La Yihad, y las paradojas del pacifismo occidental

Artículo Original.

pacifismo frente a la yihad
Viñeta de José Maria Nieto publicada el 9 de enero de 2015 en el periódico ABC de España. El discurso pacifista y políticamente correcto frente a la amenaza yihadista tiene sus paradojas. Conduce al autoengaño, es contraproducente, y minimiza la responsabilidad que tienen las comunidades musulmanas en la lucha contra el extremismo.

Ante la barbarie del yihadismo, muchos de mis conocidos se han volcado a las redes sociales para pregonar mensajes de tolerancia religiosa y de amor. Comparten imágenes con mensajes loables que invitan a la reflexión y al acercamiento cultural. Por ejemplo, está la campaña viral de musulmanes que le dicen a la gente “el Estado Islámico (ISIS) no me representa” – “not in my name” (en mi nombre no); están las fotos de judíos, cristianos y musulmanes de la mano, y demás alusiones a que todos se llevan bien. También está la foto de un musulmán francés dando abrazos en París. Tengo amigos que, con todas las buenas intenciones del mundo, me dicen “lo de Francia pasó por la exclusión de los musulmanes”, “por la pobreza”. Cuando yo desmitifico la relación entre pobreza y terrorismo, yéndose por la tangente, algunos me dicen que los yihadistas no representan a los musulmanes. Punto. Se acabó el debate, porque resulta que esto ha sido consagrado como dogma por el establecimiento de lo políticamente correcto. Desde luego, sabemos que no es justo medir a todo un colectivo por las acciones nefastas de una minoría extremista. Como resultado – retomando mis amigos su argumento –  frente al clima de ansiedad suscitado por el auge del terrorismo islámico, podemos estar tranquilos que la gran mayoría de musulmanes no es yihadista.

¿Es contestable está noción? Por supuesto que lo es, pero conlleva un costo. Debatirla implica entrar en el pantanoso terreno de lo políticamente incorrecto. Significa remar contra la corriente, y exponerse a que lo tilden a uno de muchas cosas feas, incluso antes de que los argumentos tengan la oportunidad de ser debidamente presentados. Por tanto, apelar al mantra de que “los yihadistas son una pequeñísima minoría” se ha vuelto la respuesta cómoda por excelencia. Es empleada como un medicamento para calmar los nervios, y asegurarle al tipo promedio que no tiene nada qué temer de su vecino musulmán. Bien, so pena de que alguien me llame islamofóbo, me permito discrepar, pues este comportamiento pacifista tiene sus paradojas. Conduce al autoengaño, es contraproducente, y resta responsabilidad a las comunidades musulmanas, muchas de ellas virtualmente inertes frente al embate del extremismo.

Cuando nuestros valores conducen al autoengaño

George Orwell escribió en 1942 que “el pacifismo es objetivamente profacista”. En este sentido, desde lo personal advierto un gran analfabetismo con respecto al islamismo (el islam político) y con respecto al yihadismo (el islam fundamentalista militante). Generalizando, creo que los argentinos, mexicanos, alemanes o franceses, más allá de no entender la diferencia entre el uno y el otro, fallan en comprender lo más importante: tanto el islamismo como el yihadismo son en rigor enemigos de todo aquello que define, positivamente, a la sociedad occidental. Por ponerlo sucintamente, representan corrientes occidentalistas, en cierta medida comparables con los movimientos totalitarios del siglo XX antitéticos con los valores liberales, republicanos y democráticos. Los occidentales no obstante se han dejado caer en el autoengaño. Al presuponer a estos movimientos extremistas como excepciones a la regla, han fallado en percatarse que estos son, por el contrario, virtualmente la regla – y que el islam radical, en cualquiera de sus vertientes, está en pleno apogeo.

A mi entender, los occidentales promedio, al no estar familiarizados aunque sea vagamente con la historia del mundo islámico – conceden axiomáticamente que los que se dejan crecer la barba y pronuncian a lo alto “Allahu Akbar” (Dios es grande) son la minoría extremista que poco transmite acerca de la realidad musulmana. Sin embargo entre los expertos existe una opinión disímil, o al menos más articulada. Al analizar el fenómeno del islamismo como movimiento político, uno se encuentra inmediatamente con un proyecto fascista. Sin entrar en detalles, se trata de una tendencia que a grandes rasgos articula una plataforma populista, corporativista; que revindica la figura de un líder iluminado, y que pretende impartir un código de virtud sobre la sociedad, instando (en distinto grado) a la exclusión del considerado impuro, extranjero, o infiel. A esto se le suma el agravante de que se aduce que la legitimidad del movimiento proviene de la divinidad misma, y que ergo, la razón de ser de la plataforma es sacrosanta.

