Artículo publicado originalmente en INFOBAE el 02/09/2015.
La portada de El País de España del 8 de agosto lo decía todo. Una imagen habla más que mil palabras, y lo que entonces se veía era desgarrador. Tal como leía el periódico, se veía “el caos” migratorio en el Mediterráneo. Decenas de personas luchando para mantenerse a flote y no ahogarse, y quizás, con la gracia de Dios, llegar a salvo a territorio europeo. Se trata, en su mayoría, de desplazados que huyen de la guerra en Siria, y buscan establecerse en la seguridad y relativa prosperidad del continente europeo. Por ello, con sus periodistas indignados por la situación, Al Jazeera expresó que dejaría de referirse a los damnificados como “migrantes”, para en cambio reflejar la realidad con el término “refugiados”.
También me llamó la atención una reflexión que se difundió por Facebook. En ella, apelando a la misma fotografía, un profesor de historia se confesaba avergonzado de la “civilización” o “cultura” occidental y cristiana, pues – de acuerdo con el autor del post – “pasará a la historia como la más cruel, sanguinaria y terrorista que jamás haya conocido la humanidad”. Si no está Banksy, el famoso artista callejero satírico de Inglaterra, quien montó una imagen compuesta por cuerpos flotando en el agua, en un círculo que mimetiza la bandera de la Unión Europea, con el azul marino de fondo.
No hay dudas que Europa está experimentado una crisis migratoria, o una crisis de refugiados, producto de la desolación que están dejando los conflictos civiles y sectarios en el mundo árabe. Es verdaderamente una catástrofe humanitaria. Sin embargo, ¿por qué no hay refugiados pidiendo asilo en los países del golfo Árabe? O bien, ¿por qué no los dejan entrar? Me refiero a algunos de los países más ricos, cabalmente entre los primeros en la lista de los que más dinero tienen per cápita en el mundo. Ni que hablar sobre todo de Arabia Saudita, con la gran extensión territorial que tiene, y su proximidad a zonas de conflicto. ¿Por qué – en otras palabras – gran parte de la opinión mundial le exige a los europeos encontrar la manera de dar abasto con los refugiados, y sin embargo no le recrimina o exige nada a los propios árabes? Los europeos deben por supuesto tomar cartas en el asunto, mas los dobles raseros son bajo cualquier circunstancia insensatos y deplorables.
Creo que gran parte de la prensa no se tomó siquiera la molestia de discutir esta cuestión. Al caso, las críticas hacia Occidente provenientes de Al Jazeera, controlada por el Estado qatarí, conllevan claramente un ejercicio de doble moral. Pese a sus desmedidas riquezas, tanto Arabia Saudita como Qatar, Emiratos Árabes u Omán, no han hecho nada para poner a cubierto a los refugiados dentro de sus territorios. Vale aclarar no obstante que los Estados que integran el Consejo de Cooperación del Golfo (CCEAG) han aportado financieramente para paliar el sufrimiento de los refugiados sirios. Pero más allá de estas contribuciones, la ayuda no está institucionaliza, y no ha explorado todo su potencial. Por otro lado, especialmente vinculado con este problema, está el hecho que la ayuda económica de estos países tiene intereses estratégicos por detrás. Sucintamente, si estos países financiaron durante décadas a movimientos islámicos fundamentalistas, a modo de asegurar que los extremistas y potenciales rivales de las monarquías operasen en el extranjero y no en casa, ahora las dinastías reales ponen dinero para mantener a los sirios en su lugar, o para que vayan a otros sitios sin molestar.
Para evaluar la situación hay que tener en cuenta, por ejemplo, que de los 30.7 millones de habitantes que viven en Arabia Saudita, más de 9.8 millones son extranjeros. En efecto, el 32 por ciento de la población está representada por trabajadores migrantes procedentes de Asia y el mundo árabe. Los extranjeros a su vez representan el 56 por ciento de la fuerza laboral, y el 89 por ciento de la población asalariada en el sector privado. En los Emiratos Árabes Unidos viven 9.2 millones de personas, de las cuales 7.8 son migrantes, representando el 90 por ciento de la fuerza laboral. Esto significa que el 84 por ciento de la población procede del exterior. Por poner otro ejemplo, en Qatar solo el 12 por ciento de una población total de 2.1 millones de habitantes nació en el país. La abrumadora mayoría, como es el caso en los otros países del Gofo, viene representada por trabajadores migrantes, que ofrecen su mano de obra para enviar remesas a sus familias en sus países de origen.
En este contexto, donar fondos a campañas con fines humanitarios en países vecinos, o en países asiáticos (de donde proceden muchos migrantes), de algún modo ayuda a alivianar las tensiones de la vasta población expatriada que trabaja y vive en el Golfo. El problema, desde la dimensión humanitaria, estriba desde luego en que el dinero no lo es todo. Pregúntele a los analistas, y le dirán que para los jeques del Gofo árabe, todo se arregla con petrodólares. La opinión por excelencia apunta a que con suficientes fondos se compra estabilidad. Financiando las amenazas, sean armadas o demográficas, se las ayuda precisamente a causar alboroto, pero siempre afuera de casa, y sin riesgo para el monarca. Esta tesis cobra sentido adicional tras el desplazamiento tectónico que fue la llamada Primavera Árabe.
Desde esta lógica fría, los números hablan por sí solos. En Turquía ya hay casi 2 millones de refugiados sirios. Imagine el desbalance y el efecto desestabilizador que dicho caudal humano ocasionaría en los países del Gofo, cuya población de por sí está compuesta extensivamente por extranjeros; quienes dicho sea de paso, no están del todo acomodados, pues sus derechos son violados extensivamente. Esta es la dura matemática, y la triste realidad que preocupa también a Líbano y Jordania. Los refugiados son vistos a lo largo y ancho de la región como una fuerza desestabilizadora. Líbano alberga a 1.1 millones de desplazados, cifra que representa un exorbitante 25 por ciento de la población total del país. Jordania por su parte da lugar a casi 630 mil desplazados, que representan casi el 8 por ciento de la población jordana. Beirut y Amán ciertamente desearían que el CCEAG tomara su cuota de responsabilidad, mas lo único que a esta altura esperan recibir es más dinero a modo de compensación por la complicada tarea que implica alimentar y sostener a millones de personas, llegadas a estos países – podría decirse – de la noche a la mañana.
Los refugiados sirios no tendrían barreras idiomáticas en el Golfo. Luego, si bien es cierto que dado el elevado nivel de conservadurismo de las sociedades en cuestión (y sobre todo aquel de la saudita) podrían vaticinarse problemas de integración, estos no tendrían el mismo relieve que tienen en la Europa secular, culturalmente arreligiosa.
En tanto los organismos internacionales y las agencias especializadas instan a los Estados, y especialmente a los europeos, a acoger a más refugiados, la pregunta formulada en las premisas vuelve a cobrar sentido. ¿Qué hay de las ricas monarquías del Gofo? Vaya situación esta, que para colmo, un general jordano retirado presentó una “propuesta loca” – para abrir un corredor pensado para empujar a los refugiados sirios a Arabia Saudita vía Jordania. Para el impulsor del plan esto tiene sentido, porque los sauditas tienen un montón de petróleo y tierra. Sin ir más lejos, en rigor, mientras muchas personas se indignan – no sin falta de razón – con la forma en la que Occidente maneja esta crisis humanitaria, las críticas contra los propios Gobiernos árabes no suenan tan fuerte. Estos últimos podrían hacer muchísimo más por los desplazados, y no es correcto que la carga moral por salvaguardar las vidas de los refugiados caiga enteramente en Europa.