Artículo Original.
La intervención turca en Siria ha dado rienda suelta a los anhelos revisionistas de los nacionalistas de Turquía. Como ya argumentaba previamente en este espacio, el presidente Recep Tayyip Erdogan es cada vez más explícito acerca de expandir las fronteras de su país. Aunque la palabra “conquista” está fuera del léxico del mandatario filoislamista, sus intenciones son transparentes, y quizás más importante, son bien recibidas por los sectores nacionalistas seculares. Cuando Erdogan se refiere a los nexos históricos que unen a ciudades como Alepo y Mosul con el pueblo turco, lo que en efecto está haciendo es marcar territorio. Por un lado envía un claro mensaje a los adversarios de Ankara. Por otro, está avivando el nacionalismo en casa para apalancarse políticamente.
La cuestión turca es uno de los grandes interrogantes geopolíticos en boga, y no queda claro hasta qué punto Turquía logrará expandir sus dominios. Aunque los turcos están insertos en el norte de Siria, su desempeño militar frente a las fuerzas kurdas es bastante cuestionado. La llamada operación “Escudo del Éufrates”, lanzada en 2016, no logró la captura de Manbiy, un punto estratégico que sirve de nexo entre cuatro provincias sirias. A comienzos del año pasado los turcos tuvieron que aceptar a regañadientes un cese al fuego impuesto por Rusia, y sin embargo Erdogan continúa insistiendo en escalar las hostilidades sobre todo el territorio kurdo. Si bien podría decirse que la captura de Afrín el último 18 de marzo lo ha envalentonado, la reciente operación “Rama de Olivo” presenta serios problemas. En palabras de un analista militar estadounidense, “Turquía, el segundo ejército más grande de la OTAN, no está pudiendo someter una área de tierra protegida por una fuerza pobremente equipada, pero altamente motivada”.
Con estos problemas como telón de fondo, los revisionistas turcos insisten en recuperar los territorios que por designio histórico supuestamente le pertenecen a la patria. Además de reclamar el norte de Siria y de Irak, los nuevos otomanos incluyen en su lista de ambiciones a las islas griegas del mar Egeo. Pese a realidades que contradicen los deseos revanchistas, los nuevos otomanos presagian que la Turquía recuperará las glorias del pasado.
La pasión neootomana
El mando turco sufre de cierta disonancia cognitiva. Hay declaraciones beligerantes que reivindican territorios perdidos hace cien años, y simultáneamente también está la realización de que dichas metas son muy difíciles de alcanzar.
En los últimos tiempos la narrativa islámica y neootomana viene dominando la escena turca, y una sucesión de anécdotas permite ilustrar la situación. En diciembre, Kemal Kilicdaroglu, líder del tradicional (y “moderado”) Partido Republicano del Pueblo (CHP), prometió invadir las islas griegas si gana las elecciones de 2018. Aseguró que invadiría las islas del mar Egeo, “tal como el primer ministro Bulent Ecevit invadió Chipre en 1974”. En enero, una banda militar vestida de jenízaros tocó himnos nacionales en la frontera con Siria. Posteriormente, la Dirección de Asuntos Religiosos (Diyanet) describió la operación en Afrín como si se tratara de una yihad divina. En febrero, Erdogan aseguró que su país no perderá la oportunidad de rectificar la geografía para recuperar territorios perdidos pero nunca olvidados. Más llamativamente, intentó convalidar su visión una Turquía islámica con una potencial “mártir” de seis años vestida con uniforme militar. En su presencia, durante un discurso le dijo a la niña que no hay honor más grande que morir por la patria. Más recientemente, el gobernador saliente de la provincia de Kirsehir dijo por megáfono –y con espada en mano– que “tomaremos Manbiy, Mosul y luego Jerusalén”.
Aunque el discurso revisionista claramente está orientado al consumo interno, no por ello hay que minimizar su arraigo en la doctrina estratégica de Turquía. El proyecto neootomanista busca demoler el orden creado a partir del tratado de Lausana de 1923 que dio forma al arreglo fronterizo de iure contemporáneo. En este sentido, a juzgar por las recurrentes declaraciones del nuevo “sultán”, más allá de que la guerra contra los kurdos sirios es presentada como una guerra contra el terrorismo, nadie en el establecimiento turco está dispuesto a vaticinar el regreso al statu quo previo a la llamada Primavera Árabe. A diferencia de lo que ocurrió con Estados Unidos en Irak, Turquía admite orgullosa que llegó para quedarse; y que defenderá los territorios que constituyen su histórico patio trasero.
