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El día de ayer la Cámara de los Comunes votó por una mayoría de 274 contra 12 reconocer a Palestina como un Estado, “como una contribución para asegurar una solución negociada de dos Estados”. A estas alturas se habla de un “voto simbólico”, que según se espera, presionará a Israel a disponer mayores concesiones de cara a futuras negociaciones con la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Pero, ¿tendrá resultado? ¿Es responsable hacer un bypass al proceso de paz? Existen algunas consideraciones a ser tenidas en cuenta.
Lo que pasó
Antes que nada, el primer ministro David Cameron y los miembros de su gabinete se abstuvieron de participar del voto, afirmando que la decisión parlamentaria no cambiaría la política exterior británica en función a la cuestión palestina. En línea con lo consensuado por las potencias garantes de la llamada Hoja de Ruta, el Reino Unido viene insistiendo en la necesidad de una solución bilateral al conflicto, acordada y negociada entre palestinos e israelíes. Por ello, cuando en 2012 la Asamblea General votó darle a Palestina el carácter de “Estado no-miembro” (de la ONU), Londres optó por abstenerse. Sin embargo, la gran mayoría de los países, incluyendo catorce miembros de la Unión Europea, votaron a favor de los palestinos. Pese a la resistencia minoritaria de Estados Unidos, Canadá, Israel y la República Checa, entre otros pocos países, en aquella oportunidad quedó manifiestamente claro que la comunidad internacional estaba perdiendo la paciencia con el proceso de paz. Gracias a los esfuerzos de lobby de los grupos propalestinos y a la popularidad de su causa frente a la impopularidad de Israel, la mayoría de los mandatarios del globo eligieron fortalecer los reclamos palestinos con un acto de trascendental simbolismo.
Dejando de lado ahora el voto de reconocimiento, en términos reales, la ANP ya se comporta en algunos aspectos como un Estado. Posee un Gobierno con autoridad, una red de instituciones públicas, un cuerpo legal propio, y hasta en algún punto la capacidad de entrar en relaciones con otros Estados. En la franja de Gaza viene sucediendo algo similar con el Gobierno de Hamás, dando lugar al neologismo “Hamastán”. Ahora bien, tal como insisten los funcionarios israelíes, ningún Estado palestino puede ser viable sin un acuerdo alcanzado de forma bilateral. Para empezar, dado que la controversia territorial no está resuelta, no puede decirse que el aparente Estado palestino tenga fronteras definidas. Lo mismo ocurre en relación a otro requisito de estatidad, relacionado con una población fija. En tanto exista la posibilidad de que haya cierto intercambio de territorios, en teoría existe la posibilidad que haya un desplazamiento poblacional para acomodar una solución a la disputa.
Volviendo al Reino Unido, su abstención en 2012 durante el voto de la Asamblea General demostró la fuerte politización que existe en torno a la materia palestina en el ámbito doméstico, algo que a partir de ahora queda fehacientemente corroborado con la decisión de los 274 parlamentarios. Si bien el voto fue fuertemente promocionado por las filas del Partido Laborista, hay parlamentarios dentro del Partido Conservador que apoyaron la moción. Cameron instó a los suyos, incluyendo a los liberales, a que se abstuvieran de participar del voto a modo de evitar controversias innecesarias con sus partidarios (por una cuestión esencialmente externa al quehacer cotidiano británico). Por otro lado, Ed. Miliband, líder de la bancada laborista, exigió que aquellos dentro de su partido, opuestos a la moción, hicieran lo mismo, y no se hicieran presentes durante las sesiones. Véase pues, que como resultado del estilo con el cual los políticos anglosajones practican la lealtad partidaria, la Cámara de los Comunes, de un total de 650 miembros, solo estuvo representada por 286.
Lo que pasará
Podría decirse que reconocer nominalmente a Palestina como un Estado consumado es una tendencia, que seguramente irá en aumento en los próximos años, especialmente de no darse progresos en las negociaciones bilaterales. Por ejemplo, aunque los países de la Unión Europea generalmente dirigen su política exterior en bloque, el asunto de la estatidad Palestina suscitó controversias; de modo que mientras países como España, Francia e Italia votaron a favor, además de Reino Unido, países como Alemania, Polonia, y Holanda se abstuvieron. A principios de este mes, Suecia (que había votado a favor en la votación de la ONU de 2012) anunció que reconocerá al Estado de Palestina.
Aunque por ahora la decisión sueca representa un incidente aislado, es posible que con el recambio de gestiones, más Gobiernos estén dispuestos a considerar unirse a esta partida diplomática que goza de una alta popularidad a nivel mundial. Por ello, no debería sorprendernos que la amplia mayoría de los países iberoamericanos sigan el ejemplo británico. De todos estos, hace dos años ante la ONU, solo Panamá voto negativamente, y solo Colombia, Paraguay y Guatemala se abstuvieron.
Votar en contra de Israel, país que erróneamente es frecuentemente visto como un apéndice de Estados Unidos, es una política bien recibida por los segmentos populares más estigmatizados con los traumas de la Guerra Fría. Por este motivo, es de esperarse que legisladores latinoamericanos busquen proponer mociones similares a la que han hecho los laboristas británicos. Existen muchas personalidades, abiertamente propalestinas, que estarían dispuestas a presentarse como abanderados de dicha causa.
