Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 20/04/2018.
El 10 de febrero Israel atacó la base aérea T-4 (Tiyas) utilizada por Irán, desencadenado una serie de incidentes que pusieron en duda el grado de libertad que tiene Israel sobre los cielos de Siria. En la operación un caza F-16 fue derribado por misiles de las fuerzas del Gobierno sirio, cosa que provocó otra ofensiva israelí; esta vez sobre las baterías antiaéreas S-200 de Bashar al-Assad. Este desarrollo hizo que algunos comentaristas aseguraran que Israel ya no tiene la capacidad para llevar a cabo ataques quirúrgicos y salir con virtual impunidad.
A raíz de este argumento, escribí una columna desmintiendo semejante noción, pues Rusia no había dado indicios de querer coartar la iniciativa israelí, siempre y cuando esta estuviese dirigida a Irán. No obstante, es conveniente revisar esta premisa a la luz de los últimos acontecimientos en el escenario sirio, particularmente luego del ataque estadounidense efectuado el 14 de abril.
En este espacio argumenté que el ataque estadounidense, una respuesta al supuesto uso de armas químicas por parte del régimen damasceno, no representó una jugada contundente. Por el contrario, sostengo que se trata de una operación contraproducente, que en cierta medida fuerza a Rusia a incrementar su compromiso hacia la seguridad de su aliado. Esto se vio en el hecho de que Moscú haya puesto sus baterías antiaéreas al servicio del Gobierno sirio, derribando 71 de los 103 misiles lanzados por la coalición occidental liderada por Estados Unidos. Como escribía anteriormente, esto es algo significativo porque fija precedentes.
Si bien el ataque occidental no tuvo ningún impacto sobre la operatividad bélica de Assad, es la primera vez que Rusia interviene directamente para contrarrestar lo que hacen otros Estados en Siria. Es decir, al derribar misiles estadounidenses, los rusos tomaron acciones concretas para asentar y demostrar su discrecionalidad en el terreno. Dada la coyuntura de tensiones crecientes entre Washington y Moscú, los rusos probablemente se sintieron obligados a contrarrestar la proyección de fuerza estadounidense.
En política internacional las percepciones son fundamentales, especialmente cuando existen hipótesis de conflictos arraigadas en juegos de suma cero. La diplomacia caliente cumple un cometido central en este tipo de dinámicas. La práctica de acompañar el dialogo con la bravura de utilizar armas le sirve a Rusia para achicar la brecha tecnológica y militar con Estados Unidos, pues termina por fijar la idea de que el Kremlin está dispuesto a utilizar sus recursos para cuidar sus intereses cuando haga falta. Esta táctica contrasta con la ambivalencia y ocasional reticencia que muestra Occidente a la hora de llevar a cabo acciones bélicas. Al caso, los estadounidenses siguen debatiendo cuál es su estrategia en Siria, y contemplan distintas alternativas hipotéticas para administrar o contener el conflicto. Vladimir Putin evita mostrar públicamente semejante indeterminación, cosa que desde la cosmovisión rusa señalaría debilidad.
En este sentido, aunque Rusia escale la retórica vis-à-vis Estados Unidos, en rigor no busca provocar un conflicto directo entre superpotencias. Como sugiere Leonid Issaev, luego del ataque del 14 de abril, el Kremlin solo amenazó con llevar a cabo “medias retaliatorias” contra Washington para marcarle límites. Pero, aunque estas medidas son probablemente ficticias y parte de un bluff, el engaño funciona por la mera razón de que Moscú tiene la capacidad para hacer valer su voluntad.
Este análisis apunta a lo siguiente. A los efectos de cuidar las apariencias y fijar determinación, Vladimir Putin se ve obligado a reforzar sus compromisos hacia su aliado en Damasco. El ataque estadounidense, que no logró ningún impacto real sobre la capacidad de Assad para librar la guerra, solo logró que Rusia se replantee reforzar al régimen con sistemas antiaéreos más avanzados, notoriamente el S-300. Esto es algo que hipotéticamente podría reducir la maniobrabilidad de los cazas israelíes sobre Siria.
El problema para Israel no estriba en que Rusia haga gala de este equipamiento, y ni siquiera que tenga las más avanzadas baterías S-400 desplegadas en el país. El inconveniente aparece si los rusos deciden transferir dichas tecnologías directamente a los sirios, quienes a su vez están engatusados con los iraníes.
