La verdad incómoda acerca del Estado Islámico

Artículo publicado originalmente en INFOBAE el 08/07/2015.

isispalmyra
Captura de pantalla de un video difundido por un medio yihadista el 4 de julio de 2015. El video propagandístico muestra a 25 soldados del ejército sirio arrodillados frente a adolescentes que en momentos oficiarán de verdugos. La acción se lleva a cabo en el anfiteatro de la antigua ciudad de Palmira en Siria. Crédito por la imágen: AFP / WELAYAT HOMS.

Sea por miedo o recaudo a no estigmatizar a las comunidades musulmanas, es común que en los debates acerca del fenómeno del yihadismo suelan evadirse términos que son indispensables para comprender mejor la realidad, y que a lo sumo se los reemplace con eufemismos más en sintonía con el discurso políticamente correcto que con la búsqueda de la verdad. El signo más recurrente es la tendencia por evitar hablar de “terrorismo islámico” para en cambio aducir que grupos como el Estado Islámico (ISIS), Boko Haram, o Al Qaeda representan a una minoría que secuestra la religión que profesa una mayoría tolerante y pacífica. Esto es, por ejemplo, lo que hizo el presidente estadounidense Barack Obama durante un discurso algunos meses atrás. Ahora bien, ¿es esta una posición responsable ante la amenaza del extremismo religioso homicida?

De un modo u otro, ya sea para calmar ansiedades o desalentar perjuicios, cuando se insiste directa o indirectamente en que los terroristas en cuestión no son musulmanes, al final de cuentas los yihadistas salen ganando, y los valores democráticos salen perdiendo. Si bien desde ya es evidente que la mayoría de los musulmanes no son asesinos en potencia, existen muchísimos fieles que profesan versiones de la fe que no se correlacionan con la contemporaneidad y la reflexión multiculturalista. Políticos, periodistas como intelectuales ponen axiomáticamente al islam en igualdad de condiciones que otras religiones, como si todos los individuos fuéramos criados con los mismos valores. El problema es que no se toman mucho tiempo para estudiar acerca de religión y política antes de emitir opinión.

En todo caso, no importa tanto lo que las fuentes religiosas tengan para decir, pero más bien cómo la gente fue interpretando tales mandatos divinos a lo largo del tiempo, en distintos lugares y contextos. Si hoy el catolicismo merece a un pontífice condescendiente como Francisco es porque la curia romana atravesó un profundo cisma, y porque transitó por siglos de conflicto con toda autoridad o doctrina que se reservara el derecho a pensar diferente.

Descrito a grandes rasgos, si el mundo islámico experimenta cuales niveles de extremismo y violencia fratricida es porque no sufrió transformaciones que a la larga se hayan plasmado en una verídica revolución racionalista. En este aspecto, distinto a la experiencia de las otras dos grandes religiones monoteístas, la interpretación racional de las fuentes no echó raíces, y la influencia de lo piadoso nunca logró separarse decididamente del poder político. Este trasfondo permite explicar porqué al día de hoy, en cifras de varios analistas, entre un 5 y un 10 por ciento de los musulmanes tiene opiniones que bordan un fanatismo belicoso. Esto no significa que uno de cada diez creyentes sea terrorista, mas sí que tenga una inclinación a justificar el accionar de los terroristas en nombre de Dios. Aun suponiendo que la cifra es exagerada, y que solamente el 1 por ciento de los 1.6 mil millones de musulmanes que hay en el mundo es militante, estaríamos hablando de 16 millones de extremistas potenciales. Sin dudas la xenofobia es una condición real que ensucia a las sociedades occidentales, pero parecería ser que muchos autodenominados progresistas escogen ignorar que la discriminación y el prejuicio también operan en sentido contrario.

