Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 19/02/2018.
En la mañana del 10 de febrero un caza F-16 israelí fue derribado luego de haber atacado objetivos iraníes en Siria. Dicho ataque fue una represalia por el lanzamiento de un dron (“Saeqeh”) persa hacia el norte de Israel. Aunque el caza en cuestión fue alcanzado por misiles antiaéreos sirios, los dos tripulantes volaron la aeronave hasta la frontera israelí, logrando eyectarse con vida. Horas más tarde, Israel lanzó una operación aérea abarcadora que resultó en la destrucción de aproximadamente la mitad de las baterías antiaéreas del Gobierno sirio, incluyendo S-200 soviéticos de largo alcance (SA-5 según la designación de OTAN).
Esta secuencia de eventos, y en particular el derribamiento del caza israelí, ha suscitado un debate acerca del grado de discreción que tiene Israel sobre el cielo de Siria. En rigor, la discusión se inició tiempo atrás con la intervención rusa en defensa del régimen de Bashar al-Assad, especialmente luego de que el Kremlin desplazara baterías S-400 de última tecnología a Siria en 2015. También cabe tener presente que Israel no había perdido a un caza en combate desde la guerra del Líbano de 1982. Sin embargo, aunque la Fuerza Área Israelí (IAF) es el caballo de batalla por excelencia del Estado hebreo, la pérdida de uno de sus aviones es un hecho que puede ser interpretado erróneamente.
Para llegar a este punto, primero hay que analizar qué propósito tenía el dron iraní que sobrevoló espacio aéreo israelí. El dron “Saeqeh” es la versión iraní del estadounidense RQ-170 “Simorgh” (Fénix). En los círculos de Defensa se estipula que los iraníes habrían aplicado un proceso de ingeniería inversa para imitar la tecnología de un Simorgh capturado en Irán en 2011. Hecha esta aclaración, puede suponerse que Irán quería medir las capacidades de la inteligencia israelí, o bien su tiempo de respuesta frente a la incursión de un vehículo aéreo no tripulado (con una señal de radar relativamente débil). El aparato penetró Israel sobrevolando a poca altura desde Jordania, cosa que evidencia que los iraníes querían esconder el aparato el mayor tiempo posible.
La otra explicación en boga apunta a que Irán quería provocar deliberadamente a Israel para desencadenar precisamente lo que terminó por ocurrir: un ataque israelí. Según está mirada, Irán quiere redefinir las reglas de juego en Siria, y para ello necesita aumentar las hostilidades en el Levante. Una postura ofensiva israelí contra blancos sirios podría incentivar una respuesta por parte Rusia, y a su vez dar pie a las milicias iraníes – notoriamente Hezbollah– para asentarse permanentemente en suelo sirio, en las inmediaciones de la frontera israelí. Si esta explicación es acertada, estaría apoyada en la sensación de confianza en Damasco y Teherán relacionada con las últimas victorias sobre yihadistas y rebeldes en el sur de Siria y en el lento (pero seguro) avance sobre Idlib, el último gran bastión de la insurgencia contra Assad.
Asumiendo de momento que está explicación esté en lo cierto, la jugada de Irán podría parecer contraintuitiva. ¿Por qué arriesgar retaliaciones israelíes cuando (desde la perspectiva iraní) las cosas marchan relativamente bien?
Como advierten analistas del Institute for National Security Studies (INSS) de la Universidad de Tel Aviv, dicho riesgo podría estar vinculado con las negociaciones sobre el futuro de Siria. El enero los rusos propusieron en Sochi escribir una nueva constitución para el país devastado por la guerra, y acaso formalizar un proyecto de partición federalizada para reconstruir Siria. Detrás de aparentes posturas de unidad, mientras que el verdadero interés de Rusia estriba en estabilizar la región, el objetivo principal de Irán consiste en afianzar e institucionalizar su influencia en el Levante, y la supremacía rusa en el tablero representa una obstrucción a estos fines.
Como plantea coyunturalmente Dimitri Trenin, dado que Rusia busca alcanzar un balance de facto entre las aspiraciones de Israel y aquellas de Irán, Moscú estaría dispuesto a tolerar la presencia iraní a cambio de que esta no interfiera con Israel. Por ello, es plausible que el dron iraní que sobrevoló la Galilea el 10 de febrero haya servido de carnada para provocar la embestida aérea israelí, con la esperanza de que la poderosa reacción altere el balance de poder, y fije en el Kremlin una postura menos apacible hacia Jerusalén.
