Artículo Original.
Como es costumbre en esta época del año, las Naciones Unidas (ONU) inauguran las sesiones en la Asamblea General con las intervenciones introductorias de los mandatarios del mundo. Este órgano representa el principal foro internacional existente, conglomerando a 193 Estados miembros, entre otras delegaciones observadoras de distintos organismos. Al caso de la cuestión israelí-palestina, Benjamín Netanyahu pronunció su discurso el 1 de octubre, y expuso su visión acerca de los peligros latentes que acechan a su país y a Medio Oriente.
En este espacio, tal como hiciera con la exposición de Mahmud Abás, me propongo resumir y luego discutir el discurso del primer ministro israelí. Lo primero para decir es que habló durante 40 minutos, y, previsiblemente, centró su discurso en la amenaza planteada por el programa nuclear iraní, manifestando enfáticamente su oposición al acuerdo de las potencias con Teherán. Remarcó, en indirecta alusión a la administración Obama, que la historia enseña que dejadas al azar, las buenas intenciones por sí solas no bastan para lidiar con el mal. En efecto, Netanyahu dedicó dos tercios de su tiempo para aislar a Irán y demostrar lo ridículo que es el acuerdo con dicho régimen islámico. Citó, por ejemplo, dichos por parte del líder supremo de la revolución, Ruholla Jomeini, quien habría aseverado que el acuerdo con Estados Unidos no cambiaba nada, y que por consiguiente, los estadounidenses seguían siendo vistos como enemigos. Para validar su punto, Netanyahu también mostró desde el estrado un texto reciente, escrito y difundido por Jomeini, en donde este detalla cómo será la destrucción de Israel.
El enemigo de mi enemigo no es mi amigo
A grandes rasgos, Netanyahu buscó sumar simpatías para constituir un frente riguroso contra Irán, apelando a lo que él sin dudas definiría como sentido común. A modo de advertencia contra Jomeini y compañía, el premier pronunció: “Am Israel Jai” – el pueblo de Israel vive – y sentenció «¿dónde están [representados aquí] los romanos, los persas y los babilonios?” No obstante, para causar efecto y mediatizar su mensaje, Netanyahu le dio notoriedad y trascendencia a su discurso con 45 segundos de silencio. Evidentemente planificado de antemano, el interludio se produjo inmediatamente después de que el líder israelí denunciará lo que el describió como el silencio cómplice de la comunidad internacional frente a las intenciones genocidas de Irán. Si Abás dejó su punto en claro al anunciar el fin de los acuerdos de Oslo, Netanyahu ciertamente probó el suyo al pausar su discurso por casi un minuto, para luego retomar diciendo: “quizás ahora pueden entender porque Israel no se suma a la celebración del acuerdo”.
Más adelante, Netanyahu denunció la lógica que dice “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Nuevamente, en alusión a las potencias, insistió que antes que empoderar a Irán para derrotar al Estado Islámico (ISIS), lo más lógico y conveniente es aprovechar la situación para debilitar a los dos. Acaso divisando un saldo positivo en estos enfrentamientos, el primer ministro llamó a los países árabes a tender puentes con Israel, para convertir los intereses comunes momentáneos en lazos sinceros al largo plazo.
Otro punto importante que naturalmente merece atención es la crítica del orador hacia el presidente palestino. Netanyahu aprovechó la oportunidad para retrucar a Abás por lo que este dijo en la jornada anterior; y sin rodeos, lo tildó de mentiroso. El israelí llamó no obstante a su intermediario palestino a sentarse a negociar sin condiciones, puesto que esto es lo que ambos le deben a sus respectivos pueblos. Prosiguió describiendo la dignidad de Israel en cuanto a la protección de los derechos religiosos de todas las minorías y ciudadanos, su compromiso a la hora de enviar ayuda humanitaria a los lugares necesitados del mundo, y el inherente espíritu innovador del país en ciencia y en tecnología.
Por último, Netanyahu remarcó otro punto destacable. Arremetió contra las Naciones Unidas por su “obscena obsesión” con Israel. Mencionó que en los cuatro años de guerra en Siria, ya murieron más de un cuarto de millón de personas (250.000), lo que representaría “más de diez veces el número de israelíes y palestinos combinados que han perdido la vida en un siglo de conflicto” entre ambas partes. Y bien, sin embargo – continuó Netanyahu – “el año pasado la Asamblea General adoptó 20 resoluciones contra Israel, y solo una resolución acerca de la masacre salvaje en Siria”. Puesto así, el primer ministro finalizó su intervención con un llamado a finalizar tal desproporcionalidad, y a aceptar a Israel como “la frontera de la civilización contra la barbarie”.
Juicios de valor y conclusiones
Netanyahu tenía que decir lo que tenía que decir. A mi modo de ver las cosas, su énfasis en Irán tiene sentido, y aunque el acuerdo nuclear es un fait accompli, algo que ya está hecho, cualquier líder israelí daría tiempo a dicha cuestión. Netanyahu es especialmente conocido por su intransigencia, a punto tal que estuvo dispuesto a peligrar las relaciones con la administración Obama por el proyectado acuerdo. Diseñado para apaciguar a Irán, estoy convencido que el acuerdo es el error histórico que describe Netanyahu. Su discurso en este sentido puede ser tomado enteramente como un recordatorio. Pese a que asume resignado que lo hecho está hecho, el primer ministro se dirigió a la Asamblea General para recordarle al mundo que el acuerdo está sobrecargado con tramoyas y trampas legales; y que de no ser monitoreado con exclusiva cautela, Irán podría violarlo en el corto plazo y obtener la nuclearización que busca.