Hasta ahora, los S-200 soviéticos de Assad no presentan una amenaza de envergadura a la Fuerza Aérea de Israel (IAF). Sin embargo, la cosa podría cambiar con los S-300. Pese a no presentar una barrera insuperable, el mando israelí concede que el sistema podría debilitar la supremacía hebrea sobre el Levante. Por ejemplo, el asesor de Seguridad de Benjamín Netanyahu, Yaakov Amidror, declaró que Israel prevendría que los hipotéticos S-300 de Assad lleguen a estar operacionales. O bien, así como escribe el veterano periodista Ron Ben-Yishai, aunque los israelíes y estadounidenses conocen formas de neutralizar o interferir con las habilidades de los misiles S-300, así y todo (en manos de Assad) este sistema obligaría a la IAF a ejercer cautela y medidas preventivas que no acostumbra a tomar. Esto es algo que fuentes rusas reconocen.
Por otro lado, Ben-Yishai establece correctamente que no hay garantías de que Rusia le entregué a Assad tecnología avanzada. Rusia venía negándose a venderle el sistema S-300 debido a presión estadounidense e israelí. Además, teniendo en cuenta que Israel destruyó casi la mitad de las baterías S-200 en posesión de Assad, sería comprensible si los rusos temen presenciar un acto similar. Si las fuerzas del régimen vuelven a derribar a otro caza israelí, y el Estado hebreo podría sentirse obligado a lanzar una retaliación importante. En teoría, si Israel hace con los S-300 lo que hizo con los S-200 (destruyendo las baterías de Assad), estaría dañando la reputación de dichas armas, infligiendo una herida en el prestigio de la industria armamentística rusa.
En base a esta consideración, Ben-Yishai sugiere que, aunque es plausible que Putin le entregue S-300 a Assad, el presidente ruso no tiene apuro por venderle el último modelo. Si Israel ataca, mejor que destruya equipamiento de segunda selección. Ahora bien, el sitio especializado DEBKA advierte que Rusia podría estar enviando S-300 ahora mismo, aprovechando la relativa distracción de Israel con los festejos por su septuagésimo aniversario.
A diferencia de Estados Unidos, los intereses de Israel en Siria son claros y concisos. Jerusalén quiere prevenir a como de lugar la expansión militar de Irán en el Levante. Las múltiples ofensivas de la IAF contra instalaciones sirias utilizadas por la Guardia Revolucionaría Islámica (IRGC) responden a este objetivo. Tal vez no sea casualidad que los últimos ataques se hayan producido inmediatamente antes e inmediatamente después de la operación estadounidense, la cual –como he argumentado– es perjudicial para los intereses israelíes. El 9 de abril Israel bombardeó nuevamente la base T-4, pero esta vez matando a varios oficiales de la IRGC. Posteriormente, a horas de producirse el ataque de Estados Unidos en represalia por el uso de armas químicas, el 14 de abril Israel bombardeó posiciones de Hezbollah cerca de Alepo.
Israeli media releases satellite images of airbases used by Iran for its activities in #Syria pic.twitter.com/ejeBPa5Yag
— Michael A. Horowitz (@michaelh992) April 17, 2018
El mando israelí entiende que sus operaciones no pueden alterar la balanza de poder en Siria, so pena de transgredir contra la línea roja impuesta por Rusia. Esta apreciación garantiza que los rusos no derriben cazas israelíes. Si el Kremlin refuerza la capacidad antiaérea de Assad lo hace para “castigar” a Estados Unidos, y no así para obstruir a Israel. No obstante, en términos prácticos esto podría terminar ocurriendo. Sin ir más lejos, si Irán logra efectuar una retaliación contra Israel, este por su parte se sentiría obligado a responder con contundencia sobre blancos en Siria. Dado que las bases iraníes en cierto punto se mimetizan con las fuerzas sirias, Israel tiene que tener mucho cuidado para evitar antagonizar con Rusia, especialmente ahora que esta ha mostrado la carta de los S-300, comunicando su posible transferencia al régimen sirio.
En esta coyuntura de rivalidad con Estados Unidos, sin importar si Rusia le entrega los S-300 a Assad o no, está claro que Moscú no quiere la humillación de que su aliado se vea perceptiblemente debilitado. Por ello, más allá de la discusión acerca del impacto que estos misiles podrían tener en los cálculos de la IAF, la consideración más importante sigue siendo estratégica y diplomática; y no así táctica.
Es decir, aunque Assad pueda tener los S-300, Israel podría interferir con estos sistemas. El plano táctico sería distinto porque los cazas tendrían que tomar ciertas precauciones antes de entrar en espacio aéreo cirio, pero aún así Israel probablemente seguirá ostentando supremacía. Sin embargo, no hay que perder de vista que Rusia, gracias al ataque estadounidense, está marcando límites y no quiere verse humillada. Creo que en la actualidad Moscú es especialmente susceptible a cualquier eventualidad que cuestione la efectividad de su diplomacia caliente. Por ello, si Israel destruye dichos misiles, o le ocasiona un daño significativo a Assad en el proceso de bombardear blancos iraníes, Netanyahu arriesga que Putin limite la libertad de acción israelí sobre el cielo sirio.