Artículo publicado originalmente en POLÍTICAS Y PÚBLICAS el 16/09/2015.
La presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner hablando apasionadamente durante un acto público, el 9 de septiembre de 2015. Con la presencia del expresidente brasilero Lula Da Silva, Kirchner criticó con dureza a la Unión Europea por la manera en que lidia con el desafío que plantea la ola migratoria proveniente de Siria. Sugirió, entre otras cosas, que no quiere parecerse a Ángela Merkel, la canciller alemana. Crédito por la imágen: trasmisión de Teledoce (Uruguay).
La semana pasada Cristina Fernández de Kirchner hizo tapa en los diarios al detractar a los países europeos por la manera con la que lidian con los refugiados sirios. En un efusivo discurso televisado, en clara alusión a Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años fotografiado ahogado, Cristina dio a entender que Argentina no es como “los países del norte que expulsan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas”. La presidenta sentenció que no quiere parecerse a Europa, y con la pomposidad y autobombo que la caracteriza, intentó, nuevamente, aleccionar al primer mundo acerca de la ética con la cual deben conducirse los Estados. No obstante, lo que esta vez llama la atención, es que sus dichos coincidieron con la muerte (mediatizada) de un adolescente chaqueño por desnutrición. En efecto, mientras Kirchner vanagloria su propia sombra, en Argentina, otrora “granero del mundo”, siguen muriendo chicos de hambre. Tal vez no fallezcan en las playas, pero ciertamente lo hacen en las áreas más carenciadas sino abusadas del país.
Los dichos de Kirchner se produjeron en un acto público, el último 9 de septiembre, con la presencia del expresidente brasilero Lula Da Silva. Cual usanza populista, con la bandera argentina de fondo en una gran pantalla, y con jóvenes médicos auxiliando su imagen parándose detrás de ella, Cristina rompió en llanto y habló de la “decadencia cultural” de Europa, pues “se andan tirando inmigrantes de un país a otro como si fueran bultos”. Por si la crítica general no fuese suficiente, Kirchner se empecinó particularmente con Ángela Merkel, por el video viral en donde la canciller alemana trata de consolar a una adolescente palestina, que sería deportada junto con su familia. Bien, la presidenta anunció que no quiere parecerse a la líder alemana, para en cambio enaltecer las supuestas cualidades de su argentinidad: la solidaridad, el trabajo, y la apuesta por la producción y el desarrollo. Si nos atenemos a un escrúpulo serio, lo cierto es que sea por diestra o siniestra, Kirchner no le llega a Merkel a los talones, tanto en términos de relevancia internacional, como de fibra y carácter moral. La canciller alemana podrá ser vilificada, pero difícilmente pueda ser acusada de tener un doble discurso, y en este sentido se ha convertido en el motor que impulsa a la Unión Europea a ahondar esfuerzos para dar cabida a más refugiados. Por otro lado, al hablar de Cristina Kirchner, la palabra que mejor describe las cualidades de la mandataria argentina es demagogia – pura demagogia.
Fiel a su estilo, articulando una retórica que busca impresionar imitando a Eva Perón, Cristina nunca soslayó la menor autocrítica a su gestión, y probablemente nunca la dejará pasar. En el recuento de su estadía por el poder, ella y sus funcionarios más cercanos se piensan inmaculados. Se autoconvencieron que sus convicciones son rectas y evidentes por mérito propio, y compraron la idea que su pertenencia a una vanguardia nacional legitima no solo sus riquezas, producto de sus manejos poco transparentes en la administración pública, pero así también su prédica hacia el resto del mundo. Las intervenciones de Kirchner en los foros internacionales siempre vienen acompañadas de catedra acerca de las causas de los problemas que acosan al mundo, y los males del capitalismo. Los poderosos, sean estos Estados o fondos de capital privados, son eternos villanos que esclavizan a una mayoría pobre injuzgable, que a los ojos del kirchnerismo carece dogmáticamente de toda responsabilidad por sus propias decisiones u acciones.
Apelando a la simpleza de los mitos populares burdos, en el discurso en cuestión, Cristina sugirió que el origen de la guerra en Siria estriba de las maquinaciones de las potencias, que venden armas y promueven intereses faccionarios a costas del sufrimiento de millones, por puro interés de conveniencia geopolítica.
