Éxodo (2014): sutilezas y referencias al conflicto árabe-israelí

Análisis de cine. ¡Alerta de spoilers!

Poster promocional de la película que presenta a Christian Bale en el papel de Moisés. Con esta cinta, el director Ridley Scott incursiona por primera vez en el mundo bíblico.

La película Exodus: Gods and Kings (2014) (Éxodo: Dioses y Reyes en español), dirigida por Ridley Scott ya levantó polémica desde antes de su estreno. Para empezar, se viralizó en internet una campaña de boicot contra el film por el hecho de que, a criterio de los adherentes a esta iniciativa, el reparto no representa la composición étnica de Egipto; no habiéndose contratado a suficientes actores de piel negra.

Por otro lado, como podría ocurrir con toda producción inspirada en la Biblia, la película podría herir las susceptibilidades de muchos creyentes, en la medida que – nuevamente a criterio del espectador – la cinta minimiza o relativiza el rol de Dios en la historia mesiánica.

Plagas naturales, un Dios antropomórfico, y un Moisés esquizofrénico

La película muestra a las plagas como fenómenos naturales, aunque deja a la décima, la muerte de los primogénitos egipcios, sin una explicación concreta. Luego, el mar no se parte ante la llegada de Moisés y su pueblo, sino que las aguas retroceden solas después de varias horas de frustrada vigilia. La película sugiere que el cruce de los hebreos se produce porque hubo un terremoto, el cual se lleva el agua y despeja el paso, provocando luego el tsunami que termina ahogando a las fuerzas de Ramsés II (Joel Edgerton). Otra cosa muy significativa a destacar es que la presencia divina es personificada por un niño sin cabello, referido como Malak (Isaac Andrews), quien pese a su apariencia física, se muestra determinado, impaciente y vengativo. El niño, es decir Dios, se presenta ante Moisés (Christian Bale) cuando este se pega duro contra una roca en medio de una fuerte lluvia. Interesantemente, en escenas posteriores, el director decidió intercalar diálogos entre Moisés y Dios con la imagen de Josué (Aaron Paul) mirando atónito a su líder hablar con la nada.

El argumento de la película es lo suficientemente ambiguo como para dejar a discreción del espectador la posibilidad de que Moisés se haya alucinado todo el asunto de la salvación de los hebreos. El propio C. Bale ha dado sustento a esta interpretación – evidentemente la suya – luego de que dijera a los periodistas que “el hombre [Moisés] posiblemente era esquizofrénico y uno de los individuos más barbáricos de los cuales haya leído en mi vida”. Pero gracias a este recurso, a este dialogo con un ser que solo Moisés puede ver, R. Scott se ha procurado hacer una película en principio tolerable tanto para los creyentes como para los escépticos del relato bíblico. Véase sino que en Noah (2014) (Noé), el director Darren Aronofsky solo entretiene la idea de la intervención divina, con escaso margen para la interpretación del espectador.

Bien, imaginado o no, el Dios de Éxodo (2014) dialoga con su representante. En una de las primeras escenas, antes de que Moisés se percatara de su origen verdadero, este viaja a supervisar los asuntos relacionados con los esclavos hebreos, para lo cual se entrevista con el virrey responsable (Ben Mendelsohn). El personaje de C. Bale, interesado en la opinión de los oprimidos y versado en las fuentes hebreas, intima al ministro del faraón a esclarecer el riesgo de sublevación mediante medios pacíficos. El virrey le contesta que el de los hebreos es un pueblo traicionero y combativo, y que israelita significa “aquel que pelea con Dios”. Moisés le replica que significa “aquel que forcejea con Dios” – lo cual es diferente. Esta escena puede servir como alegoría de todo lo que vendrá posteriormente, pues en efecto, cuando Moisés habla con Dios (el niño), nunca es en un tono cordial de acuerdo mutuo, a excepción de cuando ambos pactan la confección de las tablas de la ley – talladas, por cierto, por Moisés.