Como se ha dicho con anterioridad, los territorios palestinos en algunos aspectos ya son un Estado de facto. Pero el problema de este tipo de declaraciones es que mientras claramente están intencionadas para presionar a los funcionarios israelíes, para eventualmente ponerlos contra la espada y la pared, poca crítica reservan para el liderazgo palestino. Véase que en una entrevista, Grahame Morris, el parlamentario inglés que impulsó la moción, critica duramente a Israel y sugiere que las negociaciones han fracaso porque este Estado “tiene todos los ases”. En la entrevista puede vérselo portando un pin con la bandera palestina, y creo que por lo menos hubiese sido interesante si, además de esta, llevara un pin con la bandera israelí, o mejor aún, uno solo con ambas. Digo esto porque hubiese sido un pequeño gesto diplomático que suavizaría su posición contra Israel, haciéndola tal vez algo más imparcial. En este sentido, véase también que si bien por una cuestión de discurso, en general se reconoce el derecho de Israel a vivir con fronteras seguras, ninguna referencia viene haciéndose – hace dos años en la ONU, o ahora en el parlamento británico – en relación al comportamiento de Hamás, clasificada como una organización terrorista por el concierto europeo además de Estados Unidos. Esta observación toma más relevancia ahora, siendo que la ANP y Hamás habrían formado un Gobierno de unidad.
Irresponsabilidad
Si Palestina es un Estado, lo cierto es que la unión entre la ANP y Hamás es bastante frágil. En el marco del proceso de paz, este último actor no puede y no debe considerarse legítimo en tanto no abandone la lucha armada contra Israel. A mi criterio, obviar que una cosa es la autoridad en Gaza y otra es la autoridad en Cisjordania es un acto de medida irresponsabilidad. G. Morris argumenta, como hacen muchos otros, que reconocer internacionalmente a Palestina como un Estado hará de las negociaciones un juego más simétrico, en el cual los palestinos tendrán mejores oportunidades para ponerse al nivel de Israel. Justificando su postura, en la entrevista dijo que esta medida empoderará a los moderados frente a los extremistas dentro del espectro político palestino.
Creo que esta postura, conjunto con el voto por la estatidad palestina, está fundamentalmente errada en sus premisas. Escribir en papel que Palestina ya es un Estado no cambia la realidad en el terreno en lo absoluto. Empero, sí puede envalentonar a la dirigencia palestina a adoptar posiciones maximalistas, como ya ha hecho durante las negociaciones pasadas, sin que se sienta presionada a adoptar un enfoque más pragmático. Precisamente debido a la asimetría entre israelíes y palestinos, si las negociaciones fracasan, es muy posible que la opinión mundial culpe a Israel, minimizando la responsabilidad que pueda tener el lado árabe. Dicho de otro modo, declarar prematuramente a Palestina como Estado es un importante vehículo para el seguro desprestigio del sionismo.
Cuando Yasir Arafat hizo saber a los israelíes mediante negociaciones secretas que estaría dispuesto a dejar atrás la lucha armada, lo hizo esencialmente debido a la presión de su gran benefactor, la Unión Soviética. El colapso del imperio ruso y la derrota militar de Sadam Husein a principios de los noventa lo obligaron virtualmente a sentarse a negociar. De no haber sido por los cambios sistémicos a nivel internacional, es muy posible que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) nunca hubiera abandonado la violencia. La diplomacia que los herederos de Arafat actualmente persiguen responde a una estrategia basada en este ejemplo, esperando así que Israel sucumba ante la presión y ofrezca mayores compromisos.
Pese a este esfuerzo, haya un Estado palestino o no, cabalmente las tablas han cambiado hace tiempo. Desde la Primera Intifada en adelante, Israel se convirtió en uno de los principales receptores de presión internacional en la región. Con esto no quiero decir que Israel deje de tener una importante carga de responsabilidad, especialmente en lo relacionado a la construcción de asentamientos en Cisjordania, pero la atención mundial, si pretende solucionar el conflicto, debería ser en todo caso bidireccional.
Los palestinos han sido históricamente los mayores receptores per cápita de ayuda humanitaria en el mundo. Entre 2003 y 2012, los palestinos recibieron en total la suma de $6.8 billones de dólares del extranjero. No obstante, la ayuda no viene condicionada a absolutamente nada, y la corrupción en la ANP no podría estar peor. Según un informe de la Unión Europea, entre 2008 y 2012 la corrupción se llevó alrededor de €2 billones de euros.
Los esfuerzos de terceros por cementar un acuerdo de paz podrían ser, por lo pronto, mucho más productivos si se les exigiera a los palestinos una posición más dura para con ellos mismos; amenazándolos con reducir los millonarios víveres si no trabajasen por construir una autoridad más condenatoria frente al terrorismo, y exhortándolos a llevar a cabo una gestión económica más transparente. Suponer que nombrar a Palestina Estado prematuramente balanceará la ecuación y permitirá mayor paridad en las negociaciones es un error fundamental. Aunque la asimetría entre las partes por supuesto existe, el hecho que Israel sea más poderoso no necesariamente implica que este no tenga motivación para ceder, como ya lo ha demostrado en los acuerdos anteriores con sus vecinos. Cuanto más se empodere a los palestinos sin antes haberse sellado un acuerdo, más se los está motivando a pensar que pueden pedir todo y negociar nada.