Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 26/03/2018.
El 13 de marzo se produjo un incidente que pone de manifiesto la inevitable conflictividad entre Hamas, el partido islamista que gobierna la Franja de Gaza, y Al-Fatah, el partido que domina la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con sede en Ramala. Ese día, el convoy de Rami Hamdallah, el primer ministro palestino, fue atacado en el norte de Gaza cuando se dirigía a participar de la inauguración de una planta para el tratamiento de aguas residuales. Un explosivo colocado en la ruta explotó cuando el convoy hizo su aparición, poco tiempo después de que la comitiva de Hamdallah cruzara el checkpoint fronterizo. El premier resultó ileso, pero la explosión hirió a varios de sus guardaespaldas. La comitiva regresó inmediatamente a Cisjordania, y posteriormente el presidente Mahmud Abbas acusó a Hamas de querer asesinar deliberadamente a Hamdallah.
Este suceso refleja que la rivalidad entre las facciones palestinas más importantes está condenada a ser una fuente de fricción y conflicto. En este aspecto, así como ya lo remarcaba en otras oportunidades, Hamas y Fatah vienen improvisando acuerdos de unidad desde hace tiempo, y ninguno de ellos ha logrado vencer la profunda desconfianza entre las partes. Por ello, teniendo en cuenta que en octubre del año pasado islamistas y seculares supuestamente se reconciliaron, cabe preguntarse cómo seguirán ahora las relaciones entre los contendientes mencionados. Es decir, ¿el ataque a Hamdallah pone en jaque el acuerdo de unidad?
Todo precedente sugiere que cualquier pacto entre Hamas y Fatah es superficial y a lo sumo circunstancial. En octubre planteé que el último acuerdo representaba una suerte de acercamiento pragmático a los efectos de hacer frente a un clima internacional adverso. Las plataformas palestinas se enfrentaban a bajos índices de popularidad entre sus constituyentes, a la hostilidad de la administración de Donald Trump, y sobre todo a la inflexibilidad de Egipto, Arabia Saudita y otros Estados lindantes, actores interesados en estabilizar la escena política palestina a miras de coartar la influencia de Irán. Esta realidad afectaba (y continúa afectando) especialmente a Hamas.
En vista de la guerra fría entre Riad y Teherán, los tradicionales lazos de Hamas con Irán y la Hermandad Musulmana hacen que el grupo islamista sea un estorbo que necesita ser apartado o aislado. Este contexto llevó a Hamas a ponderar cálculos prácticos sobre algunas de sus apreciaciones ideológicas convencionales. La prueba más llamativa que ilustra este cambio es la nueva carta política que el grupo presentó en mayo de 2017. En esencia, Hamas está a la búsqueda de una imagen más favorable que le permita congraciarse con egipcios, sauditas y emiratíes, lo suficiente para acaso tachar su infame reputación como agente incondicional de Irán. Sin entrar en más detalles, este objetivo estratégico ha llevado al liderazgo de la agrupación a distanciarse de la Hermandad Musulmana egipcia y a bajar el tono de su lenguaje contra Israel, optando momentáneamente por ser más ambiguo, “más moderado”. Así como escribía el año pasado, esto significa que en las circunstancias actuales Hamas no puede permitirse atacar al Estado hebreo. Si el grupo quiere mostrarse en una luz distinta, auspiciar atentados contra israelíes sería contraproducente.
Lo mismo aplica en relación a fomentar relaciones más estables con Fatah y la ANP. Siendo que Abbas es el único agente palestino reconocido como legítimo, es probable que Ismail Haniyeh, el jefe político de Hamas, haya razonado que antagonizar con Fatah (en demasía) vaya en contra de sus intereses. Esta es la razón por la cual creo que en octubre pasado Hamas accedió a concesiones sin precedentes. Según lo estipulado por el acuerdo, Hamas cedió el control de los pasos fronterizos a la ANP de Abbas.
Sin embargo, en los últimos meses Fatah viene denunciando que Hamas todavía no cumple con los compromisos más importantes del pacto. En rigor, se suponía que Hamas le entregaría el Gobierno de Gaza a la ANP el 1 de diciembre pasado. Como no lo ha hecho, los islamistas aún manejan la administración civil, la justicia, y el aparato de seguridad. En respuesta, Abbas amenazó con retener fondos destinados a funcionarios públicos de Gaza. Así y todo, dejando de lado esta controversia, el quid de la cuestión estriba en que Hamas no está dispuesta a desarmarse, algo que la ANP estaría exigiendo como una condición sine qua non para materializar el acuerdo y cementar la paz.
Es importante destacar que si bien Hamas quiere cambiar su imagen, esto no garantiza un cambio a largo plazo. El grupo podría decidir retrotraerse a sus fundamentos fundacionales una vez que el contexto en Medio Oriente vuelva a cambiar y ponerse a su favor. Siendo una región cambiante, el escenario podría ser muy distinto en cuestión de pocos años. No obstante, una vez que el grupo renuncie a las armas no hay vuelta atrás. En este sentido, el desarme va en contra de los intereses de Hamas. Una vez que la formación de Haniyeh se desarme no podrá retener influencia, y no podrá evitar que la ANP absorba gradualmente a sus rangos. Las brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, el brazo armado de Hamas que cuenta con 25,000 hombres, es la palanca más importante que tiene el grupo para mantenerse relevante, ejercer presión, y presumiblemente extraer concesiones de cara al futuro. Además, así como expresa Tariq Dana, un analista de un think tank palestino, si el grupo baja sus armas “ya no existirá como movimiento de liberación, de modo que perderá la popularidad o legitimidad que yace al centro de su poder.” En otras palabras, las armas van muy de la mano con la narrativa que defiende Hamas.
Hay que saber distinguir entre posiciones e intereses; y mientras que las primeras son rápidamente moldeables en función de las conveniencias del momento, los intereses suelen mantenerse iguales a lo largo del tiempo. Cambiar el discurso es relativamente sencillo en comparación con cambiar estructuras de poder arraigadas, las cuales no quieren perder privilegios. Hamas es una organización política y una milicia al mismo tiempo, y perfectamente podría suponerse que los jefes armados no apoyarán iniciativas políticas que los obliguen a entregar sus herramientas de trabajo. No es casualidad que la cuestión de las armas arroje contradicciones en el liderazgo de Hamas, controversias que sugieren la probable existencia de pleitos internos en el seno de la organización.
Si la negativa de Hamas a entregar las armas constituye el principal punto de disenso entre las facciones palestinas, entonces evidentemente el acuerdo alcanzado en octubre –sin importar que tan pragmático sea– ya viene en crisis desde antes de que se produjera el atentado contra Hamdallah. A los efectos prácticos, el ataque contra el funcionario de Abbas empeora las cosas, pero en principio no suscita ninguna crisis nueva. En todo caso el incidente hace que la crisis sea más visible y pública.
Queda sin determinarse quién o quiénes son responsables del atentado. Es muy probable que los perpetradores buscaran descarrilar las negociaciones entre los bandos. Es altamente improbable que Haniyeh y su politburó hayan tenido algo que ver, pero lo mismo no puede decirse de elementos militantes dentro de la organización, quizás desconcertados con la conducción del movimiento. Por otro lado, quizás el atentado fue planeado por células yihadistas en Gaza, y no así por islamistas que se conforman con gobernar. Sea como fuera, la ANP entiende que Hamas tenía que garantizar la seguridad del primer ministro. Por supuesto –y como era de esperar– Hamas acusó a Israel de orquestar el atentado.