Manbiy: crónica de una conquista anunciada
En el corto plazo, así como discutía en otro artículo, la prioridad de Turquía consiste en truncar cualquier estatidad kurda a lo largo de su frontera. Ankara sostiene que cualquier autoridad en el norte Sirio constituye una entidad enemiga, y una base de operaciones para que el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) opere con impunidad. Por esta razón, el liderazgo turco se refiere a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) y a sus Unidades de Protección Popular (YPG) en los términos más virulentos y despectivos, pues asegura que estos actores kurdos están engatusados con terroristas. En cualquier caso, la realidad en el terreno dictamina que el proyecto de un Kurdistán emancipado ya no es viable, por lo menos no en su expresión maximalista. Con Turquía ocupando las regiones de Afrín y del Eúfrates (territorios que suponen ser parte de la gobernación de Alepo), la autonomía de facto del Kurdistán sirio (Rojava) se centra ahora en la región de Yazira (Jazira), en el noroeste de Siria.
Por lo pronto, Erdogan les habría dicho a Donald Trump y a Vladimir Putin que Turquía está determinada a conquistar Manbiy. De materializarse con éxito, esta ofensiva expulsaría a los combatientes kurdos del margen occidental del Éufrates, permitiéndole a los turcos y a las milicias sirias bajo su paga afianzar su dominio sobre las nuevas conquistas, estabilizando la región al norte de Alepo. No obstante, dejando de lado los obstáculos tácticos, avanzar sobre Manbiy implica un enfrentamiento con Estados Unidos de forma indirecta. Washington tiene fuertes vínculos con la administración del Kurdistán sirio, la llamada Rojava. Lo que primero fue una alianza para derrotar al Estado Islámico (ISIS) ahora se convirtió en una relación orientada a poner coto a las ambiciones de Irán. Pero aunque Estados Unidos ayuda y provee armamento a las SDF y compañía, los constantes cortocircuitos de la administración Trump previenen que la Casa Blanca tenga una estrategia clara en la región. Vale tener en cuenta lo que ocurre cuando Estados Unidos no es claro a la hora de expresar cuáles son sus intereses en Medio Oriente. Por ejemplo, en 2015 Putin intervino en Siria, y en 1990 Saddam Hussein invadió Kuwait.
Turquía está midiendo a Estados Unidos, y lo extorsiona con el prospecto de una prolongada guerra proxy o subsidiaria. Si Ankara necesitó del consentimiento de Rusia para invadir Afrín, evidentemente preferiría contar con la aquiescencia de los estadounidenses para meterse de lleno en Manbiy.
Desde la óptica occidental, el gran inconveniente que dificulta el ya difícil problema del revisionismo neootomano es la membresía de Turquía en la OTAN. Aunque las voces conservadoras pidiendo la expulsión de Turquía del pacto atlántico crecen, están quienes creen que el matrimonio, aunque infeliz, le marca límites a los intereses rusos en el Bósforo. Además, suponiendo que Turquía esté en condiciones de pedir el divorcio, tal noticia desprestigiaría la reputación de la alianza, y dejaría mal parado sobre todo a Estados Unidos. Por otra parte, también hay desprestigio para Washington si Turquía ataca Manbiy sin recibir la luz verde estadounidense. En otras palabras, la falta de una estrategia clara se traduce en la parálisis de los decisores, y esto es algo que los turcos saben muy bien; en efecto una oportunidad para “rectificar la geografía”.
Esto me hace pensar que es muy plausible que Turquía haga valer sus amenazas con el correr de los meses y avance sobre este bastión kurdo. Si bien quedará por verse hasta dónde Estados Unidos traza líneas rojas sobre la arena, es más plausible que sea Rusia quién termine poniendo límites.
Mosul: la conquista deberá ser aplazada
En una columna publicada en 2016 explicaba la importancia estratégica de Mosul, y su lugar en la narrativa neootomana. Sin embargo, los presagios de conquista no se materializarán en el tiempo predecible. A Turquía le preocupa la expansión de Irán en Medio Oriente, y es evidente de que Bagdad está bajo la influencia de Teherán. En este aspecto, Turquía teme que los iraníes busquen alterar el equilibrio sectario, aferrándose a esta ciudad –rica en petróleo– mediante milicias chiitas. El Gobierno de Irak también podría aplicar políticas que en los hechos contribuyan a exacerbar las tensiones entre las comunidades, dando pie a mayores animosidades. Este escenario podría perjudicar particularmente a la minoría turca que reside en Mosul, especialmente en la localidad de Tel Afer.
Ahora bien, teniendo en cuenta que la prioridad está puesta en controlar el norte de Siria, es poco realista dar por sentado que Turquía avanzara en Irak con acciones bélicas concretas. Los presagios de los nuevos otomanos no se verificarán en los hechos. A lo sumo, Ankara intentará afianzar su influencia en la región. Erdogan y los suyos utilizarán las amenazas propias de la retórica neootomana, con la expectativa de que Irán no intente crear un puente terrestre entre en norte iraquí y el norte sirio. El mensaje es claro, pero deja entrever algunas contradicciones importantes. Por ejemplo, pese a que los turcos tienen afinidad con el Kurdistán iraquí (KRG) (“los kurdos buenos”), una entidad estable que pone límite a la expansión de Irán, el Gobierno turco prefirió permitir que los iraníes conquisten Kirkuk (también rica en petróleo) antes que permitirle a los kurdos amigos declarar su independencia.
