Artículo Original.
En tanto Israel se enfrenta con las facciones palestinas por el tema del libre acceso a los lugares santos, disputando la misma cuestión, otra batalla está teniendo lugar en los foros diplomáticos patrocinados por las Naciones Unidas (ONU). Esto viene sucediendo particularmente en los salones parisinos de la UNESCO, el organismo creado para velar por la educación, la ciencia y la cultura alrededor del mundo. Allí, los representantes árabes del Consejo Ejecutivo lograron aprobar una “decisión” que arremete contra Israel en este y en otros frentes, todos vinculados con dichas áreas loables que – en teoría, de acuerdo con la UNESCO – deberían escapar de la política, en beneficio de la humanidad en su conjunto. Este Consejo consta de un cuerpo de 58 Estados, cuyos representantes se convocan dos veces al año para examinar la implementación de los programas específicos de la organización. A esto, según lo confirmado hasta ahora, durante el ciclo 2015 que acaba de finalizar, el Consejo Ejecutivo se ensañó con Israel, asentando en papel durísimas críticas por sus supuestas violaciones, trasgresiones y desdeño hacia los palestinos, especialmente en torno al acceso a los lugares santos.
Antes de entrar en detalles, contrario a lo que sugieren los medios internacionales, el contexto de esta “decisión” no viene dado por la presente ola de violencia entre israelíes y palestinos, la cual discutiblemente podría ser considerada una intifada. Si bien desde luego estos incidentes están implícitamente relacionados, la UNESCO, como órgano parte de la ONU, en rigor se deja arrastrar por la misma tendencia antiisraelí que viene caracterizando a dicho marco.
La obsesión de los foros internacionales con Israel
Quien siga medianamente de cerca el desarrollo de la organización internacional más importante del mundo, caerá en la cuenta que a setenta años desde su creación, Israel es por lejos el país más condenado por el concierto internacional. A juzgar por el registro de las votaciones en los cuerpos de la ONU, el pequeño Estado judío es el virtual responsable de todo mal; con independencia de las masacres, de los conflictos y las calamidades que puedan estar sucediendo en dondequiera que sea. Si no se lo culpa de cometer crímenes, por la tangente se lo acusa de dificultar la labor de la diplomacia, siendo que su comportamiento obliga a los delegados a pasarse hablando sobre sus designios y maquinaciones.
En este sentido, pese a que el mundo está bastante convulsionado (y ni que hablar de las guerras sectarias de Medio Oriente) Israel ocupa un espacio considerable en la agenda del Consejo fijada para 2015 (documentos 197 EX). Los expertos en el conflicto árabe-israelí, posicionados a favor de uno u el otro bando, coincidirían que los árabes, frente a la imposibilidad de derrotar a Israel por los medios bélicos convencionales, se volcaron por una ofensiva diplomática, aprovechando el sistema de las Naciones Unidas para formar bloques numerosos para así influenciar resoluciones adversas al Estado judío. La UNESCO no es la excepción, y, tras ser votadas, sus posturas ilustran la saña y el prejuicio de los aparentes guardianes del patrimonio de la civilización humana hacia un pueblo que, paradójicamente y paradigmáticamente, constituye un macizo de educación, ciencia y cultura.
Abba Eban, posiblemente el diplomático más prominente y respetado de la historia de Israel, sentenció hace más de sesenta años que “si Argelia introdujera una resolución [en la ONU] declarando que la Tierra es plana, y que Israel la había aplanado, esta pasaría por un voto de 164 contra 13, con 26 abstenciones”. Desde su expertise, la UNESCO da cuenta de esta obsesión, y de la manipulación de sus procedimientos en aras de desprestigiar a Israel a como dé lugar. Véase al respecto las “decisiones” adoptadas en mayo de este año (documento 196 EX/Decisiones). Bajo el rótulo de “Palestina ocupada” se da rienda suelta a una lista de violaciones atribuidas a Israel. Sintetizando a grandes rasgos, primero se condena a la “potencia ocupante” por realizar excavaciones en la Ciudad Vieja de Jerusalén, y por cercenar constantemente el acceso de los musulmanes a la Explanada de las Mezquitas (Al-Aqsa y Al-Haram Al-Sharif), y a las zonas lindantes a la Tumba de los Patriarcas en Hebrón, y a la Tumba de Raquel en Belén (Al-Haram Al-Ibrahimi y Bilal bin Rabah).
Como expresara el presidente Mahmud Abás en la Asamblea General de la ONU, se acusa a Israel de querer violar el statu quo previo a 1967, eso es, antes de que los israelíes se hicieran con la totalidad de Cisjordania incluida Jerusalén oriental. El documento también castiga a los israelíes por hostigar y detener a civiles y personalidades religiosas, y por permitir “frecuentes incursiones de grupos extremistas religiosos y fuerzas uniformadas” en la Explanada. En segundo término, el Consejo aprovechó la oportunidad para criticar el accionar de Israel el año pasado durante su incursión a la Franja de Gaza. Por ello, dicho cuerpo criticó el bloqueo, la devastación que dejaron los israelíes tras la guerra, y “los ataques contra escuelas y otras instalaciones educativas y culturales”. Finalmente, quizás lo más irrisorio de la cuestión, la UNESCO instó a proseguir los esfuerzos que la directora general “está realizando para preservar la configuración humana, social y cultural del Golán sirio ocupado [por Israel]”.
