Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 18/12/2018.
El 11 de diciembre, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, declaró que su país está listo para expandir sus operaciones militares hacia ambas orillas del Éufrates. Acompañadas por un movimiento de tropas sobre el límite noreste de Siria, estas palabras despertaron preocupación internacional, y sobre todo la atención de Estados Unidos. Ankara plantea que las milicias kurdas que operan cerca de su frontera son terroristas, y que presentan una amenaza a su seguridad que debe ser contenida.
No obstante, Washington no solo respalda militarmente a los kurdos, sino que cuenta con tropas en el terreno, poniendo de relieve la posibilidad de un enfrentamiento directo entre soldados de países supuestamente aliados, por lo menos dentro del marco de la OTAN. Este potencial escenario no es un tema de discusión nuevo, y viene siendo analizado desde hace dos años.
Más allá de los avisos de Turquía, lo cierto es que la presencia norteamericana en el Kurdistán sirio ha sido el principal factor que ha parado la mano de Erdogan. Pues, para su desdicha e infortunio, la administración de Donald Trump no ha sido receptiva a sus quejas ni advertencias. Vale preguntarse entonces qué sucederá a continuación, y si esta vez Turquía hará valer sus amenazas, pese al riesgo de “accidentes”, lo que es decir fuego cruzado con tropas estadounidenses.
Estados Unidos no retirará su apoyo a las SDF
Estados Unidos no ha dado señales de estar considerando retirarse de las zonas en tensión, y dejar así a los kurdos a su suerte. Tampoco tiene motivos para hacerlo. En primer lugar, las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) constituyen una realidad política que obstaculiza la actividad de lo que queda del Estado Islámico (ISIS). El 14 de diciembre fuerzas kurdas apoyadas por Washington expulsaron a los yihadistas de Hajin, empujándolos hacia la frontera con Irak.
En segundo lugar, y como ya adelantaba hacia un año, el Kurdistán sirio tiene gran relevancia estratégica. La región tiene casi el noventa por ciento de las reservas de hidrocarburos de Siria, y también la mayoría de los recursos acuíferos. Además, la entidad que componen las SDF sirve de contrapeso a la influencia iraní en Mesopotamia.
Aunque en los últimos años Estados Unidos viene improvisando su accionar en Medio Oriente, su única estrategia concreta consiste en apoyar a los kurdos sirios. Así lo confirmó en septiembre el Departamento de Estado, al anunciar que Washington mantendrá una presencia militar a largo plazo, a los efectos de prevenir una mayor desestabilización de Siria. Quizás más importante, el 6 de diciembre, el presidente del Estado Mayor Conjunto, Joseph Dunford, sugirió que su país debía entrenar entre 35,000 y 40,000 agentes locales para garantizar la estabilidad del vecindario.
En esencia, esto se traduce en apuesta por el statu quo. Si los kurdos consolidan sus bases en el noreste de Siria, Irán no tendrá acceso terrestre para aprovisionar a sus aliados por vía de estas áreas. Además, la continuación de esta política limita el alcance de la influencia rusa, por no hablar de la ya utópica reunificación del país bajo el mando de Bashar al-Assad y el partido Baaz. Estados Unidos tiene bajo su paraguas prácticamente un tercio de Siria, y es contraintuivo suponer que el presidente Trump estará dispuesto a considerar las amenazas de Erdogan ya habiendo Washington vocalizado su posición.
El dilema de Turquía
Lejos de representar una linea partidaria, la política de Erdogan hacia los kurdos muestra el consenso del establecimiento político, incluida su vieja guardia. Indistinto de si es cierta o exagerada, todo político nacionalista suscribe a la creencia de que las SDF y sus milicianos de las Unidades de Protección Popular (YPG) son en realidad una extensión del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), la histórica guerrilla izquierdista considerada terrorista por Occidente.
Las operaciones “Escudo del Éufrates”, lanzada en agosto de 2016, y “Rama de Olivo”, en enero de 2018, responden en gran medida a prevenir el establecimiento de un Kurdistán sirio (conocido como Rojava) como Estado de facto, similar a lo que ocurre con el Kurdistán iraquí (KRG). Analistas y catedráticos turcos conservadores establecen que para su país la cuestión de una estatidad kurda es una cuestión de lo más crítica sino de supervivencia. En esencia, Ankara teme que la realización de dicho proyecto pueda causar movimientos tectónicos dentro de Turquía, animando a la gran minoría kurda a sublevarse, dando pie a viejas y nuevas expresiones revisionistas de autonomía, sobre todo en el sureste de Anatolia.
