Artículo Original.
Entre el 22 y el 28 de noviembre Israel sufrió una ola de incendios, particularmente destructivos en el norte del país y en la ciudad de Haifa. Más de 1500 personas se quedaron sin hogar, y cientos de miles de israelíes tuvieron que ser evacuados en el curso de esos días. Según lo reportado, este fue el peor incendio desde que ardiera el monte Carmelo en 2010, y se quemaron aproximadamente dos mil hectáreas de bosque. Si bien varios de los incendios forestales habrían sido naturales, ya está consensuado que algunos de ellos fueron provocados intencionalmente. Como resultado, el término “intifada de fuego” empezó a encontrar cabida en la labia de políticos y periodistas.
¿Se puede hablar de un nuevo modus operandi en la militancia palestina en contra de Israel? En este momento, esta es la pregunta más selecta entorno a la discusión del conflicto. Por este motivo, resulta conveniente revisar el escenario actual. Incluso si de ahora en más los incendios intencionales se hacen más recurrentes, el término “intifada de fuego” no queda justificado ipso facto, no sin antes analizar la situación y sus posibles ramificaciones.
Para empezar, llama la atención que los incendios se hayan producido simultáneamente en distintos puntos del país, y que se hayan hecho varios arrestos. Además, no sería esta la primera vez en la que se incendia el medio ambiente para aterrorizar. Aunque los eventos recientes no tienen precedente a gran escala, en 2012 se produjeron incidentes menores, provocados con fines símilmente maliciosos. Desde otro lugar, y no obstante reflejando el mismo punto, en el pasado algunos colonos judíos también apelaron a una táctica comparable, dañando olivos y campos palestinos.
Dada la permanencia del conflicto palestino-israelí, cabría de suponer –en línea con las versiones oficiales– que los responsables de los últimos incendios son palestinos, y que además quizás estén involucrados árabes-israelíes. De momento hay un grupo que se adjudicó la responsabilidad llamado Maasadat Al-Muyahideen. Según un comunicado publicado por esta fuente, “la guerra del fuego” habría sido declarada contra Israel en noviembre de 2011. Para mis colegas en el ámbito de seguridad, quienes están detrás de este grupo desconocido son “lobos solitarios” que supieron capitalizar los siniestros para darse a conocer. En este sentido, es evidente que los agresores aprovecharon las condiciones climáticas idóneas para la propagación de los incendios. Hasta recién, en Israel había un clima seco y fuertes vientos, efectivos para avivar las llamas.
Otro punto importante es que, a diferencia de lo acontecido durante las intifadas, no se registraron potentes llamados por parte de palestinos a atentar contra bosques y propiedades israelíes. En Cisjordania y en la franja de Gaza no hubo llamamientos televisados, radiales o por redes sociales a prenderlo todo en fuego. Esta actitud contrasta con los eventos del año pasado, cuando los medios palestinos –en algún punto órganos propagandísticos de Hamás o de la Autoridad Nacional Palestina– se volcaron a incitar el acuchillamiento de judíos. Pero en vista del aquí y el ahora, en un gesto político no menor, Mahmud Abbas despachó equipos de bomberos para que asistan a sus contrapartes israelíes.
Discutiblemente, en teoría, esta forma de terrorismo ambiental es dañino a la narrativa palestina. En la medida que los montes y los bosques israelíes se suponen parte de la irredenta tierra palestina, no tendría ningún sentido atentar contra el patrimonio propio. Además, los fuegos no conocen frontera; y esto se vio cuando un niño palestino de dos años murió luego de que su casa se incendiara.
Estas consideraciones preliminares me inclinan a estar de acuerdo con Boaz Ganor del International Institute for Counter-Terrorism de Herzliya, quien asegura que aun si una porción de los incendios fue intencional, no hubo una trama organizada. El hecho de que ninguna agrupación palestina predominante se haya adjudicado responsabilidad dice mucho acerca de la relativa anonimidad de los perpetradores.