Todo esto se expone en una sección ajustada específicamente para Israel, y aun así no parece ser suficiente para los árabes. De permitirles más espacio, seguramente aprobarían reportes enteros íntegramente basados en las injurias cometidas por los hebreos. De momento, el último documento disponible del Consejo (mientras escribo), (197 EX/53), que recopila lo observado en mayo, ratifica estas observaciones.
Bien, ¿dónde están las otras secciones para hablar de otros países? Con la salvedad de breves reseñas, casi a pie de página, llama bastante la atención que no hay secciones dedicadas a la insurgencia en el Magreb, siquiera a la inestabilidad regional del mundo árabe, y sin embargo sí hay tiempo para detallar con lujo de detalle los cometidos de la agresión israelí. Para ser claros, aquí no se trata de quien tiene razón y quien no en la disputa que divide a israelíes y a palestinos. Más bien, se trata de la desvaloración y manipulación de la UNESCO con una clara y viciada finalidad política. Empero, aunque sea prestamente, es necesario desbancar la contra-historia que busca asentarse en un organismo que alguna vez funcionara correctamente.
Como número uno, tomando prestadas las palabras de Julián Schvindlerman, “todo empezó con una mentira”. Cuando el liderazgo palestino necesita la atención del mundo suele armar (literalmente) a revoltosos para que provoquen a los israelíes a la refriega. La presencia de extremistas islámicos en la Explanada catalizó una serie de eventos, que resultó en la falacia de que “Israel quiere alterar el statu quo”. Lo curioso no obstante es que luego de que Israel ocupara la Ciudad Vieja (y sus lugares santos) tras la guerra de los Seis Días en 1967, los israelíes no cerraron el acceso a los peregrinos, sino todo lo contrario; abrieron sus puertas. Lo cierto es que los redactores de los documentos nunca se esforzaron por aparentar una mínima semblanza de parcialidad. ¿El hecho que los milicianos de Hamás lanzaran cohetes desde escuelas y hospitales, incluso desde edificios de la ONU, no le molesta a los adherentes de la “decisión”? Por otro lado, visto todo lo demás que está ocurriendo en el vecindario, la arremetida contra Israel por el tema del Golán parece tragicómica.
El impacto tangible de la etiqueta “lugar islámico”
Dicho esto, es importante detenerse sobre la cuestión de los lugares santos, que a propósito de la UNESCO, generaron bastante revuelo mediático, sobre todo en Israel. Resuelta que hace pocos días saltó a la prensa que un borrador del Consejo Ejecutivo pretendía designar al Muro de los Lamentos como un lugar islámico. Ante esta propuesta, presentada en nombre de la delegación palestina – admitida en la UNESCO desde 2011 (como un Estado) – la directora general de este organismo, Irina Bokova, salió a decir que “deploraba” dicha iniciativa, dado que “podría incitar más tensiones”. El documento, un borrador de resolución, fue presentado por Egipto, Túnez, Argelia, Marruecos, Kuwait, y los Emiratos Árabes Unidos. Según lo reportado, la resolución fue aprobada el pasado el miércoles 21, condenando a Israel en base a la batería de acusaciones previamente mencionadas, pero la cláusula más polémica, la de designar al Muro de los Lamentos como un lugar islámico, habría quedado descartada. Sin embargo, la resolución o “decisión” habría determinado que la Tumba de Raquel en Belén, y la Tumba de los Patriarcas en Hebrón – lugares de una altísima importancia religiosa – sí son “islámicos”.
A decir verdad no puede verificar el contenido de la resolución en su fuente original. Al momento de escribir, la UNESCO no ha subido a su sitio de internet los documentos finales que confirman las decisiones del organismo durante sus últimas reuniones. Lo que sí está fuera de toda duda, según lo que se constata en las “decisiones” más recientes (196 EX/Decisiones), es que el bloque árabe considera a todos estos sitios santos, en cualquier caso, como íntegramente palestinos. No se provee referencia a su importancia histórica para el pueblo judío, y en particular, se evita referirse al Muro occidental (Western Wall) como Muro de los Lamentos (o Lamentaciones), siendo que el nombre denota su carácter judío. Si se lo etiqueta de esta manera aparece con comillas, cuestionado así la legitimidad del Estado judío sobre este sitio, que en cambio es nombrado por su nombre islámico. En este aspecto, un borrador de agosto (197 /EX32) establece, por ejemplo, “la necesidad de respetar y salvaguardar la integridad, autenticidad y el patrimonio cultural de la mezquita de Al-Aqsa y [la mezquita de] Al-Haram Al-Sharif, como se refleja en el statu quo, como lugar sagrado de culto para los musulmanes y componente del sitio del patrimonio mundial”.