Los medios hicieron eco de su intervención de por sí, pero no solo porque quién habló fue el primer ministro de un país continuamente rodeado en controversia. Netanyahu tiene un sentido mediático agudo, y esto se vio reflejado en su uso del silencio – en aquellos 45 segundos poco convencionales de intermedio, utilizados para dejar una impronta en la memoria de todos los presentes. Netanyahu es un excelente orador, y entiende que la suya es una batalla constante por la opinión pública, una guerra que se gana mediante la movilización de personas influyentes. Como prueba de eso, con su impecable inglés y su voz resonante, el primer ministro no suele perderse ninguna oportunidad para expresar sus puntos de vista en televisión, siendo su afición por lo mediático reconocida por sus partidarios como sus detractores. En el tiempo cercano e inmediato a la concreción del acuerdo con Irán, Netanyahu lanzó “un blitz mediático” en Estados Unidos. Además es su propio ministro de Comunicaciones, y por algunos arreglos polémicos en casa, ha sido tildado como un “manipulador mediático”. En concreto, por diestra o siniestra, todos coinciden en que los medios son una prioridad para “el rey Bibi”.
Volviendo a las Naciones Unidas, en relación con el interludio de 45 segundos, no es la primera vez que Netanyahu apela a un recurso semejante para impresionar y salir en los diarios. En su intervención de 2009 ante la Asamblea General, el primer ministro presentó desde el atril un plano de Auschwitz, y preguntó – aludiendo al negacionismo del Holocausto adoptado por Irán – “¿es esto una mentira?”. En 2012, trajo consigo un gráfico con una bomba, y en vivo remarcó con un marcador rojo que Irán estaba a punto de alcanzar el último estadio necesario para desarrollar una bomba. En 2014, ante el mismo cuerpo internacional, el primer ministro mostró fotos para ilustrar cómo Hamás utilizaba a niños como escudos humanos. Busque usted en Google imágenes de Netanyahu en la ONU, y se encontrará de inmediato con estas escenas icónicas.
Dicho esto, vale preguntarse si el recurso de este año estuvo bien empleado. De acuerdo con un crítico, “la ponencia del primer ministro habría sido perfecta para una cena en una federación judía, pero no funcionó en lo absoluto en las Naciones Unidas”. Para otro, su truco “es la última expresión de su política exterior” – “hacer nada, y en lugar de tomar la iniciativa, ser arrastrado por los acontecimientos externos”. En mi opinión, creo que es muy difícil evaluar si estuvo bien o no.
Por un lado, es cierto, Netanyahu ha sido sujeto de críticas y de burlas por su silencio. Si bien los líderes mundiales no suelen quedarse a escuchar lo que sus homólogos tienen para decir, se concede que el propósito real de los discursos de apertura consiste en darle a los Estados la posibilidad de que expresen sus políticas, quizás para indicar cambios en ellas, para abrir paso a futuras negociaciones y acuerdos. En este aspecto, con su silencio, condenando el acuerdo con un régimen inclinado a la completa destrucción de Israel, como si virtualmente se tratara de un funeral, Netanyahu quiso conmemorar el momento en que la comunidad internacional perdió su seriedad. Pero para sus críticos, siendo que el primer ministro ya viene dejando en claro su posición año tras año, hubiera sido mejor dejar el teatro de lado y abocarse por signar alguna apertura hacia los palestinos.
Por otro lado, retomando justamente lo dicho anteriormente, si el discurso de Netanyahu fue muy criticado, en cierta medida se debe a que logró llamar la atención con su silencio. Desde esta perspectiva, si la Asamblea General lo escuchó o no pierde relevancia. Lo que importa es que los medios retransmitieron segmentos de su discurso, e hicieron eco de su silencio, llevando su mensaje a todas partes. Netanyahu habrá calculado que es mejor ser recordado que ignorado, incluso a costas de ser duramente criticado. En esto coincido con él.
Sin embargo sus críticos tienen mucha razón en algo. Netanyahu utilizó dos tercios de su tiempo para exponer argumentos conocidos y bastante difundidos. Está fuera de discusión que tenía que hablar de Irán, condenar el comportamiento de su dirigencia teocrática, y desde luego también condenar el acuerdo. Pero dado que, por lo dicho anteriormente, el espacio del debate es empleado para marcar posturas y señalizar intenciones, Netanyahu podría haber dedicado tiempo a la cuestión palestina. Aunque creo, al igual que el líder israelí, que Abás fue falaz en su discurso, el primer ministro podría haberse explayado más acerca de las actuales controversias, y elucidar en detalle su programa (léase sus condiciones) para acercar la paz entre palestinos e israelíes. La Asamblea General hubiera indubitablemente prestado más atención a tales declaraciones. Pero por expresarlo lacónicamente, Netanyahu le dijo a la comunidad internacional que en tanto Irán tenga vía libre para conseguir la bomba, que el mundo no espere que Israel arriesgue su seguridad para conciliarse con los palestinos.