Dicho esto, el yihadismo es todavía peor. La prueba está en que un islamista es un pan de Dios – como quien dice – al lado de un yihadista. Por poner un ejemplo, Al-Qaeda no le puede perdonar al grupo islamista Hamás el hecho de que este haya buscado legitimarse, y consagrarse en el poder, mediante elecciones democráticas. Aunque este grupo no aprecia ningún valor epistemológico en el sufragio, y aunque no tiene ningún interés en soltar el poder, en vista de los más radicales, las elecciones implican una ofensa contra el mandato celestial. Para los yihadistas, el acto de votar es inexcusable, y abyecto al mensaje coránico, porque se traduce en darle crédito a una fuente de autoridad y legitimidad que no deviene de arriba. De este modo, los más extremistas defienden la noción tradicional islámica de que la población debe someterse al líder más iluminado. El cabecilla no es el hombre más preparado en términos de experiencia administrativa, pero aquel mejor dotado en términos de un incuestionable entendimiento de la revelación. Sin ir más lejos, esta distinción es relevante porque da cuentas de las intenciones de los grupos en boga de la caña del ISIS. Si el fascismo representa el experimento más atroz en el que incurrió la política moderna, en su orgía de sangre, el yihadismo pregona una utopía sin ningún proyecto político concreto para el plazo inmediato. Para ir al grano, el yihadismo es la expresión más religiosamente fatalista y autodestructiva concebible dentro del islam. Trae consigo la consagración de una lectura inflexible del Corán por sobre todas las otras cosas conocidas por el hombre: la cultura, la política, las artes, las ciencias, y el pensamiento en general. Mire como se lo mire, el yihadismo es un atentado contra el libre albedrio, contra la misma facultad de valerse por uno mismo.

Así todo, este no es el quid de la cuestión. El problema de fondo es que en su desconocimiento del contexto islámico, y desde la relativa posición de confort de las sociedades occidentales, mis amigos, entre muchísimos jóvenes, suponen que esto del islam politizado y fundamentalista es algo nuevo, atribuible a los excesos de la globalización, la pobreza, la ignorancia, entre otras razones conocidas, pero no obstante equivocadas. Por ello, el verdadero problema aquí estriba de la tosquedad de los occidentales, que presuponen sus propios valores secularizados como aspiraciones universales, desmintiendo incrédulos la posibilidad de que existan personas con anhelos muy diferentes. Al caso, se nos enseña que los derechos humanos son apetencias de todos los pueblos. Aunque fueron construidos a partir de una síntesis entre el iusnaturalismo y las leyes positivas de Occidente, se indica que los derechos humanos deben ser aplicables a todos los hombres y todas las mujeres. Y así, en línea con este espíritu, muchas personas presuponen que todo el mundo quiere lo mismo para sus seres cercanos, sea trabajo, salud, prosperidad, libertad, o mayor calidad de vida. Como resultado, en este caso, al diagnosticarle a Medio Oriente las mismas enfermedades que a Occidente, se le recetan los mismos medicamentos: acabar con la pobreza, generar empleo, desarrollo, etc.

El punto aquí no es darle valor al relativismo cultural, sino rescatar el hecho que la tolerancia religiosa, los derechos y garantías, y el sistema democrático en su conjunto son productos hechos y desarrollados en Occidente; y que no todas las personas del mundo reaccionan de la misma manera ante ellos.

Para ilustrar esto, uno puede corroborar que en 1990 los países de la Conferencia Islámica (OCI) se reunieron en El Cairo para redactar una Declaración de los Derechos Humanos islamizada, la cual reconoce a la sharia, la ley islámica, como su principal fuente de inspiración. Este documento es la aparente reacción a la famosa Declaración de 1948 que se llama a sí misma “Universal”. Mientras que ésta transluce un entendimiento secularizado de la tradición judeocristiana, la versión islamizada del documento enaltece la costumbre islámica, incluidas, por ejemplo, las inequidades entre los sexos. Por otro lado, vale la pena revisar los resultados de las encuestas realizadas por el Pew Research Center, que al respecto muestran que los países musulmanes son muchísimo más tradicionalistas que los países donde el secularismo echó raíces. Vistosamente, según el think tank estadounidense, una media del 86% de los musulmanes alrededor del globo cree que una persona tiene necesariamente que creer en Dios para ser un ser de bien, alguien moral. Luego, una media del 73% cree que los juzgados de familia deben estar presididos por magistrados musulmanes. Adicionalmente, una media del 48% está a favor de aplicarle a los criminales castigos corporales (como cortarles las manos), y una media del 28% piensa que hay que ejecutar a aquellos que abandonan el islam. A propósito de este último dato, el número escala a un 76% cuando se considera exclusivamente la opinión de los musulmanes del sureste asiático, que son, discutiblemente, de los más avanzados en términos de desarrollo económico y tecnológico.