Esta batalla diplomática por los lugares santos no es enteramente novedosa. Notoriamente, añadiendo sustancia a las tensiones, en 2010 tanto palestinos como israelíes se provocaron mutuamente mediante comunicados en donde cada parte reclamaba para sí la pertenencia de los lugares santos. De este modo, en febrero de 2010, el Gobierno israelí aprobó un plan de patrimonialización nacional de los sitios con importancia histórica y religiosa para el pueblo judío, incluyendo a la Tumba de Raquel y a la Tumba de los Patriarcas. La medida desató la ira de los palestinos, en tanto internalizaron a esta como una suerte de anuncio de expropiación: “si estos lugares son judíos, son israelíes, y por consiguiente no pertenecen a un Estado palestino”. En respuesta, en noviembre de ese año, los palestinos presentaron un informe, en donde negaban la conexión histórica de los judíos con el Muro de los Lamentos. De acuerdo con el anuncio, “la tolerancia musulmana permitió que los judíos se posaran frente a él para llorar”, siendo el muro no un vestigio del Templo de Salomón, pero una parte integral de la mezquita de Al-Aksa.
En resumidas cuentas, esta es precisamente la posición que los palestinos quieren imponer en la UNESCO, a costas de indignar, o mejor dicho, precisamente para molestar, a los israelíes. En efecto, la guerra diplomática retoma las premisas del conflicto en el terreno. Es una narrativa contra la otra, y los palestinos se han volcado de lleno a este campo, capitalizando la empatía de los países de segundo y tercer orden, y la cobardía de los países europeos, siempre condescendientes con los árabes.
Desde mi lugar, creo que estas cuestiones de simbolismo no son menores, puesto que envían un mensaje a la población en general, sea para bien, o sea para mal. Además, creo pertinente discutir que hay una diferencia práctica entre la designación de un lugar como judío o (a lo que viene el caso) como musulmán. Los israelíes, hasta donde tengo entendido, nunca restringieron el acceso a sus sitios sagrados por cuestiones religiosas o ideológicas. Cuando así lo hicieron, la medida respondía, tal como responde ahora, a preservar la seguridad cuando la situación se va de las manos. Por más que siempre existan extremistas que hostiguen a los fieles de otras creencias, en definitiva la última palabra la tienen las autoridades israelíes, y estás siempre se han mostrado expeditivas en mantener los sitios de importancia religiosa abiertos a todo peregrino y turista. En un claro contraste, lo mismo no puede ser dicho de aquellos sitios cargados con valor religioso, catalogados como islámicos.
Para ilustrar, piénsese en la Explanada de las Mezquitas, que no se encuentra administrada por israelíes, pero por un fideicomiso islámico, palestino-jordano (waqf). Basta con hacer una búsqueda por internet para encontrar que si usted no es musulmán, deberá ingeniárselas para entrar a las mezquitas. Aunque el acceso al sitio de la Explanada, donde antiguamente yaciera el Gran Templo judío, es limitado y restringido, el caso radica en que los no musulmanes tienen prohibido entrar en las mezquitas. Pese al inmensurable valor histórico y cultural de las mismas, y que en su conjunto son un verdadero patrimonio de la humanidad, al fin y al cabo solo los musulmanes pueden ingresar. Por otro lado, pregunte por qué la Gran Mezquita de La Meca, Masjid Al-Haram, con su envergadura para la cultura y la religión, no es parte de la UNESCO, mientras que la Gran Mezquita de Córdoba, en Andalucía, sí lo es. ¿Por qué la primera no es considerada patrimonio de la humanidad, y la segunda sí? La respuesta es simple. Si fuera designada por la UNESCO como un bien universal, el sitio más importante del islam debería abrir sus puertas, valga la redundancia, a toda la humanidad. La Gran Mezquita de Córdoba, por su lado, que sí está en la lista de la UNESCO, y que sí está abierta al turista en general, se encuentra en España, y es cuidada por regentes europeos.
Considerando lo expuesto, desde mi óptica personal, creo afortunado, por el bien de la civilización, la cultura, y todo lo que UNESCO dice representar, que las resoluciones de este organismo sean nada más que “decisiones” que no afectan o cambian la realidad en el terreno. Más allá de la disputa entre israelíes y palestinos, la obsesión del mundo árabe con Israel está desvirtuando el funcionamiento de este foro, entre tantos otros dentro y fuera del paraguas de Naciones Unidas. Por último, la etiqueta de “islámico”, para designar a lugares de pronta histórica, además de imbuir las cosas con una narrativa política, en términos prácticos delimita el acceso para los no musulmanes, atentando – por ponerlo de algún modo – contra la democratización de la cultura. Adicionalmente, si estos fueran sitios importantes para otras religiones, paradójicamente la etiqueta musulmana transgrediría contra esos mismos derechos que hoy los palestinos les reclaman a los israelíes.