Se calcula que la IAF ha atacado objetivos sirios y posiciones de Hezbollah por lo menos cien veces desde 2011 sin recibir ningún rasguño por parte de fuego antiaéreo. Desde que Rusia intercediera en el conflicto existe un nivel de coordinación sin precedentes entre israelíes y rusos para evitar peligrosos malentendidos. Rusia concede que Israel puede actuar en legítima defensa siempre y cuando se limite a atacar a los proxies iraníes y evite infligir un daño circunstancial a las fuerzas de Assad, suficiente como para alterar el devenir de la campaña contra la insurgencia antigubernamental. En este sentido, algunos comentaristas advierten que con el último ataque contra las baterías antiaéreas sirias –en efecto la operación aérea más importante desde la guerra de 1982– se pone a prueba la paciencia de Moscú. En teoría, el Kremlin tendría motivo para preocuparse por la magnitud de la reacción israelí, denotando que estos pueden alcanzar objetivos en las instalaciones en donde podría operar personal castrense ruso, como podría ser la base T-4 (Tiyas), cerca de Palmira, desde donde fue lanzado el dron iraní.
En suma, como sintetiza la prensa rusa, el incidente pone a Rusia en una posición delicada pues esta apoya a Damasco y no obstante mantiene una cercana relación estratégica con Jerusalén. Es decir, con independencia de si los iraníes buscaron deliberadamente provocar a Israel o no, lo cierto es que la secuencia de eventos podría deterior la permisibilidad que el mando ruso comunica a sus contrapartes israelíes. Ahora bien, sin dejar de reconocer la supremacía de Rusia en los asuntos sirios (pues Estados Unidos brilla por su ausencia), el escenario no pone coto a la posibilidad de futuras y de hecho probables incursiones de la IAF.
Los analistas israelíes coinciden en que el país necesitará redoblar sus esfuerzos diplomáticos para no antagonizar con Rusia, de modo que el Estado judío tendrá que sopesar con más atención los intereses del Kremlin, y balancearlos con la necesidad de responder con crudeza a cualquier ataque, a modo de disuadir futuras provocaciones por parte de sus enemigos. Toda fuente cercana al establecimiento de Defensa israelí asegura que se está luchando una “guerra entre guerras”, y que el conflicto abierto con Hezbollah es cuestión de tiempo. Esto es una posibilidad que ya advertía en una columna publicada en 2015.
Volviendo a las premisas, contrario a lo que sugieren algunos titulares desafortunados de la prensa, “la pérdida de un caza tras un ataque en suelo sirio [no] cuestiona la libertad de acción de la aviación israelí durante la guerra”. A lo sumo, la ocasión vuelve a demonstrar que Rusia “es el jefe”, y que solo ella puede influenciar o limitar el accionar israelí. La pérdida del F-16, patéticamente celebrada por el régimen de un Estado que nunca pudo ganarle a Israel, es insustancial, y no marca un antes y un después. A lo sumo depende de los rusos establecer tal bisagra. Quizás las cosas hubiesen sido más graves si los tripulantes del F-16 hubiesen tenido que eyectarse sobre suelo sirio, y depositar su suerte a la merced de captores engatusados con Irán.
SAA soldiers distribute sweets to citizens to celebrate the shot down of the Israeli F-16 plane. pic.twitter.com/ely5i98Sa8
— Yusha Yuseef (@MIG29_) February 10, 2018
Desde lo personal sospecho que de momento la respuesta de Vladimir Putin no será severa. Israel ejerce mucha cautela para no eliminar blancos prohibidos (por Moscú), so pena de generar una dura y probable reacción, sobre todo si Rusia informa la pérdida de vida de sus uniformados. El incidente del caza ruso Su-24 derribado por Turquía en noviembre de 2015 podría ilustrar la impulsividad con la que el oso puede reaccionar cuando se enoja. A todo esto –dicho en términos criollos– Estados Unidos no pincha ni corta.
En definitiva, la noción de que Israel perdió su superioridad área por la destrucción de una aeronave es simplemente irrisoria. Ni siquiera se trata de un caza F-35 de última generación, aviones recientemente adquiridos que aguardan su bautismo de fuego. Por ello, que columnistas afines al gobierno sirio hablen de “una victoria histórica” suena tragicómico. Eso sí, los israelíes deberán procurar más atención a las instrucciones de Rusia. Como sugiere Yiftah Shapir, un oficial retirado de la IAF, las únicas baterías que presentan una barrera física a la aviación israelí son las S-400 de última generación desplegadas por Rusia. Pero en tanto este sistema esté en posesión de los rusos, y no así de los sirios o los iraníes, la libertad de movimiento de Israel no estará fatalmente limitada.