Ahora bien, el principal riesgo de cara al futuro es que estos incendios hayan creado un precedente memorable. El hashtag “Israel se quema” ha sido furor entre muchos árabes, especialmente en los países conservadores del Golfo, y en este aspecto, los sucesos podrían envalentonar a más de uno. Al caso, Ganor indica que en 2012 Al-Qaeda ya instaba a sus seguidores a incendiar los bosques de Estados Unidos. Esto puede verse en la publicación de habla inglesa del grupo terrorista llamada Inspire (número 9).
La importancia de esta observación estriba en que, para un yihadista, todo se vale en función de dañar a los enemigos. Se supone que un fanático religioso estará más dispuesto a incendiarlo todo que un militante nacionalista. Mientras que para el primero el único estandarte que importa es la religión, para el segundo la cuestión territorial es importante. Es decir, para el nacionalista (o islamonacionalista), perjudicar el bienestar ecológico del territorio irredento no sería una posición ideológicamente sustentable. Cinismo aparte, una cosa es desquitarse con el judío, con el israelí que conquistó las tierras que –siguiendo la narrativa palestina– no le pertenecen, y otra cosa muy diferente es desquitarse con el medio ambiente, y con los árboles que enverdecen los montes de la añorada tierra perdida. Desde lo retorico, ningún líder palestino ha tenido inconvenientes en justificar el asesinato de israelíes. Pero dudo que estas mismas figuras estén dispuestas a revindicar la destrucción de árboles, refiriéndose a los sucesos incendiarios que destrozan el paisaje como heroicos. Un yihadista no se molesta con este tipo de miramientos, total de seguir el mandato religioso de destrozar a los enemigos.
Un punto que le juega en contra a Israel tiene que ver con una propuesta controversial, percibida como un intento para “silenciar” el llamado a rezo de los musulmanes. En rigor, la medida (que es apoyada por el primer ministro Benjamín Netanyahu) busca limitar el volumen de los altavoces de todas las casas religiosas, sean musulmanas, judías o cristianas. Sin embargo esto ha sido interpretado ampliamente como una ofensiva dirigida contra los musulmanes. Por ejemplo, el 20 de noviembre, Khaled Mashaal, líder de Hamas, remarcó que “Israel está jugando con fuego”, dado que la propuesta en cuestión “creó una fuerte reacción en la comunidad palestina y en toda la nación islámica”. Lo cierto es que dos días más tarde comenzaron los incendios.
Para un extremista que ya no puede colocar bombas en Jerusalén, o salir a acuchillar judíos en Tel Aviv, el fuego representa un arma para la que los israelíes todavía no están preparados. Históricamente, frente a cada ola de violencia, Israel implementó medidas de seguridad cada vez más consistentes. Pero no hay en ejecución planes o políticas para prevenir incendios intencionales. Creo que es en este aspecto que el término “intifada de fuego” podría tener solvencia, siempre y cuando los incendios se vuelvan tendencia en el corto o mediano plazo. A juzgar por este último siniestro, de haber más atentados contra los bosques, aunque el saldo en vidas podría ser mínimo, el daño medioambiental y económico sería importante. Una estimación sugiere que se necesitarán por lo menos 130 millones de dólares para hacer frente a la tarea de reconstrucción por delante.
En suma, si bien lo más probable es que muchos fuegos hayan sido prendidos intencionalmente, difícilmente hayan sido organizados por el liderazgo palestino propiamente dicho. No obstante, esto no quita que haya individuos radicalizados actuando por cuenta propia. Lo que es más, dado el éxito destructivo de los ataques, podría estar cementándose un precedente literalmente inflamable. En todo caso, por lo dicho anteriormente, es muy temprano para precisar si lo que pasó fue el inicio de una “intifada de fuego”. Habrá que esperar a ver si estos sucesos se vuelven a repetir continuamente.