Existen múltiples encuestas que asientan que el terrorismo islámico no será erradicado en tanto los propios musulmanes no fomenten abiertamente la reflexión hacia una fe que pueda convivir con los principios de la vida secular y la deliberación democrática. Es en este sentido que minimizar el rol de las causas endógenas del terrorismo islámico es prestar un gran deservicio a todo lo que la democracia representa. Minimizar la actitud extremista de grandes contingentes de musulmanes para con su propio credo resulta irresponsable y lleva a desvirtuar nuestra percepción sobre la influencia real de la religión.

Para compartir algunos datos críticos, una encuesta realizada por Ipsos Mori en 2011 muestra que el 94 por ciento de las personas que viven en países mayoritariamente musulmanes creen que la religión es una parte importante de sus vidas, contra un 66 por ciento en países de mayoría cristiana que opina lo mismo. No obstante, puertas adentro de los países musulmanes y las comunidades islámicas dentro de Occidente, existe una tendencia alarmante. Un reporte publicado por el Pew Research Center en 2013 muestra que en los países donde el islam es la religión favorecida u oficial, la mayoría de los musulmanes considera que la sharia – la ley islámica – debería ser la ley estatal. Entre otros, en Afganistán la cifra alcanza a un 99 por ciento de la población, en Irak a un 91%, en los territorios palestinos a un 89%, y en Egipto a un 74%. Las cifras también se correlacionan en países asiáticos. En Malasia un 86% de los musulmanes apoyaría un proyecto por islamizar la ley del Estado; en Bangladesh avalaría un 82%, y en Indonesia un 72%. Sobre la pregunta acerca de si las cortes religiosas deberían tener poder sobre el Estado para decidir sobre disputas de familia y propiedad los resultados arrojados fueron similares.

Luego de estudiar por cinco años a las comunidades de inmigrantes marroquíes y turcos en Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Holanda y Suecia, el centro WZB de Berlín concluyó en 2013 que dos tercios de los musulmanes entrevistados – o sea el 65 por ciento – piensa que la ley religiosa es más importante que la ley estatal del país europeo en el que viven. A esto, tres cuartos – el 75% – opina que solo hay una interpretación legitima del Corán, y que esta debería aplicar a todos los musulmanes por igual. Luego, por poner otro dato, una encuesta realizada por Leger Marketing este año que fue difundida por el Vancouver Sun mostró que el 42 por ciento de los musulmanes canadienses cree que las sociedades islámicas son irreconciliables con sus contrapartes occidentales. Estos datos podrían adelantar una respuesta a las miles de personas que se preguntan incrédulas qué explica que jóvenes musulmanes de Londres o París dejen todo atrás para pelear una salvaje “guerra santa” en el desierto a miles de kilómetros de distancia.

A esta altura debería quedar en claro que existe un choque cultural en el seno de las sociedades libres, y que reconocer este problema no es lo mismo que islamofobia. Esta es una carta con la que frecuentemente se busca silenciar a los comentaristas – este autor incluido – bajo argumentos cínicos que tildan toda crítica como intolerancia o aprensión ante los musulmanes. Lo cierto sin embargo es que los únicos que tienen la potestad de incentivar un cambio verdadero para reinventar la fe y adaptarla al siglo XXI son los líderes religiosos en el islam. Quizás el primer paso para marcar el camino hacia la introspección sea la reivindicación, por parte de creyentes, del sentido del humor en la religión – avasallantemente vedado en el mundo islámico. El humor consiste en saber reírse de las propias desgracias, y así como lo notaba Sigmund Freud, es la venganza segura que imparten los débiles sobre los poderosos. Uno puede reírse de Moisés o Jesús, pero cuidado con mofarse de Mahoma. En este simple y no obstante importante carácter del ser el mundo islámico corre con siglos de letargo y desventaja, pues difícilmente hoy en día haya algún judío o cristiano que salga a matar porque a alguien se le ocurrió dibujar al vaticinador de sus creencias.