El principal altercado entre ellos sucede cuando el elegido de Dios le implora al niño no cometer la más terrible de las plagas (lo que será la muerte de los primogénitos) ya que puede sentir empatía por el pueblo con el cual se crió. Moisés alega que castigar más a los egipcios sería venganza. Dios, el niño, responde efusivamente enojado: “¿Venganza? ¿Después de cuatrocientos años de brutal subyugación? Esos faraones que imaginan que son dioses vivientes solamente son seres humanos. ¡Quiero verlos de rodillas implorando que esto pare!” Moisés le contesta que está cansado de hablar con un mensajero (ergo el nombre semita “Malak” que significa “ángel”), y que no puede aceptar esto.

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El mar reclama su dominio regresándo como un tsunami que ahoga a las fuerzas de Ramsés.
Referencias al conflicto árabe israelí

Tal vez lo que más me llamó la atención de la película fueron las referencias indirectas al conflicto árabe-israelí. Así como R. Scott trató que el éxodo pueda sea interpretado como el producto de la esquizofrenia de Moisés, o bien, de la intervención divina, para protegerse de críticas que lo catalogaran de sesgado o tendencioso. El director también ha procurado mantenerse ambiguo en lo relacionado a la narrativa judía sobre los derechos de propiedad de la tierra de Canaán (nombre antiguo de la tierra de Israel, luego llamada Palestina por los romanos).

En mi opinión, la primera de estas reseñas se produce ni bien comienza la película, cuando Moisés, Ramsés y Seti (John Turturro) debaten qué hacer frente al prospecto de una invasión hitita. Ramsés alega que los ejércitos hititas, agrupados en las afueras de Qadesh (hoy Siria), intentan cruzar la frontera e invadir Egipto. Moisés, mantiene que los hititas  deben estar anticipándose a una invasión egipcia, de modo que los hititas deben creer que los egipcios los invadirán primero. Seti, la voz cantante del grupo, decide no esperar y lanzar un ataque preventivo. Por tanto, así se daría según el film la histórica batalla de Qadesh librada en el año 1274 a. C.

Resalto esto porque este tipo de dilema de seguridad ciertamente tiene llegada hasta nuestros días, y el ataque israelí a las fuerzas egipcias en 1967 (en lo que se conoce como la guerra de los Seis Días) respondía a esta lógica. Aunque de escueto simbolismo, el punto es que Moisés estaría en contra de este tipo de acciones preventivas, realizadas a partir del miedo y la incertidumbre que reina en ambos bandos.

Más explícito aún, R. Scott retrata a Moisés como un general, quien una vez llamado a liberar al pueblo hebreo (y antes de iniciarse las plagas) entrena a los suyos para emprender una guerra de desgaste contra los egipcios. De este modo, el Mesías forma a una guerrilla clandestina, y como desde ya no puede plantarse abiertamente ante las tropas del faraón, instruye a los esclavos a sabotear los graneros, atacar los cargamentos con provisiones, amparándose siempre bajo la protección de la noche. Ramsés, por su parte frustrado porque sus hombres no pueden apresar a Moisés o a sus allegados, manda a organizar ejecuciones públicas diarias de familias israelitas. Ramsés, que se hace presente en ellas, intima a la masa congregada a entregar a su héroe, so pena de continuar matando civiles – esclavos – al azar. Un dato no menor es que el método de ejecución que R. Scott decide emplear para el film es el ahorcamiento; las víctimas del faraón son ahorcadas en una plataforma alta de modo que todos los presentes puedan ser testigos de la ejecución.

Vistas con una apreciación hermenéutica, estas escenas llevan a pensar que R. Scott busca relativizar el papel convencional de los buenos (hebreos) con el de los malos (egipcios). Véase entonces que como primer intento en pos de obtener la liberación de su pueblo, Moisés recurre a métodos que, vistos con los estándares de hoy, resultan sumamente controversiales. En otras palabras, podría llegar a decirse que C. Bale interpreta a un terrorista en potencia. No obstante y en contrapartida, los ahorcamientos públicos organizados por Ramsés, si bien en algún punto caen ahistóricos, instan a pensar en el faraón como un criminal que desde su posición de poder comete terrorismo de Estado. En suma, ninguno de los protagonistas se encuentra exento de pecado, o de cometer duras transgresiones contra el otro.