Turquía tenía miedo que la creación de un Kurdistán iraquí independiente (de iure) genere un precedente sumamente desestabilizador, ya que presumiblemente podría servir de inspiración a los kurdos de Siria (“los malos”) y mismo a los kurdos turcos de Anatolia. Dado que este escenario ha sido truncado, lo que suceda en el norte de Irak no repercute directamente en la integridad territorial de Turquía. Sigue siendo una preocupación que afecta a la seguridad nacional, pero no tiene la envergadura de lo que acontece en Siria. En consecuencia, es muy difícil que Erdogan esté en una posición para reclamar e integrar Mosul en el futuro cercano.
Las islas del mar Egeo: ¿conquista a la vista o fantasía idílica?
El presagio de Turquía conquistando las islas del Egeo es más complejo de analizar. Erdogan cree sinceramente que los delegados turcos que negociaron el tratado de Lausana traicionaron a su patria. Según él, las islas están tan cerca de Turquía que uno prácticamente puede gritarles desde el continente.
La tensión entre Turquía y Grecia por el control del Mediterráneo oriental no es un tema nuevo, no obstante la rivalidad viene creciendo a razón de la expresa retórica beligerante de los turcos, incursiones aéreas sobre espacio aéreo griego, y no menos importante, el descubrimiento de yacimientos de hidrocarburos en las costas de Chipre.
Todos los meses Grecia denuncia que cazas turcos violan su soberanía sobre el Egeo decenas de veces. En varias oportunidades estos incidentes llevaron a “combates aéreos virtuales”, donde cazas helenos interceptan a sus rivales turcos, muchos de los cuales están armados para el combate. Alguien podría decir que esta recurrencia es un accidente esperando a suceder. Solo falta que un piloto se mande una equivocación y dispare por error para que un escenario de guerra se vuelva tangible; especialmente si el que se equivoca es un griego.
No es casualidad que la retórica revanchista de Turquía contra Grecia venga cobrando fuerza en los últimos años. En términos anglosajones, la existencia de gas en el Mediterráneo oriental es un game changer, algo que cambia las reglas de juego, y otorga una relevancia geopolítica inconmensurable a la contienda por soberanía. Esto es particularmente cierto en el archipiélago del Dodecaneso, en el Egeo meridional. Aunque algunas de ellas están prácticamente deshabitadas, el potencial conflicto entre Grecia y Turquía no es la alegoría de “dos hombres pelados peleando por un peine” de Jorge Luis Borges.
Turquía observa preocupada las intenciones de sus vecinos, y tiene miedo de quedarse afuera del reparto de gas. Mientras que ella está ocupada en el conflicto sectario de Medio Oriente, Grecia, Chipre e Israel se disponen a explorar los mares y construir un oleoducto submarino para exportar gas a Europa, proyecto que complicaría el prospecto de un oleoducto alternativo desde Israel hacia Turquía.
Este contexto explica las advertencias de Erdogan hacia Grecia y Chipre. En febrero, un buque de guerra turco bloqueó a un navío italiano preparado para explorar gas natural. El barco se dirigía al sureste de Chipre cuando fue interceptado por la armada turca, suscitando una crisis diplomática. Mientras la Unión Europea condenó “las acciones ilegales” de Turquía, está alega que los movimientos unilaterales por parte de los chipriotas (griegos) violan los derechos soberanos de la población turca (de Chipre).
La coyuntura también da cuenta de la carrera armamentística en el Mediterráneo oriental. Turquía tiene planes de reforzar su armada con buques preparados para operaciones a corta distancia, notoriamente la protección de campos gasíferos. Israel tiene planes similares. Sin embargo, Grecia y Chipre apuestan a que Estados Unidos defienda sus intereses con la sextra flota apostada en Napoles. La reticencia de estos Estados a mostrarse asertividad a la hora de defender sus intereses ha sido descrita por un comentarista ruso como “el silencio de los corderos griegos”. Los griegos deberían tener en claro que invitar a Erdogan a Atenas no limará las asperezas.
En vista del precedente que supone la invasión turca de Chipre de 1974, la posibilidad de un enfrentamiento por el control de los islotes estratégicos (cercanos a yacimientos de gas probados o por descubrir) no puede ser descartada. Quizás en el corto plazo este escenario es más improbable, pero a la larga las amenazas de los nuevos otomanos podrían llegar a materializarse.
Sin importar que tan ciertos prueben ser los presagios revisionistas, las acciones de los nuevos otomanos están condenadas a levantar sospecha y oprobio entre los actores occidentales. Como sugiere Timur Akhmetov, la falta de debates críticos en Turquía ha contribuido enormemente al cambio de la política exterior turca bajo el liderazgo de Erdogan. Guiada por el estilo populista y unipersonal del gran “sultán”, la diplomacia turca apuesta a la fuerza bruta antes que al diálogo para resolver sus asuntos de seguridad nacional. Otro indicio más que demuestra que en Medio Oriente los garrotes hablan más fuerte que las zanahorias.