública en el que el Estado federal puede incurrir, y Corbyn quiere lo opuesto; aumentar el gasto público – aunque no mediante la emisión de deuda, pero mediante la impresión de moneda (inflación). El suyo a grandes rasgos es un programa de renacionalización del transporte y el sector energético, y de reivindicación del activismo sindical. Apuesta a un Estado con mayor participación en la economía y en los servicios públicos, y entre otras cosas, quiere introducir una ley regulatoria de alquileres, y establecer un salario máximo a nivel nacional.

El auge de Trump podría ser considerado un producto del culto de los estadounidenses hacia el éxito y la fama, pues en este sentido, el hombre es la firme confirmación de una proeza individualista. El ricachón etiqueta con su apellido a todo emprendimiento bajo su égida, y vive rodeado de fabulosos lujos. Tiene su propia torre en el seno de Manhattan, y se dice que su Boeing privado, cuyo interior viene decorado con detalles de oro, es el avión más ostentoso del mundo. Por contramano, flagrantemente diferenciado, Corbyn es parsimonioso. Le cuesta referirse a sí mismo en la primera persona, y cita su proyecto apelando al colectivismo del “nosotros”. Sobre su patrimonio personal, aseveró que no gasta mucho dinero, que se maneja en bicicleta, y que no tiene auto.

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Donald Trump y Jeremy Corbyn en su hipotético encuentro en la Casa Blanca. Crédito por la caricatura: Gary Smith / The Daily Mail.

Dicho todo esto, uno solo puede hacer conjeturas tragicómicas acerca de un improbable, mas teóricamente posible, encuentro entre estas figuras. Desde luego es sabido que no todos los líderes mundiales se llevan bien entre sí. Por citar dos ejemplos notorios, George W. Bush y Jacques Chirac se evitaban, y Barack Obama y Netanyahu no se respetan. Ahora bien, el hipotético encuentro entre Corbyn y Trump sería catastrófico bajo cualquier parámetro de estimación. Para peor, sumada a la pesadumbre que para cada líder significaría tener que lidiar con su respectivo homólogo, la axiomática incongruencia ideológica podría demoler la “relación especial” entre el Reino Unido y Estados Unidos.

No obstante, paradójicamente, Corbyn y Trump también comparten parecidos. Aparte de poseer una lengua común, el socialista tiene 66 años y el capitalista tiene 69. Además, los dos hombres se separaron en dos ocasiones, y van por su tercer matrimonio. Tampoco toman alcohol. Pero dejando de lado estas trivialidades, el hecho de que ambos pertenezcan a oposiciones en alza refleja que comparten aspiraciones inconformistas, como así también una cabal honestidad política. Cada uno a su manera, y cada uno con sus propios prejuicios, exponen un discurso que no siempre resulta políticamente correcto. Aunque opuestos, uno de derecha y el otro de izquierda, ambos son tendenciosos, y lo que han logrado lo consiguieron por mérito propio. Quizás de allí estribe gran parte del encanto que han sabido cosechar – gusten o no – entre algunos segmentos de sus electorados. Ambos ofrecen respuestas simplistas para los problemas que acosan a sus países, y se enorgullecen de presentarse como las personificaciones de la solución. Por diestra, la figura que promueve la generación de riqueza, es un exitoso acaudalado que no se cansa de presumir sus millones de dólares. Por siniestra, la figura que promueve la redistribución de la riqueza, es un activista que siempre se mantuvo coherente con sus demandas e ideas socialistas.

Afortunadamente, sea por sus posiciones más extremas o la disconformidad de los votantes, lo más probable es que ninguno de estos personajes tome posesión de la Casa Blanca ni del 10 de Downing Street. Pero llegado a suceder el escenario narrado, este antagonismo anglosajón sería, por descontado, tapa frecuente en los diarios.