Artículo Original.
Cada vez en años recientes que Israel se ha visto envuelto en un conflicto armado con sus vecinos, particularmente con facciones islamistas como Hamás y Hezbollah, la atención de miles de personas de todo el mundo viene tornándose contra los hebreos por una serie de acusaciones que van desde “genocidio” hasta “comportamiento desproporcionado”. Enarbolando la causa de los palestinos y, en términos más universales, apelando a los derechos humanos, miles de manifestantes suelen convocarse en las plazas y calles árabes, europeas y latinoamericanas al instante que Gaza es bombardeada, o palestinos perecen en alguna operación castrense. Aquí no me propongo discutir los méritos (o la falta de ellos) atribuibles a tales protestas, pues gusten o no, sus partícipes están en su derecho a exteriorizar su posición libremente, aunque bajos criterios razonables que dependerán de cada sociedad. No obstante lo que sí discutiré aquí es el doble rasero o la doble moral de estas personas, que gritan y llaman al boicot de Israel, pero callan cuando son los mismos árabes quienes matan a otros árabes, incluyendo a palestinos.
El 9 de abril se dio a conocer que las fuerzas del Estado Islámico (ISIS) ocuparon el campo de refugiados palestinos de Yarmuk, en Damasco, Siria. Situándolo en contexto, Yarmuk fue por más de medio siglo Yamuk una insignia del aparente apoyo sirio a la causa de los palestinos, especialmente por su proximidad con el centro de poder, y por el hecho de que a diferencia de otros campos en Líbano y en Jordania, los habitantes del barrio podían acceder a oportunidades completamente vetadas para los descendientes de palestinos en otros lugares. Pero tras el avance de los yihadistas, las fuerzas del régimen de al-Asad bombardearon el barrio, desatando una importante crisis humanitaria; y demostrando – en palabras de Eli Cohen – que los muertos palestinos no importan. Efectivamente, sin entrar en detalles, pero juzgando la situación por la reacción de los medios internacionales y la completa ausencia de manifestaciones en solidaridad con el sufrimiento palestino, todo apunta a que a los occidentales no les importa un rábano cuando árabe mata a árabe.
Yarmuk en este sentido solo es el último en una serie de eventos reiterativos que ponen en vista de todos que cuando árabes o palestinos mueren, e Israel no tiene culpa alguna, los instigadores antiisraelíes no dicen nada, y en definitiva – como quien dice – el que calla otorga. Hace dos semanas se reportaba que la aviación saudita había causado la muerte de cuarenta refugiados en Yemen, como resultado de la campaña de la monarquía árabe contra la insurgencia de los houtíes respaldada por Irán. A nadie en Occidente se le ocurrió salir a la calle a protestar. En este tipo de coyuntura, cuando se le pregunta a un intelectual o militante por semejante contradicción, entre la acción inmediata contra Israel y el silencio cuando el supuesto criminal es otro, la respuesta genérica que suele oírse es “ahora estamos hablando de Israel”. ¿Pero hay acaso tiempo para hablar de Libia, Siria, Arabia Saudita, Irán, y tantos otros?
La obsesión del mundo contra Israel habla ciertamente de una nueva forma de antisemitismo o judeofobia, pero también dice mucho de lo que yo llamaría el instinto cínico de las sociedades occidentales, a medir con una vara un país democrático y liberal como lo es Israel, y a utilizar parámetros completamente distintos con otros países ni democráticos ni occidentales.