Concretamente, al denunciar islamofobia o campañas de difamación, los líderes religiosos suelen hacer la vista gorda al problema de trasfondo, arremetiendo en cambio contra una supuesta sociedad prejuiciosa que es intolerante con quien es diferente. Como resultado, se dicen barrabasadas como que el ISIS “no es islámico” y que el terrorismo islámico es una exageración de la prensa. Una encuesta reciente realizada por Al Jazeera revela lo contrario. La misma pregunta a una audiencia árabe si apoya las victorias del ISIS en la región, a lo que un 81 por ciento de 56.881 encuestados contestó que sí.

Aunque ninguna encuesta pretende ser exacta o científica, y mucho menos si se realiza de forma online como aquella recién mencionada, el hecho está en que como instrumentos a nuestra disposición, estas cumplen un propósito como termómetros sobre la percepción humana. Y al respecto, los elevados porcentajes que proyectan los estudios realizados por distintos encuestadores atinan en que hay elevadas proporciones de musulmanes que opinan que debería haber más de islam en la vida; y menos orden terrenal, menos contenido secular. Llamo a este paradigma la verdad incómoda del islam. Tratarla es controversial y doloroso, pero es la única esperanza que tiene el grueso de la comunidad islámica global para poner fin al extremismo. Así como lo expresó el periodista libanés Eyad Abu Shakra a razón de la última ola de atentados en Francia, Kuwait, Siria, Somalia y Túnez, “los musulmanes tienen ahora que tomar una decisión: o ignoran la amarga verdad y permiten que la enfermedad se esparza hasta que mate, o escogen reconocer su existencia mientras que se preparan a enfrentarla”.

Esto es precisamente lo que argumentaba Andrés Cisneros en su columna del 29 de junio. En suma, como lo expresa el politólogo, “la única manera de acabar con los fanáticos de cualquier naturaleza es que los propios fieles de la religión que ellos invocan cesen de mirar para otro lado”. Es a este tipo de fieles, a estos valientes agentes de cambio, y no a los cínicos que explican al ISIS en las desaventuras de Estados Unidos y la economía mundial capitalista, a quienes debemos apoyar y dar legitimidad. Tampoco ayudan los líderes que para quedar bien con sus audiencias musulmanas expresan que los yihadistas no representan al islam. La yihad no será uno de los cinco pilares del islam, pero de no combatirla, los musulmanes ponen en riesgo que esta pase a dilucidarse en la práctica como el sexto pilar para miles de creyentes alrededor del globo. No se la combate ignorándola o disminuyéndola como aislámica. Empero se la derrotará reconociéndola como el bagaje de una tradición islámica ahistórica con el presente.

Al cumplirse un año desde la puesta en escena del ISIS, el corriente mes en que se conmemora el Ramadán brinda la perfecta oportunidad para reflexionar sobre el futuro que los musulmanes heredarán si no comienzan a tomar un rol activo para imbuir a su religión con una esencia verídicamente pluralista, renunciando a la búsqueda por impartir materialmente la sharia, y abrazando la separación entre lo piadoso y lo secular. Esta es la difícil lección que Occidente aprendió tras un tortuoso y sangriento devenir, y los expertos (tanto musulmanes como no musulmanes) coinciden en que, teológicamente hablando, no existe nada en el islam que lo inhiba para siempre de la democracia. Como lo notaran grandes pensadores islámicos como Muhammad ‘Abduh y Ali Abd al Raziq a principios del siglo pasado, no hay razón para suponer que el islam no tenga el potencial de adaptarse a las circunstancias, y que los musulmanes no puedan integrarse plenamente a la sociedad global.

Fe de errores:
En la versión original de este artículo se habla de 1.6 billones de musulmanes, cuando la cifra exacta (ahora corregida) sería de 1.6 mil millones. Caso similar, se hablaba de 16 mil millones de potenciales extremistas, cuando la cifra correcta (ahora corregida) ronda los 16 millones.