Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 30/11/2017.
El semanario satírico Charlie Hebdo volvió a desatar polémica, suscitando un debate en Francia en torno a los límites de la libertad de expresión. El caso comenzó a raíz del affaire Tariq Ramadan que trascendió en todos los medios del país. Ramadan es un prominente intelectual y apologista islámico que venía perfilándose como una de las voces más influyentes de una corriente reformista y acaso modernista del islam. No obstante, si bien esta reputación lo benefició con cátedra en Oxford y el respeto de los círculos progresistas, Ramadan tiene detractores que lo acusan de ser un reaccionario y un misógino encubierto, que altera su discurso según la audiencia y la circunstancia. (Escribí un ensayo al respecto, puede ser accedido aquí.) Por lo pronto, estos críticos se anotaron un gran punto a favor. El escándalo involucrando a Ramadan se destapó el 20 de octubre pasado, cuando Henda Ayari, una conocida activista musulmana que lucha contra la violencia de género, lo denunció por acoso sexual. Luego comenzaron a caer más denuncias similares en su contra, en sintonía con la reacción mundial que devino a partir de la caída en desgracia de Harvey Weinstein.
A diferencia de otros casos de acoso en el mundo de las luminarias, el de Ramadan trasciende la violencia de género. En rigor, también toca otra cuestión de fondo que levanta pasiones y hiere sensibilidades en Francia y en el resto de Occidente. Me refiero al rol de la mujer en la coyuntura islámica, y en el ideario social que se desprende de los recados de la religión. Esto es lo que quiso mostrar Charlie Hebdo con su semanario del primero de noviembre. Su portada mostró a un Ramadan caricaturizado como depravado sexual que afirma ser “el sexto pilar del islam”, en referencia a la grotesca erección del personaje y su presunto egocentrismo. Inmediatamente después de salir a la venta dicha edición, Charlie Hebdo recibió amenazas de muerte contra sus dibujantes. Desde luego, se trata de un reminiscente de la masacre acontecida en enero de 2015, cuando terroristas irrumpieron en la redacción del semanario asesinando a doce personas.
En lo sucesivo, a lo largo de noviembre, Francia presenció un intenso debate que viene dándose de larga data: ¿deberían prohibirse las expresiones artísticas que dañen el honor de los devotos de cualquier religión? Esta es una pregunta relevante que hace a la vida cívica de cualquier democracia, y por tanto vale la pena ser discutida. A mis ojos, tal como lo planteo a continuación, la respuesta debería favorecer inexorablemente a la libertad de expresión.
El debate que tiene lugar podría sintetizarse de la siguiente manera. Mientras algunos sostienen que ridiculizar al islam, a su fundador, o a sus representantes constituye un ataque de odio, otros alegan que la sátira es una parte indispensable de una sociedad libre, y que por tanto no debería ser censurada. El tema en cuestión divide aguas dentro de la izquierda, y muestra una brecha cultural relacionada con el legado del laicicismo. En este sentido, la propia Charlie Hebdo, que tiene orientación de izquierda, define la pregunta en boga en términos de legislación antiblasfemia. La revista hace gala de ser abiertamente irreverente para con toda religión. Algunos presumen que las caricaturas son islamófobas porque ponen el énfasis en el islam, asociándolo con el terrorismo. Pero hoy por hoy la gran mayoría de los combatientes que se prestan a participar en guerras santas son musulmanes, y no así judíos o cristianos. Desde una simple óptica mediática, el foco contemporáneo en el islam por sobre otras religiones no es un capricho.
En Francia este debate se ha dado por llamar “la guerra de las izquierdas”, y “la guerra de los medios”, y queda personalizado en sus máximos expositores y polemistas. Por un lado aparece Edwy Plenel un periodista renombrado, y el fundador del portal Mediapart, que de tanto en tanto publica artículos criticando la supuesta ligereza discursiva con la que Charlie Hebdo y el establecimiento político francés tratan lo relacionado al islam. Plenel y compañía acusan a la sociedad en la que viven de ser racista y de meter a todos los musulmanes en la misma bolsa; aduciendo que esto contribuyó al resentimiento que decantó en los ataques terroristas, y que a los periodistas no les corresponde analizar si el islamismo es bueno o malo.
Dado que Plenel y Ramadan comparten una afiliación ideológica (en cuanto a la necesidad de ser más tolerantes frente a los agravios y sensibilidades religiosas de los musulmanes), el primero es ahora acusado de ser cómplice del segundo y de hacerse el distraído frente al escándalo. Las acusaciones contra Plenel fueron encausadas por la revista de noticias Marianne, y vienen secundadas por Laurent Sourisseau (mejor conocido por el seudónimo Riss), el director de Charlie Hebdo, y por Manuel Valls, el hasta hace poco primer ministro (socialista) de François Hollande. En particular, Riss añadió leña al fuego publicando otra portada controversial el 8 de noviembre, esta vez atacando a Plenel, acusando a Mediapart de encubrir a Ramadan. En la misma se lee: “Caso Ramadan, Mediapart revela: no sabíamos”, y se ven cuatro efigies caricaturizadas del periodista, referenciando los tres monos sabios (no ver, no oír, no decir).