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«Un musulmán, un judío, un cristiano, un pagano, y un ateo se meten juntos en una cafetería… y charlan, se ríen, toman café y se hacen buenos amigos. No es un chiste. Es lo que pasa cuando no eres un cabrón». Imagen compartida por las redes sociales.

Lo curioso es que en la Era de la Información, la gente sabe un poquito más de todo, y sin embargo, por así decirlo, al reducir todo a 140 caracteres, ese conocimiento es demasiado limitado. Por eso, tal como hay videos virales que instan a la paz y que insisten en que judíos, cristianos y musulmanes somos todos iguales, hay videos que intentan explicar el yihadismo en solo cinco minutos. Se trata de simplificaciones ajustadas a la vertiginosidad informática del siglo XXI. Es muy fácil y atractivo compartir en Facebook y en Twitter la imagen que dice “el ISIS no es el islam” cuando no se conoce nada acerca del islam. Allí el autoengaño. No hay un solo islam, pero de islámico el ISIS tiene mucho. Está claro que no todos los musulmanes son islamistas o yihadistas, pero estos fenómenos se explican a partir de una coyuntura islámica, y para entenderla, hay que acudir a la biblioteca. Con tener un amigo musulmán o leer un par de artículos en el diario no alcanza.

Cuando el amor se torna contraproducente

A raíz de los últimos atentados en París, se ha hecho viral el mensaje de un hombre que ha enviudado como consecuencia de la masacre cometida por los yihadistas. Como tributo a su difunta esposa Helene, asesinada en la sala Bataclan, Antoine Leiris le dice a los terroristas: “no les daré el regalo de odiarlos”. Presentado como un “mensaje poderoso e inspirador”, desde mi lugar creo que el mismo representa precisamente la ignorancia sobrecogedora de la que hacía mención recién. Antoine se ha ganado la admiración de miles por decir, “no dejemos que ellos ganen, salgamos a jugar y a tocar música”, pero hay algo que no han comprendido quienes han compartido su ejemplo. Al volverse viral, a los ojos de los extremistas, el video destella debilidad. Expresa la falta de voluntad de los occidentales por evitar que sus valores liberales se les tornen en su propia contra. Muestra su falta de carácter a la hora de defender lo suyo, empezando por sus mismas vidas. En efecto, los extremistas interpretan el mensaje de la siguiente manera: cometamos otro atentado – es fácil, después de todo, los franceses saldrán a jugar y a tocar música. Leiris, en vista del yihadismo, podría ser el arquetipo de una Francia cobarde e irresoluta a la hora de luchar.

Los occidentales por supuesto no lo entienden así. Después de todo no cualquiera podría reaccionar tan afablemente después de semejante tragedia. Podría decirse que Leiris es un ejemplo de templanza, virtud y civismo, y – como expresa un comentarista ilusionado– “debería ser presidente de Francia”. Mas nuevamente nada de esto importa. El desafió en cuestión consiste en interpretar las palabras de Leiris desde la posición del radicalismo islámico. De nada sirve vanagloriarnos de nuestros valores morales superiores, de nuestro pacifismo, y nuestra voluntad de convivir en paz con todos. A los efectos de la guerra santa que está librando el Estado Islámico y compañía, el gesto de Leiris, al volverse viral, da cuenta que los occidentales no entendieron absolutamente nada.

No pretendo tener la capacidad de medir el impacto negativo de este mensaje viral, pero creo que de todos modos hay un daño que ya está hecho. Al hablar de este tipo de mensajes, difundidos rápidamente, y con cierto impacto emocional, debe tenerse presente que su cometido es influenciar, y aunque sus intenciones sean buenas, a veces no son leídos como quisiéramos que lo fueran. El siguiente ejemplo, acaso paradigmático, explicará mejor mi posición.

