Israel y Kurdistán

Artículo publicado originalmente en FOREIGN AFFAIRS LATINOAMÉRICA el 29/10/2015.

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Manifestación a favor de los kurdos y de la fuerza peshmerga en Tel Aviv, en agosto de 2014. Israel tiene nexos históricos con el Kurdistán iraquí, y llegado el caso, Jerusalén podría reconocer la independencia de un Estado kurdo con capital en Erbil. Crédito por la imágen: Arjan Boonman.

Cuando se habla de los kurdos suele decirse que son el único pueblo grande del Medio Oriente que aún no logra obtener un Estado nacional moderno. Constituyendo una población cercana a las 30 millones de personas, con una lengua propia, y repartidos entre Irak, Irán, Siria y Turquía, los kurdos son un pueblo que se remonta a la Antigüedad. Si bien eventualmente con la venida del Islam los kurdos se volcaron por las doctrinas musulmanas, su particularismo histórico como nación estriba de su empeño por conservar sus formas sociales y sus tradiciones por sobre sus vecinos.

En este aspecto, varios autores y comentaristas han señalado que los kurdos comparten cierta correspondencia con los judíos. Sucintamente, de por sí existe una minoría kurda que es judía y ambos pueblos, a lo largo de su historia, sufrieron persecuciones derivadas de su empeño por conservar la identidad cultural de sus respectivos grupos. En los tiempos modernos, a partir del albor de los movimientos nacionalistas, tanto judíos como kurdos fueron recriminados y vapuleados por sus anhelos de estatidad y de autodeterminación. Sin embargo, lo cierto es que mientras los primeros dieron forma al Estado de Israel, los segundos todavía discuten un prospectivo, y cada vez más tangible, Estado de Kurdistán.

Con la virtual desintegración de Irak, producto de los enfrentamientos sectarios y de la entrada en escena del llamado Estado Islámico (ISIS), la situación de los kurdos ha quedado muy en boga. Analistas y políticos coinciden en que esta situación es aún más palpable en torno al futuro del noreste de Irak, donde estos constituyen la mayoría, y donde ya poseen un amplio grado de autonomía regional. En efecto, por primera vez desde que los kurdos fracasaran en consignar su Estado después de la Primera Guerra Mundial, la posibilidad de semejante autonomía, de un Kurdistán independiente, no estaría del todo lejos de poder realizarse.
Esta aseveración trae a colación diversos retos de entre los cuales quizás el más importante sea la cuestión del reconocimiento diplomático. Por descontado, ninguno de los países que alberga población kurda estaría dispuesto a ceder territorio para ver estas aspiraciones nacionalistas resueltas. Llegado el caso, Turquía sería evidentemente el Estado más reacio a reconciliarse con la narrativa de este pueblo, que −puesto por Mustafa Kemal Atatürk, el fundador del Estado turco− es visto no como kurdo per se, sino como “turcos de las montañas”.

Por estos motivos, bien vale preguntarse qué haría Israel frente a una iniciativa kurda independentista. Si primaran las consideraciones de índole moral, acaso reflejando los principios que el Estado judío reclama para sí, se podría esperar que Israel fuese de los primeros actores en reconocer y subsecuentemente legitimar, la proeza política del pueblo kurdo. Sin embargo, debemos también considerar las consideraciones pragmáticas. En otras palabras, ¿actuaría Israel proactivamente, o esperaría a evaluar la reacción estadounidense? En rigor, aunque muchos ya ven el sol de la bandera de este Kurdistán independiente asomándose en el horizonte, hasta este momento no está claro si las principales potencias mundiales avalarían el proyectado desplazamiento en la geopolítica del Medio Oriente.

Para situar el caso en contexto, es necesario remarcar que si los kurdos consiguen hacerse de soberanía, esta, lejos de reflejar una transformación repentina, sería más bien el resultado de un proceso histórico. Como ideología, el nacionalismo se prendió a los kurdos desde mediados del siglo XIX. A grandes rasgos y pese a la existencia de posturas divergentes entre sus facciones políticas, una vez desmembrado el Imperio otomano en 1922, los kurdos no se abocaron a conseguir un Estado turco-kurdo de la mano de Atatürk, sino a hacerse de una entidad plenamente independiente. El proyecto, en cualquiera de sus formas, se vio inmediatamente frustrado por la repartición final de territorios que devino entre Francia, Gran Bretaña, Persia (hoy Irán) y la naciente Turquía.