La discrecionalidad autocrática de la presidenta, además de haber polarizado Argentina, sin embargo la ha enajenado de la compañía de algunos de los líderes más importantes del mundo desarrollado. Cristina en cambio ha optado por codearse con autócratas ejemplares, como lo fuera Hugo Chávez, y como lo es Vladimir Putin. Lo que es más, si uno toma tal intervención sobre los refugiados y la coteja con las presentes afinidades geopolíticas de Argentina, paradójicamente nos encontramos con que Cristina se parece más a esas potencias oscuras de lo que admitiría. Si bien no existirá un buen vínculo con Estados Unidos, acaso el hegemón que Kirchner se mentalizaba en el discurso, los hay con China y los hay con Rusia – dos de los principales exportadores de armas en el globo. Parafraseando a la presidenta, “para que no nos tomen de pavotes” desde ya debemos establecer que estas también tienen sus intereses en Siria, y su cuota de responsabilidad en semejante enredo.
Vista la situación, la efusividad de la mandataria para criticar a Europa sirve a modo de ventana para comprender mejor la bancarrota ideológica del kirchnerismo. Volviendo a las premisas, primero está el hecho de que Cristina critica a los europeos por no organizar esfuerzos suficientes para que no mueran más chicos en las playas, pero que al mismo tiempo calla y vitorea a los suyos mientras chicos se mueren de hambre en el norte argentino. Segundo, resulta revelador que antes que negar parecidos con dictadores de la talla de Bashar al-Asad, niega parecidos con verdaderos demócratas como Ángela Merkel. Al caso, a partir de sus palabras, uno puede inferir que para Cristina Kirchner Merkel es más responsable que Asad por la hecatombe que pesa sobre el pueblo sirio.
Si de parecidos se trata, no hay que olvidar que en 2008 la presidenta, electa por sufragio popular, se comparó con Muamar el Gadafi mientras visitaba Libia. Expresó que junto con Gadafi, “hemos sido militantes políticos desde muy jóvenes, hemos abrazado ideas y convicciones muy fuertes y con un sesgo fuertemente cuestionador al estatus quo que siempre se quiere imponer para que nada cambie y nada pueda transformarse”. Aquí Kirchner mostraba su lado más sandio, sino más dogmático y arrogante. Siempre en sintonía ideológica maniquea, precisamente negaba – tal como hace hoy en día – la posibilidad de que los diablos reales o imaginarios puedan cambiar. El problema no está en que la presidente haya elegido reunirse con Gadafi, mas sí en que haya deliberadamente lanzado una comparación que atenta contra su propia investidura como líder electa democráticamente. El problema está en que haya escogido adoptar un discurso aparentemente progresista, y no obstante compararse o afiliarse con los exponentes equivocados, que promueven todo lo contrario. En otras palabras, sin importar que tan mal este el mundo, la culpa siempre la tendrán los enemigos de siempre enfrascados en su memoria. Quizás su delirio quedó mejor expuesto cuando un año atrás, frente a amenazas por parte del yihadismo, expresó que si le pasa algo “no miren hacia el [Medio] Oriente, miren hacia el Norte”.
A esto, tomando como ejemplo los dichos recientes de la presidenta, es conocido que bajo el kirchnerismo Argentina se presenta internacionalmente como una promotora desinteresada por los derechos humanos en el mundo. Aunque la evidencia muestra que el modelo no resiste el escrutinio del observador compenetrado (y ciertamente podríamos citar muchísimas contradicciones además de aquellas vinculadas con Medio Oriente), es de esperar que Cristina intente sacar réditos políticos a partir del desamparo de los refugiados sirios. Por lo menos nadie se sorprendería si así lo intentara. Como estableció sagazmente el satírico humorista uruguayo Carlos Tanco (mejor conocido por su personaje Darwin Desbocatti), “los refugiados sirios son la moneda moral de moda en el mundo. Cuantos más sirios tiene el país, más alto cotiza su dignidad, más solidaridad puede ostentar ante otros, más reservas morales tiene”.
En 2011 Cristina hizo un acto público aprovechándose de un kelper, residente en las Malvinas, que pidió el documento argentino. En aquel momento, frente a las cámaras de televisión, la mandataria le entregó al hombre de ascendencia británica su documento, y fanfarroneo sobre el carácter humanista que proyecta su presidencia. No sería para nada inverosímil imaginar la continuación de esta tradición populista, en un hipotético acto público con refugiados sirios. Tal vez sea lo que termine pasando, y de ser así podríamos ver a la presidenta galardonándose por la campaña compasiva y bienhechora de la Argentina kirchnerista. Mientras tanto, entre tantos otros flagelos, los chicos siguen muriendo de hambre en el país, y los demagogos desvelan sin pudor la verdadera decadencia cultural, no en Europa, pero en Argentina.