Por su parte, Plenel contestó que él no se sumará a la presunta campaña de odio, alegando que sus oponentes buscan apartar a Mediapart de un debate elemental por medio de insultos y calumnias. Plenel argumenta que Charlie Hebdo es parte de una campaña de hostigamiento llevada a cabo por “una izquierda extraviada que no sabe dónde está, aliada con una identidad derechista o de extrema derecha”, que busca cualquier pretexto para insistir en su obsesión por demonizar a los musulmanes y al islam.
Los críticos del pensamiento que encarna Edwy Plenel hablan coloquialmente de islamogauchisme, de “islamo-izquierda”, en referencia a la improbable pero real alianza entre los apologistas islámicos (por definición difícilmente liberales) y un sector del llamado progresismo que ante todo revindica derechos. Por ello, a esta izquierda se le cuestiona su rápida disposición para ponerse del lado de los conservadores. Amparándose en las leyes seculares del Estado, y paradójicamente en la tolerancia religiosa, estos últimos intentan imponer leyes de blasfemia bajo la forma de legislación contra el odio. Para este grupo de la izquierda, una caricatura de Mahoma es una provocación que llama a la desunión y a la estigmatización. Por analogía, la ridiculización de pensadores islámicos, haciendo eco en sus ideas religiosas, constituye un agravio contra toda la comunidad. De este modo, mientras que los partidarios de Plenel enfatizan la unidad, quienes suscribimos con Valls o con Riss revindicamos el laicicismo y la libertad de blasfemar, ofenda a quien ofenda.
Así como lo plantea Enric Bonet, el meollo de la cuestión estriba en una pugna identitaria por definir el rumbo de la izquierda. Dicho por Valls, hemos aquí “dos izquierdas irreconciliables” con visiones opuestas, con modelos económicos y culturas políticas diferentes.
En mi opinión el llamado a la unidad que hace Plenel es contradopucente. A raíz de los atentados en Francia de 2015, hace dos años argumentaba en mi blog que la campaña de amor por la cual aboga Mediapart conduce al autoengaño, en tanto el mensaje es interpretado a la inversa por los enemigos de la libertad. Al caso, tal como mostró Carouline Fourest en su libro sobre Ramadan, el apologista islámico es un oportunista que mantiene una doble vida, y explota el discurso políticamente correcto de los progresistas para avanzar una agenda de islamización encubierta. En vista de ello, el llamado a la unidad –si bien noble– frecuentemente resulta en una excusa para hacer la vista gorda al deseo de los intolerantes de ser tolerados. Y ciertamente hay literatos mucho peores que Ramadan vendiéndose exitosamente como moderados.
Con sus sátiras, Charlie Hebdo intenta dejar en ridículo a quienes (que como Plenel) no ven, no oyen y no dicen nada acerca del peligro que representa el totalitarismo islámico en sus expresiones islamistas o yihadistas. Con justa ironía, el semanario suele mofarse de quienes repiten que el islam es una religión de paz y terminan asesinados por terroristas. Se burla de quienes automáticamente tachan de racistas a los que se atreven a señalar la conexión entre la ideología religiosa-política y algunos postulados o dogmas de la religión en sí. Volviendo a las premisas, esta relación es evidente cuando aparecen las amenazas de muerte contra caricaturistas. Cuando un dibujante esboza a Mahoma, el llamado a ajusticiar el honor del islam matando al artista profano se extiende por todo el mundo. En contraste, cuando se dibuja a Jesús o a Moisés, como mucho llegará al despacho del editor una carta expresando disgusto. Lisa y llanamente, la falta de autocrítica y sentido del humor en el mundo islámico es una razón que fundamenta la necesidad de una verdadera reforma en el modo en que se practica y se transmite la religión.
Una sociedad democrática es sana cuando uno puede expresar lo que quiera en tanto no cause perjuicio físico a nadie, y existan instancias jurídicas para dirimir las controversias personales. La sátira política cumple un rol como herramienta de entretenimiento y a su vez de protesta, para desahogar penas con carcajadas. En este punto, Charlie Hebdo no ataca a los musulmanes por su condición de musulmanes. Lo que hace es atacar al islam y a los dogmas de la religión – cosas muy diferentes. En efecto, aquí no hay discurso de odio. El semanario critica a las personas en base a su ideología o a la institución que representan, y no así en base a sus orígenes. Nadie sale a criticar a los periodistas que denuncian curas pedófilos y arremeten contra la institución eclesiástica con el mismo fervor con el que en ocasiones se critica a quienes denuncian los tintes retrógrados de la religión islámica. Así, la caricatura de Ramadan no se burla de su identidad musulmana, pero más bien del hecho de que este hombre ostentara una posición de privilegio como portavoz de un islam “progresista”, y que haya terminado como otro violador en potencia común y silvestre.