El resultado fue pernicioso para el pueblo kurdo. Por un lado, en su programa de nacionalización, los turcos negaron los particularismos de grupo, obstaculizando el desarrollo cultural autóctono de los kurdos. Por el otro, en 1925 la exprovincia otomana de Mosul −el Kurdistán iraquí− pasó a formar parte del mandato británico de Mesopotamia, bajo la postura de que Irak no podría sostenerse sin la riqueza agrícola y petrolera del noreste. Sumariamente, como lo dijo el reconocido periodista británico Robert Fisk, “los kurdos nacieron para ser traicionados”; y esa no sería la última traición.

De acuerdo con el análisis de Ofra Bengio, académica de la Universidad de Tel Aviv, a partir del establecimiento de Israel en 1948, la relación entre israelíes y kurdos comenzó a construirse en torno a simpatías recíprocas y afinidades políticas compartidas. Si bien ninguna de las partes formuló alguna vez una política consistente o formal en relación a la otra, se establecieron comunicaciones informales, gobernadas por circunspección y cautela. Dado que si los kurdos consiguen obtener completa autonomía política, esto sería en el Kurdistán iraquí, la evaluación que haga Israel de esta relación, al menos en el futuro previsible, se basará en los lazos con esta región. En contraste, el liderazgo de los kurdos turcos es frecuentemente asociado con el terrorista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y constituye un ejemplo de mutuo antagonismo ideológico que difícilmente será resuelto.

En perspectiva, sostiene Bengio, los vínculos entre los israelíes y los kurdos iraquíes vinieron facilitados por el viejo mantra que dicta que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Con todos sus vecinos árabes al acecho clamando por su destrucción, Israel buscó cultivar relaciones con todos los actores no árabes del vecindario. Además, más adelante, con Irak gobernado por el Partido Baaz (entre 1968 y 2003) −la plataforma filototalitaria progenitora de Sadam Hussein− se suscitaron las condiciones para la existencia de intereses comunes, en oposición a los mismos enemigos. Entre 1961 y 1974 los kurdos lanzaron sublevaciones contra Bagdad, asumiendo un terrible costo humano y con el fatídico saldo de ver su autonomía irresuelta. Según lo admitido en 1980 por el entonces Primer Ministro israelí, Menachem Begin, Israel apoyó a los kurdos durante estos enfrentamientos mediante asesores y armamentos, con el aparente conocimiento de Estados Unidos.

La situación de los kurdos dio un giro decisivo con la guerra del Golfo de 1991, en tanto que debilitó el férreo control de Sadam Husein, preparando el terreno para que el Kurdistán iraquí adquiera un relativo, y no obstante real, grado de autonomía sobre el resto del país. Vertiendo legitimidad a las aspiraciones separatistas, la campaña genocida de Husein contra los kurdos (Al Anfal), llevada a cabo durante los últimos años de la década de 1980, remarcó la urgente necesidad de otorgarle autonomía a los kurdos del norte iraquí. En este sentido, así como el genocidio de los judíos europeos fue un hito orgánico en la creación del Estado de Israel, el exterminio metódico y deliberado de los kurdos iraquíes evidenció la urgencia de amparar a este grupo humano de las posibles depravaciones macabras de futuros líderes.

En función de estas experiencias, aunque los kurdos no lograron sortear embates fratricidas ni hasta la fecha subsanarlos del todo, en términos generales lograron impartir una autonomía de facto, consolidando el Gobierno Regional de Kurdistán (KRG) en Erbil. Una década después, la invasión estadounidense de 2003 reforzó dicha autonomía mediante la remoción del régimen de Hussein. Además, la constitución iraquí de 2005 dio reconocimiento de iure al KRG como entidad federal. Desde entonces, las autoridades de este enclave kurdo, situado entre Irak, Irán, Siria y Turquía, han mantenido relaciones cordiales con sus contrapartes israelíes y se alega incluso que ha habido encuentros secretos entre el liderazgo de ambas entidades.