Otra escena que merece mención transcurre al final de la película. Habiéndose tragado el mar a los carros del faraón, una vez ya del otro lado del mar, Moisés reflexiona con su hermano Aarón (Andrew Tarbet) sobre el futuro que les depara. Moisés dice que el viaje es largo, y que llegarán a Canaán si es que llegan, puesto que sostiene que los locales los verán como invasores. Aarón le contesta que estos tendrán que aceptarlos, dado que, siendo los israelitas grandes en números, los locales  “no tendrán alternativa”. Pensativo, el hermano menor agrega que está muy preocupado por la unidad de “una nación de tribus” que – pese a tener ahora el mismo objetivo (llegar a la Tierra Prometida) – podría desintegrarse en cuanto dejara de huir. De esta forma, “¿qué pasara cuando ya no huyamos?”, mas que una pregunta dirigida a Aarón (quien no la contesta), se convierte en una pregunta hecha a la audiencia; y si de lo contemporáneo se trata, la pregunta perfectamente puede calcarse con la sociedad israelí, formada por descendientes de inmigrantes, compuesta por grupos de diversos orígenes y culturas. No por poco muchos se han preguntado qué sucederá con los israelíes una vez que pierdan su objetivo común, a un enemigo común, o a las adversidades en común.

Tomando en consideración lo dicho anteriormente, a mi parecer es más que claro que el director ha cuestionado la narrativa clásica del relato que él ha escenificado. Transpolando Exodus: Gods and Kings (2014) con la situación árabe-israelí, no creo posible etiquetar a la película como una epopeya sionista (proisraelí) – como en algunos aspectos sí podría ser The Ten Commandments (1956) (Los diez mandamientos) de Cecil B. DeMille – pero tampoco se encuadra como una película propalestina. Como todo lo que ha hecho en esta cinta, R. Scott tomó recaudos para no herir (o por lo menos no en demasía) a ningún grupo en particular, instando no más por irritar un poco a todos los que podrían verse señalados por su film.

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La antigua capital egipcia de Memfis, situada al sur del delta del río Nilo. Ridley Scott montó la escenografía en Andalucía, España.
Consideraciones finales

En lo que respecta a lo artístico, los efectos están muy bien logrados, y el equipo de R. Scott indubitablemente ha hecho un gran trabajo en montar el antiguo Egipto en locaciones españolas.

Pero en lo que hace netamente al aspecto escénico, al desarrollo de la película, yo diría que R. Scott no le dedica suficiente tiempo a tratar la hermandad entre el príncipe (Moisés) y el que pronto será faraón (Ramsés) de Egipto. En este sentido creo que el arco dramático de los personajes es bastante mediocre. Mucho más se podría haber hecho para esclarecer el vínculo entre los protagonistas, debiéndose haber incluido en esta lógica a los seguidores de Moisés, de quienes si fuera por el film solamente se sabe poco y nada. Por ejemplo, poco se expone de la relación entre Moisés y Nun (Ben Kingsley), un personaje clave porque le hace percatarse al primero de su identidad hebrea, catalizando la transformación de este – de príncipe opresor a redentor de los esclavos. Por poner otro caso, salvando una breve aparición, virtualmente nada se conoce sobre la relación entre Moisés y su hermana Miriam (Tara Fitzgerald).

Teniendo en consideración que la película dura de por sí alrededor de dos horas y media, para llenar los huecos vacantes, me inclino a pensar que quizás R. Scott y la 20th Century Fox lancen a futuro una edición extendida en Blu-ray y DVD con escenas inéditas – hoy por hoy una práctica bastante común entre las superproducciones de Hollywood.

Exodus: Gods and Kings (2014) es mercadeada como el producto del director de Gladiator (2000) (Gladiador), pero ya las críticas en los medios especializados muestran que no será para nada el éxito instantáneo que fue la épica protagonizada por Russell Crowe. Creo que el enfoque que le dio R. Scott al relato bíblico es interesante; que la película vale la pena ser vista en la pantalla grande, pero advierto a los espectadores a no alimentar falsas expectativas.