En 1933 el prestigioso club de debate de Oxford pasó una moción que se volvió famosa. Su contenido era impactante, pues la moción se presentaba como la respuesta moralmente superior a la guerra. La moción básicamente leía que “esta Cámara no combatiría bajo ninguna circunstancia por el rey y por la patria”. Así y todo, sin internet y redes sociales, el mensaje se convirtió en viral. Desde ya vale aclarar que no era representativo de la opinión británica, pero no por eso dejaba de llamar la atención. La crème de la crème de la juventud sajona, los futuros líderes y formadores de opinión del país, le decían al mundo que les parecía un sinsentido ir a la guerra. Una intervención en particular, la más resonante del debate, alegó que de ser invadida, Gran Bretaña podría librarse del ocupante mediante una campaña de resistencia pacífica.

El caso es que la moción, dada a conocer por la prensa, envalentonó a los poderes del Eje. Impactado por el resultado del debate, Benito Mussolini habría dicho que Gran Bretaña era “una mujer asustada, flácida y vieja”. Robert Bernays, parlamentario liberal inglés, le contó a la Cámara de los Comunes cómo, de visita en Alemania, los militantes nazis se interesaban por la moción. Uno de ellos le habría dicho: “el hecho es que ustedes ingleses son débiles”. Con justa razón, después de la guerra, Winston Churchill escribió lo siguiente acerca del acontecimiento en Oxford. “Era fácil reírse de tal episodio en Inglaterra, pero en Alemania, en Rusia, en Italia, y en Japón, la idea de una Gran Bretaña decadente, degenerada, echó raíces y tuvo peso sobre muchos cálculos”.

Los mensajes como los de Antoine Leiris son bien intencionados, y destacan una de las mejores cualidades de la civilización occidental, que, a pena de ciclos de sangre y devastación, ha aprendido a ser tolerante y condescendiente en temas de religión. Sin embargo el pacifismo también puede convertirse en catalizador de guerra. Quienes no comparten los valores de las sociedades libres, entienden este tipo de muestras como pruebas tangibles de debilidad. Volviendo a la analogía con la década de 1930, Mahatma Gandhi instó a los judíos alemanes a aceptar su suerte, a marchar a los campos de concentración como mártires inmaculados. Para él, se necesitaba valentía para evitar usar la violencia. Frente al genocidio, para Gandhi, los judíos podían redimirse mediante el suicidio “heroico”, escogiendo morir en sus propios términos, de buena gana. Aunque fuera aniquilado, de esta manera el judio retenía su propia superioridad moral. En fin, Leiris es al ISIS lo que Gandhi era a la Alemania Nazi. Leiris receta la misma solución: amor. El sacrificio honrado, a conciencia de que uno se expone a la muerte con la frente en alto. Por ello, bajo la actual coyuntura, las muestras de pacifismo se han vuelto contraproducentes, y – mantengo – son la peor opción.

Es fácil argumentar que los yihadistas hacen lo que hacen por estar sumidos en la ignorancia. Lo difícil, y lo necesario, es admitir la desazón. Los terroristas que asesinan a diario cometen sus actos inspirados en una lectura rígida y literal del Corán, que los musulmanes de todo el mundo deben combatir y contrariar.

Cuando los musulmanes deben combatir la yihad

La respuesta de las comunidades musulmanas al islam radical casi siempre termina en “eso no es islam”. Soslayan, notoriamente, afirmando que el ISIS “no es islámico”. Lo cierto es que mal que mal, si uno pudiera olvidarse de todos sus condicionantes sobre el tema, dando cita a un clérigo yihadista y otro pacífico, ambos justificarían sus interpretaciones del mensaje divino apelando a las mismas fuentes sagradas. Visto así, desde el punto de vista netamente formal y teológico, quién tiene razón o no es una cuestión de perspectiva. En todo caso, si hay algo que a estas alturas debería estar fuera de duda, es que uno no puede decir lo que quiera acerca del islam en países musulmanes. Por otro lado, y por fortuna, uno puede decir lo que quiera (por lo menos teóricamente) del islam en los países occidentales.

¿Cómo se explican las desaforadas y violentas reacciones de musulmanes de todo el mundo frente a la publicación de burdas caricaturas sobre el Profeta? Las tiras podrán resultar ofensivas, pero en concreto no dejan de ser ilustraciones. ¿Por qué todos los críticos del islam que han alcanzado prominencia residen en países occidentales? Ellos le dirán prestamente que sus vidas corrían peligro en sus países natales. Mientras tanto, en el mundo de Facebook y Twitter, desde las cuentas de allegados occidentales, se publican fotos instando al acercamiento cultural, como si todo se explicara en la falta de entendimiento interreligioso.