Dada la delicada realidad geopolítica del Kurdistán iraquí, es de suponerse que las relaciones bilaterales entre el KRG e Israel transiten por canales encubiertos para minimizar el resquemor entre los actores de la región, especialmente aquellos hostiles tanto frente a Israel como con la idea de un Estado kurdo. Por otro lado, ningún Estado lindante cedería voluntariamente territorio para presenciar la creación de una nueva entidad política pues, según lo reportado por los expertos, existe la opinión entre los árabes de que los kurdos son “traidores” en la medida que pretenden resquebrajar la continuidad territorial del colectivo musulmán mayoritario.

En este sentido, desde el punto de vista de la mayoría de los Estados de la región, el éxito del KRG sienta un precedente “peligroso” puesto que enseña que las minorías étnicas y religiosas pueden esculpir su pedazo de territorio autónomo dentro de otros países. Por esta razón, los expertos conceden precisamente que Israel tiene intereses estratégicos en ver las aspiraciones del Kurdistán iraquí satisfechas. Las razones citadas apuntan a que en colaboración con el KRG, Israel podría recolectar inteligencia más específica sobre potenciales amenazas, emplear el territorio kurdo para planear incursiones a Irán y así deteriorar la posición de sus enemigos en el tablero de ajedrez mediooriental.

De hecho, algunas fuentes señalan que Israel podría estar entrenando a la fuerza peshmerga, las milicias paramilitares kurdas. Aunque esto no puede confirmarse con total certeza en este momento, es sabido que hay voluntarios israelíes combatiendo entre las filas kurdas. De acuerdo con una encuesta realizada en 2009 en el KRG, el 71% de los kurdos iraquíes dijo que aprobaría establecer relaciones con Israel mientras que el 67% contestó que dichas relaciones eran indispensables para dar forma a un Kurdistán independiente. Añadiendo sustancia a esta percepción, el año pasado el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu hizo público su apoyo al proyecto de un Kurdistán soberano. Tal vez más importante es el hecho de que casi el 80% del petróleo importado por Israel proviente del KRG, financiando, si se quiere interpretar así, la resistencia kurda contra ISIS.

Dlawer Ala’Aldeen, Exministro de Educación del KRG y presidente del Middle East Research Institute (MERI) de Erbil, me comentó que aunque ahora –con los conflictos sectarios transformando el Medio Oriente, y con severos problemas institucionales dentro del KRG– no es el momento de una independencia kurda, en definitiva esta es una cuestión de tiempo. Pero de reconocer a Kurdistán como Estado independiente, Ala’Aldeen opina que Israel no lo haría por las razones altruistas en un principio citadas. Por su parte, Efraim Inbar, director del Begin-Sadat Center for Strategic Studies, sostiene que “Israel será precavido” a la hora de reconocer una estatidad kurda. En efecto, siendo un enclave rodeado por Estados con animosidad hacia Israel, Kurdistán “tiene que ser sensitivo a los caprichos de sus vecinos, de modo que si hay buenas relaciones, no serán públicas”. En ese sentido, Miriam Goldman, analista de la consultora Levantine Group opina que, por más que Israel en algún punto ve a Kurdistán como “un alma gemela”, su reconocimiento de un Estado kurdo no será importante si este no se conduce con el reconocimiento de Estados Unidos, Turquía y los miembros de la Unión Europea.

En suma, podría ser muy factible que de declararse independiente, el reconocimiento de Israel al KRG quede supeditado al comportamiento de los actores regionales y a la realidad en el terreno, también en función de los intereses kurdos. No obstante, dada la convergencia histórica entre la patria judía y la patria kurda, lo más probable es que, para el desagrado de sus vecinos, Israel mantenga una embajada clandestina en Erbil y refuerce el atrincheramiento de las fuerzas peshmerga que serán instrumentales en la consecución del Estado kurdo. En palabras del brigadier general retirado israelí Tzuri Sagi, quien entrenó a las fuerzas kurdas en su insurgencia separatista durante la década de 160, “los israelíes son los únicos en quien los kurdos confían”. Quedará por verse entonces si tal confianza logra materializarse en los próximos años, en una relación plena y cuál sería su impacto en la geopolítica del Medio Oriente.

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