Otro motivo que explica el ímpetu turco por hacerse con más territorio al sur de la frontera tiene que ver con lo que di por llamar la pasión neootomana. Me refiero a la doctrina que busca renegociar el tratado de Lausana de 1923 que dio sustento a la arquitectura política (de iure) del Medio Oriente actual. Capitalizando el caos que supone la mal denominada Primavera Árabe, Turquía quiere una porción de la torta más grande, y revindicar influencia o control sobre territorios del histórico Imperio otomano; que, aunque desaparecido del trazado fronterizo, continua presente en las memorias colectivas de los pueblos de la región. No por poco, Erdogan nunca pierde la oportunidad de afirmar que los turcos deben “rectificar la geografía” que les fue impuesta por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial.
Ya hace tiempo que el cabecilla turco viene informando a los líderes mundiales que su prioridad es Manbiy, uno de los últimos bastiones kurdos al oeste del Éufrates. Al caso, si bien en junio de este año Turquía y Estados Unidos acordaron que las YPG se retirarían de la zona, el Gobierno turco asegura que su contraparte no ha cumplido lo pactado, tolerando que las milicias proscritas se desplacen con relativa facilidad. Indistintamente de tales aseveraciones, Manbiy es un punto importante porque quién lo controle tiene injerencia sobre lo que ocurre en la gobernación (o provincia) de Alepo. Si los turcos y los rebeldes (del Ejército Libre Sirio) bajo su patrocinio lograrán hacerse con dicha posición, podrían ejercer control semidirecto a lo largo de un corredor desde Afrín hasta el rio. Y no solo estarían asentado un duro golpe a los kurdos. Turquía se vería mejor posicionada de cara a futuras negociaciones sobre el reparto territorial de la fragmentada Siria.
Volviendo a las premisas, el gran interrogante consiste en analizar si estos motivos son suficientes para justificar una ofensiva, incluso a costa de contrariar a Estados Unidos, o bien arriesgar un enfrentamiento con las tropas del Pentágono. En marzo escribía que Manbiy es la crónica de una conquista anunciada, y argumentaba que era plausible que Turquía haga valer sus amenazas. Sin embargo, en aquel entonces Washington no había delimitado sus intereses con claridad, por lo que se discutía si Trump llegaría a un acuerdo favorable con Erdogan. Hoy esta hipótesis está prácticamente descartada. Si el “sultán” expande la ofensiva contra las fuerzas kurdas arriesgará una crisis con la primera potencia mundial.
Así y todo, a mi entender, este peligro no necesariamente impedirá que el mando turco lleve a cabo una operación, quizás más limitada, en sitios donde la posibilidad de embestidas con soldados estadounidenses sea menor. Los servicios de inteligencia turcos conocen dónde está concentrado el personal norteamericano, y se lo ha hecho saber a Washington por medio de informes de prensa.
Populismo y nacionalismo
Como suele ser el caso en Turquía, las bravatas de Erdogan en política exterior también suelen tener una finalidad doméstica. En este sentido, hay que tener en cuenta que el 31 de marzo se celebrarán elecciones municipales. No es un dato menor, puesto que no sería la primera vez que el oficialismo amenaza con tomar acciones militares para ganar los puntos que le faltan en los sondeos de opinión. Sin ir más lejos, Erdogan inauguró su campaña para las elecciones generales (de junio) en enero, apalancándose precisamente con “Rama de Olivo”.
Desde esta perspectiva, podría decirse que Erdogan intenta cambiar el foco de atención de una ciudadanía preocupada por tasas crecientes de desempleo y una inflación del 22 por ciento. Erdogan necesita el voto nacionalista kemalista para fortalecer a su plataforma de Gobierno, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y para ello debe revalidar su reputación como hombre fuerte de la patria. Por esta razón, aunque varios analistas cuestionan la sinceridad de sus amenazas, el escenario de una incursión limitada y más bien simbólica se vuelve una posibilidad real.
Mientras tanto, y ante tal situación, las fuerzas de las YPG están atrincherándose en posiciones clave cerca de la frontera turca, como Hasaka y Qamishli. En definitiva, lo que está en juego es el futuro de Siria, y la configuración geopolítica del Levante.