Esta es una debacle causada por el discurso políticamente correcto de las sociedades libres. No es más que el empeño por enseñarle al intolerante a ser tolerante. Los líderes musulmanes se quejan del trato que reciben en Europa, y no obstante callan desvergonzadamente a la hora de condenar los excesos cotidianos cometidos en los países de mayoría islámica, donde la situación de las minorías es cada vez más complicada. En este aspecto, los países del Golfo son la égida del fundamentalismo islámico. ¿Acaso no es Arabia Saudita la caja de Pandora del islam?

Cuando en las redes sociales se comparten las fotos de representantes de las religiones abrahámicas, en dialogo o en armonía, lo que falta decir es que el islam tiene un rol especial que cumplir. Desde mi lugar he dedicado varios años a fomentar el entendimiento cultural y me he llevado mis regocijos y mis decepciones. Incluso así, al ser estudiante de historia, no considero esto tan vital como la necesidad de una reforma religiosa en el islam. Los críticos de izquierda señalan que el impacto del terrorismo islámico ha sido inflado y exagerado por los medios de comunicación, siendo que la mayoría de actos terroristas en Occidente no son cometido en nombre de Dios. Sin embargo lo mismo no puede ser dicho actualmente sobre el terrorismo llevado a una escala global. De acuerdo con el Departamento de Estado norteamericano, durante 2014, más del 60% de los ataques terroristas ocurrieron en Irak, Pakistán, Afganistán, India y Nigeria. El 78% de los fallecidos por actos de terror murieron en Irak, Nigeria, Afganistán, Pakistán y Siria. Según la misma fuente, el año pasado, los principales cuatro actores transnacionales implicados en actividades terroristas han sido organizaciones militantes islámicas: el ISIS (1083 ataques), los talibanes (894), Al-Shabaab (497), y Boko Haram (453). Por supuesto ha habido casos de terrorismo cristiano, judío y budista, pero enflaquecen en relación con el número exorbitante de atrocidades cometidas en nombre de Alá.

Volviendo al punto sobre el autoengaño, el Pew Research Center refleja que la mayoría de los musulmanes alrededor del mundo piensa que solo existe una interpretación del islam. Aquí yace el problema. Los cristianos tienen sus cismas, mas desde hace tiempo han “acordado a no estar de acuerdo”, para en cambio enfocarse en convivir a razón de los valores compartidos. En perspectiva histórica, los judíos han debatido y planteado sus polémicas siempre con la pluma, y jamás con la espada. Sin embargo, tal como suele decirse, las principales víctimas del extremismo islámico son los propios musulmanes. ¿No debería entonces esta reflexión conllevar a una reforma religiosa, volcada hacia formas liberales? Ciertamente hay intentos, y hay intelectuales que insisten en lo trascendental de esta misión.

Queda mucho por hacer para transformar al islam en una religión más laxa y compatible con la democracia. Si alguien resulta ofendido por mis palabras, las mismas pueden interpretarse de la siguiente manera: queda mucho por hacer para que el islam pluralista y tolerante que se practica en muchos sitios de Occidente, se replique en el corazón de la religión, comenzando por la tierra de la Meca y Medina. El mundo libre puede hacerle frente al desafío del extremismo islámico en todas sus formas, pero el flagelo no desaparecerá en tanto los musulmanes tomen responsabilidad por el futuro de su propio credo. Por ello, los mensajes virales de amor y convivencia interreligiosa, aunque necesarios, esconden la paradoja de que pueden inducir a ser tolerante con el intolerante, dando el mensaje equivocado a los radicales, y colaborando con nuestro propio autoengaño de que todo andará bien.

Las paradojas del pacifismo resultan en que Occidente sea permeable a más atentados. A la larga, de ganar sustancia esta tendencia, los países occidentales serán susceptibles a sacrificar su propia identidad cultural en aras de apaciguar a los extremistas mediante actos tergiversados de coraje y sacrificio estilizados en el ejemplo ghandiano. Por ello, para comprender lo que sucede, y para marcar una diferencia, lo que se necesita es lectura, mucha lectura. Ponerse la bandera de Francia en Facebook, compartir el mensaje de Antoine Leiris, y encontrar confort en la idea que a la “ignorancia” yihadista se la combate ignorándola, traerá, paradójicamente, más resquemor, más ansiedad, y más violencia.