Publicado originalmente en INFOBAE el 02/12/14.
La semana pasada se anunció que Chuck Hagel dejaría de ser el secretario de Defensa, por presuntos desacuerdos con el presidente Barack Obama. Por descontado, en los últimos días los medios norteamericanos han dado rienda suelta a la especulación que rodea a esta decisión, y han hablado de la posible lista de candidatos para suceder a Hagel en el cargo. Si bien en este punto solo es posible hacer conjeturas, siendo necesario esperar hasta que Hagel publique sus memorias para aclarar la historia, podemos argumentar algunas razones que posiblemente hayan tenido que ver con la decisión de Obama.
En primer lugar, es tentador suponer de entrada que las diferencias entre el Presidente y su Secretario de Defensa engloban principalmente la cuestión de Medio Oriente y Ucrania. Republicano, veterano de guerra y exsenador, es sabido que Hagel no era partidario de una política necesariamente más dura, en relación a los desafíos en materia de seguridad, pero que sí demandaba al presidente más transparencia y claridad en cuanto a los objetivos por delante. Se viene discutiendo que Hagel tiene diferencias con Obama y su equipo en lo que hace a la estrategia para contrarrestar a las fuerzas de tanto Bashar al-Assad como aquellas del Estado Islámico (EI o ISIS), como asimismo adoptar una posición más clara frente a la intransigencia rusa en Ucrania. Pero Hagel no representa al sector duro del ala republicana. Por el contrario, algunos analistas discuten que su asignación a la jefatura del Pentágono en febrero de 2013 respondía a una sensación de transición, de un modo de guerra a un modo de retrotracción, que comprendía que las guerras en Irak y en Afganistán estaban terminando. La situación ameritaba a un hombre con credibilidad entre los republicanos y entre los demócratas, suficiente para conducir un proceso de recorte en materia defensiva.
Por supuesto, el panorama mundial es hoy distinto al que se veía cuando Obama asumió su segundo mandato hace dos años. Si Hagel era el hombre para lidiar con un escenario de transición, parece ser que no ha demostrado estar lo suficientemente preparado para ocuparse de un teatro de guerra. Otra forma de ver esto – en mi opinión más sólida con la realidad – conduce a interpretar que Obama necesitaba expiar sus errores, expulsando al funcionario más reemplazable de su administración; y Hagel cuadraba con el perfil.
Para sostener esta hipótesis, debe tenerse presente que la aprobación de la política exterior de Obama se encuentra en un bajo histórico. Por ejemplo, de acuerdo a cifras de septiembre, el 57 por ciento de los estadounidenses no creen que Obama sea lo suficientemente duro tratando con ISIS, y el 55 por ciento no piensa que Obama tenga un plan claro al respecto. De acuerdo con esta mirada, Hagel terminó como el chivo expiatorio de la Casa Blanca. Conforme esta visión, ha sido descrito como “un cero a la izquierda” como secretario de Defensa. No porque no sea un individuo preparado o capaz, sino porque simplemente no logró tener influencia sobre el proceso de toma de decisiones. De acuerdo con el New York Times, Hagel nunca pudo hacerse partícipe del apretado equipo de seguridad nacional del presidente, compuesto por funcionarios leales y poco críticos. En este sentido, parece ser que el Secretario de Defensa no tenía una buena comunicación con el equipo presidencial, viéndose rutinariamente aislado como nexo entre el Pentágono y el despacho oval.
Obama no podía despedir a John Kerry, su popular secretario de Estado entre los demócratas. Tampoco iba a despedir a Susan Rice, su íntima consejera de Seguridad, o a su poderoso jefe de Gabinete, Denis R. McDonough. Según reporta el Times, Obama últimamente puenteaba a Hagel por el General Martin E. Dempsey, del Estado Mayor Conjunto. De ser cierta esta aseveración, la partida de Hagel nos habla más de Obama que de Hagel mismo. De acuerdo con Max Boot, analista del Council on Foreign Relations, el despido del secretario de Defensa no va a ayudar o acaso mejorar la política exterior norteamericana, por la mera razón de que Obama reserva el proceso de toma de decisiones para sus allegados más cercanos. Por eso, como opina otro analista, la culpa no es de Hagel, porque “Obama ha decidido fijar la política exterior desde la Casa Blanca, lo que significa excluir a agencias como el Pentágono y el Departamento de Estado”.
Quizás Obama pensó que Hagel le sería leal, y que de todas formas su asignación al puesto le daría reputación de presidente pluralista, listo para armar un equipo de trabajo bipartisano que – se recordará– también incluía a opositores dentro del arco demócrata. En su primer mandato, Obama trajo a personalidades fuertes a su equipo, cada quién manejando su ministerio, y cada quien influyendo enormemente la política exterior, a veces enfrentándose contra él en el proceso. Pero en su segundo mandato, en lugar de Hillary Clinton en la cartera de exteriores tenemos a Kerry; y a cambio de Robert Gates en el Pentágono, teníamos a Hagel – quien seguirá en su puesto hasta que un sucesor sea asignado. El hecho a ser resaltado es que Obama reemplazó a un equipo competente por uno más dócil. Echó a Hagel porque además de no tener química con su equipo, asume que retirarlo puede mejorar la percepción de su nación en cuanto a su gestión, y lo hace sobre todo porque puede, porque hacerlo le quita un peso de encima sin tener que envolverse en polémica.
El senador John McCain – contendiente a la presidencia en 2008 por los republicanos – notó que los predecesores de Hagel, tanto Robert Gates como Leon Panetta, se quejaron en sus memorias sobre la excesiva interferencia política de los asistentes del Presidente.
En suma, lo que a esta altura parece más claro es que el despido de Hagel y los fracasos de la política exterior de Obama van de la mano, pero comparto la opinión de que esto se debe más que nada a la forma con la que el Presidente está llevando a cabo su gestión.